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“Trump practica una narrativa que no deja de asombrar. Ahora
resulta que el petróleo
venezolano le pertenece a su gobierno y no a los habitantes
del suelo donde brota. Desde la Faja del Orinoco a la Cuenca de
Maracaibo. El cowboy de jopo dorado cree vivir en pleno siglo XIX,
cuando Estados Unidos empezó a comprar o robar territorios de la
Florida a la Luisiana, de Texas a casi la mitad de lo que era
México. Cree ser el amo que regula el sistema-mundo como lo concibió
Immanuel Wallerstein y por el destino manifiesto de EE. UU.,
puede arrebatar bienes ajenos por derecho divino.
Y no solo petróleo;
también acuíferos, tierras raras, minerales, riquezas de
las que se siente dueño y custodio.
“Supera a los piratas de la isla Tortuga que al menos tenían códigos para rapiñar y se
apoderaban de cargamentos de oro del imperio español. Le quitaban al más
poderoso de la época. Conformaban una hermandad. Henry Morgan
fue el más célebre. Trump sigue sus pasos hoy,
pero en beneficio de la élite global que representa. La política de Estados
Unidos es unilateral. Se resiste a asimilar un nuevo orden
inverso, multilateral. Se basa en la doctrina Monroe,
reescrita en clave actual como también se reescribe la doctrina
de Seguridad Nacional que padeció Latinoamérica,
pero en el siglo XX. Son casi 20 millones de kilómetros cuadrados que EE. UU.
siempre tuteló bajo el mandato de ser el pueblo elegido
por dios.
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EL PETRÓLEO AJENO, LOS INMIGRANTES Y EL DESTINO MANIFIESTO DE EE.
UU.
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Por
Gustavo Veiga.
Fuente.
Página /12 viernes 19 de diciembre del 2025.
Cómo
explicar el mundo apartándose de la lógica binaria que plantea la extrema
derecha global. Una cruzada contra el comunismo, como si viviéramos en 1917 o
en plena Guerra Fría. Un conflicto planteado en términos de ellos o nosotros,
de buenos o malos, Estados Unidos o China, EE. UU. o
los BRICS, Occidente u Oriente, el dólar contra el yuan o el rublo, la moneda
de mejor rendimiento en 2025.
La
llamada batalla cultural está en pleno desarrollo y hoy tiene como epicentro
América latina. Va dirigida contra los pueblos y líderes
que resisten la arrogancia expansionista de una potencia decadente.
Busca terminar con los despojos que quedan de una integración
regional donde anidaron ideologías diversas – nacionales, progresistas,
más o menos izquierdistas - cuya nave insignia en el continente
fue el llamado socialismo del siglo XXI al que se debe terminar de
aplastar.
La
definición la popularizó Hugo Chávez, heredero de la tradición de los
revolucionarios de la Sierra Maestra liderados por Fidel y el Che. No
es un anacronismo porque la teoría de la dependencia sigue vigente, casi
70 años después de su creación.
Aquel
concepto que intentó ampliar los márgenes del socialismo del siglo XX le
pertenece al sociólogo alemán Heinz Dieterich Steffan. Decía en su texto de
1996:
“La perspectiva de los años venideros es de lucha. Incapaz de resolver los grandes problemas de la humanidad, el capitalismo en su fase actual ya sólo agudiza el hambre, la miseria, la guerra y la represión. Las mayorías y sujetos democratizadores están obligados, por lo tanto, a decidir qué estrategia van a adoptar ante la nueva agresividad y las renacientes tendencias fascistoides de la elite global”.
DESTINO MANIFIESTO. La Doctrina citada por Trump, por la que Estados Unidos se ve como la "nación elegida por Dios".
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Decía
además que había tres alternativas. Una defensiva, otra
ofensiva o una combinación de las dos, pero que no había tiempo que
perder por “el futuro del sistema global y de la humanidad”. Dieterich
trabajó con Chomsky, se distanció más tarde del líder de la
Revolución Bolivariana y vaticinó hace más de una década que Nicolás
Maduro no podría sostenerse en el poder. Se equivocó.
Pasaron
27 años desde que Chávez ganó su primera elección y llegamos hasta acá. Pero
parece que no alcanza con el intento de expoliar países, como está
sucediendo con Venezuela, cercado por la “mayor armada jamás reunida”
según Donald Trump. Un presidente que,
según su propia secretaria general, Susie Wiles, tiene “la
personalidad de un alcohólico” aunque sea abstemio. Pero los señores
feudales del siglo XXI en alianza tácita con el neofascismo planetario
quieren más, exigen más y hasta extrapolan sus argumentos.
Trump
practica una narrativa que no deja de asombrar. Ahora
resulta que el petróleo
venezolano le pertenece a su gobierno y no a los habitantes
del suelo donde brota. Desde la Faja del Orinoco a la Cuenca de
Maracaibo. El cowboy de jopo dorado cree vivir en pleno siglo XIX,
cuando Estados Unidos empezó a comprar o robar territorios de la
Florida a la Luisiana, de Texas a casi la mitad de lo que era
México. Cree ser el amo que regula el sistema-mundo como lo concibió
Immanuel Wallerstein y por el destino manifiesto de EE. UU.,
puede arrebatar bienes ajenos por derecho divino.
Y no solo petróleo;
también acuíferos, tierras raras, minerales, riquezas de
las que se siente dueño y custodio.
Supera
a los piratas de la isla Tortuga que al menos tenían
códigos para rapiñar y se apoderaban de cargamentos de oro del imperio español.
Le quitaban al más poderoso de la época. Conformaban una hermandad.
Henry Morgan fue el más célebre. Trump sigue sus pasos
hoy,
pero en beneficio de la élite global que representa.
La
política de Estados Unidos es unilateral. Se resiste a asimilar un
nuevo orden inverso, multilateral. Se basa en la doctrina
Monroe, reescrita en clave actual como también se reescribe
la doctrina de Seguridad Nacional que padeció Latinoamérica, pero en el siglo XX. Son
casi 20 millones de kilómetros cuadrados que EE. UU.
siempre tuteló bajo el mandato de ser el pueblo elegido
por dios.
Esas
ideas quedaron expuestas a lo largo de su historia
como la matriz económica en que basó su expansión y riquezas. Los
esclavos de las plantaciones de algodón se multiplicaron, los
nuevos esclavos hispanos que hicieron rico al país
también y hasta los ciudadanos chinos importados para construir su
ferrocarril de costa a costa cumplieron su tarea y fueron deportados
hace más de un siglo. Su estadía en el país ya no tenía razón de ser.
La
sinofobia sigue ahí hasta ahora, más de un siglo
después. Una contribución importante a esa construcción de sentido la
hicieron los medios periodísticos de William Randolph Hearst, dueño
de un emporio empresarial. Plantó la semilla del “peligro amarillo”
en la sociedad estadounidense de la época. Ese peligro
amarillo que Trump redescubre dos siglos después.
En
este año que se va, 200 mil inmigrantes fueron expulsados por el brazo armado
de la agencia federal ICE, especie de gestapo que
secuestra indocumentados, destruye familias y encadena
latinoamericanos para subirlos a aviones que en ocasiones ni siquiera
vuelan con ellos a sus países de origen. Se los deja en naciones
en guerra como Sudán del Sur.
En
junio de 1939, el transatlántico alemán Saint Louis y sus 937 pasajeros, casi
todos judíos, fueron rechazados en EE. UU.
También sucedió lo mismo en Cuba y Canadá. El barco se
vio forzado a regresar a Europa y más de una cuarta parte del
pasaje fue asesinado durante el Holocausto. En aquel momento, funcionarios
norteamericanos y hasta el propio presidente Franklin Roosevelt, justificaron
la medida en que los refugiados eran una grave amenaza para la
seguridad nacional.
La
misma retórica que usa Trump mientras aplica una política xenófoba y continúa
con su aventura petrolera en el Caribe.
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