QUE ES EL
NEOLIBERALISMO?. El neo liberalismo también es conocido con el nombre de nuevo liberalismo y es una de las corrientes
económicas y políticas capitalistas que está inspirada en el resurgimiento de
algunas ideas asociadas al liberalismo clásico o también llamado primer
liberalismo desde los años 1970 y 1980.
¿Qué piensan los que siguen
esta corriente?.- Los
que defendían el neo liberalismo sostienen que una extensa liberalización
de la economía,
también el libre comercio y la disminución del gasto público y sobre todo de la
intervención del estado en la economía pero siempre a favor de la privatización
de algunos sectores o servicios indispensables para la el consumo de la población
que antes se hacía cargo el estado. Pero este término fue cambiando con el
pasar del tiempo y se puede sostener que en la actualidad no existe un solo
concepto que se refiera específicamente a neo liberalismo.
¿Cuál es el origen del neoliberalismo? El
neoriberalismo era una de las filosofas económicas que surgió entre algunos de los eruditos liberales de Europa en la década del 30 cuando intentaban
encontrar una salida al liberalismo
clásico. Se comenzó
a impulsar esta nueva doctrina para intentar evitar problemas económicos
después de la Gran Depresión y la crisis
de los años 30 que eran fracasos que se le atribuyo al liberalismo clásico. En
los siguientes años la teoría del neo
liberalismo comenzó a promover una
economía del mercado que estaría muy tutelada por un Estado con poder, y ese modelo se conoció
como la economía social del mercado
Cuál era el objetivo del
neoliberalismo? El objetivo principal de
esta teoría era disminuir la
intervención del Estado en el control de la economía, además de frenar el poder económico y político del sindicalismo. En
la década del 80 hubieron reformas económicas en Chile que habían sido dictadas por el entonces presidente Pinochet las cuales
estuvieron supervisadas por economías de las escuelas de Chicago.
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¿QUE ES EL NEOLIBERALISMO?.
Reseña en los Límites de lo posible.
Política, Cultura y Capitalismo efectivo de Alberto Santa María.
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Juan Vázquez Rojo.
Revista Torpedo.
Sábado17 de marzo del 2018.
Alberto
Santamaría es Doctor en filosofía por la Universidad de Salamanca, profesor de Teoría
del Arte en la facultad de Bellas Artes de la misma universidad, poeta y
ensayista. Tiene en su haber decenas de publicaciones, en forma de artículos
académicos, en prensa y obras literarias. El libro que aquí traemos, En los límites de lo posible. Política,
cultura y capitalismo afectivo (Akal, 2018), es una obra que
consigue hacer una radiografía de la realidad en la que vivimos, viene a clarificar
el reverso de la economía política, los cimientos en los que se asienta el
consenso social. Santamaría ha sido capaz de armarse de material clínico y
desentrañar la cotidianeidad del neoliberalismo, esa que tantas veces se escapa
al ojo humano.
De esta forma, nos encontramos ante un texto que
intenta mostrar cómo el neoliberalismo es capaz de conseguir adhesión, pero,
¿qué es el neoliberalismo? Como señala el autor en un momento del texto,
definir lo qué es el neoliberalismo no es algo sencillo. Popularmente, el
concepto se asocia al ámbito de la economía política, con cierto tono crítico
(casi nadie se considera a sí mismo neoliberal, con el prefijo),
para definir un periodo político-económico del capitalismo, concretamente el
que se inició en la década de los ochenta y continúa hasta la actualidad. En
este contexto, el neoliberalismo, como todo sistema de dominación, necesita
legitimarse para sobrevivir, generar consenso entre la mayoría de la población
naturalizando procesos necesarios para su propia reproducción y expansión. Pues
bien, esto mismo es lo que visibiliza la obra que tenemos delante, los
mecanismos y los relatos que legitiman el neoliberalismo: “la economía es el medio, el objetivo es cambiar el alma”.
Concretamente, este proceso de legitimación no se
encuentra en el marco de una planificación conspiranoica de los poderes
fácticos. Como afirma Santamaría, el
neoliberalismo no es ni un dejar hacer ni un “sometimiento visible a unas
normas represoras”, sino que impone “un límite dentro del cual las normas se
interioricen como necesarias y justas” y que van cambiando y
evolucionando según las necesidades del propio sistema.
En efecto, resulta clave el concepto que utiliza el autor, “activismo
cultural neoliberal”, pues “ha diseñado un escenario afectivo sobre
el cual producir consenso (así como la sabia gestión de ese consenso) al tiempo
que ha sido capaz de disolver el territorio conflictivo que siempre fue
inherente a las emociones, a los afectos; a la cultura, en una palabra”
marcando a su vez “los límites de los
posible y de lo decible”.
Este activismo propio del neoliberalismo, señala el autor, tiene como objetivo la producción
de sujetos que se inserten en el relato neoliberal. Individualizar problemas
sociales dándole la vuelta al relato, pues sería “la vida personal” la que “afecta a la producción” y no al revés,
dirigiendo el enfoque de tal modo que se ponga buena cara al mal tiempo y se
produzca adaptación a las realidades del mercado. Así mismo, la educación sería
clave para este proceso, pues tanto las escuelas como las universidades se
despojan cada vez más del enfoque humanístico clásico e incorporan la lógica
mercantil de forma que se crea “ciudadanía de baja intensidad” fácilmente
adaptable a las necesidades del mercado, moldeando la educación a su merced,
tal y como se ve en las últimas reformas educativas.
En este contexto, resulta fundamental el concepto de capital humano,
desarrollado por Gary Becker en los
años sesenta, anticipando las dinámicas del neoliberalismo. Como señala Santamaría, en esta teoría, en su “sentido educativo-corporal” la clave
es “la facultad de reconducir cuerpos
como de producir subjetividades”, es decir, “instaurar un modelo
empresarial-educativo capaz de establecer un nuevo orden corporal y sentimental;
cómo producir cultura, en definitiva”. Todo este proceso convierte a los
sujetos en empresarios de sí mismos, llevando a mercantilizar cada vez más
esferas de la vida a través de la lógica del beneficio.
En un contexto de inseguridad
laboral, de precariedad y de altas tasas de paro propias de la etapa
neoliberal, se impulsa el concepto de emprendedor,
como sujeto creativo que debe individualizar un problema colectivo y afrontarlo
como “un reto”, en un marco
emocional que más que “motivar”
ahora lleva a “movilizar”. Así,
resulta curioso observar cómo el propio neoliberalismo es capaz de captar,
despojar, despolitizar y posteriormente asumir conceptos, sentimientos o
emociones que nacen de movimientos antisistémicos. De este modo, el capitalismo
afectivo, como lo denomina Santamaría, es capaz de que el sujeto mire el dedo y
no la luna, esto es, en vez “de cambiar el contexto (este es algo así como la pura realidad
inamovible, nos dicen) sino en variar mi reacción emocional (que es donde está
el problema) para amoldarme a esa realidad laboral que es producida para cada
sujeto”. De esta forma, siguiendo al autor, el neoliberalismo desactiva las
críticas, las emociones, los relatos que se producen en los márgenes, para
luego asimilarlos despojándolos de su contenido original.
En consecuencia, “el eje emociones-felicidad sería eso que el capitalismo
no puede ofrecer, pero sí producir o fabricar” por lo que “la felicidad ya no
residirá en el tiempo libre, sino en la gestión de mis intereses privados y su
vínculo con la productividad”. Ejemplos de ello serían términos como el de “trabajaciones”,
una forma de ampliar el tiempo de trabajo, pero enfocado como un logro para el
trabajador, como la posibilidad de estar en la playa y trabajar a la vez. De
este modo, ya no se necesitaría desconectar del trabajo, pues tendríamos todo al mismo tiempo.
En definitiva, vemos cómo lo que antaño podría
resultar cínico hoy es la regla, pasando de precarios a creativos o de
asalariados/parados a emprendedores. Dinámicas, todas ellas, que se cuelan de
forma sutil en nuestro día a día, mercantilizándose cada vez más sectores de la
vida. Sin duda el detallado y original análisis que se encuentra dentro de esta
obra no deja de ser tenebroso, pues nos enseña a ver cómo el neoliberalismo
corre por nuestras venas, naturalizándose relatos profundamente ideológicos. Algo mucho
más profundo de lo que nunca hubiésemos imaginado.
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LO DE LAS PENSIONES ES UN CRIMEN NO UN
ACCIDENTE.
(Otro testimonio viviente, como ataca el
neoliberalismo)
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Juan Carlos Escudier.
Público.
Sábado 18 de marzo del 2018.
La pretendida quiebra de la Seguridad Social no es un
imponderable ni un efecto inevitable de la crisis económica. Es, como se ha
dicho aquí en alguna ocasión, un crimen que se ha hecho pasar por un accidente,
un premeditado desvalijamiento que ha servido al Gobierno para cuadrar las
cuentas del Estado y rebajar el déficit. En definitiva, un atraco a cara
descubierta en el que los ladrones piden a las víctimas que se resignen, que no
desesperen y, sobre todo, que no hagan ruido.
Ha sido el ruido, precisamente, el que obligó ayer a
Rajoy a comparecer en el Congreso para explicarnos cómo estaba el enfermo
después de sus sangrías, en un ejercicio de cinismo semejante al que busca un
cortejo fúnebre cuando huele flores. En vez de una cura ofreció un chantaje:
subir las pensiones más bajas con arreglo a la inflación a cambio de que se le
dé luz verde a los Presupuestos, sin los que tendría que hacer la mudanza de
Moncloa; elevar también las de viudedad, omitiendo que está obligado a hacerlo
por una ley de 2011 que lleva siete años pasándose por el arco del triunfo; y
distintas mejoras fiscales no concretadas pero ya anunciadas para los pobres
jubilados. Todo ello, sin tocar una coma de su reforma de 2013, con su factor
de sostenibilidad, su camisita del 0,25% y su canesú, porque derogarla, según
dijo, sería un suicidio en vez de un asesinato.
Todo lo que se ha hecho en los últimos años parece
responder a un plan minucioso que conduce a empobrecer a los pensionistas,
ampliar aún más la edad de jubilación de quienes siguen en activo y promover el
ahorro privado en beneficio de la banca, que siempre gana. Para conseguirlo, se
ha usado la Seguridad Social como pagador de las distintas regalías, ya sean
bonificaciones a la contratación como tarifas planas; se han provocado
quebrantos para aliviar el balance de otros organismos públicos como el
Servicio de Empleo, que ha dejado de cotizar por los parados mayores de 52 años
para hacerlo sólo por los mayores de 55 años y con bases inferiores; se ha
vaciado el fondo de reserva, lo que ha acabado con sus millonarios
rendimientos; y, especialmente, se ha impulsado la devaluación salarial gracias
a una reforma laboral que ha provocado que un aumento de cotizantes no implique
necesariamente mayores ingresos.
En vez de taponar las heridas se ha hurgado en ellas.
Nada se ha hecho para eliminar el fraude en la cotización en los contratos
inferiores a cinco días para que incorporen festivos y vacaciones no
trabajadas, ni el que sistemáticamente vienen denunciando los sindicatos con
las horas extras. Nada se ha hecho tampoco para desincentivar los contratos
temporales de duración muy reducida, para lo que hubiera bastado con elevar sus
bases de cotización. Nada se ha hecho, en resumen, para que el barco flote, sino
justamente lo contrario: abrir vías de agua a lo largo de todo su casco.
Todos estos brochazos negros han permitido dibujar un
retrato tenebrista del sistema de pensiones con un agujero anual de 18.000
millones de euros, que intenta extender el pánico entre sus perceptores
presentes y futuros, de manera que permanezcamos mudos ante el apocalipsis o,
en su defecto, que recemos plegarias en voz baja. Ocupados muchos de ellos en
sobrevivir o en mantener a sus hijos y nietos, los pensionistas fueron conscientes
del escalo con una nueva carta de la ministra de Trabajo en la que se les
anunciaba subidas de un euro al mes y la dignidad pudo más que el miedo. Este
sábado vuelven a la calle.
Nadie niega que la mayor longevidad y que nuestra
micológica demografía hagan necesarias reformas, pero no es lo mismo remodelar
un edificio sólido y en pie que otro en ruina. Cualquier pacto debe incluir un
aumento de los salarios, fomentar la inmigración y no disuadirla con
concertinas e impulsar la natalidad con medidas que no pueden reducirse a
deducciones irrisorias en el IRPF. Y si fuera necesario, complementar los
ingresos con impuestos, que es por otra parte práctica habitual en países de
nuestro entorno en los que el peso de las pensiones en el PIB es mucho mayor.
Las pensiones no son una limosna sino un derecho
consagrado en la Constitución que obliga a los poderes públicos a actualizarlas
para ofrecer a sus beneficiarios suficiencia económica. Condenar de manera premeditada a los
pensionistas a perder anualmente poder adquisitivo, a una pobreza a plazo fijo,
es, simplemente, una canallada.
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