ONU-HÁBITAT DESTACA IMPACTO DE LA CRISIS
FINANCIERA EN EL SECTOR DE LA VIVIENDA.- Una visión desequilibrada y enfocada netamente en la
prosperidad financiera ha conducido a una mayor brecha entre ricos y pobres,
así como a graves distorsiones en la funcionalidad de las ciudades y a daños al
medio ambiente. Así lo afirmó el
director ejecutivo de ONU Hábitat,
Joan Clos, en un nuevo informe de ese organismo que analiza el tema de la
prosperidad en las ciudades. El
documento se refiere al impacto de la crisis financiera que forzó a las
poblaciones de ingresos medios y bajos a endeudarse cada vez más, especialmente
adquiriendo préstamos para la vivienda. Por
otra parte, habla de la especulación de la tierra y la explotación de terrenos
rurales para expandir las ciudades hacia las periferias.
Detrás de esa situación se encuentran las agencias inmobiliarias,
las empresas constructoras de casas y carreteras, y las cadenas internacionales de
tiendas, con el apoyo de bancos y financieras. ONU Hábitat sugiere en el documento un
nuevo enfoque a la prosperidad más allá del énfasis exclusivamente
económico, incluyendo otras dimensiones como la calidad de vida, infraestructuras
adecuadas, equidad y sostenibilidad del medio ambiente. El informe propone herramientas novedosas destinadas a asistir a
los que toman las decisiones a diseñar políticas claras en este campo. Por otra
parte, aboga por la necesidad de mejorar los espacios públicos, ampliar esos bienes
y consolidar los derechos de los espacios comunes para todos.
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Una CIUDAD GLOBAL del siglo XXI, producto de la alta concentración humana, comercial, financiera, trabajo,pero carente de agua, luz y servicios públicos.. Aquí la propiedad del suelo "vale oro" no en miles de dólares sino en propiedad de sobrevivencia familiar. Modelo de Ciudad China de Old Lijan. Millones de seres humanos, en este "modelo de vivienda" . propio de las entrañas del capitalismo del desastre y destrucción de los más elementales Derechos y Valores del Ser Humano.
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COMBINACIÓN LETAL: LA NUEVA CRISIS DE LA VIVIENDA.
Cuaderno poscrisis: 5.
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Albert Recio Andreu.
Mientras Tanto.
Rebelión 5 de marzo del 2018.
I
El problema
de la vivienda es estructural en el capitalismo, pero las disputas sobre el
control del suelo son anteriores. Toda la historia del feudalismo está atravesada por conflictos sobre el control del
suelo, de su producto. Y el nacimiento de la sociedad capitalista se
caracterizó por una diversidad de confrontaciones sobre esta cuestión: el
cercamiento de tierras comunales, el acortamiento de los periodos de
arrendamiento, las desamortizaciones o la colonización, constituyen momentos
clave en la acumulación de capital y en la generación de un proletariado urbano
sin capacidad de auto-sostenerse. El
conflicto de la vivienda es en gran medida una nueva versión de lo que antes
acaeció fundamentalmente en el mundo rural: el control del espacio para
satisfacer necesidades humanas básicas o como elemento de enriquecimiento. Y
por eso la cuestión de la vivienda ha sido casi siempre un problema recurrente.
Baste recordar las páginas que le dedica Engels
para describir la situación de las viviendas del proletariado de Manchester a mitad del siglo XIX, o las que de Upton Sinclair sobre la clase obrera de Chicago a principios del siglo XX.
Los problemas de la vivienda han acechado de forma
recurrente a las clases populares barcelonesas. El barraquismo formó parte del panorama de muchos
barrios de la ciudad hasta 1989, año
en que se derrocaron los dos últimos reductos. De la misma forma, la especulación fue uno de los ejes de la acumulación capitalista en la
fase final del franquismo (fenómeno bien explicado en el libro colectivo "La Barcelona de Porcioles"). La
otra cara de la moneda eran las interminables jornadas laborales que
permitieron a la clase obrera de la época acceder a viviendas más que modestas.
Tras la transición, las oleadas especulativas se han sucedido, sólo
interrumpidas por la crisis
"corta" —de 1991-1994— y la "larga" —de 2008 a 2015—.
Y, en estas fases especulativas, el
problema de la vivienda fue tan grave, especialmente en la fase final de la
burbuja, que generaron respuestas locales a la evidencia del mobbing inmobiliario
y el encarecimiento de la vivienda. Con
la crisis llegó una versión más dramática del problema: los desahucios. Un fenómeno en sí mismo cambiante, pues al inicio
afectaba a familias hipotecadas que habían dejado de pagar sus cuotas, mientras
que posteriormente ha terminado afectando a personas que no pueden pagar el
alquiler o a personas que han ocupado viviendas vacías ante la falta de
oportunidades legales. Ahora entramos en una tercera fase, sin que las dos anteriores se hayan extinguido: la
mera expulsión de personas por el fin del contrato de arrendamiento. Una nueva
versión moderna, urbana, de una historia de desposesión que en el mundo rural
tiene una larga trayectoria.
Que esto exige una respuesta social contundente es
innegable. Que la misma se vaya a producir es más problemático. Aunque al menos
bullen las iniciativas de respuesta; se
multiplican las voces críticas en un amplio espectro, que abarca desde
organizaciones cristianas con trayectoria en el tema de la vivienda hasta colectivos de barrio que luchan contra la
gentrificación, pasando por sindicatos, asociaciones vecinales clásicas y, sin
duda, con el impulso de las organizaciones que han nacido al calor de los
nuevos conflictos (la PAH, la Plataforma
contra la Pobreza Energética, el Sindicat de Llogaters…). Aún
no está claro qué capacidad de respuesta colectiva tendrá todo este
conglomerado. Las notas que siguen tratan simplemente de detectar los espacios
del conflicto. Hay tres dinámicas básicas que explican la situación: las
dinámicas de la especulación capitalista, la política de suelo y vivienda, y
las condiciones de renta y trabajo.
Brasil uno de los países más desiguales del mundo. Una Ciudad del siglo XXI, presente entre la riqueza de unos cuantos (las élites empresariales) y la pobreza - miseria de millones de seres humanos que viven en condiciones humillantes
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II
La
especulación sobre el suelo y la vivienda tiene larga tradición, y ahora se
concentra en las grandes ciudades globales donde fluyen todo tipo de capitales
y generan oleadas de revalorización del suelo. El espacio no es un activo
homogéneo, y el problema de la renta del suelo ha preocupado desde el principio
a teóricos de la economía. Las ciudades
globales, las de más éxito, tienen diversos factores de atracción
diferentes al resto de urbes. En primer
lugar, muchas de ellas son ciudades turísticas, y el turismo necesita
espacio de alojamiento que compite con el residencial. No hace falta explicarlo
mucho, pues cualquiera que viva en una ciudad
global conoce la presión por expandir las plazas hoteleras y los
apartamentos turísticos. No deja de ser paradójico que la proliferación de
estos últimos, lejos de generar una gentrificación de los barrios, lo que
provocan es una degradación de la vida social —tanto porque prolifera un tipo
de turista que busca la juerga como porque sustituye el comercio tradicional
por comercios y bares especializados—.
En segundo
lugar, las ciudades globales también atraen asalariados de las empresas
punteras (diseñadores, informáticos, etc.), con mayor poder adquisitivo y
dispuestos a ocupar los espacios urbanísticamente más atractivos de la ciudad.
Parte del negocio de la rehabilitación de alto standing, o el surgimiento de
nuevos barrios en antiguas zonas industriales (como ocurre en Barcelona en parte del frente marítimo de la ciudad),
obedece a esta dinámica, y es allí donde se produce una palpable gentrificación. Y, por último, pero no
menos importante, nos encontramos ante la proliferación de inversores que
consideran que la inversión en edificios es una actividad no sólo rentable,
sino menos incierta que la inversión industrial: los edificios son más versátiles
que cualquier otra inversión productiva, y la posibilidad de comprar y vender a
corto plazo es mayor, entre otras cosas porque no se requiere un conocimiento
especializado como el que se exige para desarrollar cualquier otro tipo de
negocio. De hecho, casi todos los grandes
empresarios acaban dedicando parte de los
beneficios de sus empresas en inversiones inmobiliarias, como muestra el
caso ejemplar de Amancio Ortega, el
principal propietario de Inditex.
Que a corto plazo la mera especulación constituye un
negocio lo muestra el caso de las
Socimis, empresas de inversión inmobiliaria que cotizan en bolsa, que
llevan dos o tres años con beneficios muy superiores a los alquileres que
perciben, beneficios contables que generan la revalorización de sus activos. Y
que practican una política de "rotación
de activos", es decir, de compras y ventas orientada a
"realizar" parte de esta revalorización especulativa. Seguramente, en
algún momento este proceso volverá a estallar, pero en el entretiempo ya se han
obtenido suculentos beneficios, y ya se verá quien paga finalmente el pato del
fin de los buenos tiempos. En este caso,
esta oleada especulativa provoca tanto un aumento de las rentas de la propiedad
—que afecta especialmente a comercios y restauración— como puede provocar un
cierto vaciamiento de los centros urbanos, debido a la proliferación de
viviendas de lujo que entran en esta subasta especulativa sin que tengan un
índice muy elevado de ocupación. Un especulador rico puede en muchos casos
permitirse tener durante un tiempo una propiedad que sólo ocupa temporalmente,
y que espera revender al cabo de cierto tiempo.
La salida de
la crisis (o, al menos, de la recesión) se ha producido en todas partes con una
elevada inyección monetaria por parte de los bancos centrales. Las dificultades de liquidez que
constriñen a la mayoría de la gente no afectan ni a las grandes empresas ni al
entramado de intermediarios financieros que están en la base de estos procesos
especulativos. Y conecta las políticas de salida de la crisis con el nuevo auge
inmobiliario, que se detecta en ciudades globales como Barcelona y Madrid.
III
La segunda
pata es indudablemente la política de suelo y vivienda que desarrolla el país. La etapa neoliberal ha experimentado un largo ciclo de liberalización de la
vivienda que ha agudizado los problemas de la política franquista de vivienda.
Sucesivas desregulaciones del mercado de alquileres; recalificaciones
urbanísticas por doquier; privatización del suelo público; ausencia de una
política seria de vivienda pública; tratamiento
fiscal favorable a la especulación; alta protección pública del sector
financiero privado; son algunos de los pilares que han generado los sucesivos
problemas de vivienda, y que han afectado a gran parte de la población. El estallido de la burbuja financiera
pareció augurar un cambio de rumbo, pero en la práctica se han traducido en una
nueva oleada de medidas que han agravado la situación: la nueva ley de
arrendamientos de 2013, la
legalización de las Socimis, el tratamiento de la crisis bancaria permitiendo
traspasar (directamente o vía Sareb)
los activos inmobiliarios "tóxicos" de manos de los bancos a
verdaderos fondos-buitre internacionales, los cambios en la ley de costas, y
los recortes en inversión pública. Medidas que, lejos de cambiar el modelo, se
han diseñado para posibilitar un nuevo auge especulativo y para salvar las
cuentas del sistema financiero.
Se trata de una situación perversa, porque se ha creado todo un entramado legal
e institucional que favorece la proliferación de los movimientos
especulativos que he intentado describir. Perversa porque el drama se concreta
a escala local y afecta especialmente a los "Ayuntamientos del cambio" (especialmente en Barcelona y Madrid),
que tratan de revertir una situación enquistada y se tienen que enfrentar no
sólo a los destrozos de la crisis, sino también a los embates de la nueva
especulación en un contexto de ausencia de suelo público, lo que dificulta
desarrollar una agresiva política de vivienda.
IV
La tercera
pata del problema está en el mundo laboral y el reparto de la renta. La crisis
hipotecaria fue en gran medida generada por el hundimiento del
empleo. Antes de 2008 la gente
estaba endeudada, pero pagaba sus cuotas semanales (por ejemplo, entre la
población de reciente inmigración era habitual que el alquiler de habitaciones
a compatriotas permitiera pagar la hipoteca, algo que se cortó cuando el
propietario y sus allegados perdieron el empleo). Con el paro esto fue
imposible. Con los nuevos empleos de bajos salarios también. Por ejemplo, la
serie de la Encuesta de Condiciones de Vida que publica en I.N.E. muestra que desde 2012 las rentas salariales medias y los
ingresos de los parados están a la baja. Y ya sabemos que las medias esconden
una enorme dispersión salarial, y que los que han caído de verdad son los
salarios históricamente más bajos. Y también lo ha hecho el nivel de cobertura
social.
Con niveles de ingresos tan bajos es difícil el
acceso a la vivienda privada. Es
imposible no sólo la compra, sino obtener las garantías de un alquiler decente.
Puede, incluso, que haya una conexión entre la caída de algunos ingresos
salariales y el incremento de algunos alquileres, pues la caída de los primeros
(para hoteles o comercios) se convierte en un mecanismo compensador del aumento
de los costes de alquileres.
V
Los
problemas de la vivienda reflejan, por tanto, la combinación de tres perversas
dinámicas. Ninguna de ellas es inevitable, aunque todas tienen soluciones
difíciles de aplicar en el actual contexto social. Pero se trata de soluciones
que tienen su punto nodal en la política. No sólo en el marco estricto de la
política de vivienda, sino también en los dos ámbitos restantes.
Los
movimientos especulativos globales son potentes, pero se
pueden amainar con políticas impositivas que dificulten la obtención de
plusvalías a corto plazo (fijando niveles expropiatorios a los beneficios de
tenencia corta, o aplicando tasas especiales para propietarios no residentes.
En definitiva, creando desincentivos a una actividad que genera suculentos
beneficios privados a costa de generar un altísimo coste social.
El control
de los alquileres es otro de los campos de confrontación. Los
economistas liberales argumentan que controlar los alquileres acaba por vaciar
el mercado. Se trata de un argumento falaz. Es una cuestión de grado. No resulta entendible que un nivel de
alquileres que garantice unos ingresos que cubran costos y den un margen
moderado de rendimiento no vaya a resultar viable, como ocurre en otros países
europeos.
Y, sin duda, es necesaria una nueva política de vivienda pública, así como cambios en las políticas laborales y de
rentas para combatir el empobrecimiento
que afecta a sectores importantes de la población. En suma, iniciativas que
combatan el problema desde sus diversos ángulos. Una respuesta que exige una movilización
persistente y tenaz para romper el círculo perverso que conduce a mucha gente a
un laberinto sin aparente salida.
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