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Primero unos cientos de
ciudadanos brasileños, pasan los días ahora son miles y en varias ciudades en
el mismo día. No sólo es una protesta por la suba de
un real o centavos de real en el pasaje urbano. “es la chispa que está encendiendo
la pradera”, bastó que solo (in)surja un
problema – el transporte - en el inmenso y complejo abanico de derechos,
necesidades, reivindicaciones de cada una de las ciudades del gigante Brasil y con el transcurrir de
la lucha se vienen presentando un múltiple “ramillete” de reclamaciones, por
años acerrados en los, portafolios de
Administraciones Políticas anteriores, protestas y movilizaciones en
un clima político cuyo telón de fondo es
la INDIGNACION
CIUDADANA frente a la corrupción política e institucionalizada, el
rechazo absoluto a la expropiación, a la desposesión de bienes públicos en beneficio
de grandes corporaciones metidas en trabajos y construcciones para el Mundial 2014 y las Olimpiadas 2016. Están expropiando grandes extensiones del espacio
público urbano, - está presente el boom inmobiliario – llegó a las grandes ciudades
el antiguo y tradicional modelo
extractivista – Barrios de pobres – las Favelas -, plazas públicas, parques,
avenidas, están siendo expropiadas, la
desposesión en políticas urbanas – robo, expropiación, despojo y pillaje –
de las grandes corporaciones, llegó a la “gran
y mega ciudad” –manifestación concreta de la “Ciudad global” de Saskia Sassen, está ahora en todo América latina, no hay una sola capital o ciudad importante donde hoy no esté
presente esta nueva forma, el nuevo modo de acumulación del capitalismo
mundial, el despojo, la expropiación, la Desposesión en general del extractivismo urbano inmobiliario. Ahora
emergen grandes y graves problemas no resueltos, social y políticamente – pobreza, educación y salud de pésima calidad, falta de servicios
públicos, desempleo, salarios bajos, inseguridad ciudadana generalizada,
corrupción, violencia, es decir se profundiza y extiende la desigualdad
económico-social-. La Presidenta
reconoce la protesta como la “voz de la calle”, que se respeta, pero es
necesario todo un Programa Político,
de carácter masivo, inclusivo,
participativo, democrático – a la vez que se lucha contra la corrupción pero con políticas
efectivas y viables, la pobreza y la violencia – el gobierno asume con responsabilidad de respetar por más mundiales
u olimpiadas a realizarse, que la voz de
la calle y de la plaza pública en defensa del espacio público, simplemente
no se le puede expropiar, despojar, porque ese ciudadano presente en la “revuelta pública” hoy es la voz del nuevo
poder emergente, la sociedad civil que lucha por la solución de los
principales y centrales problemas, donde la política y la gobernabilidad - en varios idiomas - en minutos se fue al despeñadero político y hoy en el epicentro de la protesta y violencia, no tiene significación alguna y menos constituye algún puente para forjar algunas políticas de consenso y diálogo, necesarios y fundamentales en este momento, en el escenario de un país aún atenazado por la pobreza, la corrupción, la violencia
y la desigualdad económico social.
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Dilma reconoció la fuerza de las protestas. Hay que escuchar la voz de la calle.
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BRASIL:
DILMA RECONOCIÓ LA VOZ DE LA CALLE.
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Eric Nepomuceno *
Desde
Río de Janeiro. Página /12 Miércoles 19 de junio del 2013.
Son días de tensión,
convulsión pero también de perplejidad. Partidos aliados al gobierno y toda la
oposición parecen atónitos. Un movimiento efectivamente espontáneo, nacido de
pequeños grupos de estudiantes de clase media con el apoyo de partidos
políticos de representación ínfima, desató, a partir de San Pablo, una ola de
protestas que colmó las calles de decenas de ciudades y logró, el pasado lunes,
poner al menos a 250 mil brasileños protestando contra todo y contra todos a lo
largo y a lo ancho del país. Desde 1992, cuando centenares de miles de jóvenes
se lanzaron a las calles para exigir la salida del entonces presidente Fernando
Collor de Mello no se veía nada igual.
Hay, sin embargo,
diferencias fundamentales con movilizaciones multitudinarias anteriores. En
1984, millones de brasileños fueron a las calles a exigir elecciones
democráticas. En 1992, lo que se exigía era que el Congreso suspendiera el
mandato de un presidente comprobadamente corrupto. En ambas ocasiones, partidos
políticos, líderes y dirigentes, además de movimientos sociales, se unieron
para perseguir un objetivo común. Había consignas claras y los actos masivos
fueron organizados. O sea, han sido movimientos orgánicos, con fuerte adhesión
popular.
Ahora, no. Todo empezó
con movilizaciones pequeñas, que no lograron reunir a más de tres mil personas,
protestando contra un aumento de veinte centavos de real –menos de diez
centavos de dólar– en los buses de San Pablo. En poco más de diez días, el
escenario se transformó. Ahora son manifestaciones populares sin vislumbre
alguno de conducción orgánica. La represión llevada a cabo por la policía
militar de San Pablo primero, y de otras ciudades después, produjo una adhesión
masiva a los manifestantes. Hubo, es verdad, actos de vandalismo por parte de
una minoría de manifestantes. Pero la salvaje actuación de la policía militar
en San Pablo, especialmente el jueves de la semana pasada, desató la reacción
popular.
Quedó claro que nadie,
ni convocantes ni autoridades, esperaba semejante oleada. Un ejemplo claro: el
pasado lunes, la policía militar de Río de Janeiro previó que la manifestación
anunciada no reuniría más de tres mil personas y dispuso un esquema de seguridad
para ese contingente de gente. La protesta reunió a cien mil.
Son muchas las preguntas
que flotan en el aire, de la misma forma que son muchas las conclusiones a las
que ya se puede llegar. Para empezar, ¿cómo es posible que un movimiento sin
ninguna dirección clara y concreta se expanda tanto en tan poco tiempo? ¿Cómo
pueden convivir índices elevados de satisfacción y aprobación del gobierno con
semejante demostración de insatisfacción? ¿Cómo es posible que nadie, ni en el
gobierno y menos en la oposición, haya detectado esa ira latente? En los
últimos años la inflación se mantuvo bajo control, el poder adquisitivo del
salario medio creció en términos reales, el desempleo sigue en niveles mínimos.
Alrededor de 50 millones de brasileños dejaron la zona de pobreza e ingresaron
en la llamada nueva clase media. ¿De dónde viene tanto protestar?
Esas son las grandes
preguntas. Y que los políticos, tanto del gobierno como de la oposición, no
saben contestar. Ahora quedó muy claro que no se aguanta más la pésima calidad
de la educación pública, la caótica y perversa situación de la salud pública,
el infernal sacrificio humano que significa, para los trabajadores de los
grandes centros urbanos, enfrentar la cotidiana tortura del transporte público.
Queda claro, además, que
el sistema político, tal como está, ya no representa, efectivamente, a gruesos
contingentes de la población. Las alianzas políticas esdrújulas, diseñadas para
asegurar la supuesta gobernabilidad, no aseguran otra cosa que intereses
mezquinos de dirigencias partidarias que sólo tienen en común el acto de
respirar. Las señales de alerta máximo se disparan; los políticos están
atónitos.
Las decenas de miles de
manifestantes que copan las calles de las ciudades exigen de todo, de la salud
a la educación, del transporte al combate a la corrupción, de la inflación a
los gastos desmesurados para realizar eventos deportivos como el Mundial de
Fútbol o las Olimpíadas. Hay una brecha, se sabe ahora, entre el paraíso de los
números y el infierno cotidiano de millones de brasileños.
Es muy revelador el
resultado de una encuesta realizada en San Pablo, principal polo financiero de
América latina, en los primeros días de las grandes protestas. Con todo su
provincianismo metropolitano (que valga la contradicción), con todo su
conservadorismo mal disfrazado, con su racismo latente y su sólido prejuicio
social, con todo su orgullo de clase media acostumbrada a despreciar a los que
no se les parecen, 55 por ciento de los paulistas han apoyado las
movilizaciones de protesta.
Algo raro –y peligroso–,
pero muy estimulante ocurre en Brasil. El gran peligro está en que no existe
una conducción clara y organizada del movimiento. Con eso, y aunque quisiesen,
las autoridades, los poderes constituidos, no tienen con quién dialogar o
negociar en términos efectivos y conclusivos. Y más: al no existir tal
conducción, la violencia de las minorías, para no mencionar a los eternos
infiltrados, escapa fácilmente de control, como ocurrió seguidamente esos días.
Entre muchos puntos raros,
salta uno: la evidente contradicción entre los niveles de aprobación del
gobierno y de la misma presidenta Dilma Rousseff y la dureza de las exigencias
de los manifestantes.
Otra rareza: por primera
vez en Brasil, el uso de las redes sociales demuestra su eficacia. Utilizando
un habitual refrán del ex presidente Lula da Silva, se puede asegurar que
“nunca antes en este país” las redes fueron tan eficaces.
Hay perplejidad, hay
dirigentes atónitos, hay tensión. Con razón ayer la presidenta Dilma Rousseff
aprovechó una ceremonia rutinaria para decir que su gobierno está atento la voz
de la calle.
Ojalá
todavía haya tiempo para escuchar bien lo que dicen esas voces y empezar a
cambiar las cosas, más cosas de las que ya han cambiado.
Al
grito de “Si el pasaje no baja, Río para”, los manifestantes recorrieron las
calles de la capital fluminense.
***
Brasil conmovido por el fútbol y la
represión.
San Pablo, Río y Belo Horizonte,
epicentros de la protestas contra los gastos excesivos por el mundial.
*****
Las
movilizaciones, que comenzaron en San Pablo, tienen como uno de sus principales
objetivos protestar por el aumento de la tarifa del transporte público. Hubo incidentes
en varias ciudades y la presidenta Rousseff dijo que “las manifestaciones
pacíficas son legítimas”.
Página /12 martes 18 de junio del 2013.
San Pablo, Río de Janeiro y Belo Horizonte, que integran el triángulo de
poder económico de Brasil, y Brasilia, el corazón político del país, fueron
escenario ayer de multitudinarias manifestaciones contra los gastos vinculados
a la Copa Confederaciones y el Mundial de 2014 y en repudio a la represión
policial. Las protestas, que también se realizaron en otras ciudades, tienen
como uno de sus principales objetivos protestar por el aumento de la tarifa del
transporte público, reivindicación que provocó en San Pablo cinco
manifestaciones, con la de ayer, de las cuales la del jueves fue violentamente
reprimida por la policía, generando reacciones de repudio en todo Brasil y
también en el exterior. “Las manifestaciones pacíficas son legítimas y propias
de la democracia”, dijo la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, en reacción a
las movilizaciones. “Es propio de los jóvenes manifestarse”, aseguró Rousseff.
En Río de
Janeiro, la principal avenida, Río Branco, y las calles adyacentes del centro
fueron colmadas por al menos 40 mil manifestantes. La policía militarizada
acompañó la manifestación. “Sin violencia” y “Ven a las calles, ven contra el
aumento”, fueron las consignas que corearon los que se movilizaron, que
contaron con el apoyo de vecinos y oficinistas que salieron a las ventanas a
mostrar su adhesión al movimiento. La marcha, que durante cuatro horas se desarrolló
en forma pacífica, tuvo momentos de fuerte tensión cuando un grupo atacó con
bombas molotov la sede de la Asamblea Legislativa y quemó autos; mientras que
la policía respondió con gases lacrimógenos y spray pimienta. El presidente de
la Asamblea, Paulo Melo, lo calificó de “acto de terrorismo”
“No es por
los centavos (de aumento). Esto es una demanda reprimida, reflejo de la falta
de perspectiva de los jóvenes. El transporte también es pésimo. Andamos en
chasis de camión travestido de autobús”, dijo un participante de la marcha, de
56 años. Al grito de “Si el pasaje no baja, Río para”, la mayoría de los
manifestantes recorrieron las calles de la capital fluminense.
En Belo
Horizonte, la tercera mayor ciudad en importancia del país, cerca de 20.000 personas
participaron de las protestas, en las que se produjeron algunos enfrentamientos
con la policía, que reprimió con bombas de gas lacrimógeno y pimienta. Al
cierre de esta edición, aún no se conocía si el enfrentamiento había dejado
heridos. Los comerciantes cerraron sus puertas antes de que los millares de
manifestantes tomaran las calles, y la policía bloqueó las vías de acceso a la
avenida Antonio Carlos, por donde pasó la marcha.
También en
Brasilia hubo choques entre efectivos y manifestantes cuando éstos intentaron
ingresar a la sede del Congreso Nacional. “Aprovechamos el momento en que el
mundo está mirando hacia Brasil para llamar la atención sobre problemas
antiguos. Hay gente que está doce horas en la fila de un hospital y no consigue
ser atendida”, resumió a la TV Globo una manifestante.
En San
Pablo, epicentro de las protestas que comenzaron hace diez días y se
diseminaron rápidamente por todo el país, la marcha contra el aumento de la
tarifa del transporte y la represión policial comenzó a última hora de la tarde
y convocó 60.000 personas al centro de la ciudad. Las protestas en la mayor
metrópolis sudamericana fueron convocadas por el Movimiento Pase Libre, que
reivindica la gratuidad del transporte colectivo de pasajeros y que acordó con
las autoridades que fuera pacífica.
A esta
proclama, que fue duramente reprimida el jueves pasado, se unieron diversos
grupos en todo el país que consideran un derroche inútil de dinero los millones
invertidos en las citas deportivas, cuando hay falta de recursos para salud,
educación, seguridad y vivienda.
El ministro
de Deportes de Brasil, Aldo Rebelo, advirtió, por su parte, que el gobierno no
tolerará que las protestas, que ocurrieron en las horas previas y en las
proximidades de los estadios donde se juegan partidos de la Copa
Confederaciones, perjudiquen el certamen. “No vamos a permitir que ninguna de
esas manifestaciones interfiera en ninguno de los eventos que nos comprometimos
a realizar”, dijo el ministro en Río de Janeiro, donde el domingo se produjo un
duro enfrentamiento entre manifestantes y efectivos de la policía militarizada,
en los alrededores del estadio Maracaná, poco antes del choque entre México e
Italia.
El sábado
tuvo lugar una protesta de similares características en las inmediaciones del
Estadio Nacional Mané Garrincha, en Brasilia, que también fue reprimida con
gases lacrimógenos y balas de goma, poco antes de que comenzara el choque
inaugural del torneo entre Brasil y Japón. “Quien piense que puede impedir la
realización de estos eventos enfrentará la determinación del gobierno”,
enfatizó.
En opinión del ministro, la ocurrencia de manifestaciones no perjudica
la imagen de Brasil hacia el resto del mundo, sino que, por el contrario,
espera que el mundo vea a Brasil como un lugar democrático y capaz de
garantizar el orden. Respecto de las críticas de los manifestantes, que
consideran un despropósito que el gobierno gaste millonarias sumas en eventos
deportivos en desmedro de inversiones en salud, vivienda y educación, Rebelo
argumentó que por cada real gastado por el Poder Público en los torneos, 3,40
fueron invertidos por la iniciativa privada.
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