EL FEMINISMO DE
CLASE SE HACE ESCUCHAR EN LA NUEVA CENTRAL CLASISTA DE TRABAJADORAS/ES
Catalina Rojas, tesorera de la organización, plantea en
esta entrevista que las mujeres viven una “doble
explotación”, porque “trabajan doblemente: en su casa, a través
del trabajo doméstico, y como asalariadas, en los centros laborales”
Catalina Rojas es la tesorera de la naciente Central
Clasista de Trabajadoras y Trabajadores.
La dirigente preside actualmente el Sindicato
de Honorarios el Servicio de Salud Metropolitano Central, por lo que desde
su experiencia reconoce las dificultades de la participación femenina en los
espacios sindicales.
A esto se suma que durante el presente año, se han consolidado las demandas feministas en el debate
público. De ahí que su contenido tenga que ser necesariamente abordado en
distintos espacios de socialización, como los sindicatos, entidades que, según
indica la dirigente, mantienen expresiones y prácticas machistas. “Un
dirigente hombre que levanta la voz o que se ve fuerte, es valorado
positivamente, pero una mujer que tiene un carácter fuerte es tildada de loca o
que no se controla emocionalmente”, explica.
¿Cómo caracterizarías el escenario que enfrenta una mujer
trabajadora en el Chile neoliberal?
Al igual que toda la historia, es un escenario lleno de complejidades. Si bien hoy la
problemática ha sido instalada mayormente, debido al auge del movimiento
femenino, sigue siendo una situación bien compleja, porque se vincula
principalmente con la condición que viven las mujeres trabajadoras, que es de doble
explotación y opresión.
Con eso nos referimos a que finalmente
la mujer trabaja doblemente:
en su casa, a través del trabajo doméstico, y como asalariada, en los centros
laborales. Es una doble explotación
porque el trabajo doméstico forma parte de la cadena productiva, mediante
la reproducción de la fuerza de trabajo y de la mano de obra que genera con su
trabajo para el conjunto de la familia.
Hay una relación entre la opresión por género y la explotación
laboral…
Exacto, por lo tanto, el problema de la mujer debe ser entendido desde una perspectiva de
clases, ya que la doble explotación la sufren las mujeres que pertenecen a la
clase trabajadora.
¿Qué implica hablar de un
feminismo de clase?
Hemos decidido ponerle ese apellido porque hay un sinfín de corrientes dentro del feminismo y nosotros creemos que la
forma de entenderlo tiene que ser desde una perspectiva clasista, entendiendo
que el problema de la mujer trabajadora no es el mismo que viven otras mujeres
de las clases burguesa o pudiente. Ellas no se ven expuestas a esta doble
explotación. Si bien son oprimidas por el sistema capitalista y el patriarcado
en términos culturales e ideológicos, no atraviesan esta condición de doble
explotación.
¿Qué aspectos pasa por alto
el feminismo cuando no se define “de clase”?
La perspectiva que hemos desarrollado
plantea que el análisis feminista a secas
no logra hacer una crítica profunda y estructural al sistema capitalista,
entendiendo que el patriarcado no es un sistema solo, sino que está íntimamente
vinculado al capitalismo como un sistema de explotación de clases.
Entonces, cuando se comprende solo al
patriarcado como un problema y no al sistema capitalista, se pierde la visión estructural del problema y también la
posibilidad de una perspectiva estratégica de lucha, que tiene que ver con entender que no basta
abolir el patriarcado, sino más bien un sistema de explotación de clases, que
es el capitalismo……..
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Catalina Rojas, preside actualmente el Sindicato de Honorarios del Servicio de Salud Metropolitano Central. Chile.
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MUJER TRABAJADORA: DOBLEMENTE EXPLOTADA, DOBLEMENTE REVOLUCIONARIA.
A erradicar el patriarcado del mundo
sindical.
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Catalina Rojas.
Rebelión sábado 1 de diciembre del 2018.
Para
desarrollar un sindicalismo clasista y antipatriarcal debemos
comenzar por comprender la condición de existencia de la mujer trabajadora: doblemente explotada por la
alianza entre el capitalismo como sistema de explotación de clase y el
patriarcado en tanto estructura de dominación de género, y a su vez, oprimida por
esta configuración económica, política y social.
La mujer de la
clase trabajadora siempre ha debido trabajar, la idea de que la mujer
debía salir de la casa al mundo laboral es una mirada propia de la mujer
burguesa pues la mujer de la población siempre ha enfrentado una doble jornada:
en el hogar por medio del trabajo
doméstico que cumple con la función de reproducir mano de obra
(procreación) y reconstituir fuerza de trabajo (alimentación, aseo, cuidado de
hijos), y fuera del hogar por medio del
trabajo asalariado.
En el
capitalismo el trabajo femenino se masificó y comenzó procesos de formalización,
desenvolviéndose principalmente en áreas que han sido la “extensión” de labores domésticas como empleada doméstica, aseo, venta
comida, cuidado enfermos, entre otros. Estos trabajos llamados
“feminizados” son los que social y económicamente han sido considerados
secundarios, de allí que muchos se desarrollen en el plano de la informalidad, es decir, sin contrato y sin derechos laborales, de manera independiente o ambulante,
altamente precarizados y desprovistos de protección social, lo cual también se
ha manifestado en salarios más bajos que los trabajos considerados de primera categoría, principalmente
masculinizados.
La afiliación
sindical, al igual que la participación laboral, se concentra
en el sector de servicios sociales como educación y salud; en segundo lugar, servicios personales como hoteles y restaurantes; y en tercer
lugar sectores de producción,
específicamente el sector financiero.
En el año 2002, las mujeres representaban alrededor del 20% de la afiliación sindical
aumentando a un 35,1% en 2013 /1. Pese
a estas cifras, existe una subrepresentación femenina en las dirigencias sindicales. Al comparar la distribución
por género de afiliación y dirigencias, en sindicatos
base una de cada cuatro dirigentes
sindicales es mujer, disminuyendo a
una de cada cinco dirigentes en
federaciones y confederaciones sindicales.
El problema de la menor
presencia femenina en dirigencias sindicales es resultado de: en primer lugar,
las condiciones materiales, vale decir el trabajo doméstico como
expresión de doble explotación le resta tiempo objetivo para poder organizarse.
En segundo
lugar, la opresión social y cultural de la mujer ha
generado barreras que operan en la subjetividad y relaciones sociales impidiendo
la búsqueda de formas que permitan mayor participación de las mujeres. Por otro lado, no se han desarrollado
formas de trabajo y respuestas organizativas para propiciar la participación de la mujer. A cambio de
ello, surgen discursos para justificar la marginación
femenina mujer en el plano organizativo, tales como “no ha desarrollado todas las capacidades” o “no está preparada”. Esto de la mano con la subestimación de sus
capacidades como dirigente, relegándola a cargos de secretaría o beneficencia social.
Por
último, la opresión sexual de la mujer también ha incidido en
transformarse en una barrera para su participación.
Este tipo de opresión ha hecho de la mujer
un objeto, viéndose expuesta al acoso
laboral y sexual en el plano laboral y organizativo, discriminando sus
capacidades y viéndose obligada a adaptarse a la lógica masculina del sindicalismo en algunos casos, y en
otras irrumpir con lógicas nuevas, lo cual ha significado una serie de
conflictos e impedimentos para su desarrollo.
En base a lo anterior, es posible plantear que algunas
líneas de trabajo desde el sindicalismo antipatriarcal son contribuir en el desarrollo de conciencia de la doble
explotación de la mujer trabajadora en lugares de trabajo, apoyo en la
conformación de sindicatos en empresas feminizadas y la formación
sindical de las mujeres, además de la necesaria articulación territorial entre
la organización sindical, poblacional y
estudiantil.
Por otro lado, debemos
avanzar en la socialización del trabajo
doméstico, instalando demandas reivindicativas en los diferentes planos de derechos sociales como salud, vivienda,
educación, entre otros. Algunas demandas para instalar en el
contexto capitalista actual son: sala
cuna y cuidado infantil universal para hombres y mujeres (asalariadas y no
asalariadas), colación para todos y todas
las trabajadoras independiente de su calidad contractual, mejoras en políticas de salud pública como por ejemplo cobertura de
hospitalización domiciliaria, cuidados
del adulto mayor y postrados. Estas demandas son ejemplos de cómo la clase puede ir avanzando en
reivindicaciones que tiendan a socializar
el trabajo doméstico, acabando con la doble explotación de la mujer,
y la centralización de estas tareas al ámbito privado, apuntando a
responsabilizar al Estado y a las
empresas sobre el costo de la reproducción
del trabajo. Asimismo, acabar con el trabajo doméstico como doble explotación de la mujer trabajadora permite articular el
conjunto de demandas del pueblo, evidenciando como el patriarcado se expresa de forma transversal en el sistema
capitalista, y que la lucha por su erradicación es una lucha integral contra
este sistema.
Por último las y los compañeros clasistas deben asumir que el trabajo
doméstico es una tarea colectiva en el hogar independiente del género y generar condiciones y
respuestas organizativas para la participación
de las mujeres en el plano social y político. En el plano organizativo se
debe instalar el antipatriarcado y
las formas de censura y sanción a quienes incurran en estas prácticas tal y
cual como se hace con quienes generan un sindicalismo burocrático, entreguista y
alejado de los intereses de la clase.
Contra
el capitalismo patriarcal, mujer trabajadora a lucha.
La autora es
Presidenta Sindicato de Trabajadores y Trabajadoras a Honorarios del Servicio
de Salud Metropolitano Central y Tesorera Central Clasista de Trabajadores y
Trabajadoras.
1/ Riquelme y Abarca. “Más mujeres en los sindicatos.
Sectores con alta sindicalización femenina”. Dirección del Trabajo, 2015.
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