"Lo vivimos cada día, a veces,
como aquí y ahora en España,
dramáticamente. Primero, se toma nota con gran alarma del renacimiento de
viejos y nuevos nacionalismos y de la tendencia en diversos Estados a la
fragmentación y a la ruptura territorial; segundo, se defiende vehementemente
la globalización y su específico modo de concretarse en nuestro continente, es
decir, la Unión Europea entendida
siempre como algo irreversible e inevitable a la que solo cabe modular,
atemperar o democratizar; tercero, se propone profundizar en la integración
supranacional y en la progresiva pérdida de soberanía de los Estados en la
perspectiva de un lejano momento en el que se iría, más o menos, hacia unos Estados Unidos de Europa".
"Como se
puede entender, la clave de este argumentario radica en que estos tres
supuestos no se relacionen entre sí. ¿Cómo nos vamos a extrañar de que cuando
planificadamente se está deconstruyendo a los Estados europeos realmente
existentes, renazcan o se revitalicen nacionalismos nuevos o viejos? ¿Cómo no entender que cuando la democracia
como autogobierno de la ciudadanía pierde peso e influencia ante poderes
económicos oligárquicos, o no
democráticos como las instituciones europeas, renazcan demandas de soberanía,
de identidad, de protección? ¿Cómo no comprender la desafección ante
instituciones y partidos políticos tradicionales cuando se han ido rompiendo
las reglas de un pacto implícito que ligaba capitalismo regulado con democracia
política y derechos sociales"?
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UNA IZQUIERDA SOBERANISTA.
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Manolo
Monereo.
Topoexpress.
Lunes
18 de diciembre del 2017.
No se
trata de un fantasma, es algo más material, más molecular, más consistente: la emergencia de una izquierda soberanista.
Entendámonos, una izquierda que pretende reconciliar de nuevo emancipación social, soberanía popular y
reconstrucción de un Estado democrático avanzado.
Lo de
volver a reconciliar tiene que ver con invertir la ruta que durante más de
treinta años ha opuesto estos valores a la izquierda
realmente existente, considerándolos reliquias de un pasado que no volverá
o, peor aún, obstáculos que hay que superar para enfrentarse a los retos de
esta modernidad tardía.
Lo vivimos cada día, a veces,
como aquí y ahora en España,
dramáticamente. Primero, se toma nota con gran alarma del renacimiento de
viejos y nuevos nacionalismos y de la tendencia en diversos Estados a la
fragmentación y a la ruptura territorial; segundo, se defiende vehementemente
la globalización y su específico modo de concretarse en nuestro continente, es
decir, la Unión Europea entendida
siempre como algo irreversible e inevitable a la que solo cabe modular,
atemperar o democratizar; tercero, se propone profundizar en la integración
supranacional y en la progresiva pérdida de soberanía de los Estados en la
perspectiva de un lejano momento en el que se iría, más o menos, hacia unos Estados Unidos de Europa.
Como se
puede entender, la clave de este argumentario radica en que estos tres
supuestos no se relacionen entre sí. ¿Cómo nos vamos a extrañar de que cuando
planificadamente se está deconstruyendo a los Estados europeos realmente
existentes, renazcan o se revitalicen nacionalismos nuevos o viejos? ¿Cómo no entender que cuando la democracia
como autogobierno de la ciudadanía pierde peso e influencia ante poderes
económicos oligárquicos, o no
democráticos como las instituciones europeas, renazcan demandas de soberanía,
de identidad, de protección? ¿Cómo no comprender la desafección ante
instituciones y partidos políticos tradicionales cuando se han ido rompiendo
las reglas de un pacto implícito que ligaba capitalismo regulado con democracia
política y derechos sociales?
Algunos hablamos de que Europa vive un
"momento Polanyi". Más de tres décadas de hegemonía de políticas
neoliberales han ido minando el poder de los trabajadores en la sociedad,
limitando los derechos sociales fundamentales y recortando sustancialmente el Estado social. Se puede decir que a más
integración europea, menos democracia real y menos derechos efectivos para las
mayorías sociales. El "mercado
autorregulado" ha avanzado mucho y, como nos enseñó el viejo socialista
austriaco, las sociedades están reaccionando y lo hacen con los "materiales" disponibles y
desde supuestos políticos muchas veces antagónicos. En todas partes, con
demanda de soberanía en un sentido preciso: derecho a decidir el modelo social, el modelo político, el modelo
territorial; las poblaciones no son nada, no tienen poder, ven como sus
condiciones de vida y de trabajo empeoran y cómo el horizonte de
"sentido" se bloquea y cierra.
La
reacción de la sociedad, en una u otra dirección, no es algo pre-moderno o un
atavismo de un pasado que se niega a desaparecer. Es la consecuencia de una
modernización capitalista en un momento de crisis de la globalización
neoliberal realmente existente. Las
poblaciones reclaman en todas partes lo mismo: soberanía, Estado, orden,
protección, seguridad, futuro. Como la historia mostró en la anterior
globalización y en las diversas crisis del capitalismo, la reacción de la
sociedad se produce en el marco de correlaciones de fuerzas dadas y pueden ir
hacia la derecha, la derecha extrema o hacia la izquierda en sus distintas variantes. No es cosa de ir demasiado
lejos en este prólogo; baste decir que la encrucijada en la que nos encontramos
podría ser definida del siguiente modo: la crisis de un capitalismo sin
alternativa.
El libro de Carlo Formenti entra de
lleno en esta problemática que acabo de esbozar. Carlo, es bueno subrayarlo, es
un sociólogo competente, militante sindical durante mucho tiempo y
exponente destacado de la llamada cultura obrerista
italiana. En los últimos años se ha dedicado con pasión y rigor a una
crítica de los supuestos teóricos y políticos que han ido conformando el
imaginario de una parte considerable de la izquierda social italiana. Formenti es un especialista en las nuevas
tecnologías y sus relaciones con la producción, la economía y la estructura
social. Se podría decir que ha ido elaborando una crítica del "uso
capitalista" de las modernas tecnologías de la información y la
comunicación.
El choque
ha sido duro. El debate con el obrerismo
dominante sigue abierto y Formenti ha tenido que soportar críticas poco
elegantes y descalificaciones groseras. La
polémica es tan antigua como la historia del marxismo entre aquellos que
ponen el acento en el desarrollo impetuoso de las fuerzas productivas y cómo
estas cambian las relaciones sociales, y aquellos otros que ponen el acento en la materialidad de la lucha de clases,
en la subjetividad organizada como algo no ajeno, sino parte sustancial de las
propias fuerzas productivas. No es casualidad que el libro de Formenti concluya con un apéndice
dedicado a la ontología del ser social de
Lukács.
Un
prólogo nunca debería resumir un libro y, mucho menos, servir de instrumento
para discutir con el autor. No lo haré; solo indicaré algunos nudos que lo
hacen especialmente relevante para nuestro presente, siempre con el ánimo de
invitar a una lectura crítica. El
título, La variante populista, tiene mucho de provocación. Los
que empleamos el término populista o populismo
de izquierdas lo hacemos conscientemente. Usar la provocación como
un puñetazo encima de la mesa para desvelar una realidad que se quiere negar
con la descalificación de populista. Formenti lo dice claramente: el populismo es la forma de la lucha de clases hoy, aquí y
ahora. Dicha la provocación y cargada de sentido, empezamos a
discutir en serio de los problemas de
nuestra sociedad desde el punto de vista de las clases trabajadoras.
Carlo Formenti hace un análisis muy serio de este
capitalismo financiarizado que, al parecer, no tiene alternativa. Somete a
una crítica profunda los análisis dominantes de lo que podríamos llamar la izquierda "globalista" desde
una valoración sensata de la correlación real de fuerzas existente, haciendo un
enorme esfuerzo por entender las transformaciones que se han producido en las clases trabajadoras, en el viejo
y nuevo proletariado. Lo hace contundentemente, sabiendo de lo que habla y
desde un punto de vista anticapitalista y con voluntad socialista.
Inevitablemente,
hablar de populismo significa fajarse con Ernesto
Laclau y con Chantal Mouffe. Formenti lo hace con respeto pero con
radicalidad, intentando ir más allá de los mencionados autores desde una
estrategia nacional-popular que tiene en su centro a Antonio Gramsci. De los nudos a los que antes me referí, quiero
analizar uno que me parece sustancial. Me refiero a la contraposición entre una
economía social y moral basada en los flujos opuesta a una economía basada en
el territorio. Esta contraposición me
parece decisiva. Lo que podríamos llamar la territorialidad del poder, entendida como una apropiación colectiva
de un espacio que busca la inserción armoniosa en un medio del que somos parte
y, desde ahí, construir un modo de vivir capaz de integrar nuevas tecnologías,
cualificación y emancipación de la fuerza de trabajo y formas de organización
social que promuevan la solidaridad, el altruismo y el buen vivir de las
personas. Para Formenti, el
"atraso" puede ser un adelanto. Muchos estamos reflexionando con
él en la necesidad de un nuevo "meridionalismo"
que convierta a nuestro Sur descalificado, denigrado y dependiente en una
alternativa posible que nos reencuentre con el Norte en un cambio de
civilización, de modos de vida, desde una lógica socialista y fraterna.
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