domingo, 24 de julio de 2011

EL NACIONALISMO MANDA. Es la fuerza política más poderosa del mundo, e ignorarla saldrá caro.

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Una nación-Estado, una vez establecida, es un fenómeno que se refuerza por sí mismo. Las naciones-Estado son difíciles de conquistar y someter, porque la población local, normalmente, muestra resistencia a la invasión y lucha contra el ocupante extranjero. Los movimientos nacionales que triunfan suelen engendrar imitadores, y eso crea más naciones que exigen convertirse en Estados. A pesar de sus fallos ocasionales (y de los ejemplos innegables de Estados fallidos como Somalia, Yemen y Afganistán), el Estado nacional tiene todas las probabilidades de seguir siendo la entidad política más importante de la política mundial en un futuro inmediato.


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En el "nuevo" Mapa Político Latinoamericano: procesos revolucionarios, democracias modernas, democracias liberal representativas, como usted los analice y tenga una Opinión. ¿Está presente el Nacionalismo?. Cual será el futuro en relación al Nuevo Modelo de acumulación mundial del capitalismo: el capitalismo por despojo, por pillaje y la depredación de los recursos naturales.
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EL NACIONALISMO MANDA.


Es la fuerza política más poderosa del mundo, e ignorarla saldrá caro.


Julio 2011


Stephen Walt


Es la fuerza política más poderosa del mundo, e ignorarla saldrá caro.


¿Cuál es la fuerza política más poderosa del mundo? Algunos podrían pensar que el mercado de valores. Otros podrían indicar el resurgimiento de la religión, o el progreso de la democracia o de los derechos humanos. O tal vez es la tecnología digital, simbolizada en Internet y todo lo que le acompaña. O quizá piensen que son las armas nucleares y los múltiples efectos que tienen en el pensamiento de los Estados sobre la seguridad y el uso de la fuerza.


Todos ellos son dignos candidatos (sin duda, cada lector tendrá sus preferidos), pero mi opinión personal es que la mayor fuerza del mundo es el nacionalismo. La convicción de que la humanidad está compuesta por muchas culturas diferentes –es decir, grupos que comparten una lengua común, símbolos y un relato sobre su pasado (siempre interesado y lleno de mitos–, y de que cada uno de esos grupos debería tener su propio Estado, ha sido una fuerza casi omnipotente en el planeta durante los dos últimos siglos.


Fue el nacionalismo lo que afianzó a la mayoría de las potencias europeas en la era moderna y las transformó de Estados dinásticos en naciones-Estado, y fue la difusión de la ideología nacionalista lo que contribuyó a destruir los imperios británico, francés, otomano, holandés, portugués, austrohúngaro y ruso/soviético. El nacionalismo es la principal razón por la que la ONU ha pasado de tener 51 miembros inmediatamente después de su fundación, en 1945, a casi 200 en la actualidad. Es la razón por la que los sionistas quisieron un Estado para el pueblo judío y por la que los palestinos desean un Estado propio hoy. Es lo que permitió a los vietnamitas derrotar a los Ejércitos francés y estadounidense durante la guerra fría. Es también el motivo por el que los kurdos y los chechenos siguen aspirando a ser Estados, por el que los escoceses han presionado para tener más autonomía dentro del Reino Unido y por el que hoy contamos con una República de Sudán del Sur.


Comprender el poder del nacionalismo nos ayuda también a entender mejor lo que sucede hoy en la UE. Durante la guerra fría, la integración europea floreció porque se produjo dentro de la burbuja creada por la protección de Estados Unidos. Hoy, sin embargo, EE UU está perdiendo interés en la seguridad del Viejo Continente, existen pocas amenazas externas contra los europeos y el proyecto de la UE sufre las consecuencias de haber hecho una ampliación excesiva y haberse extralimitado con la creación de una desacertada unión monetaria.


Como consecuencia, estamos asistiendo a una renacionalización gradual de la política exterior europea, alimentada en parte por unas preferencias económicas incompatibles y en parte por el temor constante a que estén en peligro las identidades locales (es decir, nacionales). Cuando los daneses se preocupan por el islam, los catalanes exigen autonomía, los flamencos y valones se pelean en Bélgica, los alemanes se niegan a rescatar a los griegos y nadie quiere que Turquía entre en la UE, lo que estamos viendo es puro nacionalismo.


El poder del nacionalismo es fácil de apreciar y comprender para los realistas, como mi colaborador ocasional John Mearsheimer deja claro en un nuevo e importante ensayo. Las naciones, que funcionan en un mundo competitivo y, a veces, peligroso, intentan preservar sus identidades y sus valores culturales. En muchos casos, la mejor forma de conseguirlo es tener su propio Estado, porque los grupos étnicos o nacionales que carecen de él suelen ser más vulnerables a la conquista, la absorción y la asimilación.


De igual modo, los Estados modernos también tienen un poderoso incentivo para fomentar la unidad nacional –es decir, el nacionalismo–, porque tener una población leal y unida que esté dispuesta a sacrificarse (y en casos extremos, a luchar y morir) para que el Estado aumente su poder y, por tanto, su capacidad de hacer frente a amenazas externas. Es decir, en el mundo competitivo de la política internacional, las naciones tienen incentivos para obtener su propio Estado y los éstos tienen incentivos para promover una identidad nacional común en su población. Estas dos dinámicas, unidas, crean una tendencia a largo plazo hacia la existencia de más naciones-Estado que son más independientes.


En los últimos 100 años, el número de Estados ha aumentado sin cesar y en muchos de ellos han aparecido fuertes movimientos nacionales


Por supuesto, las naciones y los Estados no siempre alcanzan el objetivo de convertirse en una “nación-Estado” unificada. Algunas nunca logran obtener la independencia y algunos Estados nunca logran crear una identidad nacional unida. Y no todos los grupos étnicos o culturales se consideran una nación ni aspiran a la independencia (aunque nunca se puede estar seguro de cuándo algún grupo va a empezar a adquirir una “conciencia nacional” y tomar esa dirección). No obstante, en los últimos 100 años, el número de Estados ha aumentado sin cesar y en muchos de ellos han aparecido fuertes movimientos nacionales, y no veo motivos para que esa tendencia se invierta.


Una nación-Estado, una vez establecida, es un fenómeno que se refuerza por sí mismo. Las naciones-Estado son difíciles de conquistar y someter, porque la población local, normalmente, muestra resistencia a la invasión y lucha contra el ocupante extranjero. Los movimientos nacionales que triunfan suelen engendrar imitadores, y eso crea más naciones que exigen convertirse en Estados. A pesar de sus fallos ocasionales (y de los ejemplos innegables de Estados fallidos como Somalia, Yemen y Afganistán), el Estado nacional tiene todas las probabilidades de seguir siendo la entidad política más importante de la política mundial en un futuro inmediato.


Como la identidad nacional de Estados Unidos tiende a dar más importancia a la dimensión cívica (basada en principios supuestamente universales como la libertad individual) que a los elementos históricos y culturales (aunque no cabe duda de que existen), sus líderes subestiman a menudo el poder de las afinidades locales y las lealtades culturales, tribales y territoriales. Durante la guerra fría, se exageró siempre la fuerza de las ideologías transnacionales como el comunismo y no se valoró lo suficiente hasta qué punto las identidades y los intereses nacionales iban a acabar generando intensos conflictos dentro del mundo marxista. Osama bin Laden cometió el mismo error cuando pensó que los atentados terroristas y las diatribas en vídeo iban a encender un movimiento de masas para reinstaurar un califato islámico transnacional.


Y, si alguien piensa que una China en ascenso va a someterse dócilmente a las ideas de EE UU y Occidente sobre lo que es un orden global apropiado, es que no comprende la importancia fundamental que tiene el nacionalismo en la visión china del mundo, mucho mayor que la de cualquier ideal comunista que pueda persistir


Si no valoramos como es debido el poder del nacionalismo, cometeremos muchos errores de interpretación de la vida política contemporánea. Es la fuerza política más poderosa del mundo, y nos saldrá caro ignorarlo.


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