"Quería
destacar que la relación de explotación entre el norte global y el sur global no
solo se refiere a los trabajadores que venden su fuerza de trabajo a las firmas
imperialistas, sino que también estamos hablando de toda la población de los países pobres, de la ciudad y el campo,
que está involucrada directamente o indirectamente en la reproducción de esa fuerza de trabajo, que se ve desposeída
por múltiples formas. También en los países
imperialistas la fuerza de trabajo ve transformadas sus condiciones de
vida... toda mi ropa está fabricada
en países pobres, lo que no ocurría hace 20 años. También mi computadora, teléfono, etc. Casi todo
lo que es necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo y la población
en general en los países ricos se produce en otros lados".
Así que no es solo una relación concebida en una forma
estrecha, entre patrones capitalistas
del norte y trabajadores del sur que venden su fuerza de trabajo. Es la
manifestación actual de lo que decía Lenin, la división del mundo entre un puñado de países
opresores y países oprimidos en todo el resto del planeta. Los marxistas
que niegan que esto hoy sea así, con los que polemizo en mi libro, están dando
la espalda a lo que es la trayectoria actual del capitalismo".
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GLOBALIZACIÓN DE LA EXPLOTACIÓN, LA CLAVE
DEL IMPERIALISMO DEL SIGLO XXI. Entrevista a John Smith.
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Esteban Mercatante.
La Izquierda Diario.
Miércoles 19 de diciembre del 2018.
Entrevistamos a
John Smith, autor de El Imperialismo del siglo XXI, donde analiza como la
internacionalización productiva de las últimas décadas estuvo motorizada por el
esfuerzo de aprovechar la fuerza de trabajo más barata de los países del llamado
Sur Global.
Uno de los aspectos más notorios que distinguió al
capitalismo durante las últimas décadas fue la internacionalización productiva.
Varios autores vienen señalando hace tiempo que uno de los principales motores
de este proceso es la búsqueda de aprovechar la fuerza de trabajo más barata de
los países dependientes y semicoloniales para bajar costos e incrementar la
rentabilidad. El libro “El Imperialismo en el siglo XXI: Globalización, superexplotación
y crisis final del capitalismo” de John Smith es uno de los esfuerzos
más sistemáticos por elaborar desde el marxismo cómo impacta esto en la explotación de
la fuerza de trabajo de los países oprimidos, lo que él llama “Sur Global”.
El resultado es un libro con numerosos aspectos de
interés, que desafía la construcción ideológica realizada por organizaciones multilaterales como el Banco
Mundial, la Organización Mundial del
Comercio, el Fondo Monetario
Internacional, o el Foro Económico
Mundial de Davos, sobre los supuestos beneficios de la creciente
integración comercial para los países menos desarrollados.
En tu libro caracterizas al arbitraje global de la
fuerza de trabajo y la conformación de las Cadenas Globales de Valor como elementos
fundamentales para entender el capitalismo contemporáneo. ¿Qué rol tienen en
apropiación que hace el imperialismo de la riqueza global?
El período de la globalización, desde el año ’80 aproximadamente, registró una
transformación enorme en la organización de la producción capitalista a nivel
mundial. Podemos concebirla como una etapa en la que se globalizó no solo la producción, sino la propia relación entre el
capital y la fuerza de trabajo. Esta es cada vez más una relación entre los
capitalistas del Norte y los trabajadores del Sur.
Esto ocurre en dos formas. La primera es la más analizada por los teóricos de la “nueva división internacional del trabajo”,
que desarrolla una relación dentro de la corporación trasnacional. Cuando
mueven su producción a los países pobres, emplean de manera directa a la fuerza de trabajo de allí a través de
sus filiales. Pero hay otra forma, que es, en algunos aspectos, aún más
importante que esta: la que establecen las empresas
multinacionales con proveedores asociados (lo que se denomina “arms length”). Esto es muy
interesante, porque aquí no hay ningún flujo visible de ganancia. A diferencia
de la primera, no hay un flujo de ganancias repatriadas que sea transferida por
una subsidiaria a la casa matriz de las multinacionales. Por la relación
contractual, en esta segunda forma
tampoco pueden manipular los precios de transferencia o realizar otras
maniobras por el estilo para arbitrar las declaraciones de ganancias entre sus
filiales y reducir el pago de impuestos, como sí hace en la primera. Esto no impidió que fuera la
forma que más creció en los últimos tiempos, favorecida por las empresas
capitalistas del norte. ¿Por qué fue así?
Para entender esto es necesario penetrar bajo la
superficie, y reconocer la existencia de
flujos de riqueza que no se pueden ver en las estadísticas.
Con la
globalización de la relación entre trabajadores y capitalistas se producen nuevas formas en las que se
desarrollan
la explotación y la apropiación de plusvalía.
Quería destacar que la relación de explotación entre
el norte
global y el sur global no solo se refiere a los trabajadores que venden
su fuerza de trabajo a las firmas imperialistas, sino que también estamos
hablando de toda la población de los
países pobres, de la ciudad y el campo, que está involucrada directamente o
indirectamente en la reproducción de esa fuerza
de trabajo, que se ve desposeída por múltiples formas. También en los países imperialistas la fuerza de
trabajo ve transformadas sus condiciones de vida... toda mi ropa está fabricada en países pobres, lo que no ocurría
hace 20 años. También mi computadora,
teléfono, etc. Casi todo lo que es necesario para la reproducción de la
fuerza de trabajo y la población en general en los países ricos se produce en
otros lados.
Así que no es solo una relación concebida en una forma
estrecha, entre patrones capitalistas
del norte y trabajadores del sur que venden su fuerza de trabajo. Es la
manifestación actual de lo que decía Lenin, la división del mundo entre un puñado de países
opresores y países oprimidos en todo el resto del planeta. Los marxistas
que niegan que esto hoy sea así, con los que polemizo en mi libro, están dando
la espalda a lo que es la trayectoria actual del capitalismo.
Recién mencionaste los procesos de desposesión que afectan al conjunto de la población en
los países oprimidos. ¿Usas el término en el sentido en que lo hace Harvey en su libro?
Cuando hablo de
la población me refiero al conjunto de trabajadores, campesinos, trabajadores en la economía informal, sin
incluir a la burguesía que, en muchos casos, se “expatrió” en los países dependientes durante este período (con sus
riquezas pasando a formar parte del dinero que circula globalmente). Sobre el
concepto de Harvey
de acumulación por desposesión, yo creo que es una contribución muy
importante, que da cuenta de la actualidad que tienen esos procesos, que no
están solamente situados en la historia pasada de los orígenes del capitalismo;
por el contrario su importancia ha sido grande o incluso creciente en las últimas
décadas. Pero Harvey ha sido
criticado por razones diferentes, una de ellas es que el concepto integra fenómenos muy heterogéneos, desde la apropiación de
tierras comunes por el capital, privatizaciones, etc. El concepto es muy
amplio, y tenemos que distinguir entre formas diferentes. Pero hay una
coherencia, y es que todas ellas tienen una cosa en común: son todos fenómenos
diferentes que podemos ver cuando el capitalismo enfrenta otras formas de organización social, cuando se
confronta con la propiedad pública, la provisión pública de salud o educación gratuita, uso no
capitalista de tierras de poblaciones campesinas, etc. La desposesión significa en ese sentido que el
capitalismo absorbe otras formas de relaciones sociales, y esto lo emparenta
con la confrontación con relaciones de producción pre-capitalistas en la
acumulación originaria.
Ahora, el problema que tiene David Harvey es que caracteriza la acumulación
por desposesión como la contradicción central del capitalismo contemporáneo.
Y eso yo creo que es muy equivocado, porque la globalización de la producción
ha ocurrido dentro de la relación entre capital
y trabajo, dentro de la esfera
capitalista, no es donde el capitalismo
se encuentra con otras formas de organización social sino que le es
interna. Y esa es la contradicción nueva,
con una escala sin precedentes. Negando eso y poniendo el énfasis en la acumulación por desposesión, Harvey desplaza el centro de la lucha de clases desde
la relación capital trabajo hacia una
constelación de muchas luchas diferentes: pueblos indígenas contra la
expropiación de sus tierras, estatales
contra la privatización, luchas raciales, etc. Pienso que ese es el error en su
argumento.
Contrapunto.
Smith en su
libro considera que lo que caracteriza la relación entre las potencias
imperialistas y sus corporaciones que dirigen sus inversiones a los países del Sur Global, y la fuerza de trabajo de estos últimos, es la super-explotación, categoría que se referencia en el teórico de la dependencia
Ruy Mauro Marini. Este último afirmaba, tal como hace Smith, que la explotación en los países
dependientes y semicoloniales resulta sistemáticamente superior que en los
países imperialistas.
El objetivo de
Smith al retomar y profundizar la elaboración de este concepto es darle sustento
teórico a las maneras en las que el capital
global saca provecho de la fuerza de trabajo más barata de los países
oprimidos para acrecentar sus ganancias, cuestión cuya importancia compartimos.
Pero, como señalamos en nuestra reseña del Libro, donde lo discutimos
con más extensión, nos parece que encierra algunos problemas.
Smith sostiene, siguiendo lo
planteado por Andy Higginbottom, que
debería ser considerada una tercera
forma de incremento de la plusvalía, con igual estatus teórico que las
definidas por Marx
(plusvalía absoluta y plusvalía relativa).
La idea de
super-explotación planteada por Smith supone que las diferencias de productividad del trabajo
entre los países ricos, imperialistas, y
los países oprimidos no son significativas. En su planteo, los trabajadores de los países
imperialistas reciben mayor paga, su fuerza de trabajo está mejor
remunerada, pero no producen más valor. Smith objeta que en las economías
imperialistas más desarrolladas se concentren en actividades con alta
productividad. Su opinión es, de hecho,
que las multinacionales mantienen en los países imperialistas casi
exclusivamente actividades improductivas (en términos de generación de valor)
como las finanzas, el comercio, y otras vinculadas a la gestión administrativa.
La fuerza de trabajo de los países
imperialistas entonces no produce valor siquiera, sino que por la
circulación de capital participa de la apropiación de la plusvalía que surge de
la actividad productiva llevada a cabo por las
trasnacionales en el Sur Global. Entonces, la mayor paga no se corresponde
con mayor explotación, no hay mayor generación de plusvalor en los países imperialistas.
El hecho de que
las empresas relocalicen actividades de los viejos centros industriales
imperialistas hacia las economías dependientes da cuenta de que esto les
permite una reducción del costo unitario, y redunda en una mayor explotación.
Pero no se comprueba que solo hayan dejado en los países imperialistas las
actividades improductivas: muchas
actividades de alta tecnología (que como trabajo complejo podríamos
considerar que es de alta generación de valor) son mantenidas por las
multinacionales en sus casas matrices. Esto
no niega la importancia de la explotación acrecentada que las firmas
trasnacionales obtienen de su relocalización, pero es una advertencia para
no exagerar unilateralmente su magnitud. Al desestimar cualquier entidad a las
diferencias de productividad entre las economías (que significan diferente
capacidad de generación de valor) sobre las tasas de explotación, Smith magnifica el alcance que puede tener
la -por él llamada- super-explotación.
Por último, si
hablamos de una “super-explotación” que se mantiene en el tiempo,
deberíamos hablar más bien de que hay una tasa de explotación más elevada. La idea de super-explotación
como una situación sistemática y permanente en relación con algún nivel
“normal” de explotación genera más confusión que otra cosa. Si una baja del salario por debajo del
presunto valor en un determinado espacio económico se prolonga en el tiempo,
más bien estaría indicando que el capital logró allí imponer un valor de la
fuerza de trabajo más bajo. Se trataría
entonces de una mayor tasa de explotación a secas, ya no una super-explotación.
Sobre estas cuestiones debatimos en la entrevista.
Creemos que la respuesta de Smith agrega más elementos sobre la necesidad de
desarrollar las herramientas teóricas adecuadas para comprender el
funcionamiento del capitalismo del siglo
XXI, al mismo tiempo que deja pendiente un mayor debate sobre varias de las
objeciones que suscita su respuesta a estos problemas.
Lo que sigue más que una pregunta es un
comentario. Uno de los aspectos que me parece debatible de tu trabajo
(como señalé en la reseña que le hice a tu libro) es la idea de que lo que
caracteriza la relación entre el capital imperialista y la fuerza de trabajo
del "Sur Global" es la super-explotación. Yo creo que existen
distintos niveles de explotación de la fuerza de trabajo a nivel mundial,
determinados por un conjunto de elementos. Marx hablaba
de un componente histórico moral que entraba en
la determinación del valor de la fuerza de trabajo, y creo que este es
diferente en distintas geografías. Además, la riqueza de la sociedad, las
características que tiene la acumulación de capital en cada país, también
determina me parece el valor de la fuerza de trabajo. Me parece que la idea de
que el capital global aprovecha diferentes
valores de la fuerza de trabajo que le permiten una explotación acrecentada
puede analizarse sin recurrir a la idea, un poco problemática, de “super-explotación”.
Es una objeción que he visto que otros también plantean a tu trabajo, no sé
cuál es tu opinión a partir de estos debates o respuestas que recibiste.
Para mi es increíble que no se haya reconocido aún la
necesidad del concepto de super-explotación.
Necesitamos avanzar más de lo que lo hizo Marx hace un siglo y medio. Este en El capital asume una serie de simplificaciones, necesarias
y justificadas en su momento para avanzar en una teoría general del capital.
Entre estas simplificaciones está que todas las mercancías, incluyendo la fuerza de trabajo, se intercambian siempre a su
valor. Y también que hay un solo valor de la fuerza de trabajo. La referencia
al componente histórico moral es solamente una frase en El capital, nada más.
Podemos entender por qué hizo estas simplificaciones, pero creo que para
estudiar la realidad imperialista del siglo XXI estas se vuelven absurdas. Sobre
esto hay muchas dimensiones de complejidad. Por ejemplo sobre el elemento
histórico y moral que mencionaste: no podemos considerarlo solamente en unas
dimensiones nacionales que son diferentes; creo que la lucha y las conquistas
de los trabajadores de los países imperialistas, han cambiado este elemento histórico y moral para el
resto, es decir, que afectan el valor de la fuerza de trabajo en los países
oprimidos. En estos últimos los trabajadores consideran que tienen derecho a un
techo, a la salud, educación, etc. Las peleas por un salario que cubra una
canasta básica toman como referencia los estándares de los países ricos.
La super-explotación es una tendencia permanente en el
capitalismo; siempre están tratando de disminuir el valor de la fuerza de trabajo,
pagar menos en salarios. Esta tendencia
es matizada parcialmente, o lo era al menos hasta hace poco, en los países
imperialistas, por la expoliación de la fuerza de trabajo del resto del
planeta. La crisis ahora los fuerza a enfrentarse más y más directamente
atacando los salarios y el acceso a la salud y educación en los países
imperialistas.
Estos últimos
relocalizaron muchas de las actividades productivas en los países
oprimidos, mientras que los países imperialistas concentran muchas actividades
bien remuneradas, pero que no son productivas en términos de la teoría de Marx; no generan ni valor ni plusvalor
pero se lo apropian a través de la circulación. Entonces, no se puede
establecer una relación simple entre la remuneración de la fuerza de trabajo y el plusvalor, como la que hacen algunos
marxistas que critico en mi libro, como Harvey o (Alex) Callinicos, que piensan que a mayor remuneración corresponde
mayor generación de valor y de ahí concluyen entonces que los trabajadores en
los países imperialistas son igual
de explotados o más que en las semicolonias; es decir, que tienen la misma tasa
de explotación. Eso es economía burguesa, ¡nada más! Son las ideas de los economistas
marginalistas puestas en términos marxistas.
Todavía hay mucho por hacer para desarrollar una
teoría de la superexplotación. Es una debilidad no tenerla 150 años después de
que Marx publicó el Tomo I de El
capital . Pero para mí es claro que existe superexplotación en las
fábricas de Bangladesh, en las minas de Sudáfrica. No necesitamos una teoría
para saber que existe, necesitamos la teoría para explicarla.
Otra cuestión pendiente en la economía política es dar
cuenta del trabajo no pago realizado de forma doméstica en el seno de la
familia, mayormente por mujeres, y otras formas de desposesión. Creo que la teoría de la superexplotación puede
permitir incorporar cómo se articulan capitalismo y patriarcado, y otras formas
de opresión que existían antes del capitalismo pero que fueron subsumidas por este e integradas en su propia
naturaleza. Necesitamos una teoría de la ley del valor que pueda incorporar
eso. Relajando las simplificaciones realizadas por Marx podemos avanzar en este sentido.
Crisis y belicismo.
En tu libro afirmas
que la crisis financiera de 2007 fue un “infección secundaria” o enfermedad
generada por el remedio con el cual el capitalismo respondió a la crisis de los
años ’70. ¿Cuál fue el rol que jugó la internacionalización de la producción en
la crisis?
Podemos
decir simplemente que la crisis en los años 70 se caracterizó por dos rasgos:
sobreproducción de mercancías y caída de la tasa de ganancia. Mi argumento es
que la relocalización de la producción hacia los países con salarios más
baratos fue una de las medidas clave que posibilitó una recuperación de la tasa
de ganancia. Ahora, para aumentar la tasa de ganancia hay dos formas: una,
bajar los salarios de los trabajadores y aumentar el plusvalor; la otra es
aumentar la productividad de los trabajadores con una nueva ola de inversiones
en tecnología más productiva. No podían avanzar en los ’70 en bajar los
salarios de los trabajadores en los países imperialistas porque hubiera
amenazado con una gran explosión social y política; en cambio, lo que sí
pudieron hacer es lograr una baja de los salarios pagados a través de una
relocalización de la producción a donde los salarios son más baratos. El
resultado es como si hubieran logrado bajar el valor de la
fuerza de trabajo, pero evitando un enfrentamiento directo con sus
trabajadores.
Ahora
esto tuvo otro aspecto. La relocalización de la producción hacia los países más
baratos fue la alternativa a invertir en nuevas fuerzas productivas más
avanzadas que reemplazaran la necesidad de trabajo. Y acá es donde yo creo que
es importante la distinción que mencionaba al principio, entre la inversión
extranjera directa y la relocalización que se realiza con proveedores asociados
(“arm’s length”). En este último caso, cuando la relocalización se realiza por
esta vía indirecta, no requiere grandes inversiones de los capitalistas
multinacionales, ni en su propio país ni en el otro lado del mundo. Todas las
ganancias pueden ser canalizadas hacia la especulación y financierización. El
fenómeno del gran crecimiento de las actividades financieras está ligada a
esto, lo que ha sido muy poco analizado.
Con
la excepción parcial de Alemania, lo que más llama la atención, hoy que se
debate la automatización, es que no haya suficientes robots. China, Corea y
Alemania avanzaron bastante, pero en Francia, EE. UU., Inglaterra, estos tipos
de inversiones no subieron, más bien caen. Incluso la caída de la inversión es
mayor de lo que muestran las estadísticas, porque mucho de lo que se
contabiliza como tal son desembolsos en propiedad intelectual o en la “marca”,
pero eso no incrementa las capacidades productivas. Más de la mitad de la
inversión contabilizada oficialmente en EE. UU. y Gran Bretaña antes de la
crisis fueron desembolsos en inversión no productiva. Este rasgo de la
globalización neoliberal sembró las semillas de la crisis.
En
los últimos años estamos viendo que la inversión extranjera y el comercio
mundial vienen perdiendo fuerza (aunque recuperaron algo de envión
recientemente), y hace dos años tenemos en EEUU un presidente que lejos de
presentarse como impulsor de la internacionalización productiva tiene una
retórica de devolver el trabajo a los norteamericanos. ¿Qué futuro ves para el
desarrollo de las cadenas globales de valor en este contexto? ¿Son el futuro
del imperialismo tanto como son su pasado reciente, o podemos ver alguna otra
forma de explotación global que adquiera mayor centralidad?
En
este momento estamos en los primeros momentos de la guerra comercial. El
proteccionismo de los EE. UU. en contra de Europa y China es la aceleración de
un proceso determinado por la crisis de 2008. Pienso que no vamos a ver un
retorno a la llamada normalidad. Todas las medidas que tomaron para contener la
crisis en los últimos 10 años tuvieron el resultado de magnificar las
contradicciones.
Cuando
se estrelló la economía en 2008 significó el fin definitivo del mundo que
emergió después de la Segunda Guerra Mundial, y el inicio de una era “pre
guerra”.
No
tenemos frente a nosotros ninguna estabilización del capitalismo sino una nueva
explosión. Con el agravante de que todas las medidas que utilizaron hace 10
años para contener la crisis, como fue la gran intervención del gobierno de
China para estimular la economía, no van a poder repetirse. Tampoco podemos
esperar la actuación colectiva ni en el G-20
ni en el G-7 para actuar de manera coordinada ante la crisis.
Estamos
enfrentando la perspectiva de la inevitabilidad de una crisis enorme que tiene
solo dos posibles desenlaces. O la
guerra imperialista o la revolución. Pero el problema es la debilidad de
las organizaciones de la clase trabajadora: sus partidos y sindicatos en los países
imperialistas están debilitados como nunca.
En
esta perspectiva de mayor belicismo, ¿qué rol le ves a China?
En tu libro aparece más como un objeto de explotación, pero muestra el desarrollo
reciente de importantes rasgos imperialistas.
Es
claro que China está mostrando un fuerte aumento de su poderío. Pero pienso que
es muy fácil exagerarlo. Por ejemplo, China
hoy tiene un solo portaviones, que además es bastante viejo, adquirido a Rusia. Sus mares siguen hoy surcados
por EE. UU. Vemos un crecimiento del
poder militar de China, pero la disparidad con el norteamericano es enorme.
También,
es claro que China tiene un gran peso en la economía mundial, y sobre todo en
la economía de Asia. Pero mirando la inversión directa en la región asiática, todavía EE. UU., la UE y Japón tienen
más inversiones en países asiáticos que la propia China. Esta aumenta su
presencia pero todavía va por detrás.
Por
ejemplo, el año pasado, el 14 % de toda
la inversión extranjera directa en
nuevas instalaciones de producción en el sudeste asiático provino de China,
algo por detrás del 20 % de Japón. Alrededor de la mitad de la IED de China se
destinó a la extracción de recursos, parte del resto refleja que las empresas
chinas que requieren mucha mano de obra se reubican en Camboya, Myanmar y otros países con bajos salarios. Hegemón del
futuro, tal vez, pero las nociones de que ya ha adquirido este estado están
infladas.
El gobierno de China
concentra sus esfuerzos en sectores considerados estratégicos, como la
inteligencia artificial, en el uso de robots y en su producción, que buscan
liderar. El poder de los EE. UU.
retrocede, desde ya. En realidad desde el final de la guerra fría las potencias
imperialistas no pueden mostrar ninguna verdadera victoria militar.
China
está todavía en una transición de una forma de socialismo hacia el capitalismo,
pienso que todavía no concluyó, aunque se asienta. Y está claro que las
potencias imperialistas no quieren compartir los océanos con China, no quieren
compartir su hegemonía. La importancia
de Trump es que es el primer presidente de los EE. UU. desde la caída del
muro que reconoce que el poder imperialista está retrocediendo. Quiere cambiar
de dirección para recuperar el poder que se ha esfumado en las últimas décadas.
La lógica de esto es hacia
la guerra. Los republicanos y los demócratas coinciden en que es
necesario contrarrestar al crecimiento
de China. Y no es solo EE. UU.: el resto de las potencias no van a aceptar a China como
igual, y esta no va a aceptar un estatus subordinado.
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