LA AGRICULTURA LATINOAMERICANA EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN Y DE
LAS POLÍTICAS NEOLIBERALES. UN PRIMER BALANCE- 1980-2000. La Historia del Agro
latinoamericano que nos permitirá comprender que es lo que hoy está pasando con la agricultura en cada uno de
los países de América Latina. Hoy por ejemplo en el PERÚ, miles de miles de AGRICULTORES
del norte, centro y sur del PERÚ organizados en Centrales Agrarias están EN PIE DE
LUCHA. Han sido totalmente abandonados por las políticas neoliberales
de los gobiernos de los últimos 30 años. La mayoría de ellos son productores de PAPA – tenemos más de 3
mil variedades de papa originaria – cultivamos y producimos para todo el mercado local y nacional. Pero la TRAICIÓN de los Gobiernos como se presenta: Las políticas agrarias han abandonado
totalmente al Agro, además los créditos
son los más altos del mercado financiero, el Ministerio de Agricultura – es un
elefante gigante sin conexión con el agricultor nacional - pero lo peor,
lo destructivo está en que los sucesivos gobiernos han venido IMPORTANDO PAPA de otros países, en
especial para los grandes negocios – Malls, Pollerías, Restaurantes, etc. - .
Hoy como respuesta y propuesta los miles de Agricultores en Calles y Plaza Públicas exigen al gobierno de turno
– gobierno envuelto en la peor CRISIS
POLÍTICA de nuestra historia, se hunde cada vez más producto de su absoluta
dominación por la CORRUPCIÓN – la declaratoria
DE EMERGENCIA DEL AGRO NACIONAL, se PLANIFIQUE LA PRODUCCIÓN LOCAL-NACIONAL,
se revise la política de CRÉDITOS y el
cese absoluto de la importación de papa.
“En este trabajo pretendemos ofrecer un balance
del impacto de la globalización y de la implementación de políticas
neoliberales —concretado en lo que se ha denominado como ajuste
estructural— sobre la agricultura de América
Latina en las dos décadas que median entre 1980 y el año 2000. Años
convulsos que nacieron bajo el síndrome de la crisis económica, cuya visualización
más evidente en el continente latinoamericano fue la eclosión del problema de
la deuda externa y el incremento espectacular de la pobreza. Y que hoy, a principios del 2003, están
definidos por una fase de expansión económica del capitalismo profundamente
inestable y volátil, bajo la égida de la reestructuración del sistema y de
la internacionalización de la toma de decisiones políticas. En este sentido,
somos conscientes de las dificultades obvias de establecer un balance global de una realidad tan heterogénea como
es el agro latinoamericano, y más
cuando habría que analizar los diversos matices que en cada país y en cada
coyuntura han tenido las políticas agrarias y las propias políticas económicas
implementadas. Por ello, hemos optado por aproximarnos al estudio de cuatro
ítems que creemos son suficientemente significativos para ayudar a interpretar
cual ha sido el desempeño del sector agrario. Nos referimos a las estructuras productivas, a la productividad, al
comercio exterior y a los niveles de vida en las áreas rurales”.
“En este estudio vamos a poner de manifiesto que la agricultura
latinoamericana ha mostrado
un doble rostro, coherentemente con la lógica del sistema. Por una parte, en algunos
territorios y en algunos subsectores se
han producido avances tanto en términos de su “modernización” del aparato
productivo —entiéndase capitalización—
como en su inserción
en el mercado urbano interno y en el mercado internacional. Aunque en numerosos casos esos avances se
han focalizado en aquellas medianas y grandes explotaciones que ya contaban
con un mayor grado de inserción en el mercado, por lo que la dualización estructural
del sector agrario latinoamericano no sólo no se ha modificado, sino que estos años de neoliberalismo han
visto como la misma se ha consolidado. Y, por otro, si observamos
detenidamente los principales índices que miden los resultados de la actividad agraria —productividad, balanza comercial, precios implícitos en la producción y
en la exportación, nivel de ingresos de la mayoría de los agricultores,
etc.— podemos comprobar fehacientemente que la brecha que ha separado históricamente a la agricultura latinoamericana
de los sectores agrarios de los Estados Unidos o de la Unión Europea es
cada vez mayor. Es más, los grandes
problemas que atenazaban al mundo agrario en América Latina a principios de
los ochenta (baja productividad,
distribución desigual de los recursos productivos, exclusión social,
desequilibrios territoriales y dependencia tecnológica y dependencia
financiera) siguen
siendo la realidad mayoritaria después de dos décadas de ajuste estructural
neoliberal”. Fuente Francisco García Pascual. La Agricultura
Latinoamericana en la era de la globalización….
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CONFLICTO EN EL AGRO URUGUAYO.
EL CAPITAL A LA OFENSIVA.
*****
Rodrigo Alonso/ Investigador CELAG.
TELESUR. Viernes 9 de febrero del
2018.
El verano uruguayo se vio sacudido por la extensión de una serie de
protestas de productores rurales reclamando al Gobierno medidas urgentes para
enfrentar lo que entienden como una crisis de rentabilidad en el sector.
El movimiento de los “productores autoconvocados”, tuvo su
origen por fuera de las gremiales patronales agropecuarias tradicionales. Si
bien inicialmente expresó el malestar de
pequeños y medianos productores de diversos rubros, rápidamente fue apadrinado por los grandes capitales agrarios y
cuenta con el apoyo de todo el arco
político de la oposición, las
principales cámaras empresariales, las gremiales patronales rurales y la
asociación de dueños de medios de comunicación.
Estos
últimos convocaron y realizaron una extensa cobertura de lo que fue la primera
demostración de fuerzas de este movimiento: una concentración en una localidad
en el interior del país el pasado 23 de
enero, a la que asistieron cerca de 6.000 personas.
Entre las
medidas exigidas destacan la devaluación de la moneda, el abaratamiento de
costos (energético, impositivo) y la atención al problema del endeudamiento del
sector. Su principal planteamiento es
que el “campo” está cargando con un Estado “ineficiente” y “gigantesco”, que
debe ajustarse.
La
economía política del malestar neo-ruralista.
La clave general para entender la “crisis” del agro radica en el
descenso de la renta agraria como consecuencia del fin del boom de
precios de las materias primas a mediados de
2014. El peso sobrevaluado permitió capturar indirectamente la renta
agraria y sostener el poder de compra externa del conjunto de la economía a
costa de los márgenes del negocio agro-exportador, debido a que el peso alto
disminuye los ingresos en pesos de quienes reciben dólares por sus exportaciones.
La
disyuntiva no es nueva y la enfrentan todos los países exportadores de materias
primas. Por un lado, la sobrevaluación
del peso ante una oscilación abrupta de los ingresos externos, permite
contener la inflación y sostener el salario real, aunque a costa de un
deterioro de la rentabilidad agrícola.
Esta presión sobre la rentabilidad del sector
agropecuario lo impacta por lo menos de tres maneras:
Como un problema de rentabilidad y sobrevivencia en las
capas de productores pequeños, que ya sea por su escala o por ubicarse en
rubros particularmente afectados, conviven con el riesgo de no poder continuar
reproduciéndose a partir de su trabajo y el de su familia.
Como un problema de achicamiento de márgenes de
rentabilidad en aquellos capitales más dinámicos y/o de mayor
escala y en los propietarios de grandes extensiones de tierra, manifestando una
puja de carácter distributivo y no de crisis abierta.
Como una baja en los niveles de actividad de otro
conjunto de capitales que funcionan de forma adyacente a los capitales
agrarios (transportistas, comerciantes, rematadores, veterinarias), lo que
incluye un conjunto de capitales y por ende trabajadores de varias ciudades del
interior del país cuyo dinamismo depende directamente de la actividad de los
enclaves agropecuarios.
El
capital acaricia su “movimiento de indignados”.
Lo anterior
es la base que permite entender la potencia de esta “revuelta”. Expresa el
malestar de todo un entramado social, compuesto por el pequeño y medio capital
que representa un sujeto dinámico e influyente en el interior del país, que
consiguen un poder de movilización más que relevante sobre todo cuando se articula con el agro-negocio y
los grandes terratenientes.
De esta
manera, llegamos a un punto en el que se está coagulando la transformación de
un malestar derivado de la crisis y del descenso de la rentabilidad de pequeños
y medianos capitales rurales, en la rearticulación de la agenda del capital. Reclamos legítimos de las capas más
afectadas de productores acaban siendo capturados por propuestas de
reconfiguración regresiva del proceso social y sirven de punta de lanza en la
disputa distributiva por la renta agraria de los capitales en general. Están
confluyendo poder económico, político y mediático, con gente; lo que le brinda
a la derecha su propio movimiento de masas.
Ya instalado
el conflicto a escala nacional, el
clivaje que va cobrando forma es el de productores vs. Gobierno. De un
lado, el trabajo, el esfuerzo y la producción. Por el otro, el gasto, la
comodidad y la mala administración. Una suerte de regreso al mito liberal
originario que opone a las “fuerzas
vivas de la producción” con el Gobierno que malgasta su esfuerzo
productivo. Por primera vez desde que gobierna el Frente Amplio hay una base
social genuina que se coloca en el centro de la escena y se moviliza
activamente detrás de una plataforma derechista y con un discurso que busca
erosionar la legitimidad del Gobierno.
Son fuertes
las similitudes con lo ocurrido en Argentina
en ocasión de las movilizaciones del capital agropecuario contra las
retenciones a las exportaciones en el año 2008. La diferencia es que en el caso
argentino la disputa estaba planteada fundamentalmente en el plano impositivo,
mientras que en Uruguay, la vía por
la cual los capitales agrarios ven su rentabilidad disminuida es la cambiaria.
Lo
que está en juego.
Desde que
comienzan a desaparecer los fundamentos que facilitaron la implementación de
una economía política progresista y su pacto distributivo implícito (altos
precios de exportación e ingresos de capitales externos), lo que empieza a
perfilarse en el horizonte es cómo y sobre quién se va a procesar el ajuste. En este sentido, la derecha (social y política) como
expresión directa del capital, logra impulso y gana la iniciativa de cara a
un año donde se concentran las negociaciones de todos los grupos salariales, y
donde posiblemente estará de fondo el debate respecto a reformas laborales
regresivas.
Comienza a rearticularse una mirada más estratégica detrás de los
grandes ejes de una plataforma
neoliberal o de gestión de un capitalismo uruguayo sin altos flujos de
renta. El ajuste basado en el abaratamiento de los salarios y la reducción del
gasto estatal, sobre todo el vinculado con los servicios sociales (educación,
salud, seguridad) y al sostén a base de planes sociales de la población
excluida, cobra fuerza.
Por tanto,
lo que empieza a jugarse cada vez con mayor claridad no es solo la elección de 2019 sino, sobre todo, la
salida por derecha al cruce de caminos que se abre luego de la crisis del
modelo de gestión progresista del capitalismo uruguayo.
Por el momento, la reacción del Gobierno es intentar
quebrar la unidad de los capitales agrarios y separar el problema por sectores, de modo que
las compensaciones necesarias a ofrecer para desarticular el foco de tensión
sean menos costosas y no le impliquen desarmar el conjunto de finos equilibrios
en los que se mueve a nivel de la sociedad en general, en particular en un año
de negociación salarial. El Poder
Ejecutivo ya realizó una serie de medidas (subsidios a los sectores más
afectados, baja en los costos de la energía eléctrica y gasolinas y
refinanciación de deudas), que las cámaras
empresariales rurales y el movimiento de “autoconvocados” ya juzgaron como
insuficientes.
El problema
de fondo es que el entramado de capitales agrarios no puede resolver su crisis
de rentabilidad sin avanzar sobre el Estado
y el precio de la fuerza de trabajo, por tanto, hay allí razones de índole
orgánica que obligan a estos capitales a emprender el camino del activismo
político para resolver sus problemas de reproducción.
Por su parte, el Gobierno requiere
recursos para ofrecer un programa creíble para el pequeño y mediano capital capaz de evitar su crisis. Una parte de
ellos puede conseguirlos con emisión de deuda para seguir ganando tiempo. Pero
tarde o temprano la disyuntiva se instalará y, o bien cede a las presiones y
descarga el ajuste sobre su base asalariada, o bien avanza sobre el único lugar
posible del cual extraer plusvalor para redistribuir y ganar aliados en la
pequeña producción: la renta del suelo o renta agraria. Situar este último
aspecto en el foco del debate, resulta clave para fisurar la unidad entre los
capitales arrendatarios y los terratenientes.
Entre los años 2000 y 2015, a partir
del empuje de los precios de exportación, la masa de renta agraria pasó de casi 350 millones de dólares anuales a 1.650
millones. Esto representó un incremento sustancial de los ingresos de los
dueños de tierras, muchos de los cuales ni siquiera operan en sus propiedades y
solamente viven de las rentas, y de un incremento en las ganancias
extraordinarias de aquellos empresarios que son a la vez productores y dueños
del suelo. El Estado se apropia de apenas el 8 % de esta masa de ingresos,
fundamentalmente a través de impuestos.
En la
construcción de condiciones políticas para avanzar sobre esta riqueza desde una
perspectiva redistributiva se juega la suerte de las fuerzas políticas que
postulan un modelo de desarrollo inclusivo. Este movimiento puso en evidencia la
importancia de discutir seriamente quién se apropia y para qué se utiliza la
renta agraria en Uruguay.
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