“Antes
de que se reformara el bienestar social, las madres recibían asistencia gracias a la Ayuda a Familias con Niños a su Cargo
[Aid to Families with Dependent Children] (anteriormente llamada Aid to
Dependent Children). La AFDC se centraba en ofrecer prestaciones a las madres
para que no tuvieran que trabajar. Promulgada como Ley de Seguridad Social [Social Security Act] de
1935, el propósito enunciado del programa era éste: [Los programas de ayuda a las madres, como la ADC/AFDC] no son
primordialmente ayudas a las madres sino medidas de defensa para los hijos.
Están destinadas a liberar del papel de asalariado que la persona cuya función
natural estriba en dar a los niños la tutela física y afectiva no sólo para
impedir que caigan en la adversidad social, sino más afirmativamente para
criarlos como ciudadanos capaces de
hacer su aportación a la sociedad”.
“Está bien documentada la evolución de la
asistencia descrita más arriba
hasta llegar las magras prestaciones del bienestar que hoy se conceden. Cuando
se aprobó el programa de ayuda social en metálico en 1935, se excluyó en buena medida a las madres negras del programa, que estaba inicialmente concebido para viudas blancas. Pero pronto, en
vez de viudas, fueron en su mayoría las madres solteras las que recurrieron al
programa. Y a medida que los norteamericanos negros iban accediendo cada vez
más al bienestar social, se iban racializando
también las discusiones y debates en torno a la pobreza y el bienestar social.
Pensemos en la mítica “reina de las
prestaciones” [“welfare queen”] de Ronald Reagan, una estrategia que
retrataba a los pobres que recibían ayuda del Estado omo gente perezosa y
dependiente. Décadas de debate culminaron en la terminación del AFDC y la aparición del TANF,
mediante la Ley de Reconciliación de Responsabilidad Personal y Oportunidades
Laborales [Personal Responsibiity and Work Opportunity Reconciliation Act] de 1996, que se convirtió en ley con la firma
del presidente Clinton”.
“A
diferencia de la asistencia que proporcionaba la AFDC, la TANF obliga a los padres a trabajar,
producto de la época neoliberal en la que el valor de un individuo se equipara
a su valor de mercado. Hay poca
consideración por las necesidades, deseos u obstáculos individuales; tienen
que trabajar, no importa lo reducido que sea el salario o lo dificultoso que
sea el horario. Y así, cuando Halley
pierde su empleo, pierde su ayuda en efectivo, un programa destinado a
garantizar que las madres puedan quedarse en casa y criar a sus hijos. Sin ella, tiene que
hacer grandes esfuerzos para mantener a Moonee, catalizando el climax emocional
de la película”.
/////
ESTADOS UNIDOS. LA POBREZA A LAS PUERTAS DE DISNEY.
The Florida Project.
*****
Kalena
Thomhave.
The
American Prospect/Sin Permiso.
Rebelión
viernes 2 de marzo del 2018.
Recién estrenada en España con notable éxito de crítica, la
sexta cinta de Sean Baker (1971), Director Neoyorquino independiente, deja ver
nuevamente su más que buen hacer en la Dirección de Actores Infantiles y su
afilada visión de los marginados sociales.
Los créditos
al inicio de The Florida Project nos introducen a un mundo de
algodón de azucar, con la banda sonora de “Celebration”, de Kool & the Gang, apropiada para el entorno
veraniego de Orlando, Florida, sede del
Walt Disney World, destino ideal de vacaciones para casi cualquier niño
norteamericano. Como refuerzo del alborozo, los colores de esta película del
director Sean Baker (que hizo anteriormente Tangerine) están
intensamente saturados —tonos rosados, lavanda y azules— igual que los
edificios a lo largo de la Ruta 192,
donde Moonee (Brooklynn Prince), la
niña de seis años que mueve la película, se aloja con su madre en las Magic
Castle Inn and Suites, a poca distancia del Magic Kingdom.de Disney.
Moonee y su
madre, Halley (Bria Vinaite), habitan un mundo bastante distinto al del “
lugar más feliz de la Tierra”, aunque el verano de Moonee se caracteriza por aventuras mágicas de su propia invención,
con sus amigos Scooty (Christopher Rivera) y Jancey (Valeria Cotto).
Moonee no sabe que carece de vivienda: a fin de cuentas, tiene una cama de motel en la
que dormir. Y lo probable es que Moonee no comprenda la gravedad de su pobreza,
aunque probablemente sepa que Disney
World está por ahí en alguna parte que, por cerca que sea, queda
increíblemente lejos, a causa del dinero. (“Sabes
que me gustan los pepperoni”, se queja Moonee mientras come pizza con
queso. “Los pepperoni cuestan dinero”,
dice su madre). Y Moonee no cuestiona los camiones con donativos, conducidos
por voluntarios de mirada soñadora, que se pasan por el hotel; simplemente,
agarra lo que quiere.
La yuxtaposición de la pobreza justo en el
exterior del país de las maravillas consumista que es Disney World permea toda la película, ya sea que estemos viendo a
Moonee y sus amigos pasearse por las inmensas tiendas de regalos con nombres
como “Disney Gifts Outlet”, o una
toma del letrero de una calle que reza “Callejuela
de los Siete Enanitos”. Pero la ironía, catalizadora probablemente de la
visión de la película en primera instancia, no parece nunca fatigosa.
Si no da la impresión de que Baker esté tratando de subrayar esta dicotomía con demasiada
intensidad, es porque no trata de hacerlo: hay una obscura realidad palpable tras la situación de ficción de
Moonee. Camino de Disney World, justo en el exterior del parque temático, el
paisaje está punteado de moteles de bajo coste que sirven de refugios de
proto-sintecho para los miles de familias que no pueden permitirse los elevados
alquileres de una ciudad de vacaciones
como Orlando. Y los recientes huracanes que han afectado al Caribe no han
hecho más que exacerbar el problema. Debido al huracán María, han llegado hasta
Florida aproximadamente 170.000
evacuados portorriqueños. FEMA [el
sistema de alertas públicas] ha ubicado a algunos de estos refugiados en 1.500 unidades, aproximadamente, de
vivienda temporal en moteles. Todavía se está a la espera de que las soliciten
miles de evacuados.
“En Estados Unidos se permite –sin que sea escándalo
nacional– que los niños no tengan lo suficiente para comer. El programa
nacional de televisión de CBS News 60 Minutes mostró recientemente las caras y
las historias de familias sin techo, cuyos hijos hablaron de lo que sienten
cuando no comen lo suficiente. Más de 16 millones de menores de edad viven en
la pobreza –2 millones más que antes de la crisis económica que estalló en
2007– y se registra que es el desplome de la clase media más rápido ocurrido
jamás desde que el gobierno empezó a medirlos hace medio siglo, informa CBS
News”.
***
Como en el caso de cualquier buena historia de
ficción, sea cual sea el trasfondo, la trama o el entorno, las emociones
humanas de The Florida Project son
de verdad. La pobreza es también de verdad, el resultado de reglamentaciones
políticas tangibles.
Baker ha descrito
en algunas entrevistas su preparación de la película investigando los apuros
reales de las familias que viven en moteles
del centro de Florida, y el “viajar [a Orlando] y conocer niños que tenían
6-7 años y han pasado toda su vida en los moteles”. Una organización sin ánimo
de lucro con la trabajó el equipo para entrar en contacto con esas familias, el
Community Hope Center, aparece en la
película. Al imbuir la trama de la realidad de Orlando, no de “pornografía de la pobreza”, la
película convierte las historias de la gente pobre no sólo en algo accesible y
vívido sino también verdadero y digno de contarse. Baker tiene tanto éxito en este enfoque cuasi de cinéma vérité de la pobreza
infantil que resulta un tanto discordante ver las fotos de los niños actores
enfundados en sus minúsculos trajes y vestidos para el estreno de la película.
Aunque la pobreza está constantemente a la
vista, The Florida Project trata en su centro de la infancia: temeridad e
inocencia. De cómo encarna el verano todo lo que puede ser la niñez: libertad y
helados. A Moonee le gusta comerse
el sirope de arce directamente del envase. Juega con un ventilador eléctrico,
situándose delante para poner voz de robot. Participa en concursos de
escupitajos y luego se hace amiguísima de la niña a la que le escupe. Se lleva
de safari a una amiga para ver las vacas de unos campos cercanos.
La madre de
Moonee es también, de múltiples maneras, una niña que se deleita —o se
suma— a las actividades de Moonee, en lugar de inculcarle disciplina.
Mientras los monstruos de ficción merodean por Disney
World, los de verdad acechan en torno al motel. Pedófilos para los que los
niños pobres son presa fácil. Peleas
brutales en el aparcamiento. Lo que hará una madre para mantener a su hija,
no importa lo inquietante que resulte (prostituirse en su habitación de motel),
mientras trata a la vez de protegerla de ello escondiéndola en el baño,
poniendo la música alta. Los niños no pueden entender esto plenamente, pero han
visto, por supuesto, destellos de una desesperación que no puede zafarse de la
pobreza. “Puedo saber siempre cuándo
están a punto de llorar los adultos”, anuncia Moonee en un determinado momento, aunque no está mirando a su
madre, está mirando a una compungida pareja de turistas que reservó por error
en el cutre Magic Castle Inn, en
lugar de hacerlo en el complejo turístico próximo al Magic Kingdom. Tal como hacen los niños, Moonee y sus amigos señalan a los villanos que quedan más cerca de
la versión de Disney: “Hay caimanes ahí
dentro”, dice uno de los niños, apuntando al pantano (“Si tuviera un caimán
de mascota”, dice Moonee, “lo llamaría
Anne”).
Junto a los dragones hay también héroes. Como Bobby (Willem Dafoe), el gerente
del motel, que no le quita ojo a los niños, aunque sus travesuras amenacen
ocasionalmente el normal funcionamiento del negocio hotelero. Llevar un motel no es cosa fácil ni un empleo
bien pagado, y no está entre sus tareas la de proteger a los niños o a las
familias que viven en sus moteles, aunque a menudo es justamente eso lo que
hace. Lo que está entre las tareas de su empleo es que, en ocasiones, pueda
tocarle desahuciarlos.
También les recuerda el poder que tienen los
turistas en un lugar como Orlando. Los niños probablemente irriten a otros “invitados” de larga duración, pero como declara Bobby, “No puedes putear a los turistas”. En
una economía de servicios como la de Orlando,
los salarios de la mayoría de la gente son posibles sólo gracias a las
actividades de ocio de otros, de modo que, sí, no puedes putear a los turistas.
Aunque el trabajo en servicios es
por lo general poco fiable con una planificación inconstante y estacional, por
no mencionar que está mal pagado, ni siquiera eso existiría sin el turista
Baker ha
declarado que su película trata de la crisis de la vivienda, perversamente
exacerbada por la Gran Recesión. De
acuerdo con la Coalición Nacional para
la Vivienda de Bajo Coste (National Low Income Housing Coalition), el área
metropolitana de Orlando tiene la tercera oferta más baja de alquiler de
vivienda asequible para hogares de rentas extremadamente bajas: 18 unidades por
cada 100 hogares arrendatarios. La coalición estima asimismo que para poder
permitirse una casa de dos habitaciones en Orlando,
una unidad familiar debe ganar 40.080 dólares anuales: el equivalente de dos
puestos de trabajo a tiempo completo con salario mínimo.
Aunque puede que Baker tuviera la intención de centrarse en los efectos
de la recesión, la película ilustra otros fracasos políticos, y en particular
las consecuencias de la reforma del bienestar social. Probablemente, en sus veintipocos y a la mitad de la
veintena, haya trabajado temporadas como “stripper”,
pero, como ella dice, “se negó a hacer
cosas en la trastienda” por dinero, de modo que se queda sin trabajo.
Cuando Halley le explica a su asistente social por qué está desempleada, el
asistente le dice: “Bueno, eso va a
afectar a tu TANF”.
La TANF, o
Asistencia Temporal a Familias Necesitadas [Temporary Assistance for Needy
Families], es lo que la gente entiende de modo característico
cuando piensa en ayuda social en metálico. Halley
habría estado en la TANF para poder
criar a su hija. La TANF se creó en
la reforma del bienestar social de 1996, empeño bipartidista que cambió
drásticamente el sistema de bienestar social. Su rasgo principal estriba en el
requisito de trabajar; la mayoría de los padres y madres del TANF (abierto solo a progenitores con
hijos menores) tienen que trabajar o participar en otras “actividades laborales.”. En consecuencia, menos de una cuarta
parte de las familias en la pobreza reciben hoy prestaciones de la TANF, del casi 70 % de familias pobres
que lo recibían antes de la promulgación del TANF.
Antes de que se reformara el bienestar social, las
madres recibían asistencia gracias a la Ayuda
a Familias con Niños a su Cargo [Aid to Families with Dependent Children]
(anteriormente llamada Aid to Dependent Children). La AFDC se centraba en
ofrecer prestaciones a las madres para que no tuvieran que
trabajar. Promulgada como Ley de
Seguridad Social [Social Security Act] de 1935, el propósito enunciado del
programa era éste:
[Los
programas de ayuda a las madres, como la ADC/AFDC] no son
primordialmente ayudas a las madres sino medidas de defensa para los hijos.
Están destinadas a liberar del papel de asalariado que la persona cuya función
natural estriba en dar a los niños la tutela física y afectiva no sólo para
impedir que caigan en la adversidad social, sino más afirmativamente para
criarlos como ciudadanos capaces de hacer su aportación a la sociedad.
Está bien documentada la evolución de la asistencia
descrita más arriba
hasta llegar las magras prestaciones del bienestar que hoy se conceden. Cuando
se aprobó el programa de ayuda social en metálico en 1935, se excluyó en buena medida a las madres negras del programa, que estaba inicialmente concebido para viudas blancas. Pero pronto, en
vez de viudas, fueron en su mayoría las madres solteras las que recurrieron al
programa. Y a medida que los norteamericanos negros iban accediendo cada vez
más al bienestar social, se iban racializando
también las discusiones y debates en torno a la pobreza y el bienestar social.
Pensemos en la mítica “reina de las
prestaciones” [“welfare queen”] de Ronald Reagan, una estrategia que
retrataba a los pobres que recibían ayuda del Estado omo gente perezosa y
dependiente. Décadas de debate culminaron en la terminación del AFDC y la aparición del TANF,
mediante la Ley de Reconciliación de Responsabilidad Personal y Oportunidades
Laborales [Personal Responsibiity and Work Opportunity Reconciliation Act] de 1996, que se convirtió en ley con la firma
del presidente Clinton.
A diferencia de la asistencia que proporcionaba la AFDC, la TANF obliga a los padres a
trabajar, producto de la época neoliberal en la que el valor de un individuo se
equipara a su valor de mercado. Hay poca consideración por las necesidades,
deseos u obstáculos individuales; tienen que trabajar, no importa lo reducido
que sea el salario o lo dificultoso que sea el horario.
Y así,
cuando Halley pierde su empleo, pierde su ayuda en efectivo, un programa destinado
a garantizar que las madres puedan quedarse en casa y criar a sus hijos. Sin
ella, tiene que hacer grandes esfuerzos para mantener a Moonee, catalizando el
climax emocional de la película.
(Incluir en
la película acrónimos como TANF y DCF [Department of Children and Families –
Departamento de Hijos y Familias], sin describir a qué corresponden, muestra no
solo cómo las normativas contaminan las vidas cotidianas, sino también cómo se
experimentan esas normativas, en lo tocante a los pobres, como una realidad
ininteligible, inmutable. Al igual que los personajes de la película, el
público de la misma puede no saber exactamente qué significan estos siglas, su
historia o sus efectos últimos).
A medida que prosigue
el verano, Halley va teniendo que esforzarse cada vez más para mantener a Moonee, demostrando al final cómo las
madres sumidas en la pobreza pueden verse criminalizadas por hacer lo que
pueden por mantenerse ellas y sus hijos. Por
mucho que Moonee intente crear su propia felicidad, irrumpe el mundo real,
lo que incentiva a Moonee y Jancey a
emprender una aventura final. Cuando no pueden evadirse de la devastación de su
realidad, corren hasta donde la realidad ya se ha construido y prometido.
El título de la película procede del sueño
originario de Walt Disney de una ciudad del futuro: EPCOT (siglas de Experimental Prototype Community of
Tomorrow, Prototipo Experimental de Comunidad del Mañana), apodado su “Proyecto de Florida”. De acuerdo con
Disney, EPCOT sería “una solución a los
problemas de nuestras ciudades”.
En la
“imaginiería” [“imagineer”, neologismo de origen disneyano] del Proyecto de Florida de Disney, “No
habría zonas de chabolas, porque no permitiremos que se desarrollen”.
Todo el mundo tendría trabajo…en realidad, a todo el mundo se le exigiría tener
trabajo. Disney afirmaba que su
comunidad “será siempre un escaparate al
mundo del ingenio y la imaginación de la libre empresa norteamericana”. La
comunidad de EPCOT, por supuesto, nunca se llevó a la práctica, y en cambio, el
monumento de Disney es un Orlando de
parques temáticos y pobreza adyacente. La tarea de resaltar algunas consecuencias de la libre
empresa norteamericana ha pasado a los moteles de la Ruta 192, donde viven y
juegan niños como los de The Florida Project.
*****
KALENA THOMHAVE, articulista de The American
Prospect, es especialista en asuntos sociales, programas de reducción de la
pobreza y derechos civiles. Originaria del sur de los Estados Unidos, estudió
en la Louisiana State University y ha trabajado para organismos como el
Congressional Hunger Center, el USDA Food and Nutrition Center (como analista
de programas de nutrición infantil) y New America.
Fuente
original: The American Prospect, 2 de febrero de 2018
Traducción:
Lucas Antón.
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