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“El desarrollo de una cultura
democrática y
una ética ciudadana deberá contribuir a la
reconstrucción de las relaciones sociales, tan deterioradas hoy en nuestro
país, y a la consecución de la justicia y la paz.
Tal desarrollo supone la definición de un mínimo de valores y principios éticos, que se desprenden de la doctrina de los derechos humanos y cuya vigencia deberá ser concordada
por todos los ciudadanos, a partir del reconocimiento y práctica de los deberes y responsabilidades que de ella se derivan,
tanto a nivel personal como social. Hacer de la democracia
no una teoría sino una práctica cotidiana, exige de instituciones educativas que definan su quehacer, que
tengan una concepción de ser humano, de la sociedad y de su rol educador.
Instituciones que contribuyan al fortalecimiento de la esperanza
en la posibilidad de construir una sociedad justa y
más humana, que apoyen la construcción de proyectos comunes en los cuales las personas aprenden a vivir juntos como seres dignos; que promuevan espacios
de entendimientos mutuos, en los que las personas adquieran un auténtico
sentido de responsabilidad de sí mismos y de las
otras personas, reconociendo, valorando y aceptando las
diferencias.
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LA
URGENCIA DE RECUPERAR SENTIDOS Y, CON ELLOS, LA ESPERANZA.
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Por Rosa María Mujica*
Fuente. Otra Mirada. Lima miércoles 10
de abril del 2024.
En el marco de los 32 años del golpe de estado de Fujimori y su dictadura, Rosa María Mujica reflexiona la importancia de una educación liberadora comprometida con la construcción de memoria histórica crítica, como un imperativo ético político encaminado a construir democracia real defensora y garante de Derechos Humanos para todas, todos y todes.
El Perú ha vivido, desde siempre, hechos de violencia, de racismo y
de discriminación que han significado el
sufrimiento para millones de personas. La
construcción de la democracia ha sido un proceso
difícil y sigue siendo un proceso inconcluso que
pareciera, hoy más que nunca, que da pasos para atrás.
La tendencia al retroceso, a la anarquía, el sentir que nos hundimos
en un pozo profundo donde todo vale, donde la corrupción
campea y la vida no vale nada, aparece
una y otra vez, a pesar de todos los esfuerzos realizados. Hubo un momento en
el que creímos que estábamos avanzando, que contra la
barbarie vivida, frente al terror, a la muerte y al abuso
contra las poblaciones más débiles vividas en
los años del conflicto armado interno, se había
impuesto el sentido común de amor a la Patria,
de desear el bien común, de vivir en paz y ansiar el desarrollo
para todos, creímos que la democracia se había
afirmado como la mejor de las opciones y que los peruanos
y peruanas haríamos todo lo necesario para avanzar,
para defenderla. No podemos negar que hemos
avanzado en la conquista de derechos para las poblaciones más vulnerables y que todo parecía indicar
que estábamos avanzando hacia la construcción de un país
desarrollado y moderno, pero hoy vemos con desolación
y tristeza que no está siendo así, que la vida sigue valiendo nada, que
es posible asesinar a 60 personas y que no pase nada, que es posible robarle al estado, o lo que es lo mismo, robarles a todos los peruanos, y que no pase nada, que
es posible tener un congreso que traiciona a la patria dando leyes que destruyen las instituciones y que regalan el país a las mafias, y tampoco pasa
nada.
Cada día somos testigos de la falta de importancia que tienen las leyes, las normas y la propia Constitución Política de nuestro país -y basta mirar al congreso de la República- para el ciudadano común, y de su permanente transgresión en todos los niveles y sectores sociales. La anomia se consolida como fenómeno nacional; el desorden y el caos se convierten en un estilo de vida que afecta profundamente el respeto que todo ser humano merece, violándose así la dignidad de las personas. Sin leyes y normas que regulen las relaciones económicas, políticas y sociales que tengan como fin el bien común y la protección del ser humano, sin sanciones claras y efectivas para quienes las incumplan, es imposible pensar o hablar de una convivencia democrática. El desarrollo de la conciencia de respeto a las normas básicas de convivencia social, la profunda convicción de que los derechos de cada uno terminan donde comienzan los derechos de los demás, son retos fundamentales que tenemos que enfrentar si queremos ver el futuro con esperanza.
Las denuncias de
las diversas violaciones a los derechos humanos que ocurren en nuestra sociedad no
son suficientes para promover el respeto y vigencia de
estos. El desafío es construir una sociedad democrática
estable, en la que los derechos humanos sean su fundamento ético y
funcionen como pautas para las conductas tanto de autoridades
como de los ciudadanos.
Es necesario reconocer
que uno de los graves problemas que afronta la vigencia de los derechos humanos y la construcción de
la democracia en nuestro país, es el desconocimiento que las personas tienen de
sus derechos, así como de los elementos
fundantes y las reglas básicas de la democracia.
Esta realidad no es sólo resultado de falta de información, de los malos ejemplos de los políticos, y de un mal sistema educativo, sino de un problema más
profundo: el gran vacío que hay en nuestra historia respecto a la vigencia de los derechos humanos y al desarrollo de un sistema y una cultura democrática.
Cuando hablamos de democracia –
para evitar la manipulación que se hace de la
misma, donde nos quieren vender propuestas autoritarias
y dictatoriales como si fuesen democráticas-
necesariamente nos tenemos que referir a que es un sistema político, una forma de organización
del estado y una forma de convivencia de los seres
humanos. Como sistema político y forma de
organización del estado, tiene características
fundamentales como la distribución equitativa del poder,
la separación de poderes, el
reconocimiento de las necesidades e intereses de mayorías
y minorías, la participación ciudadana organizada
en la toma de decisiones, la práctica de una
ética sustentada en valores, la vigencia del Estado de
Derecho, el cumplimiento de responsabilidades y
deberes, las elecciones libres para designar autoridades,
la transparencia en el ejercicio de la delegación de
autoridad, entre otros. Basta ver lo que está pasando en nuestro país
para afirmar que estamos más cerca al autoritarismo que
de la democracia. Vemos la ausencia de estado en todos los niveles, en especial
en las poblaciones más lejanas y en las más vulnerables, la elección
de gobernantes ineptos y corruptos, la falta
de un sistema de partidos
donde no se permita la presencia de las mafias ni de personajes con
antecedentes de corrupción.
Hoy,
ante un estado débil y un ejecutivo que no es capaz
de gobernar para el bien común, vemos que es el congreso – que responde a los intereses de las mafias y está plagado de congresistas
con antecedentes de corrupción- el que parece
ser que gobierna, y esto con el apoyo de los sectores más extremos de la derecha y de la izquierda,
que tienen intereses específicos para los que no les importa violar la Constitución ni las leyes de nuestra
república.
Como estilo de vida, la
democracia implica la vivencia
de los derechos humanos y la construcción de
relaciones de justicia y de solidaridad que abren los espacios
para la libre determinación de las personas, de
los grupos y de los pueblos;
espacio en el que los seres humanos se ven y se
comunican como iguales en dignidad y en derechos, como seres libres reconociéndose
diferentes entre sí, pero igualmente valiosos, permitiendo un equilibrio entre solidaridad e individuación personal.
Sin embargo,
para la mayoría de los peruanos, la palabra democracia es poco clara. Para algunos, es sinónimo
de caos, desorden, anomia; para otros, la democracia no vale,
porque la identifican con lo que vivimos: es
decir, con corrupción, poder
absoluto de unos pocos, miseria,
mentira, abuso, etc. Es difícil hablar o
pensar, y menos aún defender, algo que no
conocen ni han conocido en su vida, por eso la tentación de salidas autoritarias, cuando no
dictatoriales, están de moda. Esto, junto
con factores de tipo políticos y culturales,
entre otros, ha dado como resultado que hoy enfrentemos permanentemente
situaciones de graves violaciones a los derechos humanos y que tengamos una democracia débil. En los últimos años, esta
situación, sin duda, se ha agravado y vemos que
los intereses políticos partidarios se han impuesto sobre los intereses de la Nación y el bien común.
El desarrollo de
una cultura democrática y una ética ciudadana deberá contribuir a la reconstrucción
de las relaciones sociales, tan deterioradas hoy
en nuestro país, y a la consecución de la justicia y la
paz. Tal desarrollo supone la definición
de un mínimo de valores y principios éticos, que
se desprenden de la doctrina de los derechos humanos y
cuya vigencia deberá ser concordada por todos los ciudadanos,
a partir del reconocimiento y práctica de los deberes y responsabilidades que de ella se derivan,
tanto a nivel personal como social.
Hacer de la democracia no
una teoría sino una práctica cotidiana, exige de instituciones
educativas que definan su quehacer, que tengan una concepción de ser humano, de la sociedad y de su rol educador.
Instituciones que
contribuyan al fortalecimiento de la esperanza en la posibilidad de construir una sociedad justa y más humana,
que apoyen la construcción de proyectos comunes
en los cuales las personas aprenden a vivir
juntos como seres dignos; que promuevan espacios de entendimientos mutuos, en los que las
personas adquieran un auténtico sentido de responsabilidad de sí mismos y de las otras personas, reconociendo, valorando y aceptando las
diferencias.
* Ex
secretaria de la CNDH-Asociada de Foro Educativo
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