"Como alguien ha notado, basta que dos personas en
cualquier parte del mundo se envíen un correo por Gmail (o por casi cualquier
otro medio electrónico) para que un juez en Estados Unidos considere el caso
tratado bajo su jurisdicción, ya que Google es una compañía con base en
California.
"Pero la extraterritorialidad de un país no solo es
ilegítima sino parte de la corrupción misma que dice combatir. Recordemos que
los jueces, aparte de sus propios criterios para aplicar las leyes (por algo
las abiertas luchas políticas para nominar a los representantes de la Suprema
Corte), también deben aplicar las leyes aprobadas. Para aprobar una ley primero
hay que escribirla. ¿Quiénes escriben las leyes? Supongamos, en el mejor caso
de ingenuidad democrática, que la escribe el pueblo estadounidense. Aun así,
deberían ser leyes aplicables solo al territorio estadounidense. Pero es necesario
ser muy ingenuo para creer que las leyes en Estados Unidos las escribe el
pueblo. Es más, ni siquiera la escriben los legisladores. Los legisladores
votan, muchas veces y a pesar de la masiva propaganda mediática, contra la
opinión del pueblo estadounidense, como ya lo han demostrado diferentes
estudios, entre ellos el de Princeton University. Pero como esto no es
suficiente, las leyes las redactan comités integrados por políticos y por
representantes de grandes compañías privadas, las que normalmente son sus
mayores donantes (de ahí que donen dinero a dos candidatos opuestos que se
disputan una banca en el senado). Los grandes inversores no tienen más
ideología ni principios morales que las de sus intereses privados –en nombre
del interés general, claro".
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EL VERDADERO FRAUDE FINANCIERO. LA LÓGICA CIRCULAR DEL IMPERIALISMO
JUDICIAL.
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Jorge
Majfud.
Rebelión
domingo 26 de mayo del 2019.
El primero de diciembre de 2018 Meng Wanzhou,
ejecutiva de la empresa china de telecomunicaciones Huawei e hija de su
fundador, fue detenida en Canadá
en tránsito hacia México por agentes estadounidenses bajo la acusación de
haber hecho negocios con Irán (y luego por fraude financiero) por lo cual
podría enfrentar una pena de cárcel por más de una década sin haber violado
ninguna ley canadiense ni estadounidense.
Antes que Estados Unidos rompiera de forma unilateral el acuerdo firmado con
Irán, hacer negocios con aquel país no era ilegal. Por supuesto que cuando
hablamos de legalidad nos referimos a las leyes de un solo país, no a las leyes
internacionales, que han sido sistemáticamente violadas por ese mismo país.
Estados Unidos no solo dicta las leyes, sino que las puede cambiar abruptamente
según su conveniencia y según el estado de humor del nuevo presidente, lo que
convierte la saludable “alternancia en el poder” en el comodín (joker)
de un juego de naipes. El acuerdo que firma un presidente con la mano lo borra
el próximo con el codo.
Pero nada de esto es caprichoso sino parte de una
lógica de intereses financieros y económicos, organizados por la propaganda y
la guerra ideológica. A Venezuela y a Cuba se los bloquea de las formas más
brutales en nombre de la democracia y los derechos humanos para demostrar que
el “socialismo no funciona” (y de paso no hablar de los casos donde sí ha
funcionado) mientras a dictaduras absolutas como Arabia Saudita se las protege
por la simple razón de proveer a Occidente con petróleo y ser uno de los
principales consumidores de armamentos de la poderosa industria militar. A
otras dictaduras poderosas como China nunca se les reclama por los Derechos
Humanos sino por alguna que otra tarifa (los campeones de la democracia nunca
critican ni acosan a las dictaduras que protegen los grandes capitales, sean de
izquierda o de derecha).
Esta actuación extraterritorial (que es colonialista e
ilegítima de por sí porque nunca es recíproca) es justificada por la “lucha
contra la corrupción”. En muchos casos puntuales y publicitados es así, como
cuando jueces estadounidenses han multado a diferentes bancos europeos por
permitir el lavado de dinero de, por ejemplo, el narcotráfico. Dejemos de lado
la participación de Estados Unidos en el tráfico de drogas y de armas, pero
veamos que esta extraterritorialidad no solo es ilegítima, sino que además se
sostiene por la mera fuerza de la corrupción legalizada del poder financiero.
¿Cómo? Los ejecutivos de bancos y de grandes transnacionales no estadounidenses
temen este tipo de sanciones multimillonarias. Muchas empresas han quebrado o han
tenido que ser liquidadas o venidas. No por mera casualidad la división de
Energía de Alstom de Francia fue venida a la alicaída General Electric luego de
ser acusada por jueces estadounidenses de pagar coimas en Indonesia, Egipto,
Taiwán y otros países, pese al decreto en contra que había emitido el gobierno
francés un año antes. Más recientemente, la asociación de Alstom con la alemana
Siemens fue vetada por la Unión Europea. Una reciente investigación de The
Economist ha señalado un patrón curioso: los jueces estadounidenses
reducen las penas de las “compañías corruptas” cuando prometen vendérselas a
alguna otra compañía estadounidense.
Como alguien ha notado, basta que dos personas en
cualquier parte del mundo se envíen un correo por Gmail (o por casi cualquier
otro medio electrónico) para que un juez en Estados Unidos considere el caso
tratado bajo su jurisdicción, ya que Google es una compañía con base en
California.
Pero la extraterritorialidad de un país no solo es
ilegítima sino parte de la corrupción misma que dice combatir. Recordemos que
los jueces, aparte de sus propios criterios para aplicar las leyes (por algo
las abiertas luchas políticas para nominar a los representantes de la Suprema
Corte), también deben aplicar las leyes aprobadas. Para aprobar una ley primero
hay que escribirla. ¿Quiénes escriben las leyes? Supongamos, en el mejor caso
de ingenuidad democrática, que la escribe el pueblo estadounidense. Aun así,
deberían ser leyes aplicables solo al territorio estadounidense. Pero es necesario
ser muy ingenuo para creer que las leyes en Estados Unidos las escribe el
pueblo. Es más, ni siquiera la escriben los legisladores. Los legisladores
votan, muchas veces y a pesar de la masiva propaganda mediática, contra la
opinión del pueblo estadounidense, como ya lo han demostrado diferentes
estudios, entre ellos el de Princeton University. Pero como esto no es
suficiente, las leyes las redactan comités integrados por políticos y por
representantes de grandes compañías privadas, las que normalmente son sus
mayores donantes (de ahí que donen dinero a dos candidatos opuestos que se
disputan una banca en el senado). Los grandes inversores no tienen más
ideología ni principios morales que las de sus intereses privados –en nombre
del interés general, claro.
La existencia de estos casos de corrupción legal, que
hacen de la corrupción ilegal un derivado casi irrelevante, cuando no útil para
perseguir a la competencia, han sido siempre negados por aquellos que
consideran que criticar un gobierno o un país es una forma de traición
patriótica y no un servicio a la verdad y la justicia. El patriotismo es la
distracción de quienes han perdió la patria que habitan. Demonizar a los
críticos es parte de la lógica mientras los tiburones continúan su exitoso
camino. Recientemente, el USA Today demostró, en una extensa y
detallada investigación, que en los últimos años todos los congresos de la
unión pasaron miles de leyes (por lo menos 2100) y todas fueron burdas “copia y
pega” digitadas por los representantes de las grandes compañías privadas. Tanto
los legisladores estatales como los nacionales están sumergidos en esta lógica
y tráfico (legal) de influencias, casi todos procedentes de los llamados
“intereses especiales” y de poderosos lobbies financieros (los sindicatos
podrían ser considerados los lobbies de los de abajo, pero no por casualidad
desde los 80s han sido debilitados hasta su casi irrelevancia). Todo lo cual
explica que el 40 por ciento de la población estadounidense no sea dueña ni del
uno por ciento de toda su riqueza, pero fanáticamente defiende la idea de que
el cinco por ciento posea más del 60 por ciento de todo, porque lo ha logrado
“por mérito propio” y no por una sistemática y globalizada corrupción legal.
Aunque, claro, convencer a un pueblo que es asaltado por su propio interés no
deja de ser un mérito.
Así, los exitosos dueños del gran capital escriben las
leyes en Estados Unidos en su beneficio propio, las que luego irán a aplicar
los jueces de forma extraterritorial para luchar contra la corrupción, las que
luego el poderoso Ejecutivo nacional impondrá a nivel global bajo presión y
acoso (narrativo, económico, y militar).
Por supuesto que no es mi interés, ni por lejos,
defender ninguna empresa, ningún multimillonario chino, ni al gobierno chino, ni
al de Irán ni a nadie sino, lisa y llanamente, la verdad. Sobre todo, esa verdad que no se deja ver
debajo de tantas banderas que flamean los fanáticos medievales en beneficio de
la ya inalcanzable aristocracia financiera.
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