Pero desviaron por completo la
finalidad inicial. Estos productos se han convertido en meras herramientas de especulación, alcista o
bajista, del mercado. La volatilidad en sí misma, con ayuda de la
ingeniería financiera, se ha convertido en un activo negociable en los
mercados, al igual que las acciones o las obligaciones. En una palabra, se
trata de apostar por el comportamiento, la tendencia que se espera o los
estados de ánimo de los actores financieros en un futuro más o menos próximo.
Tal es así que se llega al estadio último de la financiarización y la codicia: el de un mundo financiero que
funciona como circuito cerrado, apostando en función de sus expectativas modelizadas
en algoritmos. Así
se han creado cientos de fondos cotizados, productos derivados de derivados del
VIX. Nadie es capaz
de evaluar las cifras que hay en juego, habida cuenta del número de productos,
cotizados o no (over the counter) que han florecido en los últimos años. Hay
quien habla de inversiones que rondan los 500.000 millones; otros estiman que
se ha invertido más de un billón de dólares.
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EL “ÍNDICE DEL MIEDO” PLANEA
SOBRE WALL STREET.
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Martine Orange.
Mediapart.
Jueves 15 de febrero del 2018.
La
crisis financiera de 2008
sacó a la luz la creatividad financiera. En unas semanas, el mundo había
descubierto las subprimes, la
titulización y todos los títulos oscuros (CDO, CDS, ABS, etc.) origen del
hundimiento financiero. En las próximas semanas, es muy posible que otras
siglas, VIX, se encuentren en boca de todos. No en vano ya se apunta a este
índice como el principal responsable del
hundimiento bursátil que conoció Wall Street el lunes 5 de febrero.
En apenas unos minutos durante la
sesión del lunes, el Dow Jones, el
índice de Wall Street, cayó más de
un 10% hasta cerrar con pérdidas del 4,6%. Desorientados, los agentes de los
mercados trataban de entender lo ocurrido.
¿Había un trader loco? ¿Ordenadores que habían perdido el control?
Muchos apuntan ahora a otro culpable, el VIX, el índice de volatilidad del
mercado. El índice del miedo, como se le conoce en los mercados. Un índice que,
en unos años, se ha convertido en la referencia de todas las apuestas
bursátiles, en mercados dominados por algoritmos y matemáticas cuánticas.
Si los mercados bursátiles han denominado al VIX el índice del
miedo es porque se supone que debe medir el estado de los mercados día a día,
en función de la volatilidad de éstos. La volatilidad es una noción muy
empleada en los mercados financieros: mide la magnitud de las variaciones de
las cotizaciones de los activos día a día. Cuanto más elevada sea, mayores
serán los riesgos; mayor la perspectiva de ganancia, pero también de pérdidas.
En
1993, el Chicago Board Options Exchagne (CBOE) creó un índice para medir esta
volatilidad; se calcula a diario a partir de la suma de las opciones de venta
(put) y de compra (call) suscritas a partir de los valores del índice Standard & Poor’s 500. Inicialmente
se concibió como un indicador para calcular los productos de cobertura y de
garantía contra las recesiones de mercado. Y ese es el papel que desempeñó en
2008. Todos los inversores que habían tomado la precaución de asegurarse contra
una eventual caída del mercado con ayuda de este instrumento financiero
evitaron pérdidas colosales.
Esta situación no se le escapó al
mundo financiero. En 2009, los bancos, las garantías, los fondos y los hedge funds descubrieron las maravillas
financieras ocultas del VIX. Los actores financieros –que recurren a todas las
potencialidades de los algoritmos, de las matemáticas cuánticas, del trading de
alta frecuencia– empezaron a multiplicar los productos (ETP, siglas de exchange
traded products, instrumentos financieros que tienen como único objetivo reproducir
la evolución de un índice como los fondos indexados) basados en el VIX.
Pero desviaron por completo la
finalidad inicial. Estos productos se han convertido en meras herramientas de especulación, alcista o
bajista, del mercado. La volatilidad en sí misma, con ayuda de la
ingeniería financiera, se ha convertido en un activo negociable en los
mercados, al igual que las acciones o las obligaciones. En una palabra, se
trata de apostar por el comportamiento, la tendencia que se espera o los
estados de ánimo de los actores financieros en un futuro más o menos próximo.
Tal es así que se llega al estadio último de la financiarización y la codicia: el de un mundo financiero que
funciona como circuito cerrado, apostando en función de sus expectativas modelizadas
en algoritmos.
Así
se han creado cientos de fondos cotizados, productos derivados de derivados del
VIX. Nadie es capaz
de evaluar las cifras que hay en juego, habida cuenta del número de productos,
cotizados o no (over the counter) que han florecido en los últimos años. Hay
quien habla de inversiones que rondan los 500.000 millones; otros estiman que
se ha invertido más de un billón de dólares.
Algunos sirven para cubrirse en caso
de que la volatilidad estalle, como forma de anunciar riesgos importantes en
los mercados, constituyéndose en espejo de inversiones consideradas poco
arriesgadas o de las reservas de dinero. Sin embargo la mayor parte apuesta por
una tendencia bajista de la volatilidad. En
el lenguaje de Wall Street, son short. En otros términos, piensan que los
mercados van a permanecer tranquilos, lo que les permite acumular activos muy
arriesgados de alto rendimiento, cubiertos por productos indexados en el VIX.
Como las finanzas nunca se quedan atrás en la búsqueda de complejidad, estos mecanismos
han ido acompañados de múltiples herramientas de derivados, de efecto palanca,
de estructuración financiera.
Desde
2009, todos los que
han apostado por una bajada de la volatilidad en los mercados han sido siempre
los grandes ganadores. Y con razón: los bancos centrales, con su política monetaria ultraacomodaticia
que favorecen los tipos cero y se presentan como compradoras de títulos en los
mercados, han sido en los últimos diez años las garantes en última instancia de
todo el sistema financiero. Ya casi no existía riesgo, ya que los bancos
centrales seguían estando allí, dispuestas a soltar miles de millones de liquidez
en caso de problemas.
A
mediados de 2007,
los inversores incluso creyeron que habían encontrado el momento de gracia
absoluto: la volatilidad se había desvanecido de todos los mercados. O las
acciones, las obligaciones, los índices, en todas partes tendía a cero. El
riesgo había desaparecido, Lo que permitía a los mercados hacer las apuestas
más arriesgadas. Quizás habría sido necesario recordar las lecciones de Hyman Minsky. En sus análisis sobre la
estabilidad financiera, el economista americano explicó que los momentos más
planos, aquellos en los que todo parece en equilibrio, sin riesgo, llevan a los
actores económicas a acumular los riegos y recrean nuevas condiciones de estabilidad.
El viento cambió.
A
mediados de año, algunos analistas advirtieron de esa falsa calma de los
mercados,
anunciador de grandes tempestades, en su opinión. “Ahora existe un riesgo de
pérdidas catastróficas,
simplemente con que el VIX suba cinco puntos, pasando de 10 a 15 puntos”,
advertía en junio Marko Kolanovic,
responsable de los estudios cuantitativos de JPMorgan. “El VIX, que ha sido una herramienta salvadora en
la última crisis, podría ser el causante de la próxima crisis”, predecía un
estudio de Goldman Sachs en
noviembre. “Si los vientos cambian, habrá
que atarse los machos”, avisaba también Jes Staley, director general de Barclays en Davos a finales de enero. Y
el viento cambió.
Hace
meses que los banqueros de los bancos centrales avisan de que se dan las
condiciones económicas necesarias para abandonar las políticas monetarias
ultraacomodaticias vigentes desde hace 10 años y volver a una situación más
normal. Incluso si la salida se hace gradualmente, los tipos van a empezar por
subir, advirtieron. No obstante, sólo hace 15 días que el mundo financiero
empieza a tomar conciencia de que los tiempos en que se obtenía dinero a tipo
cero se han acabado.
El
nerviosismo se ha apoderado de los mercados. La volatilidad ha reaparecido. El lunes, el VIX
explotó. En unas horas, el índice del miedo que rondaba los 10 puntos se
disparó hasta superar los 50 puntos. Todos aquellos que habían apostado por una
volatilidad casi nula se vieron sorprendidos. Para limitar las pérdidas, los
fondos empezaron a vender. La magia de los algoritmos, del trading a alta
frecuencia, las transacciones al nanosegundo hizo el resto, provocando un
hundimiento a la velocidad de la luz. Un flash crack generalizado, nunca visto
en los mercados bursátiles. Según las primeras estimaciones, unos tres billones
de dólares de capitalización se esfumaron en esta deriva bursátil.
Algunos
fondos explotaron.
El martes, el broker Nomura anunciaba la liquidación de uno de sus fondos,
ideado para apostar por el VIX siempre más bajo (VIX inverso): los 300 millones
de dólares recaudados fueron literalmente barridos en la deriva bursátil de la
víspera. Crédit Suisse, con fondos del mismo tipo, también anunció su
liquidación: evaluada en 2.000 millones a finales de enero, había perdido el
93% de su valor en tres días. Otros fondos suspendieron su cotización. Según
Bloomberg, los cinco principales fondos cotizados, que apostaban por el VIX a
la baja vieron cómo el valor de sus activos pasaba de valer 3.700 millones a
525 millones de dólares, entre el 31 de enero y el 6 de febrero. Y esto no es
más que una estimación inicial de las pérdidas.
“Eres
un genio hasta el momento en que dejas de serlo, pero cuando basta con uno o
dos días para echar por tierra toda la estrategia, entonces nunca has sido un
genio”, dice Greg McKenna, estratega jefe en Axitrader, citado por Reuters.
“Todo el mundo sabía que existía un gran problema. Todo el mundo sabe que el
VIX Invertido [que apuesta por una volatilidad bajista] va a cero a partir de
un cierto punto, pero no sólo él, todos los productos invertidos y se basan en
el efecto palanca. A fin de cuentas, todo esto cuesta mucho dinero a todo el
mundo”, según señala a Bloomberg Devesh
Shah, uno de los diseñadores del VIX en un primer momento
Después de la borrasca del lunes,
algunos analistas financieros quieren creer que lo más duro ha pasado. Las
posiciones más especulativas parece que han quedado liquidadas en la tormenta y
no parece que exista más riesgo de ver un hundimiento parecido al del 5 de
febrero, según ellos. Otros son mucho más circunspectos. Para ellos, hay muchos
fondos que han invertido en “estos
productos que no tendrían que haber existido nunca”, mucha gente que ha cedido
a la locura especulativa.
En cualquier caso, la volatilidad ha
reaparecido en los mercados. El VIX está a más de 29 puntos, muy por encima de
los 5-10 puntos que se consideran como media normal. La noción de riesgo
reaparece en el mundo financiero, lo que podría conllevar desplazamientos
masivos de capitales, invertidos estos últimos años en cualquier cosa. El índice del miedo
aún puede dar mucho que hablar en los próximos meses.
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