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“Pese a
todo, y no por casualidad, el presupuesto de Washington invertido en “seguridad nacional” desde los misteriosos atentados
del 9/11 se ha incrementado tanto como toda la economía de Brasil o de cualquier país europeo. Prácticamente nada
de esas fortunas hicieron a los ciudadanos estadounidenses más seguros sino más
paranoicos y menos libres. En el proceso, unas pocas
corporaciones multiplicaron sus fortunas. La misma existencia de estas
super poderosas agencias fueron varias veces cuestionada, con resultados
trágicos. La primera vez fue cuando fracasó la invasión
a Cuba en 1961. El presidente John Kennedy había
heredado este plan de la CIA que debía repetir
el éxito del golpe de Estado en Guatemala siete
años antes. El plan contaba con que la población cubana se iba a unir a los invasores
luego de una campaña de propaganda mediática. Pero Ernesto
Che Guevara había estado en Guatemala cuando
se puso en práctica esta estrategia y, una vez la Revolución cubana expulsó al
títere de Washington, Fulgencio Batista, Guevara
afirmó: “Cuba no será otra Guatemala”. Se
refería al control nacional de la prensa para evitar la inoculación de la CIA en un nuevo sabotaje social. Ocurrió que Guevara estaba en lo cierto y la nueva invasión
planeada por la CIA fracasó debido a que los
cubanos se pusieron del otro lado. Furioso por el fiasco, Kennedy amenazó con disolver la CIA, despidió a su poderoso director, Allen Dulles y le informó a su vicepresidente, Lyndon Johnson, que no contaría con él para la
reelección… Unos meses después fue asesinado en Dallas. El agente cubano de la
CIA Antonio Veciana asegurará, en su libro Trained to Kill (2017),
que había visto al asesino Lee Oswald unas semanas
antes en Texas, hablando con su jefe, David Atlee Phillips.
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LA MANO INVISIBLE DEL MERCADO.
El negocio del miedo.
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Por Jorge Majfud.
Página/12 miércoles 9 de noviembre del
2022.
Poco después de la
destrucción nuclear de Hiroshima y Nagasaki, el
presidente Truman declaró a la prensa:
“Le
damos gracias a Dios porque esto haya llegado a nosotros antes que, a nuestros
enemigos, y rezamos para que Él nos pueda guiar para usarlo según Su forma y
Sus propósitos”.
Literalmente alguien (Dios, para una mente fanática) puso las bombas atómicas en sus manos, ya que el presidente Truman no supo del Proyecto Manhattan hasta después de
la muerte del presidente Roosevelt, unos meses
antes, en 1945.
Con frecuencia las agencias secretas saben más que los presidentes que, desde el punto de vista de quienes no deben rendir cuentas al pueblo, son flores de un día. Los presidentes pasan, las agencias secretas permanecen. Esta tradición de espionaje y de ejecución de políticas propias (siempre “por una buena causa”) sufrió un intento de supervisión por parte de comisiones especiales del parlamento, luego de las revelaciones de la comisión Church en 1975, pero nunca fue muy efectiva ni sistemática. Los mismos integrantes de la Comisión de Seguridad del parlamento de Estados Unidos son fanáticos defensores de las intervenciones ilegales en otros países, como el senador de Florida Marco Rubio, o, cuando no lo son, reciben una cuota limitada y fraccionada de información clasificada. “Somos como honguitos” se quejó uno de los miembros de la Comisión Selecta del Senado sobre Inteligencia, Norman Mineta, en los 80s. “Ellos [la CIA] nos dejan en la oscuridad y nos alimentan con un montón de bosta”.
Según la profesora y
miembro del directorio de la poderosa contratista militar Kratos, Amy Zegart,
“la
protección de la información de las fuentes y de los métodos es para la
seguridad nacional de Estados Unidos; ninguna democracia puede ser totalmente
transparente”. Cien páginas más adelante, en su libro Spies, Lies, and
Algorithms (2022), reconoce: “el
trabajo de los espías y de los soldados se ha vuelto indistinguible
en muchas formas; los ataques de drones son planeados y ejecutados en conjunto
tanto por la CIA como por el Pentágono, a veces juntos y a veces cada cual por
su parte”. Según el profesor
de la Universidad de Texas, Bobby Chesney,
“los ataques con drones de la CIA se
realizan bajo la autoridad de acción encubierta del Título 50, lo que significa
que las operaciones no deben ser reconocidas ni informadas”.
Claro, tampoco los
ciudadanos publican las claves de acceso a sus cuentas de banco, pero ese derecho al “secreto” desaparece
cuando el secreto esconde actividades ilegales. La vieja excusa de la “seguridad nacional” radica en la
elasticidad semántica del término. Sólo por considerar lo ocurrido en Estados Unidos después de 9/11, podemos ver que ningún grupo terrorista islámico puso nunca la
existencia de este país en peligro, como puede serlo una verdadera guerra, pero
en nombre de “la seguridad nacional”
se exterminaron derechos de los mismos ciudadanos estadounidenses a la privacidad de su información y se
desató una tormenta de censuras y autocensuras en los medios, para no hablar de
la escandalosa e impune violación
sistemática de los derechos humanos de miles
y millones de personas alrededor del mundo. John Mueller, profesor de la Universidad Estatal de Ohio lo puso de
forma didáctica:
“el
número de personas que cada año son asesinadas por terroristas musulmanes en
todo el mundo es, más o menos (…) la misma cantidad de personas que mueren
ahogadas en la bañera”.
Pese a todo, y no
por casualidad, el presupuesto de Washington invertido en “seguridad nacional” desde los misteriosos
atentados del 9/11 se ha incrementado tanto como toda la economía de Brasil
o de cualquier país europeo. Prácticamente nada de esas fortunas hicieron a los ciudadanos estadounidenses más seguros sino más paranoicos y menos libres. En el
proceso, unas pocas corporaciones
multiplicaron sus fortunas.
La misma existencia de estas super poderosas agencias fueron varias veces cuestionada, con resultados trágicos. La primera vez fue cuando fracasó la invasión a Cuba en 1961. El presidente John Kennedy había heredado este plan de la CIA que debía repetir el éxito del golpe de Estado en Guatemala siete años antes. El plan contaba con que la población cubana se iba a unir a los invasores luego de una campaña de propaganda mediática. Pero Ernesto Che Guevara había estado en Guatemala cuando se puso en práctica esta estrategia y, una vez la Revolución cubana expulsó al títere de Washington, Fulgencio Batista, Guevara afirmó: “Cuba no será otra Guatemala”. Se refería al control nacional de la prensa para evitar la inoculación de la CIA en un nuevo sabotaje social. Ocurrió que Guevara estaba en lo cierto y la nueva invasión planeada por la CIA fracasó debido a que los cubanos se pusieron del otro lado. Furioso por el fiasco, Kennedy amenazó con disolver la CIA, despidió a su poderoso director, Allen Dulles y le informó a su vicepresidente, Lyndon Johnson, que no contaría con él para la reelección… Unos meses después fue asesinado en Dallas. El agente cubano de la CIA Antonio Veciana asegurará, en su libro Trained to Kill (2017), que había visto al asesino Lee Oswald unas semanas antes en Texas, hablando con su jefe, David Atlee Phillips.
Un nuevo intento de
disolución de la CIA llegó poco después de la Guerra
Fría, en 1990. El ex agente de la Agencia y autor de varios libros sobre política
internacional, William G. Hyland, en 1991 afirmó que “nunca antes Estados
Unidos había estado menos amenazado como ahora”. El teniente General y ex jefe de la NSA, William
Odom y el senador Daniel Patrick
Moynihan directamente recomendaron
abolir la CIA. El New York
Times informó:
“Sin
la amenaza soviética, ¿por qué no abolir la CIA y dejar que el Departamento de
Estado se haga cargo? La CIA es el producto por excelencia de la guerra fría y,
ahora que la guerra ha terminado, la agencia pertenece al pasado”. En
1991, Moynihan presentó un proyecto de ley para abolir la Agencia.
La misma CIA publicó
un documento, ahora desclasificado, mencionando los repetidos fracasos de la
agencia, incluido su incapacidad para ver los problemas económicos
de la Unión Soviética y mucho menos su posterior colapso. Claro que
lo más probable es que estos “fracasos”
como el que llevó a la guerra en Irak
“basado en información de inteligencia incorrecta” se deban a otra
tradición entre los mismos agentes,
jefes y funcionarios de estos poderosos agencias secretas: su tendencia a exagerar las amenazas ficticias y no ver
(o ver tarde) las amenazas reales, como el ataque a las Torres gemelas. La idea es alimentar la idea de que son indispensables para la seguridad nacional. Es decir, todo aquello que mantenga y amplifique el estado
de paranoia de la población.
Nadie puede abolir
agencias que son más poderosas que cualquier congreso y hasta que cualquier
gobierno. Menos cuando son la mano invisible de las grandes corporaciones. Como
el mismo presidente de la Comisión Permanente sobre
Inteligencia de la Cámara de Representantes Lee Hamilton confirmó en 2007,
citando al comic The wizard of ID, “Todos tenemos
que vivir según la regla de oro: es decir, quien controla el oro hace las
reglas”.
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