Los tres objetivos estratégicos de Estados Unidos son
fundamentales para conseguir la supremacía global: el dominio de China le
otorgaría el poder sobre Asia; el debilitamiento de Rusia aislaría a Europa; el
derrocamiento de Irán aumentaría el poder de EE.UU. sobre el mercado del
petróleo y el mundo musulmán. Mientras Estados Unidos intensifica sus
agresiones y provocaciones, el mundo se enfrenta a la amenaza de una guerra
nuclear global o, en el mejor de los casos, a una depresión económica mundial.
/////
¿CUÁL SERÁ EL DETONADOR DE LA GUERRA GLOBAL?.
Guerras comerciales, sanciones, cercos
militares...
*****
Sociólogo. Dr. James Petras.
Rebelión sábado 15 de diciembre del 2018.
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
Vivimos en un mundo sembrado de múltiples guerras.
Algunas de ellas son conflagraciones directas entre las potencias mundiales y
otras comienzan como conflictos regionales para en seguida convertirse en
confrontaciones entre potencias.
Comenzaremos identificando las confrontaciones entre
“potencias mundiales” para luego explorar las fases de las guerras “por
delegación” con repercusiones mundiales.
En nuestro tiempo, Estados Unidos en la principal potencia
que busca la dominación mundial mediante la fuerza y la violencia. Washington
apunta a lo más alto a la hora de fijar sus objetivos: a China, Rusia e Irán;
entre sus objetivos secundarios están Afganistán, África central y
septentrional, el Cáucaso y América Latina.
China es el principal enemigo de Estados Unidos por
diversas razones, económicas, políticas y militares: es la segunda economía
mundial, su tecnología supone un desafío a la primacía estadounidense y ha
construido redes económicas globales que abarcan tres continentes. China ha
reemplazado a EE.UU. en los mercados, inversiones e infraestructuras
extranjeros; ha elaborado un modelo socioeconómico alternativo que vincula la
banca y la planificación estatal con las prioridades del sector privado. En
todas estas cuestiones, Estados Unidos le va a la zaga y sus perspectivas
futuras están reduciéndose.
Estados Unidos ha reaccionado ante todo ello
recurriendo al proteccionismo en el ámbito interno y a una economía imperial
agresiva en el exterior. El presidente Trump ha declarado una guerra
arancelaria a China, además de una guerra propagandística y una política de
cerco militar por mar y aire.
La primera línea de ataque ha sido la imposición de
exorbitantes aranceles a las exportaciones chinas a EE.UU. y sus países
vasallos. Además, ha optado por ampliar sus bases militares en Asia. En tercer
lugar, EE.UU. presta apoyo a sus clientes separatistas en Hong Kong, Tíbet y
entre los uigures. En cuarto lugar, ha utilizado las sanciones para coaccionar
a sus aliados asiáticos y europeos para que se unan a su guerra económica
contra China. Por su parte, China ha respondido incrementando su seguridad
militar, expandiendo sus redes económicas e imponiendo aranceles a las
exportaciones estadounidenses.
La guerra económica de Estados Unidos ha subido de
nivel con el arresto y secuestro de la vicepresidenta de la compañía
tecnológica puntera china, Huawei.
La Casa Banca ha incrementado la escala de agresión,
pasando de las sanciones a la provocación, quedándose a tan solo un paso de las
represalias militares. El detonador nuclear se ha encendido.
Rusia se enfrenta a amenazas similares a su economía
doméstica y a sus aliados extranjeros, especialmente China e Irán. Además,
Estados Unidos ha roto [este mismo año] el compromiso adquirido cuando firmó el
tratado de misiles nucleares de alcance medio.
Irán se enfrenta a sanciones petroleras, cerco militar
y ataques a sus aliados en Yemen, Siria y la región del Golfo. Washington
utiliza a Arabia Saudí, Israel y a sus grupos paramilitares para aplicar una
presión militar y económica a Irán que debilite su economía e imponer así un
“cambio de régimen”.
Los tres objetivos estratégicos de Estados Unidos son
fundamentales para conseguir la supremacía global: el dominio de China le
otorgaría el poder sobre Asia; el debilitamiento de Rusia aislaría a Europa; el
derrocamiento de Irán aumentaría el poder de EE.UU. sobre el mercado del
petróleo y el mundo musulmán. Mientras Estados Unidos intensifica sus
agresiones y provocaciones, el mundo se enfrenta a la amenaza de una guerra
nuclear global o, en el mejor de los casos, a una depresión económica mundial.
Guerras por delegación
Estados Unidos ha identificado una segunda línea de
enemigos en América Latina, Asia y África.
En América Latina, ha librado guerras económicas
contra Venezuela, Cuba y Nicaragua y, más recientemente, ha aplicado presión
política y económica sobre Bolivia. Washington utiliza a sus vasallos en
Brasil, Perú, Chile, Ecuador, Argentina y Paraguay y a las élites nacionales de
la derecha política.
Como se ha visto en muchos casos, Washington utiliza
los golpes militares y los legisladores y jueces corruptos para tumbar
regímenes progresistas electos. Contra Evo Morales, se sirve de ONG financiadas
por EE.UU., líderes indígenas disidentes y oficiales retirados del ejército.
Estados Unidos depende de representantes locales armados para alcanzar sus
metas imperiales aparentando la existencia de una “guerra civil” para evitar
una intervención directa descarada.
De hecho, una vez que los supuestos “disidentes” o
“rebeldes” establecen una cabeza de puente, “invitan” a asesores del ejército
estadounidense, consiguen ayuda militar y actúan como armas propagandísticas
contra China, Rusia e Irán, los adversarios de primera línea.
En los últimos años, los conflictos por delegación de
EE.UU. han sido el arma utilizada en la guerra separatista de Kosovo contra
Serbia; en el golpe de Estado de Ucrania de 2014 y la guerra contra Ucrania
oriental; en el control kurdo sobre el norte de Irak y de Siria, así como en
los ataques de los uigures separatistas en la provincia china de Sinkiang.
Estados Unidos ha establecido 32 bases militares en
África para coordinar sus actividades con los señores de la guerra y los
plutócratas locales. Sus guerras por delegación son descritas como conflictos
locales entre regímenes “legítimos” y terroristas islamistas, tribalistas y
tiranos.
Tres son los objetivos de estas guerras delegadas. En
primer lugar sirven para alimentar guerras territoriales más amplias con las
que rodear a China, Rusia e Irán. En segundo lugar, sirven como “terreno de
pruebas” para calibrar la vulnerabilidad y capacidad de respuesta de los
adversarios estratégicos de primera línea. Y, en tercer lugar, las guerras por
delegación son ataques “de bajo coste” y “poco riesgo” sobre enemigos
estratégicos. Allanan el camino, sigilosamente, para una confrontación mayor.
Estas guerras por delegación también se utilizan como
instrumentos de propaganda, pues sirven para acusar a los adversarios
estratégicos de enemigos “expansionistas y autoritarios” de los “valores
occidentales”.
Conclusión.
Los constructores del imperio americano participan en
múltiples tipos de agresión con el fin de imponer un mundo unipolar. Los
principales son la guerra comercial contra China, el conflicto militar con
Rusia y las sanciones económicas contra Irán.
Estas armas estratégicas a gran escala y largo plazo
se complementan con guerras por delegación en las que participan estados
vasallos, cuyo objetivo es erosionar las bases económicas de los aliados de las
potencias antiimperialistas.
Por tanto, los ataques estadounidenses a China
mediante la guerra arancelaria pretenden sabotear sus proyectos de
infraestructura global denominados la “Ruta de la Seda”, que vinculan a 82
países.
Lo mismo sucede con las iniciativas estadounidenses
para aislar a Rusia mediante la guerra por delegación en Siria, algo que ya
hizo en Libia, Irak y Ucrania. El aislamiento de las potencias antiimperiales
estratégicas mediante guerras regionales prepara el escenario para el “asalto
final”: el cambio de régimen mediante golpe de Estado o la guerra nuclear.
No obstante, la voluntad estadounidense de dominar el
mundo no ha conseguido aislar o debilitar a sus enemigos estratégicos.
China sigue adelante con su programa global de
infraestructuras y la guerra comercial no ha logrado aislar a Pekín de sus
principales mercados. Además, la política estadounidense ha aumentado el rol de
China como principal defensora del “comercio abierto” frente al proteccionismo
del presidente Trump.
Igualmente, las tácticas destinadas a cercar y
sancionar a Rusia han
profundizado los vínculos entre Pekín y Moscú. Estados
Unidos ha aumentado sus “representantes” nominales en América Latina y África,
pero todos ellos dependen del comercio con China y las inversiones chinas. Esto
se acentúa en el caso de las exportaciones agrícolas y minerales a China.
A pesar de los límites del poder de EE.UU. y su
incapacidad para derribar regímenes, Washington ha efectuado movimientos para
compensar dichos fracasos y ha incrementado las amenazas de una guerra global.
Ha secuestrado a líderes económicos chinos; ha desplazado buques de guerra
frente a las costas chinas; se ha aliado con las élites neofascistas en
Ucrania; amenaza con bombardear Irán. En otras palabras, los dirigentes
políticos estadounidenses se han embarcado en políticas arriesgadas que podrían
poner en marcha uno, dos o muchos detonadores nucleares.
No es difícil imaginar cómo una guerra comercial
infructuosa puede provocar una guerra nuclear, cómo un conflicto regional puede
llevar a una guerra de mayor envergadura.
¿Podemos evitar una Tercera Guerra Mundial? Yo creo
que es posible. La economía estadounidense se levanta sobre cimientos frágiles
y las élites de aquel país están muy divididas. Sus principales aliados en
Francia y Reino Unido atraviesan profundas crisis. Quienes promueven la guerra y quienes la
llevan a cabo carecen del apoyo popular. ¡No desfallezcamos! ¡Hay razones para
la esperanza!
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario