sábado, 22 de diciembre de 2018

LA ULTRADERECHA: EL VOTO PRODUCTIVISTA CONTRA EL MUNDO.

&&&&&

Nos preguntamos quién gobierna el mundo: ¿El pueblo o los financieros y enriquecidos? Nosotros podemos votar una opción política, pero el programa de ésta se anula en el mismo instante en que hay un ganador que hará lo que marquen los financieros, inversores y especuladores.

El fascismo político se ha transformado en un facismo social. Ya no se utilizan las armas sino la economía. Antes se adoctrinaba, ahora se manipula adormeciendo las conciencias; antes se despreciaba al pueblo, ahora se le empobrece; antes no había prestaciones sociales, ahora se recortan y se suprimen. Antes no había libertad, ahora existe la libertad pero las condiciones laborales, sociales y económicas impiden ejercerla.

El fascismo encarna el autoritarismo y el absolutismo, un concepto de la vida que conlleva el desprecio a todos aquellos que no sirven a la causa, son críticos y sufren la represión. El fascismo divide a la sociedad entre la élite social y económica y el resto de la gente, que para él no tienen ningún valor. Es una sociedad estructurada entre unos pocos dictadores y el resto del pueblo, que se tiene que limitar a enaltecer a eso dictadores y obedecerlos de una forma ciega. El pueblo no piensa; obedece y aclama y vitorea. Es un fascismo encubierto que dicta que el 1% de la población tenga todo el poder y el 99% de la población se limite a obedecer. Se recubre de democracia y libertad de expresión y manifestación con el objetivo de desmovilizar y que aceptemos la dictadura de los mercados, es decir, de los mercaderes.

Esto se constata sencillamente cuando nos preguntamos quién gobierna el mundo. ¿El pueblo o los financieros y enriquecidos? Nosotros podemos votar una opción política que ha presentado un programa social, económico, etc., pero dicho programa se anula en el mismo instante en que hay un ganador que va a hacer los que marquen los financieros, los inversores, personas con grandes fortunas, los especuladores€ Decía Noam Chomsky que las Bolsas votan todos los días.

Para algunos progresistas, quien gane las elecciones lo tiene muy crudo para hacer otro tipo de política económica, que ya todo está más que establecido y decidido; incluso afirman que si ganara la izquierda no podrían hacer mucho, porque no tienen margen de maniobra. Esta es la expresión de ese facismo social que tiene sus sedes en Wall Street, en la City londinense, en el Banco Central Europeo, en el Banco Mundial, en el Fondo Monetario Internacional€

Veamos algunas expresiones de ese fascismo social.

Cada vez que se recorta en ayudas a personas vulnerables física y mentalmente.
 
Cada vez que se recorta en la Ley de Dependencia.

Cada vez que se hacen leyes más restrictivas contra los inmigrantes y se les encierra en los Centro de Internamiento de Extranjeros (CIEs).

Cada vez que se hacen leyes represivas como la ley mordaza.

Cada vez que se recorta en sanidad, en educación y en política social.

Cada vez que se intentan privatizar los servicios públicos.

Cada vez que los Gobiernos muestran indiferencia al sufrimiento de su pueblo después de haberlo provocado.

Cada vez que hay un desahucio y se despoja a una persona de su vivienda, de su hogar.

Cada vez que se priva del derecho al agua y a la luz a las personas.

Cada vez que hay reformas laborales que recortan derechos, fomentando jornadas interminables con salarios de miseria.

/////



Brasil. El fascismo social, ingresa legalmente el 1 de enero próximo, cuando juramente como Presidente el sr. Jair Mesías Bolsonaro. Veremos que si la débil democracia carioca, tiene los suficientes argumentos para sostenerse en un nuevo escenario de liquidación principal de derechos y donde la LIBERTAD, es la primero que defender. A la espera?.
***


LA ULTRADERECHA: EL VOTO PRODUCTIVISTA CONTRA EL MUNDO.
(Brasil el Voto BBB. Bala, Buey, Biblia).
*****

Ángel Calle Collado.
eldiario.es
Sábado 22 de diciembre del 2018.

Me resisto a presentar el ascenso electoral de la ultraderecha como un síntoma o como una coyuntura. La irrupción de Vox, la elección de Bolsonaro o de Trump, el ímpetu racista de Salvini o de Orbán son más bien un oleaje producto de un mar de fondo. Una marea inhóspita que viene cobrando fuerza en las últimas décadas. La ultraderecha es un producto mediáticamente refinado por sectores neoliberales (empresariales, financieros, mediáticos) que han alzado su vuelo con alas muy conservadoras, comprometidas con la defensa de un orden y de unos privilegios.

Bolsonaro es hijo del grupo parlamentario de la BBB, como dicen por Brasil: bala, buey y biblia, correspondiendo a tres bancadas parlamentarias que se identifican con quienes medran a la sombra de la militarización del país, la defensora del agronegocio y la proveniente del sector evangélico. Vienen siendo mayoría en el Congreso brasileño. No dudaron en apoyar el golpe de Estado frente a Dilma Rousseff. En Brasil, como en otros lugares del mundo, esta ultraderecha se benefició de las promesas no cumplidas y las corruptelas no señaladas por una izquierda cómoda en la cogestión de grandes parcelas del neoliberalismo. Pero sobre todo adquirieron aire con los poderosos grupos mediáticos evangelistas y sus acólitos (Iglesia Universal del Reino de Dios, televisiones como Record TV, periódicos, canales en youtube) a los que bombardearon con su subpolítica de los memes: aquella que sólo caricaturiza y promueve el odio como fundamento político, siguiendo la doctrina Bannon.

De la misma manera, para entender a Trump hay que hablar de élites y de una cultura derechizante reconocida como la Alt-Right: publicaciones en internet como Breitbart, youtubers y canales volcados con la magnificación de sucesos de inseguridad y la propaganda racista, televisiones como Fox, etc. Compañías eléctricas, petroleras y automovilísticas vieron en Trump un camino contrario a Obama y directo para frenar directivas contra el cambio climático, otras que impidieran el control de emisiones tóxicas de sus centrales y prospecciones o que pusiera fin a los sobornos en países que dan el visto bueno a sus negativos impactos ambientales.

¿Y Vox? Crece alrededor de discursos racistas, denuncias contra la “ideología de género” o promesas de bajadas de impuestos para empresarios y grandes fortunas. Militancia que, como la de Ciudadanos, proviene de participantes y simpatizantes del ala dura del Partido Popular. Y del ala afortunada de este país, pues según encuesta realizada en Octubre pasado, sólo uno de cada ocho posibles votantes percibía más de 800 euros, mientras que los pueblos y barrios de renta más alta han sido caladero de votos para esta formación.

Abundan círculos de empresarios comprometidos con la “reconquista de España”, subalternos algunos a la lógica de la globalización que reclama mayor extracción y más deprisa de los recursos naturales, a la par que propone limitar más los derechos sociales. La pujanza en Almería de Vox debe mucho a ese mantra de la necesidad, según sus apuestas, de que siga fluyendo el dinero derivado de la producción intensiva bajo plástico y de las canteras de mármol, a la vez que se demanda superar el olvido histórico que los “políticos de Sevilla” han manifestado para con esta zona alejada de la capital andaluza. Si Ciudadanos se nutría de parabienes y préstamos del Ibex35, Vox representa un ala menos liberal pero igual de comprometida con un productivismo que no atiende a límites ambientales (ausente cualquier mención al tema en sus medidas concretas), tampoco a criterios de justicia sociales.

Se trata de una marea que arrastra y seduce a un electorado descontento y que busca protestar, situarse en una tribu en la que reconocerse, dispuesta a comprar un ideario que someta a otros y otras para beneficio de los mismos. La llamada ultraderecha navega a escala planetaria con tres votos prestados:

1) Protesta contra un orden que nos “roba” certezas, esencias, las cosas como “tienen que ser”;
2) Tribu y hooliganismo de masculinidades fuertes, el parado o precario por encima de 40 o quien define su vida a partir de jerarquías diarias y constantes;
3) Voto Cool pues algo hay de novedad en sus memes y sus discursos.

Navega desde un descontento real, gente perdida en el móvil y pendiente de empleos muy precarios. Sectores alejados de una élite o de una clase con aspiraciones de “clase media” que mira a los no tan afortunados o a los sureños (en Estados Unidos, en España o en el Este andaluz) como bastante “paletos”.

Sigue ese rumbo porque, después de protestas como el 15-M en 2011 o el Sao-Paulazo de 2013 en Brasil, las maquinarias encuadrables en la denominada “izquierda” insisten en pautas verticales, clásicas, poco movilizadoras desde problemas concretos y escasamente propensas a una radicalización de la democracia, a una reinvención de la política (lo global, lo público) a través de lo político (lo cotidiano, próximo). No cultivan sociedades, se ajustan al juego del márketing político según sus opciones de ampliar la maquinaria organizativa que controlen.

Cierto: las maquinarias whatsapp (made in Bannon) acentúan la “guerra de memes” por encima de realidades y luchas sociales. Sin articulación social sólo hay entonces agregación virtual. Y hacer política que huya del fascismo social es cultivar otras sociedades, no “ilusiones” refritas en viejos y verticales modos de hacer. Para eso, y para ir en contra del orden que considera que les expulsa, determinada gente muy descontenta ya tienen una derecha capaz de convencerles de las “bondades” de un fascismo social: retornar a ciertas esencias, mano dura con cuestiones de libertades o de igualdad de género y avanzar de forma impetuosa por el despeñadero neoliberal.

Pero esos tres perfiles de voto (protesta contra el establishment refinado, tribu que exige sus privilegios y guerra social de “buen rollito”) no pueden comprenderse sin las velas y la fuerza con las que sopla el Gran voto productivista: el voto real con el que grandes grupos empresariales descafeínan la democracia liberal. Un voto productivista que no duda en mostrarse cínico con las evidencias del vuelco climático con tal de elevar un poquito más sus cuentas bancarias.

Los ricos de Vox quieren menos impuestos (sociedades que puedan tributar al 15%, fin del impuesto de sucesiones) y que nadie controle sus actividades productivistas asociadas a una globalización insostenible y bajas en emisiones a favor de derechos humanos. Los grandes terratenientes de Brasil quieren la Amazonía para plantar más soja, para patentar biodiversidad y controlar territorios. Los habitantes del “cinturón bíblico” en Estados Unidos quieren que “sus” empresas de coches se queden en la zona y generen empleo, aunque sea hambre y desolación ambiental para un mañana no tan lejana.

Sin embargo, tanto despropósito no convence a todo el mundo. Dos tercios de la población (mujeres, jóvenes menores de 30 años, migrantes, indígenas) sienten poca simpatía o rechazo por sus causas. Pero se puede gobernar cómodamente con el 20% de los votos en tiempos de democracias descafeinadas. Y la cuestión propia de las sociedades líquidas (¿quién me puede ayudar?), a la que añadiría dos asociadas a nuestra interdependencia (¿dónde están mis lazos? y ¿quién cuidará de mi casa, de mi planeta?), siguen sin encontrar respuesta para mucha gente. En muchos casos, las personas descontentas no encuentran en las proximidades sociedad, luchas sociales, sindicatos o partidos inclusivos que les acompañen a salir del bache o del aislamiento. El gran padre televisado y autoritario reaparece entonces como una “solución” cortoplacista: fascismo social más suave, pero certero como los aguijones espoleadores de sus memes.

Insisto: ¿nos ponemos a cultivar otra sociedad y otra política que atienda a las necesidades sociales y a nuestros límites ambientales desde una radicalización de la democracia?

*****

No hay comentarios: