LOS MERCENARIOS EN EL FRACASADO GOLPE DE ESTADO CONTRA VENEZUELA. “Manzanas
podridas, fruto de un árbol muy tóxico En el libro Blackwater.
El auge del ejército mercenario más poderoso del mundo, el periodista
Jeremy Scahill describe a Moyock como el lugar donde “se instruye anualmente a decenas de miles de agentes de las fuerzas
del orden, tanto federales como locales, así como a tropas de naciones
extranjeras amigas”. En su sede central, BW “tiene su propia división de inteligencia y
cuenta entre sus ejecutivos con ex altos cargos militares y de otros servicios
secretos”, apunta Scahill,
colaborador de The Nation y de Democracy
Now! Con
el paso del tiempo, el mercado de la “seguridad” produjo redituables demandas
para BW, por eso también construyó
instalaciones en California, Illinois y en la selva de filipina.
“Blackwater,
como otras firmas de seguridad privada en expansión, “no
son sólo manzanas podridas: son el fruto de un árbol muy tóxico –escribe
Scahill–. Este
sistema depende del maridaje entre inmunidad e impunidad. Si el Gobierno empezara a golpear a las empresas de mercenarios con
cargos formales de acusación de crímenes de guerra, asesinato o violación de
los derechos humanos (y no sólo a título simbólico), el riesgo que asumirían
estas compañías sería tremendo”. Prince definió
a su empresa como “una prolongación patriótica de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos”.
Con los atentados a las Torres Gemelas y
el Pentágono en septiembre de 2001, el gobierno de Bush tuvo el camino limpio para concretar, en el plano militar, “el choque de civilizaciones” acuñado
por el politólogo
Samuel Huntington. Caída la Unión
Soviética y el mundo socialista, el poder de Washington
se apresuró a encontrar nuevos enemigos a los que combatir, señala Sudestada”.
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Autores directos del fracasado Golpe de Estado - Guaidó, "presidente encargado"- solo en la cabeza de Almagro de la OEA, entra este insulto a la democracia - el presidente de Colombia, Iván Duque - aún no sabe porque es presidente - y el señor Mike Pompeo, Secretario de Estado del señor Trump, otro desesperado, por tener a Venezuela como nuevo "Puerto Rico", por el "poder de las armas" y la intervención militar, pero nunca por el poder del pueblo.
***
ESTADOS UNIDOS-VENEZUELA.
LA OPCIÓN MERCENARIA DE BLACKWATER Y EL
SÍNDROME DE LAS BOLSAS NEGRAS.
*****
Álvaro Verzi Rangel.
CLAE / Rebelión.
Jueves 2 de mayo del 2019.
Conscientes de que difícilmente el Congreso le
autorice una aventura militar que puede causar muchas víctimas estadounidenses
y que los militares colombianos y brasileños se oponen a una agresión armada
contra Venezuela, el equipo del presidente Donald
Trump parece inclinado a financiar parcialmente a un ejército mercenario.
El director
de la empresa militar estadounidense Blackwater, Erik Prince, ha estado
desarrollando durante los últimos meses un plan para formar un ejército privado
con el objetivo de derrocar al
presidente Maduro, informó este martes la agencia Reuters, Esta pretendida fuerza militar constaría de unos cuatro
o cinco mil mercenarios contratados en nombre del opositor Juan Guaidó y reclutados entre paramilitares colombianos y
de otros países de la región.
Para expertos en seguridad, el plan de Prince es
"políticamente inverosímil y
potencialmente peligroso" y "podría desencadenar una guerra
civil, agrega la agencia británico-estadounidense. Prince busca financiación y apoyo político para esta iniciativa en
el entorno del presidente estadounidense Donald
Trump y entre exiliados venezolanos millonarios, manteniendo para
ello diversas reuniones privadas en EEUU y Europa.
Uno de estos
tuvo lugar a mediados de este mes de abril, días antes de la intentona golpista de la
frustrada ultraderecha venezolana del 30 de abril. Ese mismo día, El secretario de Estado de EEUU, Mike
Pompeo, no descartó (ante Fox Business Network) la posibilidad
de una "acción militar" en
Venezuela si así "lo requiere" la situación.
Prince contempla
una fuerza integrada por peruanos, ecuatorianos, colombianos,
personas de habla hispana, ya que considera que este tipo de soldados
serían más políticamente aceptables (para los estadounidenses, que aún
recuerdan las bolsas negras en las que volvían los soldados desde Vietnam) que contratistas
estadounidenses.
Pompeo hizo esta
declaración después de que lanzara otra mentira –un fake new- a la CNN. En lugar de aceptar que el golpe
inducido por EEUU fracasó, señaló
que el presidente venezolano Nicolás
Maduro tenía prevista su salida del país rumbo a Cuba, pero Rusia lo disuadió. En respuesta, Maduro respondió: "Señor
Pompeo, por favor, ¡qué falta de seriedad! [...] cuánta mentira y manipulación
en esta escaramuza golpista".
El portavoz
de Guaidó, Edward Rodríguez, ha negado que la oposición venezolana haya
mantenido conversaciones con Prince acerca de sus operaciones, y el portavoz
del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa
Blanca, Garrett Marquis , ha evitado hacer comentarios tras ser preguntado
acerca de esta iniciativa.
Uno de los argumentos de Prince es que Venezuela necesita un "acontecimiento dinámico" para romper el punto muerto en
el que se encuentra el país desde enero, cuando
Guaidó se autoproclamó presidente encargado tras declarar ilegítimo a Maduro. Ahora suma otra argumento: los
venezolanos por sí solos, no lo pueden hacer.
De acuerdo con fuentes, para financiar su plan Prince busca 40 millones de dólares de
inversores privados y quiere apropiarse de fondos de los miles de millones
de dólares en bienes venezolanos que han sido congelados en todo el mundo por
las sanciones impuestas contra el Gobierno constitucional venezolano. Quiere piratear a los piratas.
Sin embargo no está claro cómo podría acceder
legalmente a dichos bienes la oposición venezolana. Prince dijo a la gente con la que se reunió, según Reuters,
que cree que Guaidó tiene autoridad
para formar su propia fuerza militar porque ha sido reconocido
internacionalmente como presidente legítimo del país.
Los mercenarios de Blackwater - la transnacional criminal - era la opción militar del golpe de estado contra Venezuela.
***
Blackwater, trasnacional criminal
Blackwater, una multinacional militar, se abre paso en el mundo desde
hace dos décadas. Es la empresa de seguridad más poderosa del planeta, acumula denuncias
por crímenes cometidos en Medio Oriente y por
casos de corrupción en Estados Unidos.
Radiografía de un negocio en expansión impulsado por la Casa Blanca
En las
últimas dos décadas, con
impunidad, con armamento de última tecnología, montada sobre mercenarios de
diferentes naciones, Blackwater es
una de las mayores empresas de seguridad a nivel internacional, fundada en 1997 por Erik Prince y Al Clark.
Tiene decenas de denuncias en su contra, por cometer crímenes, incurrir en
flagrantes abusos de autoridad y participar en contratos espurios otorgados por
el Pentágono y el Departamento de Defensa de Estados Unidos.
Rebautizada
"Academi", Blackwater surgió en pleno avance neoconservador en EEUU, de la mano del presidente George W. Bush (2001-2009). La transnacional, fundada
con la bendición de la ultraderecha católica estadounidense, ingresó en las
grandes ligas con la administración de Bill
Clinton en la guerra de los Balcanes en la década de 1990.
Los neocons,
que venían apuntalando su poder durante los mandatos de Ronald Reagan y Bush
padre, encontraron en la administración republicana del empresario petrolero
el caldo de cultivo para aplicar el Proyecto
para el Nuevo Siglo Americano (PNAC, por sus siglas en inglés) que, entre
otros puntos, avalaba la desregulación total del Estado y apuntaba todos sus
cañones contra esa vaga definición de “terrorismo
internacional”, que se ubicaba en Medio Oriente y entre la comunidad
musulmana.
Un informe de Sudestada señala que en ese momento BW daba sus primeros pasos en el
redituable negocio de la seguridad privada, poniendo a disposición de
Washington a los primeros “contratistas”
que, para 2001 y 2003, con las
invasiones a Afganistán e Irak
respectivamente, se convertirían en un ejército mercenario, alcanzando casi la
misma cantidad de tropa en territorio iraquí que las Fuerzas Armadas
estadounidenses.
Pero Prince,
con pasado de SEAL (equipos de mar, aire y tierra de la Marina
estadounidense), ultraconservador y financista de grupos católicos, extremistas
y marginales, no pensó a su empresa como un simple ejército de respaldo a las ocupaciones de EEUU en otras partes del
mundo. Y en Carolina del Norte, en
un pantano conocido como Moyock
de 2.800 hectáreas, fundó la instalación militar privada más grande del mundo.
Manzanas podridas, fruto de un árbol muy tóxico
En el
libro Blackwater. El auge del ejército mercenario más poderoso del
mundo, el periodista Jeremy Scahill describe a Moyock como el
lugar donde
“se instruye anualmente a decenas de miles de agentes de las fuerzas del
orden, tanto federales como locales, así como a tropas de naciones extranjeras
amigas”.
En su sede
central, BW
“tiene su propia división de inteligencia y cuenta entre sus ejecutivos
con ex altos cargos militares y de otros servicios secretos”, apunta Scahill, colaborador de The
Nation y de Democracy
Now! Con el paso del tiempo, el mercado de la “seguridad”
produjo redituables demandas para BW,
por eso también construyó instalaciones en California, Illinois y en la selva
de filipina.
Blackwater, como otras
firmas de seguridad privada en expansión,
“no son sólo manzanas podridas: son el fruto de un
árbol muy tóxico –escribe Scahill–. Este sistema depende del maridaje entre inmunidad e impunidad. Si el Gobierno empezara a golpear a las
empresas de mercenarios con cargos formales de acusación de crímenes de guerra,
asesinato o violación de los derechos humanos (y no sólo a título simbólico),
el riesgo que asumirían estas compañías sería tremendo”.
Prince definió a su
empresa como “una prolongación patriótica de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos”.
Con los atentados a las Torres Gemelas y
el Pentágono en septiembre de 2001, el gobierno de Bush tuvo el camino limpio para concretar, en el plano militar, “el choque de civilizaciones” acuñado
por el politólogo
Samuel Huntington. Caída la Unión
Soviética y el mundo socialista, el poder de Washington se apresuró a
encontrar nuevos enemigos a los que combatir, señala Sudestada.
Si pocos años antes el movimiento talibán y Al Qaeda sirvieron para expulsar al ejército ruso de Afganistán, ahora esos
mismos grupos eran el propio mal que amenazaban la vida occidental. Más allá de
las tropas regulares, Bush inundó
Afganistán e Irak de mercenarios de compañías como DynCorp y Blackwater, empresa se encargó de la seguridad del
personal estadounidense en esos países, entrenó tropa y se convirtió en una
parte fundamental del ejército de ocupación.
Entre los muchos beneficios a los que accedían los mercenarios dirigidos por Prince se encontraban la impunidad
total de sus acciones, definida por ley por la autoridad de ocupación estadounidense en Irak, y salarios que
doblaban a los de los soldados rasos.
“Los sueldos normales de los profesionales del DSP (destacamento de
seguridad personal) se cifraban hasta hace poco en unos 300 dólares diarios. En cuanto Blackwater empezó a reclutar
para su primera gran labor (la de ejercer de guardia personal de Paul Bremer –máxima autoridad
estadounidense en Irak– la tarifa se disparó hasta los 600 dólares al día”, señaló la revista Fortune.
Mientras BW
facturaba millones de dólares y reclutaba
exmilitares estadounidenses y chilenos –en funciones durante la dictadura
de Augusto Pinochet– para engrosar
sus filas y cumplir la demanda exigida por la Casa Blanca, también lograba que el Congreso estadounidense
aprobara a su propio grupo de lobby
para hacer cabildeo entre los parlamentarios. Varios informes de organismos
públicos de EEUU llamaron la
atención porque el Gobierno no supervisaba a los “contratistas” y permitían su
total impunidad en las operaciones militares.
El
crecimiento de la firma de Prince fue constante desde los atentados de 2001. Una división de aviación, submarinos, la última
tecnología para el espionaje y decenas de contratos millonarios conformaban una
sonrisa que resplandecía en la fachada
de BW. Pero su suerte se vio opacada por los golpes recibidos por la resistencia iraquí. En marzo de 2004
las imágenes de cuatro personas descuartizadas y mutiladas, colgadas en un
puente de Faluya, ciudad que se
negaba a caer, dieron la vuelta al mundo. Con el correr de los días se supo que
esos cuerpos eran de mercenarios de
Blackwater.
El linchamiento
de los “contratistas” puso sobre la mesa que la compañía no sólo
realizaba operaciones militares fuera de lo acordado, sino que enviaba a sus propios mercenarios en vehículos sin
blindar, con un poder de fuego reducido y a misiones casi suicidas, como en el
caso de Faluya.
En 2007, en
la plaza Nisur, de Bagdad, un convoy de Blackwater
con cuatro vehículos blindados, que cargaban ametralladoras de 7,62 milímetros, capaces de derrumbar paredes, los mercenarios abrieron fuego de
manera indiscriminada, sumado 17
víctimas, todas civiles. La ira del pueblo iraquí no tardó en manifestarse en las calles y en la
profundización de las acciones armadas de una resistencia heterogénea.
Pese al
encubrimiento político, judicial y mediático los mercenarios Dustin Heard, Evan Liberty, Paul Slough y Nicholas Slatten fueron
condenados, los primeros a penas de 30
años y Slatten a cadena perpetua.
En agosto de este año, la cadena Russia
Today informó que un tribunal de apelaciones de Estados Unidos anuló las sentencias de los mercenarios y ordenó
la celebración de un nuevo juicio a Slatten.
La masacre
de la plaza de Nisur tuvo un impacto tan grande, que el expresidente Barack Obama revocó los
contratos con Blackwater en 2009, para
después volver a contratar a la empresa por cerca de 10.000 millones de dólares en 2010. El exprimer ministro de Qatar, Abdula bin Hamad Al-Attiyah,
reveló que miles de mercenarios de la compañía fueron entrenados en Emiratos
Árabes Unidos para invadir el territorio catarí.
Según el
exprimer ministro, los Emiratos contrataron los servicios de Blackwater para sus
operaciones en la invasión a Yemen,
liderada por Arabia Saudí. Los
mercenarios sufrieron varios reveses militares y se vieron obligados a
abandonar ese país, el más pobre de
Medio Oriente. El Gobierno de Catar
confirmó que BW entrenó a unos
15.000 empleados, “gran parte de ellos de
nacionalidad colombiana y suramericana”, en la base militar emiratí de Liwa.
En julio de
2017 también se conoció que el gobierno del presidente Donald Trump intentó que
la firma de Prince retornara a sus
andanzas en Afganistán. Según informó la
cadena HispanTV, “Jared
Kushner, asesor y yerno del mandatario estadounidense, y Steve Bannon, uno
de los principales estrategas en la Casa
Blanca, supervisaron la iniciativa y presentaron a sus candidatos para
implementar el plan” de Trump: Prince y Stephen Feinberg, propietario de DynCorp
International.
Scahill
señala que
“la guerra es un negocio y el negocio ha ido muy bien. No sólo son las
acciones de Blackwater y los de su
clase las que tienen que ser investigadas, reveladas y enjuiciadas: es todo el
sistema en su conjunto”. Obviamente eso
no ocurrirá en el gobierno de Donald Trump.
ÁLVARO VERZI RANGEL: Sociólogo venezolano, Codirector
del Observatorio en Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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