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“Otra cosa que ha cambiado para mí es la
manera en que enseñaré la historia. El racismo
científico, que se instaló entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX y terminó justificando
el exterminio de judíos
y otras minorías en Europa, no es solo pasado. Pero, en tanto la mayoría de
judíos lograron mimetizarse con los blancos en Europa y EEUU y asumir
posiciones de poder, es imperativo, a la luz del genocidio palestino, volcar la mirada a otros
genocidios de la humanidad olvidada. Por ejemplo, el perpetrado por Alemania en lo que
hoy es Namibia, África, donde entre
1904 y 1908 los alemanes mataron a
unos 100.000 herero y nama, tomaron sus tierras y se dedicaron a extraer
diamantes ¿Si esto no es colonialismo, racismo, expansión
capitalista —como ya había advertido ya Hannah Arendt — cómo
llamarlo?
“¿Y cómo explicar, si no es en
similares términos, la amplia cobertura que tuvo la imperdonable matanza
de siete trabajadores humanitarios del World Central Kitchen por misiles israelíes, frente
a la nula cobertura que tuvieron los asesinatos de 190 trabajadores humanitarios por Israel, la mayoría palestinos,
desde el 7 de octubre, 176 de los
cuales trabajaban para las propias Naciones Unidas? ¿Por qué
seguir evitando los términos que precisamente describen el poder
omnímodo y la violencia ejercidos por un país con cerca de 800 bases
militares en el mundo? ¿No es ya tiempo de redimensionar en el Perú el
término “imperialismo”,
rescatarlo de su abuso por una izquierda dogmática y anquilosada
y una centro-derecha que lo sigue estigmatizando por eso?
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¿YA PODEMOS HABLAR DE
IMPERIALISMO?,
POR CECILIA MÉNDEZ
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"Mientras los judíos en la Alemania nazi eran
arrancados de sus hogares para ser exterminados en los campos
de concentración después de múltiples vejámenes, los palestinos mueren bombardeados
en sus propias casas...”.
“El genocidio es
un proceso que empieza con la deshumanización del otro”
— Francesca Albanese
Por, Dra. Cecilia Méndez. Historiadora.
Fuente. Diario la república. Lunes 15 de abril del
2024.
La humanidad viene siendo testigo de un genocidio en tiempo real, gracias a la tecnología de nuestros teléfonos celulares. La campaña de exterminio y limpieza étnica que Israel ha desatado contra los palestinos ha superado el genocidio nazi de los judíos en tres sentidos aterradores. Primero, mientras este se llevó a cabo en campos de concentración, a puerta cerrada, y sus horrores se fueron conociendo progresivamente, por lo que no podía existir una respuesta inmediata, Israel se jacta abiertamente de su exterminio de palestinos. Luego de que Netanyahu y sus ministros anunciaran públicamente su intención genocida al decir que dejarían sin comida, agua, electricidad y medicinas a quienes se refirieron como “animales humanos”, en respuesta a los mortíferos ataques de Hamás del 7 de octubre, procedieron tal cual. En los primeros meses, el 40% de los explosivos que arrojaron sobre Gaza fueron “bombas ciegas”, destinadas a causar el mayor daño posible. Sus programas de inteligencia artificial dan licencia para matar a 300 civiles como “daño colateral”, por cada “jefe importante” de la resistencia armada, como ha revelado recientemente el periodista israelí Yuval Abraham. ¿El toque macabro lo da un programa denominado ‘Where’s Daddy?’ (¿Dónde está papá?), diseñado para matar a hombres en el momento de entrar en sus casas. De ese modo fueron ultimados incontables periodistas, profesores, personal médico y familias enteras. Por su parte, los soldados israelíes se vanaglorian de las torturas y humillaciones infligidas a sus víctimas y prisioneros, exhibiéndolas en las redes sociales, convencidos de su impunidad.
Lo segundo es que Israel está asesinando deliberadamente a niños —uno cada 15
minutos— y ya van 14.000 de un total de más de 33.000
palestinos asesinados; es decir, el 40%, sin contar
los miles que yacen bajo los escombros de sus casas bombardeadas. Se calcula en
más de 1.000 el número de niños amputados, muchas veces sin anestesia, la
cifra más alta en una guerra, mientras otros tantos han empezado a morir
de hambruna.
La tercera diferencia es
la destrucción sin precedentes de edificios residenciales y la infraestructura urbana de Gaza.
Mientras los judíos en la
Alemania nazi eran arrancados de sus hogares para ser exterminados en
los campos de concentración
después de múltiples vejámenes, los palestinos mueren bombardeados en sus propias
casas, mientras comen o duermen, y hasta ha surgido un
neologismo para este crimen: el domicidio. Añádase a ello la destrucción deliberada de
tierras agrícolas, servicios de agua y desagüe, electricidad y energía, hospitales,
escuelas y universidades. Como para que no quepa duda de que el mensaje es
hacer de Gaza un lugar inhabitable, sin
educación ni futuro. Un lugar donde ni los muertos están a salvo, pues
hasta los cementerios han sido bombardeados
por Israel.
* * *
Desde el 7 de octubre, todo ha
cambiado para mí: los periódicos que leo, los pódcast que escucho, los
libros que busco, los programas y diarios que espontáneamente voy dejando de
seguir. Con el New York Times he revivido
lo que sentí cuando este diario cubría la invasión de Estados
Unidos en Irak en 2003. Su apoyo incondicional a la decisión del gobierno
de George H. W. Bush a invadir aquel país, no obstante, la ausencia de
pruebas sobre su supuesta posesión de “armas de destrucción masiva” con la que
la justificó, contra la opinión mayoritaria de estadounidenses, me llevaron a
suspender temporalmente mi suscripción. Hoy, este
mismo medio blanquea sistemáticamente la desinformación que emana
del Gobierno de Netanyahu,
como bien lo han demostrado las investigaciones de The
Intercept. La verdad es un principio dudoso para este y otros
importantes medios estadounidenses cuando se trata de Israel. El autor palestino Mouin
Rabbani dio en el clavo al referirse al NY
Times como “la Pravda estadounidense” en una
reciente y brillante entrevista.
Y es que la misma prensa liberal estadounidense que defendió la democracia ante la amenaza de Trump hoy exculpa el fascismo de Netanyahu, con quien Biden — después de más de 33.000 muertos, incontables atrocidades y una Gaza en ruinas y sumida en la hambruna— tiene lazos de lealtad que bordean lo irracional. Para ello, cuenta con el apoyo de más de 300 congresistas que están dispuestos a dejar pasar un genocidio con tal de seguir aceitando sus chequeras con dinero del AIPAC, el poderoso lobby israelí que financia sus reelecciones. Si el proclamado deseo de Biden para que mejore la situación humanitaria en Gaza fuera sincero, le hubiera puesto un límite real, no retórico, a Netanyahu. Un embargo de armas bastaría para poner fin al genocidio, siendo EEUU el principal proveedor de ellas a Israel, además de su primer financista. Pero su flujo no cesa, para no hablar del blindaje sistemático de EEUU a Israel en el Consejo de Seguridad de la ONU, contra la voluntad de la abrumadora mayoría de países del mundo y de una intensa movilización ciudadana a nivel global por el cese al fuego.
Otra cosa que ha cambiado para mí es la manera en que enseñaré la historia. El racismo científico, que se instaló entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX y terminó justificando el exterminio de judíos y otras minorías en Europa, no es solo pasado. Pero, en tanto la mayoría de judíos lograron mimetizarse con los blancos en Europa y EEUU y asumir posiciones de poder, es imperativo, a la luz del genocidio palestino, volcar la mirada a otros genocidios de la humanidad olvidada. Por ejemplo, el perpetrado por Alemania en lo que hoy es Namibia, África, donde entre 1904 y 1908 los alemanes mataron a unos 100.000 herero y nama, tomaron sus tierras y se dedicaron a extraer diamantes ¿Si esto no es colonialismo, racismo, expansión capitalista —como ya había advertido ya Hannah Arendt — cómo llamarlo?
¿Y cómo explicar, si no es en
similares términos, la amplia cobertura que tuvo la imperdonable matanza
de siete trabajadores humanitarios del World Central Kitchen por misiles israelíes, frente
a la nula cobertura que tuvieron los asesinatos de 190 trabajadores humanitarios por Israel, la mayoría palestinos,
desde el 7 de octubre, 176 de los
cuales trabajaban para las propias Naciones Unidas?
¿Por qué seguir evitando los términos
que precisamente describen el poder omnímodo y la violencia ejercidos por
un país con cerca de 800 bases militares en el mundo? ¿No es ya tiempo
de redimensionar en el Perú el término “imperialismo”, rescatarlo de su abuso
por una izquierda dogmática y anquilosada
y una centro-derecha que lo sigue estigmatizando por eso?
¿Por qué recurrir a
contorsiones del lenguaje para evitar decir genocidio cuando lo
estamos viendo en las pantallas de nuestros celulares, filmado por sus propias
víctimas, incluidos más de cien periodistas palestinos asesinados por Israel desde el
7 de octubre, y sobre los que sus colegas
en el mundo no son capaces de condolerse públicamente?
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