“Estados
Unidos, China y Rusia mueven sus fichas en el llamado Lejano Oriente, sentando las
bases para la venidera y definitiva Batalla
del Pacífico. No se parecerá en nada a la del siglo XX, a partir de la
magnitud de los contendientes. El Japón imperial era un país de 378.000 kilómetros cuadrados y EE.UU., de casi
9 millones. EE.UU. poseía petróleo en abundancia, Japón carecía completamente de él. EE.UU. era la mayor potencia
industrial del mundo, Japón un
potencia media. Japón combatía desde Australia hasta Corea, EE.UU. dedicaba
casi todos sus recursos a combatir a Japón. China es otra dimensión en territorio, población, desarrollo
industrial y recursos naturales. China
más Rusia, una alianza imbatible. La nueva batalla del Pacífico está cambiando el mundo y más que lo
cambiará, aunque en esta Europa
decrépita y envejecida nadie quiere darse por enterado
u opten por ver a otro lado, ocupados como están en trifulcas decimonónicas.
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CHINA-ESTADOS UNIDOS-RUSIA, LA NUEVA
BATALLA DEL PACÍFICO.
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Augusto Zamora R.
Rebelión lunes 4 de diciembre del 2017.
El pasado noviembre, los presidentes de China y EE.UU. realizaron sendas giras por el Sudeste Asiático, que incluyeron una
cumbre bilateral en Beijing, en un
episodio más de la creciente rivalidad entre las dos potencias en el nuevo
corazón económico del planeta. La pugna surge de una ecuación básica: EE.UU. quiere mantener como sea, en la
región, su condición de potencia hegemónica, que ocupa desde la II Guerra Mundial; China le quiere lejos y llenar el
espacio que ocupa. EE.UU. quiere
rearmar a sus aliados, para que hagan frente común contra China y Rusia; China quiere a las tropas de EE.UU. lejos de sus fronteras y un vecindario neutral. La guerra,
por ahora, se limita a lo económico y comercial, pero con un creciente olor a
pólvora. Ambas potencias (así como Rusia,
conviene no olvidarla) modernizan y multiplican sus arsenales viendo, a mediano
plazo, un horizonte en el que, si no se alcanza un status aceptable para todos
–tema harto difícil, pues sus intereses son, además de disímiles,
contrapuestos-, los temas económicos y comerciales pasarán a segundo nivel y
las armas ocuparán el primero.
No se trata de una afirmación
gratuita o especulativa. El 3 de noviembre, durante una reunión de la Comisión
Militar Central (CMC), de la que es presidente, Xi Jinping, vestido de militar, afirmó que “la CMC debe encabezar a las fuerzas armadas para que estén listas para
pelear y ganar guerras y para emprender las misiones y tareas de la nueva época
que les sean encomendadas por el Partido y por el pueblo”. Trump, por su parte, en su primer
discurso en Japón, en la base militar estadounidense de Yokota, afirmó: “Dominamos
el cielo, dominamos el mar, dominamos la tierra y el espacio”, para,
acto seguido, afirmar que “Mientras sea
presidente, los hombres y mujeres del Ejército que defienden a nuestra nación
tendrán el equipamiento, los recursos y la financiación que necesiten para…
responder a nuestros enemigos de manera rápida y decisiva, y cuando sea
necesario, para luchar, para dominar, y ganar siempre”. En una reunión con
la comisión de Defensa, Vladimir Putin
afirmó que las Fuerzas Armadas rusas deben poseer el armamento más moderno, de
igual o superior nivel del armamento extranjero. “No solo desarrollar nueva tecnología y armamento, sino también estar
preparados para empezar a producirlos en serie sin demora alguna”. “Porque si
queremos ir adelante y queremos vencer, debemos ser los mejores”, puntualizó Putin
Conscientes de los intereses en juego en el Pacífico, en 2016, el gobierno ruso decidió construir una
gran base naval en la isla kuril de Matua –reclamada por Japón-, para reforzar
la presencia rusa en el Pacífico norte y servir de enlace entre sus otras dos
grandes bases navales, la de Vladivostok y la de Kamchatka. Al mismo tiempo, Rusia reconstruirá toda la red de
aeropuertos existente en las Kuriles, para hacer de ese archipiélago base de su
proyección en el océano Pacífico, aunque dirigida esta proyección al arco que
va desde Japón al Círculo Polar Ártico.
En ese océano, Rusia está
construyendo una extensa y –por ahora- incontestada red de bases militares y
aeropuertos, para consolidar su condición de potencia dominante, aprovechando
la vastedad de sus costas árticas. También hace grandes inversiones, para
aprovechar las inmensas reservas energéticas existentes, que el cambio
climático ha hecho accesibles.
Trump escogió
visitar a sus tres principales
aliados en la región –Japón, Corea del
Sur y Filipinas-, países que concentran el grueso de las bases militares
estadounidenses en el Sudeste Asiático. Un paso obvio, pues, en caso de
conflicto con China y Rusia, EE.UU.
necesitaría perentoriamente del apoyo de esos aliados. Corea del Norte, en este juego de poderes mundiales, es un pretexto
magnífico para justificar el rearme de Japón y Corea del Sur, objetivo perseguido
por EE.UU. desde hace muchos años, porque ambos países son lo más parecido a la
OTAN que pueda tener Washington en
el Sudeste Asiático. La inflada crisis con Corea del Norte ha servido para que
Corea del Sur relance su programa de misiles balísticos (lo que, en Occidente,
nadie comenta) e, incluso, insinúe la posibilidad de dotarse de sus propias
armas nucleares.
El tema norcoreano está sirviendo también para que Japón rompa el muro del artículo 9 de
su Constitución -que limita a la estricta
autodefensa la capacidad militar japonesa-, para convertirse en potencia
militar con libertad para proyectar su poder en el exterior. Aunque el asunto
pase aquí inadvertido, se trata de una decisión en extremo delicada para la paz
mundial, pues nada genera más recelo y animadversión en el Sudeste Asiático que un rearme de Japón. Para China se trataría de un casus belli, pues, además del rencor
histórico e irresuelto existente por las barbaries perpetradas por Japón antes
y durante la II Guerra Mundial, Beijing
no puede admitir, sin riesgo para su propia hegemonía, un Japón rearmado y
agresivo. La gira de Trump fue, en
tal sentido, como llevar cerillas a un depósito de pólvora. Bajo su presión, Seúl y Tokio firmaron contratos
multimillonarios de compraventa de armamento estadounidense, haciendo aún mayor
la autopista hacia la confrontación. Comparado con un conflicto chino-japonés,
el tema norcoreano y su baile de misiles sería un simple juego de parvulario.
Tanto Trump
como Xi Jinping visitaron Vietnam, país fronterizo con China y con una costa extensa, que hace que sea el país más
afectado por las reclamaciones chinas en
el Mar de la China Meridional. La rivalidad sino-estadounidense ha elevado
el valor geoestratégico de Vietnam,
pues EE.UU. sueña con incorporarlo a
su alianza anti-china, en tanto China necesita
de su amistad, tanto para cerrarle el paso a EE.UU., como para demostrar al
vecindario que China no es una
potencia imperialista más y que no impondrá sus intereses con fuerza bruta. La
mejor manera de demostrarlo es gestionando adecuadamente sus relaciones con Vietnam En esa línea, Xi y su colega vietnamita, Nguyen Phu Trong, acordaron abordar bilateralmente la
controversia marítima y promover la cooperación entre ambos países, así como
mantener la paz y la estabilidad en el Mar Meridional de China, sobre la base
del consenso. Cuenta, además, el factor ruso, pues Vietnam ha
renovado con Rusia los estrechos
vínculos que mantuvo con la Unión
Soviética, tanto que Moscú
podría reabrir la base soviética de Cam
Ramh, con el propósito de reforzar la presencia rusa en esa parte del
océano Pacífico, algo que China ve
con buenos ojos, pues contribuye a difuminar las pretensiones de EE.UU.
En Vietnam coincidieron Putin, Xi y Trump para asistir en Danang, del 10 al 11de noviembre,
a la XXV cumbre anual del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés). Los 21
miembros de la APEC, fundada en 1989, representan el 54% del PIB mundial, el 49% del comercio
global y el 39% de la población del
planeta. No obstante, más allá de las cifras, Putin, Xi y Trump deseaban demostrar su interés por lo que es, ya,
la región más estratégica del mundo y escenario principal del nuevo
reordenamiento planetario. De Vietnam
se trasladó Trump a Filipinas, para participar en la Cumbre de la ASEAN, mientras Xi se quedaba en visita oficial en Vietnam, aunque envió a su primer
Ministro, Li Keqiang, a Manila. Cada
quien a lo suyo. China está
ampliando a máximos históricos su relación con Hanói, mientras Trump
sigue en su cruzada para consolidar un frente anti-chino. Las diferencias entre
uno y otro se miden en los resultados. Trump se fue, de hecho, con las manos
vacías, en tanto China sigue sumando acuerdos con sus vecinos del sur.
El fracaso
de Trump era noticia anunciada, a partir de su decisión de retirar a EE.UU. del Tratado Transpacífico (TTP), lo que ha mermado la influencia de EE.UU. ante sus socios de
la APEC. En su discurso en este
foro, Trump mantuvo su crítica demoledora contra los tratados comerciales
multilaterales, acusándolos de dañar a EE.UU.,
y abogando por suscribir tratados bilaterales que no dañen ni el empleo ni la
industrialización del país. Una propuesta vista con reserva por muchos países,
conscientes de que una negociación bilateral con un país mucho más poderoso que
ellos les resultará perjudicial. Xi
Jinping, conocedor de ese dilema, se presentó como el adalid de libre
comercio y adversario del proteccionismo. “La historia nos ha enseñado que con el
desarrollo a puertas cerradas no se irá a ningún lado, mientras el desarrollo
abierto es la única elección correcta”, afirmó el presidente chino en
su discurso ante la APEC. Desde esa
línea, China y los países de la APEC y la ASEAN comparten el propósito de
duplicar su intercambio comercial, de los 500.000
millones de dólares de 2017 al
billón de dólares en 2020. Tampoco estuvo ausente la controversia sobre el
Mar de la China Meridional. En 2012,
China y la ASEAN firmaron una declaración que preveía crear un código de
conducta común entre los países reclamantes, para evitar fricciones. En Manila se anunció que, “los países miembros de la ASEAN han
aceptado comenzar oficialmente negociaciones con China sobre el código de
conducta”. China sigue, así,
desactivando el conflicto.
EE.UU.,
China y Rusia mueven sus fichas en el llamado Lejano Oriente,
sentando las bases para la venidera y definitiva Batalla del Pacífico. No se parecerá en nada a la del siglo XX, a
partir de la magnitud de los contendientes. El Japón imperial era un país de 378.000 kilómetros cuadrados y
EE.UU., de casi 9 millones. EE.UU. poseía petróleo en abundancia, Japón carecía
completamente de él. EE.UU. era la mayor potencia industrial del mundo, Japón un potencia media. Japón combatía
desde Australia hasta Corea, EE.UU. dedicaba casi todos sus recursos a combatir
a Japón. China es otra dimensión en
territorio, población, desarrollo industrial y recursos naturales. China más Rusia, una alianza imbatible.
La
nueva batalla del Pacífico está
cambiando el mundo y más que lo cambiará, aunque en esta Europa decrépita y envejecida nadie quiere darse por enterado u opten
por ver a otro lado, ocupados como están en trifulcas decimonónicas.
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Augusto Zamora R., Autor de Política
y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos, Akal, 2016. 3ª
edición, noviembre 2017.
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