“¿Cómo
consigue este “hechicero de la tribu” hechizar a sus lectores? ¿Con la magia de
sus palabras, con la belleza de su prosa, con la buena argumentación que
acompaña a sus posiciones, análisis y propuestas?”
“Algo fue dicho más arriba. Sin duda que
VLl es un escritor que cautiva a sus lectores y que maneja con maestría ese arte perverso de “decir mentiras que parezcan verdades”, según él lo ha dicho y
escrito en reiteradas oportunidades. Y además que combina muy hábilmente la ficción con el ensayo, lo que muchas veces
induce a sus lectoras y lectores a dar crédito como si fuera real lo que no es
sino una ficcionalización o, si se quiere, una fantasía del escritor. En un ensayo académico eso es un error
imperdonable, a la vez que fácilmente detectable, pero en un libro
como La
Llamada de la Tribu las
tergiversaciones y mentiras que el
escritor introduce mientras cita a un
autor de la talla de Adam Smith
o Karl Popper sólo pueden ser
advertidas por un lector muy avisado. Uno de los tantísimos ejemplos que surgen
cuando, en respuesta a esta entrevista, abro al azar su libro y encuentro en la
página 147 que dice, textualmente
que “el autor de El Capital fue
un secreto defensor de la sociedad abierta.” Entonces: ¿Fue Marx un insólito predecesor de un
reaccionario como Popper? No, de ninguna manera. Claro que Marx defendía una sociedad abierta, pero lo
que VLl escamotea al lector es que
ésta sólo
sería posible en el comunismo, es decir, en una sociedad sin clases,
pero jamás en el capitalismo. Ese “pequeño detalle” desaparece en el sereno flujo
narrativo del peruano, e introduce una gigantesca falsificación en el
pensamiento de Marx”.
/////
“VARGAS LLOSA SIGUE SIENDO UN GRAN ESCRITOR.
OTRA ES LA OPINIÓN QUE NOS MERECEN SUS ENSAYOS U OPINIONES POLÍTICAS".
ENTREVISTA A ATILIO A. BORÓN SOBRE EL
HECHICERO DE LA TRIBU (I).
*****
Salvador López Arnal.
Rebelión, miércoles 29 de mayo del 2019.
Atilio Borón (Buenos Aires, 1 de julio de 1943) es una de las figuras más relevantes de las ciencias sociales en
Latinoamérica. Doctor en Ciencia
Política por la Universidad de Harvard, es profesor consulto de la Facultad
de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y del Instituto de
Estudios de América Latina y el Caribe de dicha universidad, de la cual fue
Vicerrector entre 1990 y 1994. Ha
sido Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas (CONICET) y director del PLED , Programa Latinoamericano de
Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación
Floreal Gorini, de Buenos Aires, en cuyo canal de televisión digital
conduce el programa de entrevistas
llamado “Palabras Latinoamericanas” Actualmente
es Director del Ciclo de Complementación
Curricular de Historia de América Latina del Departamento de Humanidades y
Artes de la Universidad Nacional de Avellaneda. Columnista en diversos medios (La
Jornada, Telesur, (Página/12 www.rebelion.org ), también ha sido secretario ejecutivo del Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) de 1997 a
2006. Entre sus reconocimientos cabe mencionar el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas
2004, por su libro Imperio e
Imperialismo, y el Premio Internacional José Martí por su contribución
a la unidad de integración de los países de América Latina y el Caribe otorgado por la Organización de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 2009. En España
se ha publicado su Estado, Capitalismo y Democracia en América Latina (Ediciones
Hiru) y, por la misma casa editorial, su América Latina en la Geopolítica del Imperialismo, libro que
en 2012 fuera galardonado con el Premio Libertador al Pensamiento Crítico.
Con una presencia muy activa en la militancia cibernética puede seguirse el
avance de sus investigaciones y sus comentarios sobre la realidad argentina e
internacional en su sitio web atilioboron.wordpress.com , en su página de Facebook: Atilio Boron, en
Twitter en @atilioboron y en Instagram.
Su último libro publicado (Ediciones Akal, Madrid, 2019)
lleva por título El hechicero de la tribu. Mario Varas Llosa y el liberalismo
en América Latina. En él centramos esta entrevista.
Mi enhorabuena por su último libro. ¿El hechicero de la tribu es una
deconstrucción del pensamiento político del Premio Nobel peruano, sin entrar en
su obra literaria?
Sí. He sido durante largos años
profesor de Filosofía Política y en su libro, La Llamada de la Tribu,
Vargas Llosa incursiona ampliamente en esa temática en donde se demuestra, de
modo categórico, que no es precisamente allí conde se siente como “un pez en el agua”, parafraseando uno
de los títulos de su extensa producción. No es un terreno en donde el novelista
transite con familiaridad. Lo suyo, evidentemente, es la ficción y si bien es
un agudo observador de la realidad las complejidades de la filosofía política
requieren de una formación especial de la que obviamente carece. Pero la
persuasión que ejerce una escritura bella y seductora disimula, para el
aficionado, las profundas lagunas en que se empantana su pensamiento cuando
comienza a discurrir sobre filosofía política. Por eso mi lectura sobre su
libro se realiza desde esta perspectiva. No podría ser otra porque no soy un
especialista en crítica literaria,
aunque sí un lector muy familiarizado con la obra de Vargas Llosa. He disfrutado de varias de sus novelas –no todas de
igual calidad, como ocurre con cualquier escritor- y me han disgustado sus
ensayos sobre la actualidad social o política, o cada vez que escucho sus
diatribas contra los gobiernos de izquierda, progresistas, revolucionarios o
populistas, todo los cuales logran sacar de él, según mi parecer, sus peores
resentimientos y sus odios más viscerales.
¿Cómo consigue este
“hechicero de la tribu” hechizar a sus lectores? ¿Con la magia de sus palabras,
con la belleza de su prosa, con la buena argumentación que acompaña a sus
posiciones, análisis y propuestas?
Algo fue dicho más arriba. Sin duda que VLl es un escritor que
cautiva a sus lectores y que maneja con maestría ese arte perverso de “decir mentiras que parezcan verdades”, según
él lo ha dicho y escrito en reiteradas oportunidades. Y además que combina muy
hábilmente la ficción con el ensayo, lo que muchas veces induce a sus lectoras
y lectores a dar crédito como si fuera real lo que no es sino una
ficcionalización o, si se quiere, una fantasía del escritor. En un ensayo
académico eso es un error imperdonable, a la vez que fácilmente detectable,
pero en un libro como La Llamada
de la Tribu las tergiversaciones y mentiras que el escritor
introduce mientras cita a un autor de la talla de Adam Smith o Karl Popper
sólo pueden ser advertidas por un lector muy avisado. Uno de los tantísimos
ejemplos que surgen cuando, en respuesta a esta entrevista, abro al azar su
libro y encuentro en la página 147 que dice, textualmente que “el autor de El Capital fue
un secreto defensor de la sociedad abierta.” Entonces: ¿Fue Marx un insólito predecesor de un reaccionario como Popper? No,
de ninguna manera. Claro que Marx defendía una sociedad abierta, pero lo que VLl escamotea al lector es que ésta
sólo sería posible en el comunismo, es decir, en una sociedad sin clases, pero
jamás en el capitalismo. Ese “pequeño
detalle” desaparece en el sereno flujo narrativo del peruano, e introduce
una gigantesca falsificación en el pensamiento de Marx.
En el subtítulo -”
Mario Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina”- habla usted de
liberalismo y no de neoliberalismo. ¿Alguna diferencia entre estas dos
categorías? ¿Cómo deberíamos entender a lo largo de su libro el término
“liberalismo”?
En efecto, hablo sólo al pasar y
en ocasiones muy puntuales del neoliberalismo porque creo que éste no es sino
la re-encarnación de los principios fundamentales del liberalismo clásico, sólo
que en clave mucho más reaccionaria. El
liberalismo de John Locke y los Federalistas de Estados Unidos –estamos
hablando de finales del siglo XVII y todo el XVIII- tenía ciertos componentes
valiosos como la libertad de expresión, la defensa frente a la opresión
política de las monarquías o las dictaduras, la libertad de asociación,
etcétera, que en su versión contemporánea -luego de que las masas populares
conquistaran la democracia doblegando la resistencia de la burguesía y sus
aliados- fueron dejados de lado o redefinidos en un sentido retrógrado. Ahí
está, y es sólo un ejemplo, toda la producción de los teóricos de la Comisión Trilateral (Samuel P. Huntington,
Michel Crozier, Jojj Watanuki, etcétera) que en los años setenta del siglo
pasado lanzaron un demoledor ataque en contra de los “excesos democráticos”, la participación popular y mismo contra la
libertad de asociación al satanizar el poderío de los sindicatos y
organizaciones de base. El liberalismo,
como lo vengo afirmando durante más de cuarenta años, jamás propició ni
defendió argumentalmente la democracia, y en su versión “neo” esta tendencia no ha hecho sino acentuarse porque si en su
versión original aquél no tenía que enfrentarse a los desafíos de la democracia
hoy asume una postura retrógrada, abiertamente contraria a ella, y que el
prefijo “neo” no alcanza a disimular. Friedrich
von Hayek y Milton Friedman elogiaron públicamente a un feroz dictador como
Augusto Pinochet, para colmo un ladrón de siete suelas. Y
permanecieron indiferentes ante la cancelación de las libertades exaltadas por Locke y sus seguidores en tierras
americanas. Por otra parte es preciso reconocer que la “magia” del nuevo vocablo, “neoliberalismo”,
ha obrado el milagro de transformar al arcaico y desprestigiado liberalismo que
condujo a tantas inequidades, miserias y guerras desde su implantación en algo
embellecido con el ropaje de lo fresco y novedoso; o con la insinuación de que
estamos en presencia de una recreación positiva y juvenil de una filosofía
económica y social como el liberalismo, plasmada en la segunda mitad del siglo
XVIII y que consagraba la supervivencia de los más aptos y el imperio del
egoísmo universal como criterio fundante de una buena sociedad. Es precisamente
por este engaño del término “neoliberalismo”
que aparto de mi mirada los fuegos artificiales de la propaganda burgues y
concentro mi análisis en su matriz teórica fundamental, el liberalismo a
secas.
¿Observa usted alguna
diferencia esencial entre el liberalismo en América Latina y el liberalismo en
otros territorios o continentes? Por ejemplo, con el liberalismo norteamericano
o con el liberalismo de algunas fuerzas políticas europeas, como Macron,
Ciudadanos o el Partido Liberal alemán.
Sí, en el siguiente sentido: la
aplicación de las políticas del liberalismo en América Latina y el Caribe ha sido más brutal, totalmente
desprovisto de algunas salvaguardas de derechos individuales e inclusive
sociales que en Europa se heredaron del “cuarto
de siglo de oro” del Keynesianismo (1948-1973) y que aún con dificultades
han sobrevivido al ataque sufrido desde los ochentas en contra del Estado de Bienestar, teniendo en cuenta
que éste tuyo una presencia poco más que embrionaria en Estados Unidos. En el
Sur global, y especialmente en Nuestra
América, el liberalismo mata sin piedad, produce un holocausto social de
enormes proporciones ante la indiferencia de sus agentes históricos, de los
estados burgueses de la región, de la prensa canalla que envilece y embrutece a
la población y también de los gobiernos de EEUU
y Europa, que abandonaron por completo la tradición de la Ilustración y que
apelan a los derechos humanos sólo para hostigar a gobiernos indóciles ante las
órdenes del Calígula que habita la Casa
Blanca. En Europa, y mucho menos en EEUU,
el liberalismo tiene que conservar una cierta fachada democrática que en
Latinoamérica es desechada sin la menor contemplación. La expansión democrática
de la posguerra y la conquista de importantes derechos sociales y laborales,
concedidos, claro está, ante la amenazante presencia de la Unión Soviética, no pudo ser revertida en Europa como sí lo fue en Latinoamérica porque en estas latitudes
aquellos procesos fueron más débiles y siempre acosados, cuando no combatidos
abiertamente, por la intervención norteamericana. Producto de aquello es que ni Macron, ni Ciudadanos ni los liberales
alemanes pueden decir lo que les gustaría porque aún en una Europa dominada
por un talante conservador, y hasta reaccionario en algunos sectores sociales,
expresiones tales como que “los pobres
no quieren trabajar” o “son adictos al clientelismo populista”, corrientes
en la derecha latinoamericana, generarían un repudio de buena parte de la
ciudadanía en Europa. Aparte de lo anterior hay otra diferencia muy
significativa, que no podemos pasar por alto: las políticas del neoliberalismo
se ensayaron primero entre nosotros, en Chile
desde 1973 y en Argentina a partir
de 1976, a cargo de dos tenebrosas dictaduras. Es decir, agotado el ciclo
keynesiano había que “testear” las
nuevas políticas pregonadas por décadas por el FMI y el Banco Mundial. Y hemos sido las y los latinoamericanos el
banco de pruebas o los cobayos de laboratorio de las políticas del
neoliberalismo salvaje que, poco después y conocidos ya sus deplorables
resultados, aplicarían Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald
Reagan en Estados Unidos.
¿Ha sido y es
esencial la figura del marqués Vargas Llosa en el desarrollo del liberalismo en
América Latina? ¿Por sus ensayos, por sus artículos, por sus intervenciones
políticas?
Sí, y es lo que explico sobre
todo en los dos primeros capítulos de mi libro. Primero porque es uno de los
latinoamericanos más conocidos a nivel internacional, una especie de “rock star” de las letras cuyos
escritos y cuyas palabras se escuchan con incondicional devoción y se
reproducen a escala masiva por casi todos los medios de comunicación,
fuertemente concentrados y que dominan la formación de la conciencia colectiva
no sólo en toda Latinoamérica sino
en el mundo del Caribe y también en Brasil y, no olvidemos, en buena parte
del mundo angloparlante. Segundo, porque VLl es una referencia obligada dado que es uno de los poquísimos
divulgadores de alta escuela que tiene
el liberalismo. No se trata de un propagandista inculto como la inmensa
mayoría de los que repiten las letanías de ese credo sino de un hombre muy
educado, que transmite con éxito la idea de que lo que dice es absolutamente
cierto e indiscutible. Tercero, porque tiene un ingrediente adicional: es un converso, un hombre que proviene del
marxismo más dogmático y cerril y que “vio la luz de la libertad”
brillando, según confiesa en La
Llamada, en los ojos de Margaret
Thatcher y Ronald Reagan. No olvidar que la opinión de un apóstata o un
renegado vale más que la de quien siempre se mantuvo fiel al dogma porque es la
de alguien que estuvo cegado y hundido en el error y tuvo la capacidad de
romper esas cadenas y pasarse de bando y defender lo que antes había execrado. Cuarto,
tal vez por todo lo anterior el peruano tiene acceso directo a las elites
políticas, gubernamentales, empresariales y culturales (o de quienes
manejan la industria cultural) lo que le permite amplificar extraordinariamente
la llegada de sus opiniones y puntos de vista a una enorme audiencia.
¿No es muy extraño
que alguien que dice haber militado en su juventud en el Partido Comunista de
Perú (con el nombre clandestino de “camarada Alberto”) se acerque a partir de
su madurez a figuras tan relevantes en la derecha extrema europea como el ex
presidente de gobierno español José María Aznar, por no hablar de figuras de la
realeza como el ex Juan Carlos I? ¿No recuerda, en cierta medida, el caso del filósofo
italiano Lucio Colletti o el del gran poeta mexicano Octavio Paz?
Sí, en mi libro me extiendo sobre
lo de Colletti y el mismo Octavio Paz, pero creo que dada la gran
cantidad de casos registrados a nivel mundial, desde el triunfo de la Revolución Rusa pero sobre todo a
partir de los juicios de Moscú y en
una escala impresionante desde los inicios de la Guerra Fría carece por completo de sentido hablar de “extrañeza” o “rareza” para describir
al gran número de renegados que no sólo abandonan sus viejas creencias
políticas sino que se convierten en furiosos propagandistas de las contrarias.
Llamémoslos como queramos: “renegados”,
“apóstatas”, “desilusionados” o con la expresión más fuerte de “traidores”, a la que apelaría en casos
extremos, lo cierto es que ellos constituyen una legión. El más repugnante de
estos casos, un traidor infame, fue el
salvadoreño Joaquín Villalobos, ex
comandante de la guerrilla Farabundo Martí, que en el año 1975 ordenó que ejecutaran al gran poeta Roque Dalton, activo miembro
de la guerrilla, acusado de ser agente de la CIA. Al tiempo Villalobos desertó y terminó su inmundo recorrido
convirtiéndose en asesor de Álvaro Uribe,
paradigma insuperable de la narcopolítica
y el militarismo. Tratar de comprender estas tragedias es la apelación que
formulara en mi Imperio &
Imperialismo para construir una sociología de los intelectuales
revolucionarios en tiempos de derrota. El caso de VLl es uno de los más interesantes por la amplitud de su recorrido
desde la extrema izquierda a la derecha radical y sobre todo por el ardor con
que arremete contra el nacionalismo (en
Venezuela, Cataluña, Euskadi, donde sea) y por la incontrolable atracción
que sobre él ejercen los poderosos, incluyendo un monarca tan desprestigiado
como Juan Carlos. Hay otros más
mesurados o vergonzantes, sobre los que apenas hablo en mi libro. Pero, para
resumir: de rarezas o extrañezas, nada. Cito
en mi libro la obra del brillante marxista inglés Terry Eagleton que
también se ha preocupado por el tema con su habitual rigurosidad, así como a la
clásica obra de Isaac Deutscher
sobre el tema, pero no es éste el lugar para reproducir sus argumentaciones al
respecto. Nomás recordar que Deutscher
comienza uno de sus artículos citando a
Ignazio Silone, revolucionario comunista italiano que terminó sus días como
agente de la CIA, quien le habría
dicho a Palmiro Togliatti, líder del
PCI, que “la lucha final será entre los comunistas y los excomunistas.”
No creo que sea así, pero hay un grano de verdad en ese comentario de Silone.
Las posiciones
políticas del autor de La ciudad y los perros o La
fiesta del chivo, ¿enturbian la calidad o el valor poético de su obra
literaria? Para un lector de izquierdas, ¿sería mejor no transitar por su obra
literaria?
De ninguna manera. VLl sigue siendo un gran escritor, y en
la medida en que la poiesis es creación,
capacidad de crear e imaginar, las posiciones
políticas de nuestro autor no han menoscabado la calidad de su obra literaria.
He disfrutado y también aprendido mucho de algunas de sus mejores novelas. A mi
juicio las mejores son La Ciudad
y los Perros, La Casa Verde, Conversación en la
Catedral, El Sueño del Celta, La Fiesta del Chivo, La
Guerra del Fin del Mundo e Historia de Mayta.
Pero otra es la opinión que nos
merecen sus ensayos u opiniones políticas volcadas en la prensa o en los
medios de comunicación. Como creo haberlo dicho más arriba
esto no equivale a afirmar que todas sus obras son de igual calidad literaria,
como tampoco lo fueron las de Cervantes
Saavedra o las de García Márquez,
Cortázar o Fuentes para hablar de los escritores del boomlatinoamericano. Pero yo
estoy convencido de que para escribir bien uno debe leer a autores que escriban
bien, y el peruano es uno de los que mejor lo hace. Creo, así todo, que está un
peldaño más abajo de Octavio Paz o Jorge
Luis Borges que según mi modesto entender ilustran paradigmáticamente lo
que debe ser el castellano del siglo veintiuno. Una prosa límpida pero
profunda, cargada de significados. Pero escrita de forma sencilla, contundente,
sin afectaciones, exenta de superfluos barroquismos y alejada de los vicios del
culteranismo que abren una zanja entre el pueblo y el escritor. De joven me
impresionó para siempre esta reflexión de Bertolt
Brecht:
“Escribir
la verdad es luchar contra la mentira, pero la verdad no debe ser algo general, elevado y
ambiguo, pues son estas las brechas por donde se desliza la mentira. El mentiroso se reconoce por
su afición a las generalidades, como el hombre verídico por su vocación a las
cosas prácticas, reales, tangibles." No por casualidad Lenin
decía que el marxismo es el análisis
concreto de la realidad concreta, y Brecht es un leninista del lenguaje. Y yo pretendo ser un modesto
discípulo de Brecht
a la hora de ponerme a escribir, procurando que mis lecturas de los
maestros de la lengua castellana me ayuden a transmitir mis ideas de forma “clara y distinta”, como exigía Descartes, y susceptibles de ser
asimiladas por las mujeres y el hombres comunes y corrientes de nuestras
sociedades.
Dedica usted su libro
a Fidel Castro: “A Fidel, por sus enseñanzas, por sus luchas, por su fe
martiana en la necesidad de la batalla de ideas...” ¿Qué ha significado, qué
significa Fidel, en su opinión, para los pueblos de América Latina y del mundo?
Fidel es una figura extraordinaria,
alguien que siguió el camino trazado por el gran manco de Lepanto cuando puso
en boca
del Quijote que su misión era “ Soñar el sueño imposible, luchar contra el
enemigo imposible, correr donde valientes no se atrevieron, alcanzar la estrella
inalcanzable.” Eso que orientaba al hidalgo en su lucha por “deshacer
entuertos y castigar agravios” marca a fuego la personalidad de Fidel. Soñar con la Segunda y Definitiva Independencia
de Nuestra América, luchar contra un “enemigo imposible” como Estados Unidos, tener la valentía de
hacerlo en increíbles condiciones de inferioridad al iniciar la lucha contra la
tiranía de Batista y su ejército
armado y entrenado por Estados Unidos
expresa con rotundidad la identidad de Fidel. Por ese el diálogo del reencuentro en la Sierra Maestra con su hermano Raúl, al anochecer del 18 de diciembre, manifiesta de manera
insuperable la fecunda mezcla de voluntarismo e idealismo que caracterizaba a
ese personaje inigualable. Después del tumultuoso desembarco del Granma –un
naufragio, diría el Che, más que un desembarco- transcurrieron más de dos
semanas hasta que Fidel se re-encontrara
con Raúl, y he aquí el diálogo: “¿Cuántos
fusiles traes? —le pregunta a su hermano. –Cinco, responde Raúl. -¡Y dos
que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos
la guerra!” ¿Quieren alguna reinvención más fiel al espíritu del Quijote en
la época actual? Pero a ese utopismo creativo y eficaz hay que sumarle una integridad ética y política a prueba de
balas, una inteligencia excepcional, una
memoria prodigiosa, un sinfín de lecturas de todo tipo, un activismo
incansable, una curiosidad insaciable, y todo eso nos permite entender quién
era Fidel y
por qué su figura marcó con caracteres indelebles la historia de la segunda
mitad del siglo veinte y se extendió hasta su muerte. Y por qué alguien como yo, que
tuvo la inmensa fortuna de poder conversar con él en varias oportunidades, no
podía sino reconocer la influencia que ejerció sobre mí en un libro como
este.
Tomemos un
pequeño descanso si le parece. Volvemos en un momento.
De acuerdo, como quieras.
*****
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