“El cambio
cultural, tantas veces reclamado, se impone. Pero no es parche; no basta con
leer un libro, con visitar un
barrio o una comunidad… Está anclado a nuevas prácticas, a debates con la
diversidad de actores sujetos, sobre todo para escuchar, y a estudios críticos de las experiencias históricas y recientes de los
movimientos sociopolíticos que hicieron posibles, que gestaron, las coyunturas
políticas que posibilitaron la llegada al gobierno de sectores populares,
progresistas o, incluso, representantes
de los propios movimientos populares, indígenas, sindicales, campesinos, de
mujeres… como ha ocurrido, por ejemplo, en el proceso revolucionario
democrático de Bolivia,
que abrió cauce a la fundación del primer Estado Plurinacional de Nuestra
América, anclado en un proceso raizal de revolución democrática en descolonización intercultural.
Pero una cosa es leer recomendaciones, incluso enunciarlas, y otra asumirlas y
desarrollarlas en nuevas prácticas políticas de organización y convivencia
cotidiana en cada actividad en la que se participa. Hace falta una labor consciente, intencional y simultánea de
deconstrucción de viejos paradigmas que hoy son grandes anteojeras, abrir las
entendederas a lo nuevo y lo que viene
coexistiendo y desarrollándose desde abajo: las experiencias comunitarias
de vida e interrelación, las creaciones alternativas económico-productivas de
los pueblos que vienen gestando una nueva civilización, aunque ciertamente,
todavía muy limitadas –entre varias
razones, por su estado de fragmentación y aislamiento”.
“En tanto la política se desarrolla en base al conflicto entre
fuerzas sociales con intereses diversos, en
el que cada una busca dirimir a su favor las diferencias en los disímiles
terrenos en que se enfrentan, necesariamente, un sector o agrupamiento de sectores, necesita predominar sobre los
otros, dominarlos, ya sea mediante el uso de la fuerza directa (sobre los cuerpos:
represión), o sobre las mentes (hegemonía ideológica, cultural y política).
Estamos en el tiempo del predominio de esta última tendencia. La interrogante que surge es: ¿Se ha
actuado atendiendo a que este factor es la clave del accionar del adversario
político de los pueblos y sus representantes en este tiempo? La respuesta es “No”. Y los espacios vacíos o
abandonados fueron ocupados por la ideología del poder que sí se ocupó de
llenarlos con sus contenidos y proposiciones engañosas. Ciertamente, es de notar que la irrupción de los gobiernos populares
abrió puertas a cierto acomodamiento y achatamiento del quehacer de actores
políticos y sociales, abonando también una especie de reflujo del protagonismo de
los otrora muy activos movimientos sociales, que se suma agravando lo
anteriormente expresado”.
/////
Dra. Isabel Rauber. Autoridad Intelectual en el trabajo de Investigación cientifico- social sobre los Movimientos Sociales en América latina.
***
AMÉRICA LATINA: LOS
MOVIMIENTOS
SOCIALES EN TIEMPOS DE CONTRA-
REVOLUCIÓN PREVENTIVA GLOBAL.
*****
Isabel Rauber.
ANLATINA jueves 30 de noviembre del
2017.
La
intelectual argentino-cubana hace una radiografía del estado actual de los
movimientos sociales en América Latina e identifica los desafíos que les exige
la coyuntura, particularmente de los que están en situación de gobierno.
La
globalización cambia de rostro
La realidad
local, regional, continental y global en la que estamos inmersos, en no pocas
ocasiones asombra, sorprende y hasta produce perplejidad.
A 12 años
del “No al ALCA”, se hace evidente que los derrotados de entonces recompusieron
sus fuerzas, actualizaron su estrategia y volvieron para recuperar los
territorios perdidos, según ellos, esta vez “para siempre”.
Esto
responde, por un lado y con marcado énfasis, a cambios tan rápidos como
imperceptibles en su momento, de la organización global del capital en aras de
imponer, garantizar y afianzar su hegemonía económica, cultural y política en
todo el planeta. En esta tarea convergen centralmente, sectores del gran
capital financiero, empresarial, tecnológico, farmacéutico, de la banca, del
complejo militar industrial, y los grandes medios de comunicación masiva, cuyos
dueños o asociados son los sectores de poder mencionados.
Perfeccionando
los engranajes de su articulación en aras de la dominación, el período ilusorio
del supuesto “fin de las ideologías” y el “somos todos amiguitos”, ha
trasmutado –quitándose la máscara en un abrir y cerrar de ojos, a un estado de
guerra global. Este disuelve uno a uno los derechos de la ciudadanía
históricamente conquistados y transforma las bases y el modo de existir de las
democracias. Ello no ocurre de modo “gracioso” ni casual. Responde a un plan
muy bien elaborado, basado en la estrategia global del poder de “guerra
preventiva”, la cual, identifica, construye o potencia nuevos “enemigos”, cuyo
combate será la justificación de la implementación de las transformaciones
necesarias en el ámbito jurídico-político de las democracias para tener el
mundo bajo control. Las guerras, el injerencismo de todo tipo y la
desestabilización de gobiernos, la criminalización de toda resistencia
–individual o colectiva a este “nuevo orden” global, serán la antesala para el
accionar de los motores del saqueo, la dominación y hegemonía del poder del
capital sobre el resto de la humanidad. La globalización ha mutado internamente
y muestra su rostro agresivo feroz en la aplicación de su estrategia de contrarrevolución
preventiva global. Para avanzar con ella, los factores de poder necesitan
disfrazar sus intenciones al menos en una primera etapa, y construir los nichos
mentales de su aceptación y asimilación en todos y cada uno de los
habitantes del planeta. ¿Cómo?, las herramientas principales son los medios de
comunicación masiva, las redes sociales, y los intelectuales afines. Hoy están
“engrasados” y actuantes los mecanismos más potentes de manipulación global
(social e individual); son capaces de subvertir –si lo necesitan, el curso de
vida de una sociedad, modificándolo acorde con las necesidades de intervención
de los poderosos, para que consigan sus objetivos. Factores como la corrupción
(por ellos mismos propiciada), el descontrolado narcotráfico, el crimen
organizado, el terrorismo, la prevención ante las catástrofes naturales, son
piezas claves en ese engranaje complejo de auspicio-justificación del
intervencionismo y control social e individual por parte del poder global a
través de sus agentes locales o en alianza con ellos.
Por otro
lado, la perplejidad o desorientación que esta realidad provoca en algunos
ámbitos de la izquierda (partidaria, intelectual o social) en Latinoamérica,
converge con el estallido de los viejos paradigmas acerca del capitalismo, las
revoluciones sociales, el socialismo, los sujetos, la política… Estos conceptos
ahora se evidencia, se quedaron como aletargados en el siglo XX, respondiendo a
la modernidad que los había engendrado, más allá de la supervivencia del tiempo
histórico de la misma. El pensamiento binario, las miradas lineales, simples y
unilaterales acerca de los procesos sociales, acuñaron un mecanicismo y determinismo
que se resistió (y en cierta medida aun se resiste), a visualizar, reconocer y
comprender la complejidad del mundo, es decir, la yuxtaposición simultánea y
entrecruzada de dimensiones diferentes que (inter)definen los acontecimientos
sociales en cada momento, acorde con el estado de situación de los factores
(realidades, procesos, sujetos) de las dimensiones que se vayan entrecruzando.
La dialéctica XXI o “teoría de la complejidad”, posibilita mirar y entender el
mundo en la dimensión en que este es conocido en este tiempo y en base a cuyo
conocimiento se definen acciones del poder. No es posible continuar de espaldas
a ella.
El cambio cultural en el campo popular,
progresista o de izquierdas es inaplazable.
El cambio
cultural, tantas veces reclamado, se impone. Pero no es parche; no basta con
leer un libro, con visitar un barrio o una comunidad… Está anclado a nuevas
prácticas, a debates con la diversidad de actores sujetos, sobre todo para
escuchar, y a estudios críticos de las experiencias históricas y recientes de
los movimientos sociopolíticos que hicieron posibles, que gestaron, las
coyunturas políticas que posibilitaron la llegada al gobierno de sectores
populares, progresistas o, incluso, representantes de los propios movimientos
populares, indígenas, sindicales, campesinos, de mujeres… como ha ocurrido, por
ejemplo, en el proceso revolucionario democrático de Bolivia, que abrió cauce a
la fundación del primer Estado Plurinacional de Nuestra América, anclado en un
proceso raizal de revolución democrática en descolonización intercultural.
Movimientos sociales en Oaxaca México, una manifestación social y política que viene desde los años 70 del siglo XX.
***
Pero una
cosa es leer recomendaciones, incluso enunciarlas, y otra asumirlas y
desarrollarlas en nuevas prácticas políticas de organización y convivencia
cotidiana en cada actividad en la que se participa. Hace falta una labor
consciente, intencional y simultánea de deconstrucción de viejos paradigmas que
hoy son grandes anteojeras, abrir las entendederas a lo nuevo y lo que viene
coexistiendo y desarrollándose desde abajo: las experiencias comunitarias de
vida e interrelación, las creaciones alternativas económico-productivas de los
pueblos que vienen gestando una nueva civilización, aunque ciertamente, todavía
muy limitadas –entre varias razones, por su estado de fragmentación y
aislamiento.
En tanto la
política se desarrolla en base al conflicto entre fuerzas sociales con
intereses diversos, en el que cada una busca dirimir a su favor las diferencias
en los disímiles terrenos en que se enfrentan, necesariamente, un sector o
agrupamiento de sectores, necesita predominar sobre los otros, dominarlos, ya
sea mediante el uso de la fuerza directa (sobre los cuerpos: represión), o
sobre las mentes (hegemonía ideológica, cultural y política). Estamos en el
tiempo del predominio de esta última tendencia. La interrogante que surge es:
¿Se ha actuado atendiendo a que este factor es la clave del accionar del
adversario político de los pueblos y sus representantes en este tiempo? La
respuesta es “No”. Y los espacios vacíos o abandonados fueron ocupados por la
ideología del poder que sí se ocupó de llenarlos con sus contenidos y
proposiciones engañosas. Ciertamente, es de notar que la irrupción de los
gobiernos populares abrió puertas a cierto acomodamiento y achatamiento del
quehacer de actores políticos y sociales, abonando también una especie de
reflujo del protagonismo de los otrora muy activos movimientos sociales, que se
suma agravando lo anteriormente expresado.
¿Este
reflujo o desmovilización demuestra acaso que los movimientos sociales son
efímeros o limitados en su accionar político?
Está claro
que los años de gobierno popular promovieron enormes avances en materia de
derechos, justicia social, reconocimiento de identidades, cosmovisiones,
culturas, pueblos… No han sido gobiernos ineficientes ni acomodados. Sus
acciones y transformaciones transformaron, sino las raíces, las interrelaciones
sociales abriendo un tiempo de oportunidades para todos y todas. Entre ellas
pueden destacarse, por ejemplo, la alfabetización; el programa “Hambre cero”;
los bonos de ayuda a la niñez, a las mujeres, a los ancianos; el acceso a la
vivienda, a la salud, a la educación, de amplios sectores populares, pasos
firmes en aras de la igualdad de derechos; el reconocimiento de la
plurinacionalidad de nuestros países; el reconocimiento pleno de los pueblos
indígenas originarios, sus identidades, cosmovisiones, modos de vida; la
revalorización social de las comunidades y el modo de vida y organización
comunitario; la creación de las comunas y consejos comunales; el desarrollo de
formas productivas eco-sustentables; los derechos de los LGTBI; el
fortalecimiento de organizaciones y movimientos sociales… La recuperación del
Estado como instrumento para la redistribución de la riqueza en beneficio de
los sectores populares históricamente excluidos, saqueados y empobrecidos por
las clases dominantes al servicio de la dependencia colonial; los avances en la
articulación regional y continental de los gobiernos populares progresistas y
los pueblos, esto es, en la construcción de alternativas independientes del
yugo colonial económico, político y cultural imperialista, entre cuyos
exponentes están: TELESUR, la CELAC, el ALBA, la UNASUR, los avances hacia la
creación del Banco del Sur y las modificaciones en marcha en el Mercosur…
Nada de esto
sería admitido ni “perdonado” por los poderosos desplazados del poder político.
Hoy, a 12 años del No al ALCA, retornan vigorizados a través de las diversas
modalidades de neogolpismo democrático-judicial que han elaborado. Con ello
buscan, al igual que los conquistadores de antaño, lograr el aplanamiento
social, la exclusión y la negación de todo derecho; aplastar toda resistencia
para que los pueblos con la cabeza baja y sin atreverse a levantar la vista
para mirarlos a los ojos, se sometan a sus designios y requerimientos. En un
mundo donde hay una creciente población sobrante y cada vez menos recursos
naturales para la vida, la servidumbre y nuevas formas de esclavitud están a la
orden del día.
Pero no solo
el neogolpismo y los medios de comunicación masiva son gestores de la situación
actual del continente. El presente continental es parte de la pulseada política
con el poder y sus dinámicas contradictorias. En ellas han influido también
–como frenos o limitaciones factores internos del campo popular. Por ejemplo,
el descuido hacia la labor política, el relegamiento de la participación
popular en las políticas públicas, la subestimación de la construcción de poder
popular desde abajo, el abandono o relegamiento de la formación política, la
escasa creación de espacios para el intercambio, debate y reflexión entre los
movimientos sociales y de ellos con otras fuerzas sociales y políticas
populares o de izquierda; el olvido de la necesidad de buscar canales y
contenidos para promover la rearticulación de los actores sociales y sus
subjetividades políticas acorde con las nuevas realidades sociopolíticas que
iban surgiendo en la medida que las iban creando y construyendo. En esta
situación intervinieron, además, otros elementos.
La llegada
de los gobiernos populares, en donde ocurrió, produjo un cambio en la coyuntura
sociopolítica. Esto es: las fuerzas sociales que hasta ayer se articulaban o
agrupaban para luchar contra los gobiernos neoliberales y sus estados, pasaron
de pronto, a estar en situación de sintonía con los representantes del gobierno
y el estado. Estas condiciones modificaron las subjetividades políticas de los
diversos actores y disolvieron rápidamente las bases que hicieron posible hasta
ese momento, su articulación y constitución en actor colectivo. En breve tiempo
la fragmentación sectorial volvió a emerger.
Además, con
la asunción de los gobiernos populares parecía que el “enemigo” se había
desdibujado (y para muchos, disuelto), y que el viejo tiempo de luchas ya no
tenía sentido. Había llegado el momento de “cosechar” lo que se había sembrado
con tanto sudor y lágrimas. Esto es: ocupar cargos políticos o estatales, tener
representación parlamentaria, dirigir ministerios, gobernaciones, municipios,
etc. En general, puede decirse que cada sector social se replegó sobre sí
mismo, a lo corporativo, centrado en defender lo que consideró “le
correspondía”. La negociación bilateral con gobernantes se abrió paso y no
pocas veces sin éxito. Tal vez porque ambas partes de la ecuación buscaban
fortalecer sus posiciones.
Por esa vía,
el sujeto político colectivo de ayer se fue (auto) desarticulando y
prácticamente desapareció políticamente. La subjetividad colectiva ya no era
tal.
Al modificarse
los fundamentos que hicieron posible la intersubjetividad política anterior
constitutiva del sujeto colectivo, pero mantenerse inalterables las bases
(nexos sociales) sobre las cuales se había articulado, el sentido de su
articulación sociopolítica en el nuevo tiempo (gobiernos populares) se
resquebrajó y abrió las puertas a la fragmentación. Entonces los sujetos se
replegaron a lo que sabían hacer: retomar sus prácticas defensivo sectoriales
con el retorno de las disputas intersectoriales o sectoriales, aisladas del
“todo político social” del cual ya no se sentían co-partícipes.
De conjunto,
esto abrió cauces al desarrollo de una tendencia desmovilizadora de los
movimientos. Ya no se trataba de luchar en las calles por derechos; con la
llegada de los gobiernos populares estos ya estaban aceptados y reconocidos. El
énfasis se puso entonces en negociar espacios de poder. Y así
ocurrió. La desmovilización, por asimilación o descabezamiento de la dirigencia
histórica de los grandes movimientos sindicales, indígenas, campesinos o
político-partidarios del campo popular debido a su colocación en puestos
gubernamentales o estatales, departamentales, provinciales, etc., desplazó
gradualmente la anterior capacidad de ofensiva política. Así, en vez de
reconstituirse en fuerza político social de tracción de los procesos políticos
de transformación social en revolución democrática, las fuerzas sociales y
políticas populares pasaron a ser una suerte de asociados o clientes
de nuevo tipo de los gobiernos. La perspectiva crítica revolucionaria
perdía un territorio importante, indispensable, para la diputa política en
ciernes. Disputa que no es solo ni principalmente teórica, sino ante todo, de
resistencia y presión de pueblos organizados y en lucha en las calles, en las
comunidades y en todos los territorios del país.
Desafíos urgentes.
Cualquiera
que sea la situación actual de los procesos populares democráticos iniciados
hayan finalizado los gobiernos populares o continúen en el ejercicio de sus
funciones y responsabilidades, la arremetida conservadora imperialista define
un presente en el que a las fuerzas populares y progresistas o de izquierda no
les cabe ponerse a buscar responsables ni culpables de errores, limitaciones o
derrotas, sino más bien identificarlos sean de movimientos sociales o partidos,
y ponerse en marcha de conjunto para precisar las tareas políticas que demanda
este tiempo y definir los desafíos que de ellas se desprendan. Entre ellos, por
ejemplo:
A.
Revertir/superar
●La ausencia
de formación y debates políticos en movimientos sociales populares y
partidos políticos de la izquierda latinoamericana.
●El tareísmo,
que una vez más ocupó todas las dimensiones del quehacer político-social con lo
cual muchas quedaron sin desarrollarse, en primer término, la dimensión
político-ideológica-cultural del cambio, espacio vacío que fue ocupado y
aprovechado por los opositores y sus campañas mediáticas de manipulación
política.
●La separación
jerárquica entre lo político y lo social y su pretendida subordinación a
lo político partidario, estatal, gubernamental.
●La desarticulación
del sujeto político colectivo. Es inaplazable atender a la rearticulación del
sujeto político colectivo (socio-político), a partir de nuevas bases.
●La apología abstracta
de “la democracia”. La democracia conquistada parecía ser un espacio social sin
ideología en el que cada quien se podía desenvolver a sus anchas, buscando su
bienestar, sin problemas ni obstáculos. Y así parecía ocurrir hasta que los
sectores de oposición (viejo poder), reacomodados en la nueva situación, se
hicieron políticamente presentes. Entonces la lucha de clases en democracia se
hizo presente de modo evidente a través de las luchas políticas entre oposición
y gobernantes.
●Las anteojeras
propias de la mentalidad lineal, mecanicista, binaria y dogmática propias
del siglo pasado, que sobreviven en la cultura política de amplios sectores,
actores e intelectuales, partidos progresistas o de izquierda del continente.
B.
Activarse; romper el cerco político-cultural del poder y sus tentáculos.
●Recuperar/fortalecer
la autoestima. Es urgente recuperar la autoestima, el sentido de la
organización social y política, construir canales entre ambas corrientes de
identidad, organización, acción y pensamiento.
●Reconocer,
valorizar y afianzar los logros alcanzados por los pueblos y sus gobiernos
populares/progresistas. No dejarse arrastrar por la propaganda
malintencionada que busca invisibilizar los logros, inventar o potenciar
defectos y machacarlos en aras de borrar la memoria colectica, criminalizando a
referentes políticos populares, acuñando la idea del fracaso y, con ella, que
“no se puede” cambiar la realidad y que, por tanto, no queda otra que aceptar
este mundo tal y como está (naturalización de la injusticia, la explotación, la
exclusión…).
●Salir del
círculo de manipulación del poder. Esto es clave. Dentro de él todo lo del
pueblo resulta pecaminoso: la política, los derechos, la representación y la
movilización… La “derrota moral” que los poderosos asestaron a los gobiernos
populares (salientes) ha sido un elemento determinante para poner fin de tales
procesos y también para la legitimación de los gobiernos que le sucedieron. En
ella alimentan su legitimidad y asientan sus políticas neoliberales de nueva
generación. Salir del cerco es indispensable, o la condena a una interminable
defensiva justificatoria será el camino hacia una fragmentación y debilidad
creciente del campo popular.
●Cambiar la
mentalidad, romper viejos esquemas que ya son tabúes: la separación de lo
político y lo social, y sus sujetos, sus identidades y propuestas, sus
organizaciones y actividades. Está claro que no todos son ni representan lo
mismo, pero están raizalmente articulados desde el mismo momento en que
responden a una misma realidad social y luchan para transformarla acorde con
los intereses colectivos del pueblo. El desafío, en este sentido, es articular,
no borrar diferenciaciones, ni responsabilidades y roles, sino articularlos
para construir una poderosa fuerza político social colectiva de liberación
(Mészáros).
●Abocarse a
la formación política simultáneamente con el conjunto de actividades
políticas del momento. Esto no puede entenderse como “adoctrinamiento”, sino,
ante todo, está anclado a la recuperación y reflexión crítica de las
experiencias populares de creación de poder popular desde abajo (en lo
económico, organizativo-territorial, cultural, social…).
●Promover la
participación y los procesos de aprendizaje políticos de las juventudes.
●Revertir la
desmovilización, el quemeimportismo y, finalmente, impedir la caída de
amplios sectores del campo popular (incluyendo clases medias), en las redes
comunicacionales de manipulación masiva, producidas por la oposición.
●Apelar a la participación
protagónica en todas las dimensiones de la vida social, de todos y cada
uno de los actores‑sujetos del campo popular, promoviendo sus ámbitos de
empoderamiento territorial y comunitario. Poner fin a las prácticas que los
relegaron a ser espectadores del proceso sociopolítico de cambios del
que debieron haber sido co-protagonistas. En este sentido, los sectores
político partidarios necesitan un sacudón político-cultural. Porque la
participación no pasa solo por convocar a los otros/as a sumarse; es también –y
tal vez, ante todo, estar donde viven los pueblos, en las comunidades, comunas,
barrios, campos… para compartir, escuchar y dialogar. Implica también recuperar
la cultura asamblearia masiva; recuperar la fuerza de la relación política
persona a persona, casa por casa y en los lugares de trabajo.
La política
está donde está el pueblo en su diversidad; convocar su protagonismo,
contribuir a organizarlo o fortalecerlo si fuese necesario, es parte de lo que
hoy implica promover la participación popular.
A los
movimientos sociales, populares, indígenas, sindicales, juveniles… se les
presenta hoy un nuevo escenario en la disputa social, cultural y político. Y el
peso político de su protagonismo se evidenciará favorablemente si lo asume y
desarrolla, o negativamente si queda vacío.
●Construir o
reconstruir el sujeto político, conducción socio-política colectiva. Esta
es una labor que solo puede resultar del quehacer y la voluntad de los propios
actores. ¿Se puede promover o contribuir a este proceso? Definitivamente sí;
todos pueden hacerlo. Por ejemplo, desarrollando talleres de producción de
conocimiento colectivo, para identificar y poner de manifiesto los puntos clave
de entrecruzamiento e interdependencia de realidades, identidades, problemáticas
y actores (con sus subjetividades), como base para su rearticulación. Esto,
siempre acompañando prácticas de encuentro y diálogo entre todos y con todos,
comprendiendo que ellas constituyen la fuerza pedagógica mayor.
¿Por qué
pensar en una conducción política colectiva y no en “vanguardia”?
Las razones
son diversas. Enfatizaré aquí algunas: Por un lado, porque una conducción
colectiva no se asienta en la diferenciación jerárquica de los sujetos; no hay
“adelantados y atrasados”. Quiérase o no, si hay adelantados o avanzados, hay
también rezagados, atrasados; inferiores… No es que se diga así, pero se
expresa en las prácticas políticas; es lo grave. En vez de aportar al
fortalecimiento de la articulación y la unidad, la vanguardia tiende a buscar
su diferenciación y la subordinación de “los demás” a lo que ella decida; es
una resultante inevitable. De ahí que las vanguardias hayan resultado ser
ineficientes, tanto para dirigir procesos colectivos como gobiernos. Los pueblos
no quieren ser “arriados”, sino protagonizar. Y si esto no lo pueden realizar
en el ámbito político al que pertenecen, los adversarios –que están al tanto,
lo aprovechan para mostrarles espejitos prometiéndoles lo que anhelan, que
será, en síntesis, un protagonismo de cinco minutos que allanará el camino
hacia su sometimiento y destrucción.
●Fortalecer
la unidad del campo popular. Lo que no se hizo ayer, ya no se puede
modificar. Pero sí se puede hacer hoy lo que al presente corresponde, tomando
conciencia de la actual situación de extremo peligro para la vida que atraviesa
la humanidad. Los movimientos indígenas, sindicales, campesinos, populares
urbanos y del campo, de jóvenes, de mujeres, LGTBI, etc. son claves en esto
pulseada; su rearticulación es indispensable. Pero ello no ocurrirá como
resultado de un discurso ni una conferencia, es vital que sean estos sujetos,
en su diversidad quienes vayan descubriendo las bases de la articulación y la
interdependencia de unos y otros, y con la sociedad y la organización
institucional y su representación política en el quehacer individual y
colectivo. La fragmentación es el abono de todo derrota; la unidad el mayor
antídoto, escudo y lanza. Promover espacios de encuentro, reflexión y organización en
este sentido, es una de las tareas políticas por excelencia en este tiempo.
Manos a la obra.
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Publicado en: La época Con el título:
“Romper el cerco manipulador del poder externo e interno”.
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