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“Tanto la República Popular como la Federación Rusa intentan de forma denodada “desconectarse”
de los mecanismos institucionales de extorsión, creados para limitar
las soberanías nacionales, buscando alternativas de autonomía
y multipolaridad horizontal en los BRICS. Xi Jinping, con su resistencia
triunfante a la guerra arancelaria plantada por Washington, y
Vladimir Putin, con su Operación Militar Especial exitosa contra
los 32 países integrantes de la OTAN, han sepultado la posguerra fría
e inaugurado una nueva etapa de las relaciones internacionales.
El modelo que promueve la República Popular es el de “soberanía
civilizatoria”, según el cual cada país tiene el derecho inalienable
de gobernarse de acuerdo con sus tradiciones –y de decidir qué
sistema político prefiere–, sin tener que someterse a ningún formato
de homogeneización global, utilizado históricamente por el liberalismo
europeo para arrasar con identidades nacionales.
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LA MADRE DE LAS BATALLAS: ESTADOS UNIDOS CONTRA CHINA.
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Por Jorge
Elbaum.
Fuente-
Página /12. Domingo 28 de diciembre del 2025.
AFP/AFP)
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Desde hace una década nos encontramos
peregrinando por una Segunda Guerra Fría. Como en la anterior, sus escenarios de conflicto se
diversifican en territorios combinados y yuxtapuestos. Los bombardeos
ejecutados por Donald Trump (foto) en Nigeria —para
recuperar el liderazgo del “Occidente cristiano” en su lucha
contra el terrorismo—, los asesinatos extrajudiciales en
Centroamérica y el intervencionismo brutal en países de Latinoamérica y el
Caribe responden al mismo interés por conservar una hegemonía hoy
atenuada. Con la intención de recuperarla, por lo menos
discursivamente, la Secretaría de Guerra de los Estados Unidos difundió
el 23 de diciembre el documento titulado Desarrollos militares y de seguridad de la República
Popular China, en el que demoniza el fortalecimiento
de la República Popular al tiempo que advierten sobre los peligros que
suponen las articulaciones “comunistas” en la región.
Las cien páginas del documento del Pentágono plantean el desafío desesperado por truncar el XV Plan Quinquenal (2026-2030), que prevé un incremento del vínculo de Beijing con el Sur Global, y el correspondiente aumento de la cooperación con América Latina y el Caribe. Dicho objetivo se especifica en el Documento sobre la Política de China hacia la región, publicado el último 10 de diciembre, dos semanas antes de que fuera difundido el informe del Pentágono. Este último, presentado por el expanelista televisivo y actual secretario de Guerra Pete Hegseth, bosqueja la confrontación contra Beijing sobre la base de tres dimensiones estructurales: las nucleares, territoriales y tecnológicas.}
El primer aspecto se vincula con el
potencial liderazgo
de Beijing en la construcción de
reactores nucleares de sal fundida (MSR), que serían capaces
de reducir de forma significativa el costo de la energía para 2030. La segunda
dimensión se refiere al motivo por el cual Trump está tan interesado en Groenlandia.
El Ártico posee riquezas enormes. Se
considera que alrededor del 13% de las reservas petrolíferas y el 30%
del gas natural se encuentran en dicho territorio. Además,
esa ruta nórdica empieza a ser uno de los nuevos corredores de
transporte marítimo, circuito en el que Beijing propone, junto a Moscú,
trazar una “Ruta de la Seda Polar”. En 2022, ambos países realizaron ejercicios
militares conjuntos en los mares de Bering y Chukotka, y
establecieron en el archipiélago de Svalbard un grupo de investigación
científico de los BRICS.
La dimensión tecnológica planeada por
el Pentágono es la
más compleja e influyente en las otras dos dimensiones restantes
(el término “tech” se repite 119 veces en el documento) y se vincula con
aspectos de investigación básica (computación cuántica), innovación
tecnológica aplicada (inteligencia artificial), recursos
naturales (tierras raras y minerales críticos), satélites, cables
de fibra óptica submarinos) y estándares de transmisión de
datos (como 5G y 6G) que compiten por establecer los protocolos globales
para las futuras tecnologías estratégicas. El proyecto China Standards 2035 ha sumado socios
en tres decenas de países y puja por liderar la comercialización de
patentes chinas en la próxima década.
Tanto la República Popular como la
Federación Rusa
intentan de forma denodada “desconectarse” de los mecanismos institucionales
de extorsión, creados para limitar las soberanías nacionales, buscando
alternativas de autonomía y multipolaridad horizontal en los
BRICS. Xi Jinping, con su resistencia triunfante a la guerra
arancelaria plantada por Washington, y Vladimir Putin, con su Operación
Militar Especial exitosa contra los 32 países integrantes de la
OTAN, han sepultado la posguerra fría e inaugurado una nueva
etapa de las relaciones internacionales. El modelo que promueve la República
Popular es el de “soberanía civilizatoria”, según el cual cada
país tiene el derecho inalienable de gobernarse de acuerdo con sus
tradiciones –y de decidir qué sistema político prefiere–, sin
tener que someterse a ningún formato de homogeneización global,
utilizado históricamente por el liberalismo europeo para arrasar con
identidades nacionales.
En marzo de 2023, en su discurso ante el pleno de la XIV Asamblea
Popular Nacional, Xi Jinping señaló que “una
civilización de 5000 años” no tiene que copiar sistemas políticos ni
importar modelos ajenos. Ha sabido aprender de esa larga marcha y
no está dispuesta a aceptar ningún tipo de intromisión en sus asuntos
internos. La propuesta concreta, que Vladimir Putin ha respaldado,
es la sustitución de los “valores mal llamados universales” –impuestos
como únicos e indiscutibles por el modelo eurocéntrico atlantista– por los
conceptos de “valores compartidos” y “equilibrio
civilizatorio”, respetuosos de las divergencias históricas, culturales e
ideológicas.
Este modelo westfaliano
asimétrico habilitó
la creación de la Liga de las Naciones y, posteriormente, de las Naciones
Unidas (ONU). Las relaciones internacionales se instauraron sobre
fronteras que debían respetarse. La ONU fue fundada
con una arquitectura de soberanías jerárquicas: los cinco ganadores
de la Segunda Guerra Mundial se reservaron para sí mismos la
capacidad de vetar disposiciones dentro del Consejo de Seguridad (CS). Ese
esquema empezó a resquebrajarse con los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia
—en la década de los noventa—, cuando la República Popular
China y la URSS apelaron a sus respectivos vetos en el CS, sin que Estados
Unidos y la OTAN se aviniesen a respetar dicha prerrogativa inscripta
en la Carta Fundamental de la ONU. El otro factor
que fue utilizado de forma incremental para debilitar las soberanías
ha sido la utilización de factores transnacionales:
el endeudamiento, las
redes de delincuencia supranacionales, las tecnologías de la comunicación, la
salud y el medio ambiente se convirtieron en elementos de chantaje para
intervenir en los asuntos internos de los países.
El supuesto de Occidente de que la única forma de
abordar dichos problemas globales debía partir de sus
propios criterios morales habilitó diferentes formas de
injerencia “globalista”, que hoy aparecen como cándidas frente
al brutalismo trumpista. De una u otra manera, cualquier abordaje
soberano puede convertirse hoy en un pretexto para el
castigo, el bloqueo o la invasión. En síntesis:
el modelo de soberanía
westfaliano, instituido en el siglo XVII, solo ha tenido validez plena para
Occidente. En la actualidad, el corolario desinhibido trumpista pretende su
descomposición total, salvo para Estados Unidos. Ni China respecto a Taiwán, ni
Venezuela respecto a su petróleo, ni Cuba respecto a su revolución, ni Rusia
respecto a su seguridad pueden —en la mirada de Occidente— expresar razones
soberanas.
Ese no es un derecho, según Donald
Trump, de los pueblos
inferiores. Sin embargo, el cambio geopolítico actual no parece
comulgar con su espíritu supremacista. Por el contrario, sus
ínfulas imperiales, aunque ampulosas y violentas insisten en exhibir
su íntima y brutal fragilidad.
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