Creo que el feminismo siempre ha sido
un movimiento de protesta combinado y heterogéneo, y tenemos que aceptar que es
así, en lugar de restringir lo que yo creo que es el feminismo para mí. Por el
ejemplo, el Me Tooes algo
combinado, tengo críticas, creo que fue en gran medida individualista, tanto
los varones defendiéndose a ellos mismos como las mujeres acusándolos, cuando
era algo que necesitaba colectivo (las mujeres deberían haberse organizado como
grupo, y la gente podría presentar lo que le había pasado y tomar decisiones
colectivas, eso sería lo negativo para mí. Sin embargo, creo que fue algo muy
valiente. La denuncia que se hizo contra Kavanaugh [el juez acusado nominado a
la Corte Suprema de EE. UU. de abuso sexual] me parece muy buena [...] Creo que
tenemos que buscar los aspectos positivos de lo que hacen las mujeres, lo que
no quiere decir que no hagamos críticas, desde nuestras perspectivas.
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"Yo sigo siendo Feminista Marxista, que es algo que no está de Moda, expresa con claridad y firmeza, Juliet Mitchel".
***
“YO SIGO SIENDO FEMINISTA
MARXISTA, QUE ES ALGO QUE NO ESTÁ DE MODA”.
Juliet Mitchel &
Feminismo marxista.
*****
Celeste Murillo-
www.laizquierdadiario.com
Conversamos con Juliet Mitchell,
psicolanalista y feminista británica, activista durante la segunda ola
feminista y autora de Women, The Longest Revolution. Actualmente dicta clases
en las Universidades de Cambridge y Londres.
Juliet Mitchell eligió el viejo
teatro The Old Vic para esta conversación. Google Maps indica que la estación
más cercana a ese teatro en el sur de Londres es Waterloo, como la batalla en
la que Napoleón fue derrotado por el Duque de Wellington. A Mitchell le da
gracia la pregunta sobre el nombre y menciona el intento frustrado de
cambiarlo. En 2018, toda la zona que rodea el teatro sigue llevando el sello de
la vieja superioridad imperial.
Nació en Nueva Zelanda,
pero desde muy chica vive en Inglaterra. Aunque tiene casi 80 años, sigue dando
clases en la Universidad de Londres y en Cambridge, donde fundó el Centro de
Estudios de Género. La segunda ola feminista la encontró en la Universidad de
Leeds y Reading cuando comenzó a dictar clases. Fue parte del puñado de
estudiantes y profesoras que convocaron a la primera Conferencia Nacional del
Movimiento de Liberación de las Mujeres en el Ruskin College de Oxford, junto
con las historiadoras Sheila Rowbotham, Anna Davin y Catherine Hall. La conferencia
contó con la presencia de 600 mujeres y se discutieron cuatro demandas:
igualdad salarial, iguales oportunidades de trabajo y estudio, anticonceptivos
gratuitos y derecho al aborto libre y guarderías durante las 24 horas. Esta
conferencia sería la primera de diez que concentrarían los debates y
definiciones del movimiento.
Aunque comenzó su carrera
en Literatura, siguió su camino político y académico por el psicoanálisis, en
particular en relación con el feminismo. Además de su activismo feminista, y
como parte de ese movimiento, reflexionó sobre los lazos que se desarrollaban
entre la lucha contra la opresión y otros movimientos que se rebelaron contra
el capitalismo. Autodefinida como feminista marxista, uno de sus (pocos) textos
más conocidos nació como artículo para la legendaria New Left Review en
1966, “Women: The Longest Revolution” (Mujeres: la revolución más larga). El
ensayo buceaba en diferentes teorías feministas, con el objetivo de rescatar
los puntos más agudos de la tendencia socialista, minoritaria pero con una
importante presencia en el movimiento feminista. Quizás sin saberlo, compartía
algo del camino de Lise Vogel que también buscaba retomar el análisis marxista
para enriquecer el punto de vista feminista, cuya máxima expresión fue Marxismo
y la opresión de la mujer: hacia una teoría unitaria (1983).
Feminismos, ayer y hoy.
Desde los primeros
intercambios, habla de su trabajo sobre las relaciones entre hermanos y
hermanas, que en inglés se mencionan con una palabra sin género: siblings,
porque considera que son poco exploradas. Y aunque aclara que no conoce los
debates en todos los países, sabe del movimiento por el aborto legal que
sacudió a nuestro país durante 2018, y hace muchas preguntas para intentar
captar algo de su alcance. El inicio de la conversación se da por la situación
actual del feminismo y el movimiento de mujeres.
Creo que el feminismo siempre ha sido
un movimiento de protesta combinado y heterogéneo, y tenemos que aceptar que es
así, en lugar de restringir lo que yo creo que es el feminismo para mí. Por el
ejemplo, el Me Tooes algo
combinado, tengo críticas, creo que fue en gran medida individualista, tanto
los varones defendiéndose a ellos mismos como las mujeres acusándolos, cuando
era algo que necesitaba colectivo (las mujeres deberían haberse organizado como
grupo, y la gente podría presentar lo que le había pasado y tomar decisiones
colectivas, eso sería lo negativo para mí. Sin embargo, creo que fue algo muy
valiente. La denuncia que se hizo contra Kavanaugh [el juez acusado nominado a
la Corte Suprema de EE. UU. de abuso sexual] me parece muy buena [...] Creo que
tenemos que buscar los aspectos positivos de lo que hacen las mujeres, lo que
no quiere decir que no hagamos críticas, desde nuestras perspectivas.
Aparece rápido en la
conversación la comparación entre la segunda ola feminista en los años 1970
–que buscaba conquistar derechos– y este momento en el que, después años de
ampliación de derechos –con una mayor presencia de las mujeres en casi todos
los ámbitos, incluso con mujeres en posiciones de poder–, los movimientos que
se desarrollaron –como Ni Una Menos de Argentina o Me Too en EE. UU.–,
renovaron las fuerzas del movimiento de mujeres, pero con una matriz de
carácter defensivo (violencia, femicidios, abusos). Mitchell reconoce un
elemento similar a otros momentos históricos,
Creo que siempre existe un momento
antifeminista después de un movimiento tan expansivo [se refiere a la segunda
ola]. Por ejemplo, cuando hicimos el centro de estudios género en Cambridge,
era un momento contra el feminismo. En ese momento dijimos, “ya no se puede
pelear en el valle, porque ahí solo es discusión contra el antifeminismo, el
debate se vuelve repetitivo y ya no es dinámico”, y entonces pensamos qué
hacemos mientras pasa este momento, cómo debatimos, y como estábamos en
Cambridge, empezamos a pensar otra agenda y creamos un programa sobre las
mujeres. [...] En ese momento cambiamos el nombre del centro a estudios de
género porque en ese momento, la historiadora Joan W. Scott había escrito el
artículo “El género: una categoría útil para el análisis histórico” (American Historical Review, 1986), y
no podíamos usar “mujer” como una categoría para analizar los procesos. Ella
después cambió de opinión, pero nosotras seguimos pensamos que género es una
categoría útil.
Creo que ahora estamos en una posición
diferente, creo que esta posición defensiva porque es contra algo que no
afrontamos correctamente antes...
Esta
reflexión no es aislada. De hecho existen innumerables discusiones
en los momentos de cambio, como el que vivimos, especialmente alrededor de la
violencia machista, los abusos sexuales, incluso las violaciones, que en otros
momentos de la historia estuvieron naturalizados en diferentes grados. Es un
proceso muy contradictorio, donde el Estado, las clases dominantes y los medios
de comunicación no son neutrales, toman aspectos del discurso feminista en
general o el “sentido común” igualitario de esta época. En este semanario hemos recorrido el debate que abrieron
los escraches en Argentina o las denuncias que motorizaron el Me Too.
Acerca de este momento,
ella reafirma que a pesar de que se pueda definir como defensivo, ve que el
machismo está expuesto y “no es posible volver atrás”. Justamente, esta idea de
que es imposible “volver atrás” es lo que deja en evidencia las contradicciones
de un escenario en el que existen derechos formales, producto de décadas de
movilizaciones y concesiones que se vieron obligadas a dar las clases
dominantes, y persisten la violencia y la opresión. A la vez, solo una parte de
las mujeres (u otros sectores oprimidos) puede acceder a ellos, mientras para
la mayoría, materialmente, sigue siendo muy difícil. Juliet Mitchell comenta que muchas mujeres, “siguen teniendo miedo de los hombres, nadie dice que no podés usar
esos derechos”. Y puede existir un componente de miedo, pero el mayor
contraste existe entre la convicción de muchas mujeres que creen (y han
escuchado durante años) que la igualdad es un hecho, pero en la “vida real” esa
igualdad está muy condicionada por la pertenencia de clase, por el lugar donde
viven, las medidas de austeridad o medidas de ajuste de los gobiernos. Y la
violencia machista, que persiste, es uno de los ejemplos más crudos de esa
contradicción, porque se sigue reproduciendo incluso cuando existen tantos
derechos como nunca antes. Ante este panorama, conversamos sobre un ejemplo
cotidiano, la posibilidad de romper una relación en la que una mujer ya no
quiere estar. Si las mujeres no tienen trabajo o tienen una vivienda, ese
derecho es un poco un papel mojado, ¿cómo podrían divorciarse?
Claro, no pueden sobrevivir. Claro,
tampoco existe la paridad salarial acá [en el Reino Unido], en algunos casos
las mujeres llegan a cobrar el 60 % del salario de un varón, cambia mucho
según el trabajo. Por ejemplo, ahora en mi facultad hay una pelea para que las
trabajadoras de limpieza cobren lo mismo que sus compañeros porque están divididos
en el trabajo dentro y fuera del edificio. Me recuerda a la lucha por la ley de
paridad salarial de 1968, de las trabajadoras de Ford, que estaban relegadas a
los trabajos menos calificados (...) Las cosas cambiaron desde la segunda ola
feminista, ha habido muchas conquistas, y de alguna forma creo que hay que ver
incluso en este momento defensivo un aspecto de “conquista”, porque se puede
mostrar [lo conquistado], es de lo que se trata hacer un balance. Y, espero que
no pero, te dicen “no empieces análisis de clase”, “no empieces con el análisis
de género”... Que no son lo mismo, pueden estar mezclados pero hay que pensar a
través de los dos, no solo a través de uno de ellos. Para el marxismo, creo que
de lo que se trata es de pensarlo dialécticamente, materialmente.
Feministas, discursos e ideas.
“Yo sigo siendo una
feminista marxista, como vos, que es algo que no está de moda en esta parte del
mundo”, subraya Juliet Mitchell, cuando habla de algo que repetirá en otros
momentos, que es la poca presencia de las corrientes marxistas en el movimiento
feminista británico.
Trabajo
y vivo en Cambridge,
donde puse en pie un centro género, es una universidad muy clasista, tanto
Oxford como Cambridge son universidades de clase. Mis amigas y amigos siempre
están preocupados por la diversidad, dicen, “Debemos tener más estudiantes
negros, más estudiantes LGBT”; pero no se puede tener diversidad sin un
análisis de clase para empezar. Por ejemplo hay un rumor de que en Oxford ingresaron más estudiantes
negros y descubrieron que la mayoría eran “príncipes nigerianos”. ¿Qué quiero
decir? Que eran varones, de clases altas y provenientes de la educación
privada.
La anécdota lleva la
conversación a cómo las democracias capitalistas utilizaron el discurso de la
diversidad que, en parte mostraba conquistas de las personas LGBT como derechos civiles y la pelea
contra muchos prejuicios, pero a la vez era utilizado muy hábilmente para
invisibilizar otras diferencias, que se hunden en el corazón mismo de una
sociedad organizada alrededor de la explotación del trabajo asalariado y la
división en clases. La referencia a la descripción que hizo la filósofa y
feminista estadounidense Nancy Fraser, con el
nombre de “neoliberalismo progresista”, es casi inevitable. Pero
rápidamente la charla encuentra otro cauce y va hacia Brasil que, para
Mitchell, es junto al avance de la ultraderecha en Europa uno de los desafíos
urgentes para el feminismo y el marxismo:
Creo que necesitamos un nuevo
análisis, frente este nuevo ascenso del fascismo y el lugar de las mujeres en
ese discurso. Por ejemplo, pienso en dos amigas que fueron a la embajada de Brasil a votar, fue algo intimidante:
había un grupo de mujeres protestando y un grupo de hombres con remeras
estampadas con armas, les gritaban cosas como “Putas, váyanse de acá” […] En Brasil creo que se movilizaron 4
millones de mujeres, pero hay mujeres también oponiéndose a eso; siempre existe
esa dinámica, siempre hay antimujeres entre las mujeres. Creo que es algo para
analizar. Como marxistas creo que nos tenemos que preguntar cuál es la relación
entre el fascismo del capitalismo tardío y el ataque a las mujeres…
Esa reflexión también
podría plantearse en el sentido inverso y sería válido. Es el caso de las
movilizaciones de mujeres que sirvieron como canal de un descontento mucho más
amplio que las “agendas” o las
demandas que originan esas movilizaciones. Un ejemplo es la Marcha de Mujeres contra Donald Trump, cuando
recién asumía la presidencia en Estados Unidos, o la propia movilización en
Argentina contra la violencia machista o por el derecho al aborto legal que, en
diferentes momentos, mezcló diferentes elementos que las hicieron masivas. Esto fue parte de la reflexión que abrimos luego de las marchas masivas el 8M de
2017.
Volvemos momentáneamente a
la comparación de los momentos históricos y reflexiona sobre los discursos y
las ideologías con más peso en el feminismo,
No creo que estemos retrocediendo,
creo que está pasando otra cosa, que es un momento diferente. Y definitivamente
tiene que ver con el movimiento de mujeres, con el feminismo, y es muy bueno
que haya espacio para corrientes feministas
marxistas, es muy alentador. Acá [en el Reino Unido] no hay corrientes
feministas marxistas, el movimiento está bastante hegemonizado por las teorías
queer... Por supuesto, existen intereses y demandas más que legítimas.
Esto dispara un
cuestionario rápido y recíproco sobre las corrientes políticas y perspectivas,
especialmente sobre el peso de las visiones que realizan críticas certeras a
las políticas identitarias o el discurso del feminismo liberal y sin embargo,
con una radicalidad aparente, abandonan la exigencia de derechos democráticos
en el capitalismo y la lucha por transformar de raíz el orden social, lo cual
desemboca inevitablemente en salidas individualistas.
Sí, ese es un punto muy interesante, y
además muchas corrientes así como el posmodernismo terminan en visiones
políticamente anarquistas, que creo que Marx
que tenía razón cuando señalaba al anarquismo como la otra cara de una
misma moneda con respecto a la burguesía. Lo mismo ocurre con el individualismo,
como te decía al principio, una de mis preocupaciones con el movimiento Me Too que es muy
individualista. Una vez que entrás en el individualismo, pocas cosas buenas
pasan. En un sentido, el sujeto del feminismo, que son las mujeres, desaparece
para convertirse en individuos. Existe esta idea de “Me quiero aislar”, bueno hacé lo que quieras [...] Creo que
tenemos que ser capaces de lograr cambios en las instituciones, en el sentido
de lo que sucede en Argentina donde quieren cambiar la ley sobre el derecho al
aborto. Tiene que ver con eso y también con qué balance o relación de fuerzas
hay detrás de esas instituciones…
“Creo
que hay algo de fuerza en esta posición defensiva, hay algo positivo. Porque es
una fuerza que unifica”, señala Mitchell volviendo al problema de
los motores de los movimientos actuales. Y aunque compartimos la visión de que
son movimientos que tienen la potencia de desnudar la desigualdad y la
persistencia de la violencia, volvemos sobre el problema de empezar desde un
punto de demasiado bajo. Ante esto, Mitchell responde que, “Claro, cuando hablo de lo positivo del momento defensivo, me refiero
sobre todo a una cuestión de análisis”.
Como
psicoanalista, Mitchell trabajó sobre muchos temas
relacionados con la sexualidad femenina, la maternidad y el lugar de las
mujeres en la familia. La mayoría de sus trabajos son previos a la crisis
actual de la reproducción social a un nivel sistémico en el capitalismo, sin
embargo sostiene que,
El
capitalismo idealiza la maternidad,
por un lado, y la hace imposible, por el otro. Y ahora esa combinación
idealización-imposibilidad es cada vez más fuerte, por ejemplo acá [en el Reino
Unido] es cada vez más difícil para más y más mujeres convertirse en madres,
cada vez crece más la brecha entre ricos y pobres. Y simplemente es imposible,
pero a la vez la maternidad es el único lugar donde se les permite capacidad de
acción o elección a las mujeres. Es decir, son sujetos de elección en la
maternidad y en ningún otro lugar. Pero no se dan las condiciones para que
puedas realizar esa capacidad de elegir [...] La socialización del cuidado y la crianza de niñas y niños es muy
buena, en comparación con una familia aislada. No puedo estar más a favor
de los jardines de infantes. Y el sistema de Bowbly [se refiere al
psicoanalista John Bowbly, creador de la teoría del apego para la crianza, N.
de R.] era un sinsentido de la segunda posguerra [cuando existió una política
fuerte para que las mujeres regresaran hogar después de haber ingresado
masivamente en la fuerza laboral por falta de mano de obra masculina, N. de
R.]. Yo crecí en la guerra, ninguno de nosotros tenía a su mamá en casa, todas
trabajaban, y estábamos bien, crecíamos juntos. Creo que una instancia
colectiva es esencial para niñas y niños. La
maternidad, en cambio, se construye de forma aislada y ese es el problema,
no es que haya algún problema en ser madre. La maternidad no fue siempre algo
aislado, en las sociedades basadas en la agricultura no era algo aislado. Desde el siglo XX se fue aislando,
centrada en algo individual, y a eso se suma, otra vez, que no existen
condiciones para una maternidad aislada, es un ideal inalcanzable, que en
realidad no es un ideal. Insisto mucho en la colectivización de la crianza, es
parte de mi visión marxista. El gran problema de las mujeres siempre ha sido el
aislamiento. Y el único lugar donde se les permite ser sujeto es la maternidad,
que es una ocupación de 24 horas y completamente aislada.
Cuando estamos cerca de
terminar la conversación y el bar del teatro Old Vic se llena de gente y crece
el murmullo, conversamos su ensayo de mediados de los años 1960, The Longest Revolution, y la vigencia o no de una
de las ideas que desarrolla alrededor de la “conciencia feminista”:
Creo, entonces, que necesitamos desarrollar
nuestra conciencia feminista al máximo, y al mismo tiempo transformarla
mediante un análisis socialista científico de nuestra opresión. Los dos
procesos deben avanzar de forma simultánea –la conciencia feminista no se
desarrollará “naturalmente” en socialista,
ni debería hacerlo: ambas coexisten y deben trabajarse juntas. Si solo
desarrollamos la conciencia feminista… lo que conseguiremos es, no una
conciencia política, sino el equivalente al chauvinismo nacional de las
naciones del tercer mundo o el economicismo entre las organizaciones obreras;
una mirada que se ve a sí misma, que solo ve el funcionamiento interno de un
segmento; los intereses de ese segmento. La conciencia política responde a
todas las formas de opresión.
¿Sigue pensando así?.
Sí, sigo pensándolo. Sí,
absolutamente. Pero sobre la cuestión de por qué hay más ataques a las mujeres,
creo que hay pensarlo en este momento, que es diferente [...] No es que toda
opresión sea parte de la misma opresión, pero hay que observarlo en su tiempo, y
los tiempos son diferentes. Y el lugar de las mujeres en esta situación las
pone en un lugar de vanguardia en la lucha de la opresión, porque están en un
lugar de “vanguardia” al ser atacadas. Y no es que eso sea más importante que
otra cosa en ningún sentido, pero políticamente, creo que las mujeres están en
una posición estratégica importante en este momento […] Y eso era diferente en
el momento que escribí ese texto, a mediados de los años 1960 y no estábamos en una situación así, más bien una
gran parte del país atravesaba un momento bastante liberador […] Por qué hoy
hay un retroceso en el derecho al aborto, en los derechos de las mujeres. Creo
que siempre por debajo de la idealización, como la que el capitalismo construye
alrededor de las mujeres y la maternidad, hay un ataque tanto a la maternidad como al derecho al
aborto, porque lo que está bajo ataque es el derecho de las mujeres a decidir.
JULIET
MITCHELL es psicoanalista y
feminista, dos frentes que no terminan de amigarse pero cuya relación es inevitable
para comprender la situación de las mujeres en la cultura.
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