jueves, 1 de febrero de 2018

EL DESPERTAR FEMINISTA EN FRANCIA. A UN AÑO DE LA WOMEN’S MARCH.

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Amigos muy breve, dos artículos muy interesantes de una misma realidad, los Derechos de la Mujer en el Mundo, pero con dos acontecimientos diferente, pero que al final nos presentan una misma realidad, como los Derechos Universales de la Mujer, en una Sociedad Patriarcal, Machista, capitalista, son prácticamente, echados a la basura, desconocidos, marginados, postergados o friamente invisibilizados por Políticas así como prácticas anti-políticas muy fuertes y vigentes en la propia estructura del sistema capitalista y su modelo actual el neoliberalismo. El Acaso sexual, la violación sexual y el destape de situaciones - ya históricas e inmundas - como es el caso del Médico Norteamericano, en el deporte de la Gimnasia, que violó a más de 265 niñas, y los tribunales lo han condenado a más de 200 de cárcel. Y el gran descubrimiento que se ha realizado en países desarrollados como Francia y las distintas realidades donde se ha producido - la política, las universidades, los partidos políticos, etc. -; y también como las mujeres del mundo hoy marchan en Defensa de sus Derechos ante las políticas de misoginia - odio a la Mujer - como son las políticas, racistas y supremacistas blancas del presidente Trump y en general el capitalismo como sistema oprime, explota de diversas formas a la Mujer así como violenta y destruye sus Derechos.

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EL DESPERTAR FEMINISTA EN FRANCIA.
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 Alberto Amo García.

Rebelión jueves 1 de febrero del 2018.

La ola de denuncias y revelaciones de acoso y violencias sexuales iniciadas por el caso Weinstein en EE.UU. ha provocado una importante sacudida en Europa. Por citar sólo algunos ejemplos, pocos días después de que el caso se hiciera público, varias docenas de asistentes parlamentarios denunciaban al periódico británico The Sunday Times  el “hervidero de acoso sexual” en que se había convertido el Parlamento Europeo, y a finales de noviembre, 2000 artistas suecas describían en una carta abierta el ambiente de machismo y acoso en el mundo de la música y la escena de su país. Pero quizás el país europeo en el que el caso Weinstein ha tenido una mayor repercusión es Francia. 

El 14 de octubre, pocos días después de las revelaciones sobre Weinstein, la periodista francesa Sandra Muller creaba en twitter el hashtag #balancetonporc (“larga tu cerdo” en francés) animando a las víctimas de abusos sexuales a denunciar públicamente a sus acosadores y la situación que habían vivido. El hashtag se hizo rápidamente viral, con 200.000 menciones en los dos días que siguieron. A éste le siguió #moiaussi, la versión francesa de #metoo. Los numerosos testimonios y denuncias de mujeres francesas han desvelado una realidad social de ese país en el que el acoso está normalizado tanto en el ámbito laboral como en el político, asociativo, familiar y en la calle. De entre las denuncias que han visto la luz estas últimas semanas podemos mencionar las que afectan al antiguo presidente de las Juventudes Socialistas, los casos de agresiones sexuales en las juventudes del Partido Comunista y en el principal sindicato francés de estudiantes (UNEF), las denuncias de machismo y abusos sufridas por las estudiantes de la prestigiosa universidad pública École Polytechnique, o el acoso a periodistas de la radiotelevisión pública. 

El movimiento ha sorprendido a la sociedad francesa por varias razones. Pese a las apariencias, el país de Simone de Beauvoir y de mayo del 68 ha llegado con bastante retraso a las luchas por los derechos de las mujeres: derecho de voto en 1944, despenalización del aborto en 1974, últimas universidades públicas segregadas por sexos en los años 80, tan sólo desde 2005 es posible llevar el apellido de la madre al nacimiento. Precisamente, el movimiento feminista francés se había centrado hasta ahora en la lucha por los derechos civiles, siendo su último gran objetivo la autorización de la reproducción asistida para parejas lesbianas o mujeres solas (prohibido en la actualidad). El movimiento #moiaussi no plantea reivindicaciones en ese ámbito, sino que señala comportamientos machistas que hasta ahora han sido invisibilizados o ampliamente aceptados por la sociedad francesa. El mantra cultural de la galantería ha cubierto de normalidad cuestiones como el acoso callejero y en el trabajo, o los abusos en el entorno familiar. La actriz Isabelle Adjani escribía en noviembre en una entrevista: “En Francia hay las tres Gs: galanterie (galantería), grivoiserie (bromas picantes), goujaterie (groserías). Pasar de una a otra hasta la violencia (…) es una de las armas del arsenal de defensa de los depredadores.” 

Las cifras son contundentes: 84,000 violaciones y entre 100 y 140 mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas cada año; el 44% de las francesas dice haber sido víctimas de violencias físicas o sexuales según una encuesta de la agencia europea de derechos fundamentales. A pesar de ello, hasta la emergencia del movimiento el octubre pasado, el acoso y la violencia contra las mujeres eran poco tratados en los medios de comunicación y ampliamente ignorados por las instituciones y los partidos políticos. En los últimos años, los casos más mediáticos sobre estas cuestiones han sido dirigidos desde la derecha para denunciar el carácter de sumisión de las mujeres musulmanas, con episodios tan lamentables como el del burkini en el verano de 2016. 

El movimiento #moiaussi ha puesto frente al espejo a una sociedad que se veía a sí misma como portadora de valores de igualdad. De pronto, comportamientos de acoso y abusos que antes estaban normalizados aparecen bajo una luz diferente tanto para las víctimas como para una parte de los ejecutores de esa violencia. Por esa razón nos encontramos probablemente ante el movimiento social más importante de la última década en Francia. #moiaussi ha transformado en un grave problema social una cuestión que antes era percibida como individual, y que era vivida en soledad en el seno de una sociedad que emite por defecto una sombra de duda sobre la responsabilidad de la víctima. 

Una prueba de la capacidad del movimiento para articular una nueva forma de entender las relaciones sociales se encuentra en las reacciones de oposición que ha suscitado. A principios de enero, un grupo de 100 mujeres entre las que se encuentra Catherine Deneuve publicaba una tribuna reivindicando “el derecho de los hombres a importunar a las mujeres”, y el mismo mes, la revista Marianne, con tirada de 150 000 ejemplares, hacía en su portada una llamada a “liberar la palabra de los hombres”. 

La reacción del gobierno francés al movimiento ha oscilado entre la negación del problema y la recuperación política. En noviembre, Jean-Michel Blanquer, ministro de educación, explicaba en una entrevista que Francia “ha estado siempre a la vanguardia del feminismo”. Dos días antes, Emmanuel Macron anunciaba una serie de medidas para combatir la violencia contra las mujeres en materia de educación, asistencia a las víctimas y endurecimiento de las penas. Sin embargo, esas medidas no eran acompañadas por un presupuesto específico. Con sus declaraciones Macron simplemente anulaba el recorte del 25% que el verano pasado su gobierno había impuesto al ya exiguo presupuesto dedicado a las políticas de igualdad (que no sólo incluye la lucha contra la violencia de género), unos 30 millones de euros al año. Por comparación el presupuesto del Estado español exclusivamente dedicado a la prevención de la violencia machista es ligeramente superior, para una población un 50% menor que la de Francia. 

Por el momento, el movimiento se manifiesta principalmente mediante la voz de mujeres pertenecientes a entornos sociales con estudios superiores y profesiones liberales. Está por ver cuál será su efecto en las clases populares, un colectivo particularmente vulnerable. En cualquier caso, el éxito de #moiaussi es incuestionable: sin pasar por los espacios feministas tradicionales, y a partir de testimonios en los medios de comunicación y en las redes sociales, #moiaussi ha conseguido visibilizar la violencia contra las mujeres y cuestionar en amplios espectros sociales comportamientos de dominación de género hasta ahora percibidos como normales. En los dos meses siguientes a la irrupción de #moiaussi, el número de denuncias por violencia machista y acoso ha aumentado en un 30%. Aunque el camino por recorrer es largo, el miedo y la vergüenza podrían estar empezando a cambiar de bando en Francia.

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A UN AÑO DE LA WOMEN’S MARCH.

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Carol Arcos.


Rebelión jueves 1 de febrero del 2018.


Hace cuatro meses que vivo en Estados Unidos, después de haberlo hecho toda mi vida en Chile, específicamente en la “empalmerada” ciudad de San Diego. Inmunizada frontera con Tijuana, en donde se levantan los ocho muros prototipos de la administración de Trump. Violenta hibrys, de la supremacía blanca, es esta la que sirve para sustentar el discurso que hizo presidenciable la misoginia y el racismo blanco, capitalista e imperialista, recrudecido y legitimado en el púlpito estatal (¡cuándo no ha sido así!). Por supuesto que la historia de Estados Unidos, su propia constitución como Estado, ha demostrado en múltiples ocasiones la fuerza que esa hibrys posee para perpetuar la voluntad de poder entendida como dominación (¡cuándo no ha sido así!, again). Sin embargo, la embestida trumpista ha puesto en juego nuevamente las reaccciones más mortuorias del pasado, pero ahora engolosinadas frente y en contra de la crítica pública de medios masivos ante soportes del poder o de las afirmaciones de incapacidad mental del presidente por parte de agrupaciones psiquiátricas, como también entre otras, pero principalmente, de la reactivación de la calle.


Hoy marchamos en San Diego como lo hacen también casi la totalidad de las ciudades del país para celebrar el primer aniversario de la Women's March, convocada en Washington contra el nombramiento de Donald Trump en enero de 2017. Aquella marcha que se replicó por todo el país y su significación actual, presentífica la memoria feminista de Estados Unidos, sobre todo pienso en su formación interseccional. El feminismo negro de los setenta nos legó esa importante noción surgida desde el activismo, a veces olvidada su genealogía se vuelve tan vacía en los circuitos académicos del norte y el sur (¡arena para otro debate!), y que me parece sumamente relevante para comprender el triunfo de la supremacía blanca y la violencia misógina y clasista que la cruza.

La calle se viste de rosa y púrpura, bello gesto del Pink Powers, no solo en rechazo a Trump –todo lleno de “pussy hats” como signo de revuelta en su contra–, sino para volver a reivindicar demandas históricas para las mujeres, la disidencia LGTBI, derechos civiles y educativos, políticas ecologistas y antirracistas. Un llamado con unidad feminista a la acción y en un clima general de demanda contra el patriarcado en todas sus formas. Pensemos que este es un año en que han cobrado fuerza movimientos como el #MeToo, iniciado también desde el territorio del feminismo afroamericano a través de la figura de Tarana Burke, que simbólicamente se expande a partir de los casos de abuso sexual en Hollywood. Siempre en una escena tambaleante está Trump con todas las acusaciones que pesan sobre él, recordemos que la palabra “pussy” hace referencia a los audios de 2005 que se filtraron en la prensa mientras era candidato y en donde señalaba que la fama le permitía hacer lo que quería con las mujeres, incluso agarrarlas “by the pussy” . Toda la marcha llena de “pussy hats” con orejas de gato (aunque la cosa se está volviendo un poco comercial, tan propio de este país), mueca brava en el juego de palabras gatito/vagina.


Este aniversario me hace pensar en la importante reactivación de los feminismos a un lado y al otro del Río Bravo, sabernos más feministas que nunca en los últimos años es un logro que debemos conmemorar.

Marcho con toda esta gente en una ciudad sin anclaje familiar aún para mí, y la analogía me asalta como el modo más silvestre de aprehender lo ajeno. Recuerdo la celebración del 8 de marzo de 2004 en Santiago de Chile. Hoy por hoy las marchas en Chile son multitudinarias, pero a comienzos de los 2000 cuando el feminismo se había replegado a la universidad y las ONG ―aunque desapareciendo estas aún reunían a las mujeres feministas de la resistencia a la Dictadura―, las marchas del Día Internacional de la Mujer eran pequeñas en Santiago y su recorrido solo iba por el Paseo Ahumada hasta la Catedral, a diferencia de la ocupación que hoy hacemos de la Alameda. Las marchas son fundamentales para la composición de lugar feminista, nos ayudan a discernir de modo ostensible la expresión del deseo feminista. La simbólica que las viste anuda los debates históricos y actuales.

Las marchas, podríamos decir recordando a la feminista chilena Julieta Kirkwood, son nudos para los feminismos. Al reconocer una rearticulación mundial del feminismo, pienso también en sus tensiones, reacciones, discusiones: ¿son marchas feministas o marchas de mujeres? Kirkwood en los ochenta proponía la distinción entre feministas y políticas para pensar en el nudo de los lugares comunes entre mujeres provenientes de la política más tradicional de izquierda y las mujeres feministas en América Latina. Operatoria analógica que utilizo para leer ahora esta Marcha de la Mujeres en Estados Unidos.


El feminismo es el significante que agrupa mayoritariamente a todas las subjetividades devenidas en diversidad y disidencia para no seguir pensando solo en una noción heteronormativa y muchas veces racista de mujer. Ampara una nueva fase, este movimiento que orbita su novedad en la apertura crítica frente al fascismo histórico de un Estado y del patriarcado colonialista capitalista que necesita nuevos ciclos de quema de brujas, como diría quizás Silvia Federici. Esta marcha convoca multitudes y multiplicidad de miradas, corporalidades, ideologías, pero es la “gritería” feminista la que se escucha más potente, la que se lee en los carteles, la hoja de ruta de esta jornada.

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