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MUERE GAL COSTA,
UN SÍMBOLO DE LA MÚSICA POPULAR BRASILEÑA LA MÍTICA CANTANTE BRASILEÑA había
cancelado su participación en la Primavera Sound de San Pablo días atrás por
problemas de salud. La cantante Gal Costa,
una de las mayores voces de la música brasileña, murió
a los 77 años. La información fue confirmada por la oficina de prensa de
la artista y recogida por la prensa local. La cantante fue una de las atracciones del festival Primavera Sound , que
se llevó a cabo en Sao Paulo el pasado fin de
semana, pero su participación fue cancelada en
el último minuto. Costa es una de las
máximas exponentes del movimiento tropicalista
brasileño, al que también pertenecen históricos
como Caetano Veloso, Gilberto Gil y Maria Bethania.
El presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da
Silva, escribió en su cuenta de Twitter: "Gal Costa fue una de las más grandes cantantes
del mundo, una de nuestras principales artistas para llevar
el nombre y los sonidos de Brasil a todo el planeta". "Su talento, técnica y audacia enriquecieron y renovaron nuestra cultura, formaron y marcaron la
vida de millones de brasileños", puntualizó.
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ADIÓS
A GAL COSTA, LA GRAN VOZ DE LA MÚSICA BRASILEÑA. Militante
del tropicalismo y símbolo de la liberación sexual, su voz y su figura
trascendieron todos los estilos
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En su libro Noites tropicais, Motta decía que lo hacía llorar de alegría con su
canto. Para Caetano Veloso era la síntesis del
drama tropicalista. La noticia de la muerte de Gal
Costa el miércoles 9 por la mañana, a los 77
años, resignifican y multiplican todo lo que se haya escrito sobre ella.
Por Sergio Pujol.
Página /12 domingo 13 de noviembre del 2022.
GAL COSTA. La mujer que conquistó el mundo con
canciones como “Baby”, “Vapor Barato” y “Meu Nome é Gal” falleció a los 77 años. Aún se desconocen las
causas de su muerte. ¿Quién fue, cómo vivió, qué legado
dejó?
Gal Costa
murió a los 77 años
En un tramo de su célebre Noites tropicais, Nelson Motta relata un viaje sanador a Roma en agosto de 1983. Tras un álgido romance con una psicoanalista carioca con la que se había sumergido en las profundidades del alcohol y la cocaína, Motta asiste al Festival Bahía de todos los Santos, organizado por el cineasta independiente –fan inclaudicable de la cultura brasileña– Gianni Amico. Los italianos celebraban así la MPB, y con ella a la región que, en alguna medida, la vio nacer, a principios de los años 60. La grilla del festival era fantástica. Iba de Dorival Caymmi y Joao Gilberto a Caetano Veloso y María Bethania. Parecía no faltar nadie. Bahía dominaba Roma, la colonizaba por un par de días. El Circo Massimo, con entradas agotadísimas, era escenario principal para que, siempre seductor e inteligente, Caetano abriera el festival y dejara en claro, por si acaso hiciera falta, lo amputada que quedaría la cultura de Brasil sin el aporte de los bahianos. Viejos y novos. De samba y de bossa. De tropicalismo y de lo que vendría.
Días antes de su fallecimiento Lula Da Silva, despidió a Gal Costa. Extraordinaria Mujer, la Voz de Brasil.
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Pero la actuación de aquellas noches romanas que realmente conmovió a Motta fue la de Gal
Costa.
“Cuando ella canta ‘Noites cariocas’ o un choro de Jacob do Bandolim,
lloro copiosamente. Lloro por mi revés amoroso, pero en parte también por Brasil. Y al mismo tiempo lloro de alegría,
infinitamente contento por el testimonio de arte refinado de Gal, su consagración frente a un público culto y
exigente.” Llorar de alegría: eso
provocaba la voz de Gal; más aún si era
apreciada en concordancia con su cuerpo atravesado por la música. En
“Forza estranha”, el tema de Caetano, ella se adueña completamente de las palabras
y la primera persona del autor pasa a ser la de su intérprete favorita: “Por
eso, esa fuerza me lleva a cantar/ Por eso, esa fuerza extraña/ Por eso es que
canto, no puedo parar/ Por eso esa voz grandiosa”.
Gal como una diosa
generosa del canto. Una belleza plástica y sonora. “Tan buena como Ella Fitzgerald o Sarah Vaughan”, remata Motta, sin exagerar demasiado. Sólo se equivoca al considerar esa presentación
romana como el hecho consagratorio frente a “un público culto y exigente”. La verdad es que en 1983 Maria da Graça Costa
Penna Burgos estaba completamente “consagrada”,
cualquiera sea el significado que queramos darle a esa palabra. Ya
había participado del espectáculo Nos, con el que se
inauguró el teatro Vila Velha en
Salvador y se traccionó la Tropicalia.
Luego había grabado los mejores discos
de su carrera (desde Domingo,
junto a Caetano, y su primer LP solista
hasta los bellísimos Aquarella do Brasil, Gal Tropical y Fantasía) y era parte
inalienable del Brasil
post-bossa, a la par de sus
compinches Zé,
Caetano y Gil. (A propósito, las
versiones de “London, London” y “Mini misterio” incluidas en el psicodélico y soulero Legal pueden
escucharse como documentos exquisitos de
la cultura brasileña en tiempos de dictadura y exilio).
Si lo contamos como fábula, cabe reconocer que, en la trilogía de canto de mujer brasileña post-1960, María Bethania encarnó el pathos; Elis Regina, la versatilidad soberana, y Gal Costa, la entonación siempre joven, revelada de una vez y para siempre. Su popularidad trascendió la subcultura tropicalista en la que se formó. Esto se debió, en parte, al apetito omnívoro de su canto y su grácil andar por los confines de la canción brasileña. Técnicamente, ella podía cantarlo todo, si bien nunca se alejó mucho de las tradiciones bahianas y sus derivas modernas. Su destino de intérprete “pura” en una época de cantautores le restó el aura intelectual de sus compañeros de ruta. Pero a diferencia de lo que sucedió con Elis en sus comienzos, Gal gozó de la bendición de un verdadero movimiento cultural que la incluyó y celebró: no hubo que descubrirla, ella siempre estuvo allí. Revisen las fotos de época: Gal con su look hippie de chaleco con flecos y vincha encrespada, con la canción “Baby” a flor de labio, cantando como ninguna otra, sin necesidad de alzar demasiado su voz cristalina como de manantial sereno.
Adiós a Gal Costa, la mujer de voz suave que escuchaba música desde la panza de su Madre.
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En sus comienzos, junto a Gil, Caetano y Bethania, Gal participó del culto a Joao
Gilberto consistente en reproducir
sus mágicas armonías (la tarea recayó en Gil, el mejor guitarrista de aquel grupo) e intentar cantar sin
vibrato, de modo desafectado y un concepto
rítmico sutil, abstracción cool de la expansiva samba. Jamás abandonaría la devoción por Joao,
pero, afortunadamente, supo zafar de la
afectación aniñada de Astrud y su modesto destino de cantante muzak. Un
poco más tarde, en el auge del tropicalismo,
su voz y su potencia interpretativa terminaron de definirse en términos de
estilo. Cuando Caetano y Gil partieron
al exilio
londinense, ella se quedó en Brasil como guardiana de la nueva estética que asimilaba el pop a la bossa, y el rock a la samba. Caetano, en gran medida
responsable de su carrera, recuerda con
amor aquellos comienzos en los que la joven
intérprete, por entonces posible presa de
empresarios deseosos de convertirla en otra
cantante comercial más, se impuso a fuerza de canto superior:
“Existía
un culto en torno a la afinación y la belleza de la voz de Gau (así escribíamos el apodo que sólo usaban los muy
íntimos hasta que Guilherme Araujo cambió la grafía y lo transformó en Gal) y a su timidez. Hoy todos la llaman Gal, sin más. Es
internacional y pop, pero también personal y regional hasta la raíz. Es
un hallazgo de profunda poesía, hecho de equívocos y azar. Funciona como
síntesis del drama tropicalista”.
Esa síntesis “del drama
tropicalista” de la que hablaba Caetano habita
claramente en una discografía de más de 30 álbumes
de calidad sorprendentemente pareja, de
amplio registro cultural (entre su homenaje a Ary Barroso y el
disco medio electrónico Recanto de
2011 hay un abismo que la
voz de Gal cruza sin problemas). Aquel ciclo grande se cierra con el bailable –y acaso olvidable– A pele do futuro.
Solista y campeona de duetos (con Rita Lee, con Chico Buarque, con Nelson Gonsalves y obviamente con Gil y Veloso), en estudio o en vivo, en onda rupturista o mainstream, Gal
Costa pasó por la vida cantándole a los diferentes
rostros de un Brasil hecho de canciones más que de ninguna otra cosa. Mientras muchos de sus compañeros de generación descubrieron el arte
del canto después de haber probado otros oficios, Gal
nació para eso, una fuerza
extraña la impulsó a cantar desde que abrió sus bellos ojos al mundo y
hasta que los cerró hace unos días, dejándonos a todos
como a Motta aquella vez en Roma: llorando.
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