“JENNY POR SI MISMA. Como
refleja el relato, pero también sus cartas, la parte central del trabajo de
reproducción del hogar caía sobre los hombros de Jenny y los
de Helene Demuth, su sirvienta de confianza -herencia del pasado
aristocrático de su familia y al tiempo proto-burgués-. Pero para Jenny el
amor romántico y el hogar eran un
territorio estrecho. Lo que realmente alegraba y enriquecía su vida -dicho por
ella misma-, era el trabajo intelectual que realizaba junto a Karl. Jenny
se convertirá en su secretaria cuando
W. Pieper abandone esa función, y
debatirá con Marx, copiará sus artículos -la caligrafía de Marx era poco legible- y aconsejará
sobre su edición. Podemos intuir por el
relato y las cartas que el debate entre ambos era rico y constante. Cuando Marx firme por el New
York Daily Tribune en 1852, parte de los problemas económicos
de la familia se atenuarán. Por fin tendrán unos ingresos estables. Jenny
seguirá oficiando como secretaria, crítica y editora de la obra de Karl durante toda esta fase. De hecho, será ella quien trabaje
finalmente en el manuscrito de El Capital”.
“Tras recibir una
herencia, el matrimonio cambiará su hogar de Dean Street por el de Grafton Terrace,
abandonando la vida pobre y bohemia -repleta de deudas- por el intento de
convertirse en una familia de clase
media burguesa -en la que los pagos seguirían asediándoles-. “Ya
no podíamos vivir como bohemios cuando todo el mundo era filisteo”,
dirá Jenny,
para quien la preocupación del momento eran sus hijas, sus posibilidades de desarrollo en un mundo que era
plenamente burgués y poco se parecía al de su juventud en Tréveris. Jenny vive en
sus memorias esta transición como un salto
mortale, un ascenso social que se presenta como necesario, pero
que no deja de zarandearla emocionalmente. A lo largo de estos años Jenny da
cuenta del trabajo de Marx en la Contribución a la crítica de la
economía política (1859) y su polémica con el difamador Karl Vogt, al cual el filósofo
desenmascarará como agente bonapartista. Será Jenny de nuevo quien transcriba un
nuevo texto, Señor Vogt (1860),
aquejada de viruela y casi sin visión.
“La parte final
del texto está presidida por las preocupaciones de Jenny en relación con sus
hijas -“Hijos
pequeños, penas pequeñas; hijos grandes, penas grandes”, dirá
citando un proverbio alemán- y la vuelta de los pesares económicos en relación
con la pérdida de los ingresos del Tribune.
Tras la crisis de 1857, en el medio norteamericano decidieron prescindir de
los corresponsales extranjeros y comenzaron a pagar de forma irregular, lo que
sembró de incertidumbre el hogar de los Marx.
Las niñas ya eran doncellas, y las carencias materiales podían traducirse
en una pérdida de estatus y truncarse sus posibilidades. De nuevo búsquedas de
préstamos, trabajos malpagados y finalmente el despido del Tribune. También la perdida de
amigas queridas, como Marianne Demuth,
hermana de Helene, “el
ser más leal, confiable y amistoso al que jamás olvidaré”. Su vida
volvió a flote con la herencia que Wilhelm
Wolff, amigo de la familia, les legó: 1000
libras. Sus vidas mejoraron considerablemente. Marx le
dedicaría finalmente El Capital a su querido Lupus (Wolff,
Lobo)”.
/////
Jenny y Karl. La Familia Marx-Von Westpfalen.
***
JENNY MARX: UNA VIDA AGITADA, UNA VIDA
INVISIBLE.
*****
Mario Espinoza Pino.
Reflexiones&Sediciones.
Rebelión lunes 13 de mayo del 2019.
los bordes del silencio de las cosas
lo callado que recorre las presencia de las cosas
Alejandra Pizarnik. Aproximaciones.
A mi madre, Araceli, por su voz siempre visible.
A
mediados del siglo XIX, el destino que la sociedad prusiana reservaba a las
doncellas de alcurnia no era demasiado emocionante. Tras
una educación inicial y una instrucción adecuada al estatus, se abría un tiempo
breve y juvenil de apariciones públicas en bailes y distinguidas fiestas. Pero
cuando el potencial consorte irrumpía en escena, y era mejor que apareciese más
pronto que tarde, la vida se osificaba y adquiría una rigidez ritual: amistad íntima, noviazgo y promesa
matrimonial. Tras las tradicionales nupcias con el no menos tradicional
noble o alto funcionario del Estado -peaje obligatorio para mantener la
prosperidad del linaje y la posición-, esperaba una vida económicamente
sosegada: como un apacible viaje en barco sobre las aguas del Rin. Un hogar,
varios herederos, algunas reuniones sofisticadas y los fastos de rigor. En fin,
una vida respetable, aunque anodina y con pocas sorpresas.
Sin embargo, la hija del
barón Ludwig von Westphalen -consejero del gobierno de Tréveris y de ideas
progresistas- eludió el camino habitual de toda joven
aristócrata en la conservadora Prusia
guillermina. Entre otras cosas, Jenny von Westphalen (1814 – 1881) se educó en una
atmósfera donde autores ilustrados y
socialistas -prohibidos por los censores- eran citados una y otra vez.
Además, su padre solía hablar de igualdad
y justicia social como principios deseables para el pueblo. Tras la ruptura
de una primera promesa matrimonial -un escándalo en la época-, Jenny se
enamoró de un joven amigo íntimo de la familia. Rápidamente se prometería con
él en secreto:
se llamaba Karl Marx. Él tenía
dieciocho años, ella veintidós. Lo que vino después sacó su vida de los goznes,
y una dama de la alta sociedad renana terminaría convirtiéndose en la compañera
de un intelectual bohemio y revolucionario. Una mujer audaz que dejaría atrás una juventud cortesana para llegar a
ser la primera militante de la Liga de los Comunistas. El
futuro le depararía muchas cosas, pero jamás monotonía o estabilidad. Tampoco
tranquilidad económica.
Quizá haya sido Mary
Gabriel quien mejor ha reconstruido el carácter y la personalidad de Jenny
Marx. La estrategia narrativa de Gabriel en Amor y capital (El Viejo Topo,
2014), su potente biografía, toma a la familia Marx-Westphalen como punto de partida de la narración, presentándola
como una unidad llena de tensiones que evoluciona a través de diversos
avatares, crisis y reconfiguraciones. Jenny aparece como una mujer inteligente,
inquieta, apasionada y abnegada -el amor romántico, incluso pasional, no deja de
estar presente en su historia como eje-. Estamos ante una persona que jamás perdió su
vis aristocrática y que siempre estuvo au courant de todo lo que sucedía en el mundo
-participando en todo tipo de empresas políticas, debates e intercambios
intelectuales-. Por otro lado, sumergir
al Moro de Tréveris en sus relaciones más íntimas, en la
comunidad con la que compartía los sinsabores cotidianos, permite profundizar
en un relato muy diferente del acostumbrado.
Al hundir a Marx en la
tierra de sus vínculos afectivos y relaciones, la imagen clásica del padre del
marxismo sufre una metamorfosis radical: toda la mitología y la
épica del genio se disuelve, dejando atrás cualquier tentación hagiográfica o
sacralizadora. Su pensamiento aparece así conectado a circunstancias y
realidades que desbordan sus conocidos escritos, pero que no dejan de formar
parte del “proceso de producción” de
los mismos. Y al hilo de esta transición que va del Marx icónico al Marx humano, existe una pieza esencial que hasta
hace poco no había sido traducida al castellano, un escrito que sumerge al
autor en su entorno más inmediato: Breves escenas de una vida agitada , escritas por Jenny Marx y recientemente editadas por El Desvelo Ediciones
(2018). Podríamos decir que estas memorias
prefiguran el gesto narrativo que caracteriza la biografía de Gabriel, pero lo más importante es que
nos ofrecen la voz de Jenny, una
desconocida sin la cual uno de los revolucionarios más célebres del XIX nunca
hubiese llegado a ser lo que fue. Pero ¿Quién fue Jenny?
Las memorias
de la mujer de Marx.
Estas Breves escenas, un apretado
escrito esbozado por Jenny Marx a lo largo de
1865, permiten responder a la pregunta formulada hace un
momento, deparando más de una sorpresa para el lector o lectora. El texto nos
acerca de manera privilegiada a las experiencias de quien fuera la compañera de Marx, retratando en sus
páginas los proyectos vitales y políticos que orientaron su vida y matrimonio con Karl. Una pintura
ensombrecida por los numerosos contratiempos que ambos atravesaron desde el
principio. Y es que el matrimonio se dio de bruces con obstáculos y
dificultades de todo tipo: exilio,
miseria, detenciones y dolorosas pérdidas familiares. Por otra parte,
recuperar la narración de Jenny abre la posibilidad de entender la vida y la obra del conocido filósofo más allá
de cualquier lectura fetichista con su figura. Como bien recuerda Eva Gallud Jurado en su prólogo a
la edición, esta narración presenta a Karl
Marx en tercera persona –descentrado-, como uno más dentro de una
extensa galería de personajes.
A
lo largo de las 29 hojas manuscritas que componen el texto, Jenny toma
la palabra, colorea las escenas y muestra un paisaje intelectual y afectivo
habitualmente relegado a la invisibilidad. Toda
una cartografía y cronología propias. El relato arranca en Kreuznach, poco
después de su matrimonio (1843),
para rápidamente embarcarse en los proyectos intelectuales del momento y su nueva vida en París (1844). El
fracaso de los Anales franco-alemanes, la
escritura de La sagrada familia
y las preocupaciones por la recién nacida Jennychen (Jenny Caroline Marx) dominan la escena. La súbita orden
de expulsión del ministro Guizot contra
Marx, debida a las presiones del gobierno de Prusia, precipitarán la huida del matrimonio fuera de Francia. Con todo lo que ello
conllevaba: Jenny
tuvo que vender los muebles a toda prisa, pedir dinero prestado -se convertirá
en una constante en sus vidas- y encontrar un hogar o refugio temporal para la
familia.
Ya en Bruselas, en el
hotel Bois Sauvage, la pareja creará una exuberante comunidad
de amigos y militantes, de la que destacarán personajes como Joseph Weydemeyer y Wilhelm Wolff
-amigo leal al que Jenny siempre guardará un cariño especial-. Pero
la Bélgica prerrevolucionaria era un
terreno movedizo. Marx fue acusado de comprar armas a los obreros
belgas tras recibir una herencia, lo que le colocó en el punto de mira de las
autoridades. También a Jenny, que describe como la detuvieron y encerraron en un calabozo con apenas luz, donde compartió
catre de madera con una prostituta. Tras dos horas interrogatorio -“durante las cuales poco pudieron
sonsacarme”- volvió con sus tres
hijos y Karl, la fuente de sus preocupaciones. Ambos tuvieron suerte de ser
puestos en libertad. Todo este
período fue el de la Neue
Rheinische Zeitung, la intervención periodística de Marx y los suyos en la Primavera de 1848. Al final de la
etapa Jenny
afirmará con tristeza: “La revolución
húngara, la insurrección de Baden, el levantamiento italiano, todos
fallaron”. L’ordre règne á Varsovie,
Después
de Bélgica volvieron a París. Y
después de recibir una nueva misiva del gobierno
francés, partieron a Inglaterra, donde el matrimonio pensó instalarse
temporalmente. Karl llegó a Londres en
1849, Jenny
lo siguió más tarde con los niños, acorralada por la autoridades francesas. Exhausta y enferma. La primera etapa
de la década de 1850 fue la más dura de su vida. Visitas continuas a la casa de
empeños, varios intentos fallidos a la hora encontrar fuentes de ingresos,
enfermar y ver morir con impotencia y sin recursos a sus pequeños Heinrich, Edgar y Franziska. Mientras
tanto, Karl proyectaba la Neue Rheinische Zeitung.
Politish Ökonomische Revue –que también fracasaría-, los comités
de refugiados alemanes se
organizaban y su comunidad más próxima vivía un estado de enorme precariedad:
la gente se buscaba la vida como podía. Friedrich Engels era el único amigo de la familia
económicamente estable. Una mano generosa siempre tendida para Jenny y Marx.
Jenny Von-Westphalen - Jenny Marx.
***
Jenny por sí
misma
Como
refleja el relato, pero también sus cartas, la parte central del trabajo de
reproducción del hogar caía sobre los hombros de Jenny y los de Helene Demuth, su
sirvienta de confianza -herencia del pasado aristocrático de su familia y
al tiempo proto-burgués-. Pero para Jenny el amor
romántico y el hogar eran un territorio estrecho. Lo que realmente alegraba
y enriquecía su vida -dicho por ella misma-, era el trabajo intelectual que
realizaba junto a Karl. Jenny se convertirá en su secretaria cuando W. Pieper abandone esa función, y debatirá con Marx, copiará sus
artículos -la caligrafía de Marx era
poco legible- y aconsejará sobre su edición. Podemos intuir por el relato y las cartas que el debate entre ambos era
rico y constante. Cuando Marx firme
por el New York Daily Tribune en 1852, parte de los problemas
económicos de la familia se atenuarán. Por fin tendrán unos ingresos
estables. Jenny
seguirá oficiando como secretaria, crítica y editora de la obra de Karl durante toda esta fase.
De hecho, será ella quien trabaje
finalmente en el manuscrito de El Capital.
Tras recibir una herencia,
el matrimonio cambiará su hogar de Dean Street por el de Grafton Terrace,
abandonando la vida pobre y bohemia -repleta de deudas- por el intento de
convertirse en una familia de clase
media burguesa -en la que los pagos seguirían asediándoles-. “Ya
no podíamos vivir como bohemios cuando todo el mundo era filisteo”,
dirá Jenny,
para quien la preocupación del momento eran sus hijas, sus posibilidades de desarrollo en un mundo que era
plenamente burgués y poco se parecía al de su juventud en Tréveris. Jenny vive en
sus memorias esta transición como un salto
mortale, un ascenso social que se presenta como necesario, pero
que no deja de zarandearla emocionalmente. A lo largo de estos años Jenny da
cuenta del trabajo de Marx en la Contribución a la crítica de la
economía política (1859) y su polémica con el difamador Karl Vogt, al cual el filósofo
desenmascarará como agente bonapartista. Será Jenny de nuevo quien transcriba un
nuevo texto, Señor Vogt (1860),
aquejada de viruela y casi sin visión.
La
parte final del texto está presidida por las preocupaciones de Jenny en
relación con sus hijas -“Hijos pequeños, penas pequeñas; hijos grandes,
penas grandes”, dirá citando un proverbio alemán- y la vuelta de los
pesares económicos en relación con la pérdida de los ingresos del Tribune. Tras la crisis de
1857, en el medio norteamericano decidieron prescindir de los
corresponsales extranjeros y comenzaron a pagar de forma irregular, lo que
sembró de incertidumbre el hogar de los Marx.
Las niñas ya eran doncellas, y las carencias materiales podían traducirse
en una pérdida de estatus y truncarse sus posibilidades. De nuevo búsquedas de
préstamos, trabajos malpagados y finalmente el despido del Tribune. También la perdida de
amigas queridas, como Marianne Demuth,
hermana de Helene, “el
ser más leal, confiable y amistoso al que jamás olvidaré”. Su vida
volvió a flote con la herencia que Wilhelm
Wolff, amigo de la familia, les legó: 1000
libras. Sus vidas mejoraron considerablemente. Marx le dedicaría
finalmente El Capital a su querido Lupus (Wolff,
Lobo).
Uno
de los momentos más tensos de Breves escenas de una vida agitada -un
manuscrito incompleto, faltan algunas páginas- tiene que ver con la infidelidad
de Karl con Helene Demuth a
comienzos del verano de 1851 -del hijo fruto de la unión se haría
cargo Friedrich Engels-. Jenny cita que sucedió algo de lo que no va a
hablar, pero que fue del todo preocupante. El silencio -a poco que uno conozca
la biografía- es suficientemente elocuente. Por otro lado, una de las escenas
más hilarantes es su retrato de Ferdinand
Lassalle como un ególatra bien pagado de sí mismo, un intento de hombre
renacentista con ansias de destacar en todos los campos del saber y siempre en
competición con Marx:
“Con todo el velamen desplegado,
atravesaba nuestras habitaciones, orando y gesticulando tan ruidosamente, con
la voz elevándose hasta un Do alto que nuestros vecinos se alarmaron por el
terrible griterío y preguntaron qué estaba pasando”.
Un legado
silencioso
Estas “escenas” breves y
agitadas, escritas de golpe y cuyo destino no fue nunca la
publicación, forman parte de la memoria vital
de Jenny Marx, y se escriben a caballo de
algunos de los momentos más significativos del siglo XIX. Justo en medio de la
aventura de una clase trabajadora que pugnaba por organizarse a nivel
internacional. Sólo por eso ya merecen la pena. Siguiendo a Silvia Federici, uno tiene la sensación
de introducirse en la “cocina” de Karl
Marx, en un ángulo que ofrece una visión mucho más completa de lo que fue
su vida y obra, precisamente por restituir aquello que no aparece, que resulta
invisible en los conceptos de sus textos más fundamentales: el
proceso de su producción, los avatares vitales, la comunidad desde la que se produce, aquello que queda
velado y con figura de mujer en el fondo de sus textos. No sabemos que hubiese
sido de sus escritos sin los diálogos con Jenny, sin su labor preocupada de editora, crítica
y consejera -quien, por cierto, también escribió críticas artísticas para la prensa-.
Más
allá de su azoramiento por el “filisteísmo”
burgués en el que participaron, lo cierto es que el hogar de Jenny fue un
centro de operaciones y organización de colectivos, emigrantes, refugiados y
actividades “subversivas”. Ella no dejó coordinar muchas iniciativas y
acciones, siempre prestando apoyo a diversas causas revolucionarias -de manera
notable tras La Comuna de París-.
Visto con perspectiva, el vínculo entre
Jenny y Marx fue todo un coup de foudre tan afectivo como
político. Como señala Eva Illouz
respecto del amor romántico, su encuentro puede leerse -así lo atestiguan
algunos poemas- como “algo que perturba la vida cotidiana y opera
como una profunda conmoción del alma”. Algo irreversible. Una conmoción
total que rompió los moldes de la sociedad prusiana y convirtió a una futura dama aristocrática -noble por
los cuatro costados- en una figura radicalmente alejada de lo que se esperaba
de ella: exiliada,
subversiva, migrante, madre, intelectual, militante y agitadora. Una mujer
hecha a sí misma -con voz, con fuerza- a pesar de las circunstancias.
*****
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