TRUMP PONE SU FIRMA A LA GUERRA COMERCIAL.- El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó los
decretos para imponer aranceles de 25
por ciento a las importaciones de acero y 10 por ciento a las de aluminio, en los que eximió por ahora a México y Canadá, pese a que había
prometido gravar a todos los países. Los aranceles, anunciados la semana pasada
y confirmados ayer, entrarán en vigor en 15 días, entre el temor mundial por el
estallido de una guerra comercial.
Trump
insistió en que la producción nacional es necesaria por razones de seguridad
nacional y se refirió a las prácticas
comerciales en los mercados del acero y aluminio como un asalto a nuestro país.
Si no quieren pagar impuestos traigan su planta a Estados Unidos, enfatizó. El mandatario estuvo acompañado de
trabajadores de las industrias de acero y aluminio mientras explicaba su
decisión en una ceremonia en la Casa Blanca. Firmó dos edictos, uno para cada
importación, en los que ordenó los aranceles. Estos metales son absolutamente
vitales para la infraestructura y la base de la industria de defensa, señaló el
mandatario, quien se basó en una legislación que autoriza acción presidencial contra importaciones que socavan la
seguridad nacional.
Las importaciones estadunidenses de acero en 2017 representaron 33 mil 460 millones de dólares contra 24 mil 280 millones en 2016, un aumento de 37.8 por ciento. En tanto, las importaciones de aluminio alcanzaron un valor de 17 mil 310 millones en 2017, frente a los 13 mil 140 el año anterior, un incremento de 31.7 por ciento. El dumping de las importaciones baratas afecta la supervivencia de los fabricantes estadunidenses, argumentó Trump al ignorar las advertencias de legisladores de su partido y socios comerciales, como la Unión Europea. El mandatario ofreció exenciones de los aranceles a los países que nos traten con justicia al comerciar, un gesto que pone presión sobre Canadá y México con los que renegocia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), un proceso que parece haberse estancado. "Creo que vamos alcanzar un pacto por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Ya lo he dicho por largo tiempo. Si tenemos un acuerdo no habrá aranceles para Canadá y México", reiteró. "En caso de que no sea posible alcanzar un acuerdo, vamos a retirarnos del TLCAN y empezaremos todo de nuevo".
Las importaciones estadunidenses de acero en 2017 representaron 33 mil 460 millones de dólares contra 24 mil 280 millones en 2016, un aumento de 37.8 por ciento. En tanto, las importaciones de aluminio alcanzaron un valor de 17 mil 310 millones en 2017, frente a los 13 mil 140 el año anterior, un incremento de 31.7 por ciento. El dumping de las importaciones baratas afecta la supervivencia de los fabricantes estadunidenses, argumentó Trump al ignorar las advertencias de legisladores de su partido y socios comerciales, como la Unión Europea. El mandatario ofreció exenciones de los aranceles a los países que nos traten con justicia al comerciar, un gesto que pone presión sobre Canadá y México con los que renegocia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), un proceso que parece haberse estancado. "Creo que vamos alcanzar un pacto por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Ya lo he dicho por largo tiempo. Si tenemos un acuerdo no habrá aranceles para Canadá y México", reiteró. "En caso de que no sea posible alcanzar un acuerdo, vamos a retirarnos del TLCAN y empezaremos todo de nuevo".
Una cláusula permitirá a todos los países negociar
mejores condiciones en determinados casos. Para ello, deberán
demostrar que por conducto de medios alternativos podrán equiparar los efectos
negativos para la seguridad nacional de Estados
Unidos que generan sus ventas de acero. El representante comercial Robert Lighthizer será el responsable de
dirigir estas negociaciones.
La medida, anticipada por Trump la semana pasada, recibió múltiples críticas dentro y fuera
de Estados Unidos. Los empresarios y
políticos temen que un aumento de los precios del acero y el aluminio, así como
las medidas en represalia que se adopten en el exterior, provoquen mayores
daños a la economía estadounidense que
los beneficios que pueden traer los aranceles. Ayer, 107 legisladores
republicanos enviaron una carta al mandatario en la que expresaron una profunda
preocupación. Tras la firma de proclamación, el presidente de la
Cámara de Representantes, el republicano
Paul Ryan, criticó la decisión del gobierno
de Trump por temor a las
consecuencias. Planteó que la medida sea modificada para concentrarse solamente
en aquellos países y prácticas que violan la ley de comercio. Existen
incuestionablemente malas prácticas de comercio entre naciones como China, y el
mejor abordaje sería aplicar la ley contra esas prácticas.
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TRUMP: LA GUERRA ARANCELARIA
DE LOS MUNDOS.
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Luis Manuel Arce.
ALAI. Viernes 9 de marzo del 2018.
La Habana.- El presidente de Estados
Unidos, Donald Trump, finalmente se decidió por encender la mecha del cañón
cuyo disparo desde la Casa Blanca anuncia lo que podría convertirse en una
nueva guerra comercial: la imposición arancelaria a las importaciones de acero
(25 por ciento) y aluminio (10 por ciento).
Es una aberración económica en tanto
que es muy improbable que el presunto objetivo de recuperar la industria
metalúrgica nacional se pueda cumplir por la vía proteccionista sin una previa
y larga preparación de reconversión y modernización que la ponga a la par
tecnológicamente con la de alto rendimiento de Europa, China y Rusia.
Por el contrario, un incremento de
los aranceles a materiales primarios clave de amplio espectro industrial puede
ocasionar lo que los expertos denominan “efectos en cascada dentro de la
economía estadounidense” por un previsible aumento de los costos que harán
perder competitividad a sus manufacturas frente a las del mercado
internacional.
La advertencia de los especialistas
a Trump, en especial de su exasesor económico Gary Cohn, de que los nuevos
aranceles afectarán en forma negativa a las empresas y trabajadores de las
industrias usuarias del acero y aluminio importados, no ha encontrado oídos
receptivos ni en la Casa Blanca, ni en la Secretaría de Comercio, a pesar del
dramatismo con el que el anuncio ha sido recibido en Wall Street donde los
tenedores de acciones se lanzaron a una venta masiva.
Trump parece regocijarse con la
guerra comercial que desata, la cual intenta minimizar con absurdas
afirmaciones de que estas son buenas y fáciles de ganar cuando en realidad
todas han sido malas, muy perjudiciales e imposibles de ganar porque los daños
son muy generales y abarcadores.
La decisión de Trump tiene otro
aspecto grave y hasta cierto punto infame porque ha sido rodeada de una
atmósfera mentirosa, falaz, populista, de que la imposición de aranceles
permitirá una expansión de la industria del acero y el aluminio, cuando lo más
probable es que afecte severamente sectores como el automotriz, el de
electrodomésticos y el de la construcción por el incremento del costo de sus
insumos.
Es obvio que un aumento de los
aranceles no frenará la declinación industrial en Estados Unidos porque el
origen del problema no radica en las importaciones sino en una estrategia
errónea y de larga data que relegó tecnológicamente al sector frente a sus
actuales competidores. La modernización no se logra de un día para otro.
Tampoco frenará su ralentización
comercial. El déficit comercial de Estados Unidos aumentó a sus máximos en los
últimos nueve años, y la brecha con China se amplió marcadamente, y continúa
ampliándose un año después de que Trump asumió el poder.
El Departamento del Comercio admitió
que el déficit comercial saltó un 5 por ciento, a 56.600 millones de dólares,
en enero de este año, el mayor desde octubre de 2008 inicio de la gran crisis
financiera. El déficit comercial con China, un dato políticamente sensible,
aumentó un 16,7 por ciento a 36.000 millones de dólares, el mayor nivel desde
septiembre del 2015. La brecha con Canadá escaló un 65 por ciento a un máximo
de tres años de 3.600 millones de dólares. Son cifras oficiales reproducidas
por todas partes.
A fines de enero, Trump impuso
fuertes aranceles sobre los paneles solares importados y las grandes lavadoras
de ropa, pero no logró absolutamente nada. La situación deficitaria no pudo ser
revertida. Los aranceles al acero y el aluminio no parece que tampoco tengan
buen futuro.
En cambio, sí son un explosivo
factor para desatar una guerra comercial por la represalia natural y lógica de
Europa y Asia donde los exportadores amenazan con poner fuertes aranceles a
productos estadounidenses, incluidos los del propio sector metalúrgico,
automovilístico y de electrodomésticos, entre otros muchos.
Proliferarán, además, las demandas
en la Organización Mundial del Comercio (OMC) contra Estados Unidos, y en todos
los continentes las fronteras serán blindadas con medidas de salvaguarda que se
sentirán de manera muy fuerte en toda la estructura comercial estadounidense.
Los europeos, que exportan cada año
a Estados Unidos acero por unos seis mil 200 millones de dólares, y aluminio
por mil millones, buscarán fórmulas para contrarrestar daños estimados en cerca
de tres mil millones de dólares si se aplican esos aranceles, y lo mismo hará
China.
Ya en los medios especializados se
habla de una lista de productos de Estados Unidos que serán gravados en Europa,
y figuran entre ellos algunos tipos de whisky, crema de maní, arándanos, jugo
de naranja, jeans, ciertos aceros, maquillaje, vehículos, motocicletas, yates,
pilas, baterías, arroz, maíz, puros y cigarrillos, lo cual indica que la guerra
comercial desbordará todos los sectores y no será tan fácil como asegura
mentirosamente Trump.
El propio mandatario se contradice
al confirmar que si Europa reacciona con medidas de represalia, Estados Unidos
responderá con una escalada arancelaria y puso como ejemplo un gravamen del 25
por ciento sobre los autos europeos.
Habrá que ver qué hace con China,
pues el gigante mundial de la industria ya advirtió que adoptará una respuesta
necesaria en caso de una guerra comercial con Estados Unidos, como declaró el
ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, quien advirtió que un
enfrentamiento de este tipo solo dañaría a todas las partes.
“Especialmente dada la globalización
de hoy, elegir una guerra comercial es una prescripción errónea. El resultado
solo será perjudicial”, declaró Wang al reiterarle a la Casa Blanca que “China
tendría que adoptar una respuesta justificada y necesaria”.
La guerra comercial no será limitada
ni geográfica ni sectorialmente. Ya las naciones del Acuerdo Global y
Progresivo para la Asociación Transpacífico, que incluye a Australia, Brunei,
Canadá, Chile, Malasia, México, Japón, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam,
un mercado de 498 millones de personas que representa un 13 por ciento de la
economía global, ha encendido sus alarmas para enfrentar una guerra comercial
de la manera más ventajosa posible.
Contradictoriamente, el gobierno de
Trump redujo los impuestos a las empresas y a las personas más ricas del país
lo cual tendrá influencia en el aumento de la demanda exacerbado por las
exenciones tributarias de 1,5 billones de dólares. Esa masa de dinero
probablemente producirá un alza de las importaciones, lo que impactará más en
el déficit comercial.
La productividad se ralentizará más
aun posiblemente a un ritmo inferior al 2,6 por ciento actual, un avance
demasiado débil que podría complicar los esfuerzos de su administración por
alcanzar su meta de crecimiento del PIB de 3 por ciento para este año.
Hay mucha gente alarmada, como
sucedió cuando Orson Wells dramatizó para la radio la novela de HG Wells, La
guerra de los mundos y aquellos que no escucharon la advertencia inicial de que
era una fantasía, se aterrorizaron. Algunos incluso se suicidaron.
La gran diferencia con Trump es que,
en el caso de los aranceles al acero y el aluminio, no hay ficción, sino una
grave, consciente y mal intencionada distorsión de la realidad.
Esperemos que no ocurra lo mismo que
en la gran depresión de 1929 cuando las morgues de Estados Unidos estuvieron muy activas y pocos
se imaginaron que estaban en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial.
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