Pero lo
económico no lo es todo. La vía electoral es también crucial como canal para
conseguir el objetivo trazado. Lo
políticamente correcto siempre fue presentar un candidato opositor en aquel
país donde hubiera un gobierno progresista. El propósito era evidente:
ganar en las urnas con propuestas más pro atlántica. Durante década y media, no
les fue muy bien; sólo vencieron en 1 de 25 tentativas en Brasil, Argentina, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Uruguay. En
respuesta a ello, se buscaron alternativas que propiciaran el cambio a favor
sin necesidad de respaldo electoral. Así
es como sucedió en Honduras y Paraguay. Y luego se repitió en Brasil. En
los tres casos, encontraron la “excusa” para dar el golpe parlamentario que
permitiera cambiar de presidente sin pasar por las urnas. Y entonces el terreno
quedó abonado para que el candidato “atlántico”
ganara elecciones: Juan Orlando Hernández en Honduras, y Horacio Cartes y Mario
Abdo en Paraguay. En el caso de Brasil,
para que Jair Bolsonaro pudiera
llegar a ganar, incluso tuvieron que aplicar otra herramienta complementaria: encarcelar a Lula.
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Alfredo Serrano Mansilla.
LATINOAMÉRICA Y EL REDIL ATLÁNTICO.
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Alfredo Serrano Mansilla.
Rebelión lunes 31 de diciembre del 2018.
A fines del año
2013, el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) escribió su
primer documento a modo de acta de nacimiento: “América Latina, de la década
ganada a la década en disputa”. En el texto se hacía referencia a un informe
del Consejo Atlántico, The Trilateral Bond: Mapping a New Era for Latin
America, The United States, and Europe (El vínculo trilateral:
inspeccionando una nueva era para América Latina, Estados Unidos y Europa), en
el que se manifestaba, literalmente, que había “un deseo de incorporar a este bloque (América Latina) al redil
atlántico […] en base a sus comunes raíces occidentales en términos
estrictamente liberales: derechos individuales y mercados abiertos” . Este
deseo se constituyó, desde ese entonces, en una prioridad en la política
exterior de los Estados Unidos y la Unión Europea. Dicho y hecho.
Casi cinco años
después, podemos afirmar que no le dimos la suficiente importancia a lo que
envolvía dicho deseo. Quizás, creímos que todo sería irreversible y que los momentos
felices serían interminables. El cambio logrado fue tan gigantesco que pensamos
que habíamos transformado todo. Indudablemente,
hubo muchas cosas que sí cambiaron, pero otras no. Y fue justamente sobre
nuestras debilidades, sobre aquello que aún no se logró cambiar por completo,
sobre lo que la estrategia para atraernos hacia el redil atlántico hizo mayor
hincapié.
Estados Unidos,
así como la Unión Europea, cada cual con sus propias particularidades,
aceleraron el paso de su política exterior, cada vez más proactiva y ambiciosa.
Aprovecharon, sin lugar a dudas, el escenario global de crisis económica
prolongada que limita el margen de maniobra para muchas economías periféricas. La abrupta caída de los precios de
los commodities entre 2014-2017 también fue un factor
determinante que afectó sobremanera a muchos países de la región que tenían una
fuerte dependencia de esta fuente de ingreso externo.
En este contexto de fuerte restricción externa, el
acceso al crédito es concebido como el gran maná para muchos países
latinoamericanos. Esa “ayuda” es un
mecanismo firme y eficaz para forjar la deseada dependencia atlántica. La nueva
deuda externa latinoamericana está íntimamente relacionada con el boom de
emisión de la Reserva Federal de los
Estados Unidos y del Banco Central Europeo. Quienes tienen un exceso de
liquidez están deseando colocarla en lugar seguro y rentable, con el ánimo de
generar una espiral interminable: deuda que contraiga más deuda futura. Y,
además de la cuestión financiera, los grandes acuerdos económicos (comerciales,
tratados bilaterales de inversión, de propiedad intelectual)también sirven como
fórmulas efectivas para que las economías latinoamericanas se inserten en el
redil atlántico.
Pero lo
económico no lo es todo. La vía electoral es también crucial como canal para
conseguir el objetivo trazado. Lo
políticamente correcto siempre fue presentar un candidato opositor en aquel
país donde hubiera un gobierno progresista. El propósito era evidente:
ganar en las urnas con propuestas más pro atlántica. Durante década y media, no
les fue muy bien; sólo vencieron en 1 de 25 tentativas en Brasil, Argentina, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Uruguay. En
respuesta a ello, se buscaron alternativas que propiciaran el cambio a favor
sin necesidad de respaldo electoral. Así
es como sucedió en Honduras y Paraguay. Y luego se repitió en Brasil. En
los tres casos, encontraron la “excusa” para dar el golpe parlamentario que
permitiera cambiar de presidente sin pasar por las urnas. Y entonces el terreno
quedó abonado para que el candidato “atlántico”
ganara elecciones: Juan Orlando Hernández en Honduras, y Horacio Cartes y Mario
Abdo en Paraguay. En el caso de Brasil,
para que Jair Bolsonaro pudiera
llegar a ganar, incluso tuvieron que aplicar otra herramienta complementaria: encarcelar a Lula.
Otro caso objeto de estudio es Ecuador. Cuando no se
puede por afuera, hay que intentarlo por adentro. Lenín Moreno ganó con el partido de Rafael Correa, con él a su lado, con los colores y símbolos propios
de la Revolución Ciudadana, y
también con su programa, en el que no se decía nada de salir del ALBA y acercarse a Estados Unidos, tal
como se está haciendo en la actualidad. Esta es otra manera de llegar al
objetivo de insertarse en el redil atlántico: ganar con una propuesta
progresista para que rápidamente se da la vuelta. Seguramente el caso Ollanta Humala en Perú fue la primera vez que
se intentó esta fórmula en este siglo XXI latinoamericano.
El lawfare es otro mecanismo utilizado
para alcanzar el objetivo de tener un gobierno más pro atlántico. La persecución judicial contra líderes
progresistas es cada vez más notable. Lo de Lula en Brasil, Cristina
Fernández en Argentina y Correa en Ecuador son tres ejemplos de este
procedimiento. También lo están haciendo en Colombia, precisamente para
prevenir que Gustavo Petro pueda
llegar a ser presidente.
La comunicación
y las fakenews también constituyen otro dispositivo para
conseguir erosionar a cualquier líder progresista con la intensión de
desbancarlo de su carrera presidencial. No sólo se hace el desgaste contra el
líder, sino que también afecta a un imaginario, a un proyecto. El caso más
emblemático es, seguramente, el que practicaron contra Evo Morales en el año 2016, durante la campaña del referéndum para repostularse
como candidato presidencial. No pudieron jamás por la vía democrática, en las
urnas, confrontando ideas, y tuvieron que inventar una telenovela, que luego se
demostró que era mentira. Pero hizo daño. Estamos en la era de la posverdad, en la que cada noticia
cuenta, aunque no exista base material para creerla. Los grandes medios operan
con toda su fuerza para ello y las redes propagan.
Y si nada de lo anterior funciona, entonces, llega la hora del botón infalible de las
sanciones, los bloqueos y el embargo. Se ponen límites, directos e
indirectos, con el uso de toda una artillería pesada de legislación al alcance
de las grandes potencias para impedir el funcionamiento normal de un país. Lo
hicieron desde hace décadas y lo siguen haciendo contra Cuba; y ahora lo replican contra Venezuela y Nicaragua. De esta manera se
limita y se condiciona cualquier actividad de un país, hasta procurar su
asfixia.
Y sí aún el país en cuestión no se ha acercado lo
suficiente al redil atlántico, siempre se podrá quedará como posibilidad lo
militar.
Todos son métodos muy heterogéneos para alcanzar el
objetivo manifestado en el documento inicialmente mencionado del Consejo Atlántico. La región
latinoamericana ha sido objeto de la aplicación de todos estos métodos. En
muchos casos dieron sus frutos y, en otros, aún no. Seguramente, el Consejo Atlántico sigue trabajando y analizando más
y nuevos mecanismos para que, definitivamente, Latinoamérica circule por el
deseado redil atlántico. Veremos qué pasa próximamente. La arremetida conservadora avanza, pero todavía
existen muchos espacios en disputa.
Alfredo Serrano Mancilla, d irector CELAG,
@alfreserramanci
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