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“Todo lo anterior viene acompañado de un deterioro progresivo de las instituciones y de la representación
política. The Economist sitúa a Estados Unidos entre las naciones con “democracia imperfecta”. La
propia opinión de la población estadounidense en las encuestas es lo
que quizá refleje mejor lo que está ocurriendo en la que hasta
ahora es la potencia que controla el mundo: solo el 24 % de
estadounidenses cree que el país va “por el camino correcto”,
la mitad de jóvenes califica al país como “tercermundista”
y sólo el 55 % de los estadounidenses creía que Biden ganó
legítimamente las elecciones de 2020. En abril pasado, el 52 % de los
estadounidenses, el 56 % de los independientes e incluso el 17 % de
los republicanos consideraba en una encuesta que Trump es un “dictador
peligroso cuyo poder debería limitarse antes de que destruya la democracia
estadounidense”. Aunque, en enero de 2024, tres cuartas partes
de los republicanos apoyaban en una encuesta que Trump fuese
“dictador por un día”, como el actual presidente había dicho que sería.
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Fuentes: Ctxt [Foto: Tiendas de campaña de personas sin hogar en San Francisco, California, mayo de 2020. / Christopher Michel]
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TERCERMUNDISMO EN ESTADOS UNIDOS: la cara interna de su declive
imperial.
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Por Juan Torres López | 15/12/2025 | EE.UU.
Fuentes Revista Rebelión lunes 15 de
diciembre del 2025.
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El crecimiento económico en el país se
caracteriza por el extractivismo, la desigualdad, grandes bolsas de pobreza
estructural, infraestructuras colectivas deterioradas, multiplicación de
conflictos latentes e instituciones débiles.
Hay una gran coincidencia sobre el
cambio que se viene produciendo en la posición de Estados Unidos en el mundo:
su poder imperial no es el que fue.
Algunas investigaciones no dudan en
hablar incluso de colapso del poderío estadounidense. Otras, a mi juicio más realistas,
ven un declive progresivo y posiblemente irreversible. Los propios documentos
oficiales reconocen abiertamente que su poder e influencia están menguando. El
reciente Informe de
Estrategia de Seguridad Nacional de
los Estados Unidos de América, publicado el pasado mes de noviembre, lo
confiesa claramente al referirse a China:
“Lo que empezó como una relación entre una economía madura y próspera y uno de los países más pobres del mundo se ha transformado en una relación entre casi iguales”. Cuando en sus primeras páginas establece “qué quieren los Estados Unidos” (protegerse de ataques militares y de influencias extranjeras hostiles; infraestructura nacional resiliente frente a desastres; la disuasión nuclear más robusta, creíble y moderna; la economía más fuerte, dinámica, innovadora y avanzada; la base industrial más robusta; el sector energético más sólido, o el país más avanzado e innovador del mundo en ciencia y tecnología) no hace sino mencionar lo que desea, porque de todo ello empieza a carecer. Al menos, en las condiciones privilegiadas de hace sólo unas pocas décadas.
ESTADOS UNIDOS COLAPSO NEOLIBERAL. El tercermundismo en
Estados Unidos: la cara interna de su declive imperial.
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A esa coincidencia hay que añadirle un
punto en común de la
mayoría de los análisis sobre el poder estadounidense que, a mi juicio,
supone una limitación importante. El declive de Estados Unidos se valora en
términos de los cambios que se producen en su relación con el resto de las
naciones.
No niego que eso sea un aspecto
fundamental e indiscutible.
El poder imperial de Estados Unidos se ha basado desde la Segunda
Guerra Mundial en cuatro grandes pilares: el económico, industrial,
comercial y financiero, el tecnológico, el militar y el cultural. Los cuatro
han determinado la naturaleza de sus relaciones con el resto del
mundo y ahora entran en declive, aunque no con igual intensidad, lo cual
es algo también muy relevante.
El de los dos primeros es innegable. El PIB real de Estados Unidos
ha pasado de representar el 40 % del global en 1960 al 29,2
% en 2024. El de su producción industrial pasó del 40 % al 19
%, y su participación en el comercio mundial se ha desplomado del
30 % del global al 10 %. Y aunque el dólar sigue siendo la divisa
más potente del mundo, su peso en el total de las reservas
globales ha bajado más de 25 puntos porcentuales en las últimas seis
décadas.
Algo parecido ha sucedido en materia tecnológica. Si bien sigue siendo una primera potencia en numerosos campos, China le pisa los talones. Estados Unidos ha perdido el completo control que hasta hace poco tenía sobre recursos fundamentales para que una economía esté en primera línea del progreso tecnológico y sea económicamente dominante. Ni siquiera su poder blando o cultural se mantiene intacto y sólo en el militar disfruta, por ahora, de una ventaja decisiva y sustancial sobre cualquier otro país del mundo.
Es fundamental, como he dicho, tener presente todo
ello; es decir, lo que cambia en la relación de la economía y la sociedad
estadounidenses con el resto del mundo. Aunque quizá no tanto por lo
que está disminuyendo como por lo que le queda como principal resorte
de poderío (su capacidad militar), si lo que se quiere es conocer el
tipo de relación y hegemonía que va a verse obligado a imponer a
partir de ahora, tanto a sus antiguos socios y aliados como a las naciones
con quien compite o considera adversarias.
Pero, en todo caso, y siendo todo ello importante,
me parece que se están olvidando los procesos que se dan en el interior de
Estados Unidos, cuando puede ser que incluso sean más
determinantes que los exteriores.
Me refiero al deterioro progresivo de
las condiciones de vida
de una parte creciente de la población, a la pérdida de estabilidad
y a la fragmentación creciente de la sociedad, a la quiebra de instituciones
esenciales y al avance acelerado hacia la autocracia que se está
produciendo.
Durante decenios, el poder imperial estadounidense
se basó también en la existencia de una sociedad que, por muchas que fuesen
sus fracturas, se presentaba hacia el exterior y se sentía a sí misma como
la expresión real de un sueño realizado, el espejo en el que necesariamente
debían mirarse quienes aspiraban al progreso y el bienestar. Allí estaban
la seguridad, el equilibrio, el mundo en que todo era posible para
cualquier persona, el consumo sin límite y la abundancia generalizada…
Hoy día, sin embargo, la sociedad, la economía doméstica y la política se han degradado y se descomponen, posiblemente, a un ritmo bastante más rápido que el de la pérdida de peso de Estados Unidos en las relaciones internacionales. Sigue siendo, sin duda, una sociedad privilegiada, la más rica del planeta, pero empieza a no ser exagerado decir que Estados Unidos se parece cada vez más a los países que tradicionalmente se han denominado como tercermundistas o subdesarrollados. Es decir, los que, con independencia de la cuantía de su actividad económica, se han caracterizado por el crecimiento sin bienestar, el extractivismo, las grandes bolsas de pobreza estructural, la gran extensión de mercados informales, la inseguridad, el urbanismo caótico y las infraestructuras colectivas deterioradas y los déficits de inversión social, las instituciones democráticas débiles o capturadas, y la multiplicación de conflictos latentes y asociados a todo ello que generan violencia, segregación y sociedades sometidas a constantes conflictos soterrados o explícitos.
"Estados Unidos parece un Estado del Tercer Mundo" según el Fiscal General de la Potencia Mundial.
*****
La realidad social de Estados Unidos,
la que está afectando al día a día de la gente corriente, es muy parecida a
todo eso.
El modelo económico estadounidense ha
mutado, y el crecimiento
se basa en la generación de actividad puramente improductiva, en la “producción”
de más bienes intangibles –seguros, datos, patentes, rentas de
monopolio– que bienes físicos. La burbuja de inversiones
especulativas y basada en trampas contables sostiene
actualmente el crecimiento del PIB, y si el desempleo se midiera
con los métodos anteriores a los establecidos bajo la presidencia de Clinton,
el paro sería del 22 %, sólo tres puntos por debajo del registrado
en la Gran Depresión de 1929. La economía de Estados Unidos genera más
riqueza que ninguna otra, si se mide en los términos muy brutos
del Producto Interior Bruto, pero esa riqueza
se concentra en las grandes corporaciones tecnológicas y en el sistema
financiero, mientras que la mayoría de los trabajadores carece
cada día más de ingreso y ahorros y vive al borde de la insolvencia.
La desigualdad en el reparto del
ingreso y la riqueza
es la mayor del mundo desarrollado, y quizá no tenga parangón
en todo el planeta. Ha habido periodos en el último cuarto de siglo
en el que el 1 % más rico de la población se ha apropiado
del 95 % del ingreso que se iba generando. El coeficiente
de concentración de la riqueza es prácticamente el mismo que el de Madagascar,
Haití, Tanzania o Camerún y mayor que el de Rusia, China,
Marruecos, Chad, Etiopía o Irak.
Casi la mitad de las carreteras y uno de cada cinco kilómetros
de autopista están en “mal o regular” estado. Más de 45.000
puentes son estructuralmente deficientes y la red eléctrica sufre
apagones regulares. En grandes ciudades como Detroit,
Cleveland o St. Louis, la desindustrialización ha dejado barrios con
indicadores de renta, mortalidad y violencia comparables a los de América
Central. En otras, como Portland, se ha tenido que declarar el
estado de emergencia de tres meses para intentar frenar el uso
y el impacto del fentanilo (cincuenta veces más potente que la heroína).
Las mafias (estadounidenses, como los bancos que custodian
el dinero que mueven) controlan su distribución por todo el país.
Con el 40 % de todas las armas civiles existentes en el planeta, en Estados
Unidos mueren cada año más personas por disparos que en todas las guerras
que libra el país fuera de sus fronteras. Allí hay casi seis veces
más homicidios que en Europa y allí se encuentra el mayor sistema carcelario
del mundo: alrededor de dos millones de personas estaban en
prisión en 2024 (más que en Rusia, Sudáfrica o Brasil). La fuerza
laboral de las personas encarceladas se utiliza para fabricar
bienes para empresas privadas con sueldos de un dólar por hora de
trabajo. Muchos de ellos, además, fueron llevados a prisión
como consecuencia de mala práctica o brutalidad policial, supresión
de pruebas o confesiones forzadas.
Aunque Estados Unidos es el país en el que se gasta más dinero en
salud (mayoritariamente privada y en beneficio de las grandes
empresas sanitarias y aseguradoras), hay casi 50 millones de
personas sin acceso a servicios de salud, lo que produce, por
esa razón, más muertes anuales que los accidentes de tráfico. La
esperanza de vida es inferior a la de Cuba, la tasa de pobreza infantil
es prácticamente la misma que la de Filipinas. La mortalidad
materna es tres veces mayor que la de Canadá. Casi 800.000
personas vivían sin techo a primeros de 2024. Estados
Unidos está, junto a Islas Marshall, Micronesia, Palaos, Papúa Nueva Guinea,
Nauru, Niue, Surinam y Tonga, entre las únicas naciones del mundo que no
garantizan la licencia por maternidad remunerada en 2025.
La emergencia educativa en Estados Unidos.
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La educación se deteriora
progresivamente. El 54
% de las personas adultas lee por debajo del nivel de 6º de Primaria,
según el Departamento de Educación. Y el sistema educativo, en
lugar de actuar como impulsor de la movilidad social, se ha
convertido en una trampa financiera para millones de
familias: en agosto de este año, la deuda estudiantil se disparó a 1,81
billones de dólares,
con 42,5 millones de prestatarios adeudando un promedio de 39.075 dólares cada
uno.
La Oficina de las Naciones Unidas para
el Desarrollo Sostenible
sitúa hoy día a Estados Unidos en el puesto 44 a nivel mundial de
su índice, justo por detrás de Cuba, Bulgaria, Ucrania y Tailandia.
Y la nación más rica del mundo ocupa, sin embargo, el puesto 17
en el índice de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD).
Todo lo anterior viene acompañado de
un deterioro progresivo
de las instituciones y de la representación política. The
Economist sitúa a Estados Unidos entre las
naciones con “democracia imperfecta”. La propia opinión de la población estadounidense
en las encuestas es lo que quizá refleje mejor lo que está ocurriendo
en la que hasta ahora es la potencia que controla el mundo: solo
el 24 % de estadounidenses cree que el país va “por el camino
correcto”, la mitad de jóvenes califica al país como “tercermundista”
y sólo el 55 % de los estadounidenses creía que Biden ganó
legítimamente las elecciones de 2020. En abril pasado, el 52 % de los
estadounidenses, el 56 % de los independientes e incluso el 17 % de
los republicanos consideraba en una encuesta que Trump es un “dictador
peligroso cuyo poder debería limitarse antes de que destruya la democracia
estadounidense”. Aunque, en enero de 2024, tres cuartas partes
de los republicanos apoyaban en una encuesta que Trump fuese
“dictador por un día”, como el actual presidente había dicho que
sería.
Peter Turchin (Final de partida:
Elites, contraélites y el camino a la desintegración política. Editorial
Debate) ha estudiado la evolución de cientos de sociedades a lo largo de 10.000
años y ha descubierto con claridad que la desigualdad es el principal factor
explicativo de su decadencia. Debemos atender principalmente a lo que está
ocurriendo en el interior de Estados Unidos, más que a su exterior, para poder
anticipar lo que va a suceder y de qué manera se van a ir produciendo los
acontecimientos a los que lleva su decadencia imperial. Y lo que ya se puede ir
vislumbrando en ese sentido es preocupante: el imperio se está convirtiendo en
un monstruo autocrático, militarizado e inhumano.
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