miércoles, 19 de junio de 2013

BRASIL: DILMA RECONOCIÓ LA VOZ DE LA CALLE. Brasil conmovido por el fútbol y la represión.

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Primero unos cientos de ciudadanos brasileños, pasan los días ahora son miles y en varias ciudades en el mismo día. No sólo es una protesta por la suba de un real o centavos de real en el pasaje urbano. “es la chispa que está encendiendo la pradera”, bastó que solo (in)surja un problema – el transporte - en el inmenso y complejo abanico de derechos, necesidades, reivindicaciones de cada una de las ciudades del gigante Brasil y con el transcurrir de la lucha se vienen presentando un múltiple “ramillete” de reclamaciones, por años acerrados en los, portafolios de Administraciones Políticas anteriores, protestas y movilizaciones en un  clima político cuyo telón de fondo es la INDIGNACION CIUDADANA frente a la corrupción política e institucionalizada, el rechazo absoluto a la expropiación, a la desposesión de bienes públicos en beneficio de grandes corporaciones metidas en trabajos y construcciones para el Mundial 2014 y las Olimpiadas 2016. Están expropiando grandes extensiones del espacio público urbano, - está presente el boom inmobiliario – llegó a las grandes ciudades el antiguo y tradicional modelo extractivista – Barrios de pobres – las Favelas -, plazas públicas, parques, avenidas, están siendo expropiadas, la desposesión en políticas urbanas – robo, expropiación, despojo y pillaje – de las grandes corporaciones, llegó a la “gran y mega ciudad” –manifestación concreta de la “Ciudad global” de Saskia Sassen, está ahora en todo América latina, no hay una sola capital o ciudad importante donde hoy no esté presente esta nueva forma, el nuevo modo de acumulación del capitalismo mundial, el despojo, la expropiación, la Desposesión en general del extractivismo urbano inmobiliario. Ahora emergen grandes y graves problemas no resueltos,  social y políticamente – pobreza, educación y salud de pésima calidad, falta de servicios públicos, desempleo, salarios bajos, inseguridad ciudadana generalizada, corrupción, violencia, es decir se profundiza y extiende la desigualdad económico-social-. La Presidenta reconoce la protesta como la “voz de la calle”, que se respeta, pero es necesario todo un Programa Político, de carácter masivo, inclusivo, participativo, democrático – a la vez que se lucha contra la corrupción pero con políticas efectivas y viables, la pobreza y la violencia – el gobierno asume con responsabilidad de respetar por más mundiales u olimpiadas a realizarse, que la voz de la calle y de la plaza pública en defensa del espacio público, simplemente no se le puede expropiar, despojar, porque ese ciudadano presente en la “revuelta pública” hoy es la voz del nuevo poder emergente, la sociedad civil que lucha por la solución de los principales y centrales problemas, donde la política y la gobernabilidad - en varios idiomas - en minutos se fue al despeñadero político y hoy en el epicentro de la protesta y violencia, no tiene significación alguna y menos constituye algún puente para forjar algunas políticas de consenso y diálogo, necesarios y fundamentales en este momento, en el escenario de un país aún atenazado por la pobreza, la corrupción, la violencia y la desigualdad económico social.
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 Dilma reconoció la fuerza de las protestas. Hay que escuchar la voz  de la calle.
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BRASIL: DILMA RECONOCIÓ LA VOZ DE LA CALLE.
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Eric Nepomuceno *

Desde Río de Janeiro. Página /12 Miércoles 19 de junio del 2013.
Son días de tensión, convulsión pero también de perplejidad. Partidos aliados al gobierno y toda la oposición parecen atónitos. Un movimiento efectivamente espontáneo, nacido de pequeños grupos de estudiantes de clase media con el apoyo de partidos políticos de representación ínfima, desató, a partir de San Pablo, una ola de protestas que colmó las calles de decenas de ciudades y logró, el pasado lunes, poner al menos a 250 mil brasileños protestando contra todo y contra todos a lo largo y a lo ancho del país. Desde 1992, cuando centenares de miles de jóvenes se lanzaron a las calles para exigir la salida del entonces presidente Fernando Collor de Mello no se veía nada igual.
Hay, sin embargo, diferencias fundamentales con movilizaciones multitudinarias anteriores. En 1984, millones de brasileños fueron a las calles a exigir elecciones democráticas. En 1992, lo que se exigía era que el Congreso suspendiera el mandato de un presidente comprobadamente corrupto. En ambas ocasiones, partidos políticos, líderes y dirigentes, además de movimientos sociales, se unieron para perseguir un objetivo común. Había consignas claras y los actos masivos fueron organizados. O sea, han sido movimientos orgánicos, con fuerte adhesión popular.
Ahora, no. Todo empezó con movilizaciones pequeñas, que no lograron reunir a más de tres mil personas, protestando contra un aumento de veinte centavos de real –menos de diez centavos de dólar– en los buses de San Pablo. En poco más de diez días, el escenario se transformó. Ahora son manifestaciones populares sin vislumbre alguno de conducción orgánica. La represión llevada a cabo por la policía militar de San Pablo primero, y de otras ciudades después, produjo una adhesión masiva a los manifestantes. Hubo, es verdad, actos de vandalismo por parte de una minoría de manifestantes. Pero la salvaje actuación de la policía militar en San Pablo, especialmente el jueves de la semana pasada, desató la reacción popular.
Quedó claro que nadie, ni convocantes ni autoridades, esperaba semejante oleada. Un ejemplo claro: el pasado lunes, la policía militar de Río de Janeiro previó que la manifestación anunciada no reuniría más de tres mil personas y dispuso un esquema de seguridad para ese contingente de gente. La protesta reunió a cien mil.
Son muchas las preguntas que flotan en el aire, de la misma forma que son muchas las conclusiones a las que ya se puede llegar. Para empezar, ¿cómo es posible que un movimiento sin ninguna dirección clara y concreta se expanda tanto en tan poco tiempo? ¿Cómo pueden convivir índices elevados de satisfacción y aprobación del gobierno con semejante demostración de insatisfacción? ¿Cómo es posible que nadie, ni en el gobierno y menos en la oposición, haya detectado esa ira latente? En los últimos años la inflación se mantuvo bajo control, el poder adquisitivo del salario medio creció en términos reales, el desempleo sigue en niveles mínimos. Alrededor de 50 millones de brasileños dejaron la zona de pobreza e ingresaron en la llamada nueva clase media. ¿De dónde viene tanto protestar?
Esas son las grandes preguntas. Y que los políticos, tanto del gobierno como de la oposición, no saben contestar. Ahora quedó muy claro que no se aguanta más la pésima calidad de la educación pública, la caótica y perversa situación de la salud pública, el infernal sacrificio humano que significa, para los trabajadores de los grandes centros urbanos, enfrentar la cotidiana tortura del transporte público.
Queda claro, además, que el sistema político, tal como está, ya no representa, efectivamente, a gruesos contingentes de la población. Las alianzas políticas esdrújulas, diseñadas para asegurar la supuesta gobernabilidad, no aseguran otra cosa que intereses mezquinos de dirigencias partidarias que sólo tienen en común el acto de respirar. Las señales de alerta máximo se disparan; los políticos están atónitos.
Las decenas de miles de manifestantes que copan las calles de las ciudades exigen de todo, de la salud a la educación, del transporte al combate a la corrupción, de la inflación a los gastos desmesurados para realizar eventos deportivos como el Mundial de Fútbol o las Olimpíadas. Hay una brecha, se sabe ahora, entre el paraíso de los números y el infierno cotidiano de millones de brasileños.
Es muy revelador el resultado de una encuesta realizada en San Pablo, principal polo financiero de América latina, en los primeros días de las grandes protestas. Con todo su provincianismo metropolitano (que valga la contradicción), con todo su conservadorismo mal disfrazado, con su racismo latente y su sólido prejuicio social, con todo su orgullo de clase media acostumbrada a despreciar a los que no se les parecen, 55 por ciento de los paulistas han apoyado las movilizaciones de protesta.
Algo raro –y peligroso–, pero muy estimulante ocurre en Brasil. El gran peligro está en que no existe una conducción clara y organizada del movimiento. Con eso, y aunque quisiesen, las autoridades, los poderes constituidos, no tienen con quién dialogar o negociar en términos efectivos y conclusivos. Y más: al no existir tal conducción, la violencia de las minorías, para no mencionar a los eternos infiltrados, escapa fácilmente de control, como ocurrió seguidamente esos días.
Entre muchos puntos raros, salta uno: la evidente contradicción entre los niveles de aprobación del gobierno y de la misma presidenta Dilma Rousseff y la dureza de las exigencias de los manifestantes.
Otra rareza: por primera vez en Brasil, el uso de las redes sociales demuestra su eficacia. Utilizando un habitual refrán del ex presidente Lula da Silva, se puede asegurar que “nunca antes en este país” las redes fueron tan eficaces.
Hay perplejidad, hay dirigentes atónitos, hay tensión. Con razón ayer la presidenta Dilma Rousseff aprovechó una ceremonia rutinaria para decir que su gobierno está atento la voz de la calle.
Ojalá todavía haya tiempo para escuchar bien lo que dicen esas voces y empezar a cambiar las cosas, más cosas de las que ya han cambiado.



Al grito de “Si el pasaje no baja, Río para”, los manifestantes recorrieron las calles de la capital fluminense.
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Brasil conmovido por el fútbol y la represión.

San Pablo, Río y Belo Horizonte, epicentros de la protestas contra los gastos excesivos por el mundial.
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Las movilizaciones, que comenzaron en San Pablo, tienen como uno de sus principales objetivos protestar por el aumento de la tarifa del transporte público. Hubo incidentes en varias ciudades y la presidenta Rousseff dijo que “las manifestaciones pacíficas son legítimas”.

Página /12 martes 18 de junio del 2013.

San Pablo, Río de Janeiro y Belo Horizonte, que integran el triángulo de poder económico de Brasil, y Brasilia, el corazón político del país, fueron escenario ayer de multitudinarias manifestaciones contra los gastos vinculados a la Copa Confederaciones y el Mundial de 2014 y en repudio a la represión policial. Las protestas, que también se realizaron en otras ciudades, tienen como uno de sus principales objetivos protestar por el aumento de la tarifa del transporte público, reivindicación que provocó en San Pablo cinco manifestaciones, con la de ayer, de las cuales la del jueves fue violentamente reprimida por la policía, generando reacciones de repudio en todo Brasil y también en el exterior. “Las manifestaciones pacíficas son legítimas y propias de la democracia”, dijo la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, en reacción a las movilizaciones. “Es propio de los jóvenes manifestarse”, aseguró Rousseff.
En Río de Janeiro, la principal avenida, Río Branco, y las calles adyacentes del centro fueron colmadas por al menos 40 mil manifestantes. La policía militarizada acompañó la manifestación. “Sin violencia” y “Ven a las calles, ven contra el aumento”, fueron las consignas que corearon los que se movilizaron, que contaron con el apoyo de vecinos y oficinistas que salieron a las ventanas a mostrar su adhesión al movimiento. La marcha, que durante cuatro horas se desarrolló en forma pacífica, tuvo momentos de fuerte tensión cuando un grupo atacó con bombas molotov la sede de la Asamblea Legislativa y quemó autos; mientras que la policía respondió con gases lacrimógenos y spray pimienta. El presidente de la Asamblea, Paulo Melo, lo calificó de “acto de terrorismo”
“No es por los centavos (de aumento). Esto es una demanda reprimida, reflejo de la falta de perspectiva de los jóvenes. El transporte también es pésimo. Andamos en chasis de camión travestido de autobús”, dijo un participante de la marcha, de 56 años. Al grito de “Si el pasaje no baja, Río para”, la mayoría de los manifestantes recorrieron las calles de la capital fluminense.
En Belo Horizonte, la tercera mayor ciudad en importancia del país, cerca de 20.000 personas participaron de las protestas, en las que se produjeron algunos enfrentamientos con la policía, que reprimió con bombas de gas lacrimógeno y pimienta. Al cierre de esta edición, aún no se conocía si el enfrentamiento había dejado heridos. Los comerciantes cerraron sus puertas antes de que los millares de manifestantes tomaran las calles, y la policía bloqueó las vías de acceso a la avenida Antonio Carlos, por donde pasó la marcha.
También en Brasilia hubo choques entre efectivos y manifestantes cuando éstos intentaron ingresar a la sede del Congreso Nacional. “Aprovechamos el momento en que el mundo está mirando hacia Brasil para llamar la atención sobre problemas antiguos. Hay gente que está doce horas en la fila de un hospital y no consigue ser atendida”, resumió a la TV Globo una manifestante.
En San Pablo, epicentro de las protestas que comenzaron hace diez días y se diseminaron rápidamente por todo el país, la marcha contra el aumento de la tarifa del transporte y la represión policial comenzó a última hora de la tarde y convocó 60.000 personas al centro de la ciudad. Las protestas en la mayor metrópolis sudamericana fueron convocadas por el Movimiento Pase Libre, que reivindica la gratuidad del transporte colectivo de pasajeros y que acordó con las autoridades que fuera pacífica.
A esta proclama, que fue duramente reprimida el jueves pasado, se unieron diversos grupos en todo el país que consideran un derroche inútil de dinero los millones invertidos en las citas deportivas, cuando hay falta de recursos para salud, educación, seguridad y vivienda.
El ministro de Deportes de Brasil, Aldo Rebelo, advirtió, por su parte, que el gobierno no tolerará que las protestas, que ocurrieron en las horas previas y en las proximidades de los estadios donde se juegan partidos de la Copa Confederaciones, perjudiquen el certamen. “No vamos a permitir que ninguna de esas manifestaciones interfiera en ninguno de los eventos que nos comprometimos a realizar”, dijo el ministro en Río de Janeiro, donde el domingo se produjo un duro enfrentamiento entre manifestantes y efectivos de la policía militarizada, en los alrededores del estadio Maracaná, poco antes del choque entre México e Italia.
El sábado tuvo lugar una protesta de similares características en las inmediaciones del Estadio Nacional Mané Garrincha, en Brasilia, que también fue reprimida con gases lacrimógenos y balas de goma, poco antes de que comenzara el choque inaugural del torneo entre Brasil y Japón. “Quien piense que puede impedir la realización de estos eventos enfrentará la determinación del gobierno”, enfatizó.
En opinión del ministro, la ocurrencia de manifestaciones no perjudica la imagen de Brasil hacia el resto del mundo, sino que, por el contrario, espera que el mundo vea a Brasil como un lugar democrático y capaz de garantizar el orden. Respecto de las críticas de los manifestantes, que consideran un despropósito que el gobierno gaste millonarias sumas en eventos deportivos en desmedro de inversiones en salud, vivienda y educación, Rebelo argumentó que por cada real gastado por el Poder Público en los torneos, 3,40 fueron invertidos por la iniciativa privada.


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