“Nuevos desafíos. Ahora iniciamos una etapa de nuevos desafíos, en la cual esperamos que
la Declaración sea una herramienta para las luchas campesinas. Es por eso que debemos trabajar para que las
organizaciones campesinas puedan apropiarse de la misma, articulando con académicos, sindicatos, legisladores y funcionarios para
que la misma pueda ser adoptada a nivel
municipal, provincial y nacional, además de convertirse en un instrumento
de diálogo entre organizaciones y Estados para avanzar en nuevas legislaciones
que traduzcan las obligaciones de los Estados en políticas agrarias adecuadas. También la Declaración será un importante
insumo para la dimensión jurídica de los conflictos agrarios. Al instalar
la Declaración en todos los rincones del mundo, vamos a avanzar en procesos de
mayor incidencia global, pues se abren ahora horizontes para nuevos mecanismos
de promoción y seguimiento de ésta al interior de Naciones Unidas, así como la
posibilidad futura de construir una Convención
Internacional de los derechos de las campesinas y campesinos”.
“En el actual contexto de crisis global del
capitalismo, donde el imperialismo norteamericano no
se resigna a perder porciones de mercado y pretende
profundizar sus lazos coloniales con América Latina, los derechos campesinos sólo serán posibles
si logramos articular luchas permanentes y prolongadas. La Declaración que conquistamos en Naciones Unidas es también una
herramienta para el trabajo de base, la agitación y la organización de las
campesinas y campesinos en todo el mundo. Además de servir de articulación para la
unidad y la formación política de los líderes y lideresas del campo. Los
derechos campesinos, para ser efectivos, requieren Reformas Agrarias en todo el mundo, que garanticen la Agricultura Campesina y Agroecológica para alcanzar la Soberanía
Alimentaria, fundamental para la justicia y la paz mundial; por eso,
podemos afirmar que esta Declaración, de fuerte contenido humanista, es un paso
adelante para la gobernanza global y los pueblos del mundo. Lejos de ser el “fin del campesinado”, podemos afirmar
que las campesinas y los campesinos son protagonistas de las luchas por justicia
social en todo el mundo y parte indiscutible de la solución a la crisis alimentaria y
de migración que provoca y agudiza el desarrollo del capital financiero y los
agronegocios”.
/////
Cumbre Agraria.
En diciembre de 2018 la Asamblea
General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración de los Derechos de los
Campesinos y de Otras Personas que Trabajan en Zonas Rurales, por el voto
favorable de 121 Estados miembro de las Naciones Unidas, 8 en contra y 54
abstenciones, entre ellas la del gobierno colombiano.
***
LA DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS CAMPESINOS EN LA ONU.
Nuevos desafíos y mucho camino por recorrer.
*****
Diego
Montón.
ALAI.
América latina en Movimiento.
Sábado
11 de mayo del 2019.
La aprobación y adopción de la Declaración sobre los
Derechos de los Campesinos y Otras Personas que Trabajan en las Zonas Rurales
representa un hecho histórico para el propio sistema internacional de derechos
humanos, así como para las comunidades campesinas del mundo. Ha sido una lucha
de más de 17 años de La Vía Campesina que,
junto con aliados, logró impulsar en el seno de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el debate sobre el rol
y situación del campesinado.
En plena ofensiva neoliberal, a fines de la década de
los 90, el capital financiero profundizó sus tentáculos en el
campo, la mercantilización y
financiarización de la agricultura provocaron despojos y desalojos, aumento
de la violencia y persecución contra las comunidades campesinas, privatización
de las semillas, trabajo esclavo, destrucción de mercados locales y aumento del
hambre y la migración, destrucción de la naturaleza y contaminación, entre
otros flagelos.
Esta
arremetida neoliberal profundizó los mecanismos
de la Revolución Verde, potenciando su capacidad de acaparamiento y
destrucción, de la mano de la tecnología
transgénica asociada al uso masivo de agro-tóxicos. El único objetivo:
grandes lucros para las corporaciones transnacionales, pero a costa de graves
consecuencias para la humanidad.
En el campo, aumentó la concentración y privatización
de la tierra, el trabajo esclavo o precarizado, la
contaminación con agro-tóxicos, la destrucción de millones de hectáreas de
selvas y bosques nativos. A medida que el proceso avanzó, fue creciendo la
resistencia en el campo, lo que trajo aparejado la persecución y criminalización de campesinas y campesinos. La
violencia en el campo es un elemento sobre el que se sostiene el agro-negocio:
asesinatos y encarcelamiento de campesinas
y campesinos, y el redireccionamiento de los recursos públicos hacia el
agro-negocio, dejando a los campesinos sin posibilidad de acceso a créditos y
mercados.
La propaganda neoliberal incluía la idea del fin de la
historia, como parte del intento de despolitización de la sociedad. En el plano agrario, se lanzó la teoría del “Fin del Campesinado”, sugiriendo
que las familias campesinas iban a desaparecer y que solo el agro-negocio era
capaz de alimentar a la humanidad.
En el plano de la gobernanza internacional el lobby
neoliberal impulsó nuevas
instituciones, tratados y acuerdos que fueron construyendo un andamio de
jurisprudencia que, en lugar de estar anclada en los Derechos humanos y la democracia, está basada en la Libertad del capital financiero y
mecanismos de blindar a las empresas frente a la resistencia y lucha de los
pueblos. Un claro ejemplo es la UPOV
(Unión de protección de obtentores vegetales) que se encarga de legitimar la
apropiación de conocimiento genético.
Las
organizaciones campesinas resistieron en todos los rincones del planeta. La
conformación de La
Vía Campesina se da en ese contexto,
destacándose la lucha por la tierra y contra la Organización Mundial del Comercio (OMC) y las políticas de libre mercado
que abrían las puertas a las corporaciones en todos los continentes.
A medida que avanza la agricultura industrial se
agudiza la crisis alimentaria global y
también la crisis climática. Frente a esta situación, La Vía Campesina además de articular la resistencia sistematiza
propuestas y horizontes con esperanza. No solo que no era el fin del
campesinado, sino que el campesinado es parte de la solución posible a las
crisis provocadas por la dinámica de acumulación del capital. Así se inicia el
debate de la soberanía alimentaria, y se lanza la campaña Global
por la Reforma Agraria. Esos debates
irrumpen en 1996 en el Consejo de
Seguridad Alimentaria de la ONU. Planteando que, para lograr resolver la
crisis alimentaria, es condición necesaria el desarrollo y fortalecimiento de
la agricultura campesina, local, y para eso la democratización de la tierra.
Así,
la discusión sobre los derechos de los
campesinos siempre estuvo ligada a propuestas sobre las políticas agrarias
necesarias para poder superar la crisis alimentaria.
En
2001 se realiza un congreso internacional sobre derechos campesinos en Indonesia, coordinado por la Unión
Campesina de Indonesia (SPI), donde comienza a plantearse la necesidad de
construir una declaración de derechos campesinos en la ONU.
En el año 2003, en la IV Conferencia Internacional de
LVC realizada en Sao Paulo, Brasil, en su
declaración final se establece: “Adquirimos
el nuevo compromiso de impulsar la lucha por los Derechos Humanos y Campesinos.
Desarrollaremos desde las organizaciones campesinas una Carta Internacional de
los Derechos Campesinos”. Y entre los años 2004 a 2006 junto a CETIM y FIAN se verificaron y
documentaron casos paradigmáticos de violaciones a los derechos campesinos en
todos los continentes.
Un intenso trabajo en el Consejo de DDHH
En junio de 2008 en Yakarta, se realizó la Conferencia
Internacional de Derechos Campesinos, con la
participación de más de un centenar de representantes de las organizaciones que
conforman La Vía Campesina de todo
el mundo y de un millar de miembros de la SPI, y ese mismo año, pero en
octubre, la V Conferencia Internacional
de Vía Campesina, realizada en Mozambique,
aprobó la Carta de los derechos
de las campesinas y campesinos. Con el sustento de miles de
luchas locales, y cientos de informes que documentaron violaciones en las
comunidades rurales, se inició el desafío en Naciones Unidas.
Esta
carta, que luego será el puntapié inicial para la Declaración, nace directamente de las experiencias y luchas
campesinas en todo el mundo. Por eso podemos afirmar que la Declaración es la
traducción de esa realidad y su reconocimiento en Naciones Unidas.
En
2012, luego de un intenso trabajo, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones
Unidas resuelve la creación de un grupo Intergubernamental de Trabajo que tiene
la misión de proponer al mismo un texto sobre una declaración de derechos de
los campesinos. Este grupo fue presidido por el Estado plurinacional de Bolivia acompañado en la coordinación por Sudáfrica y Filipinas. A partir de
entonces un grupo de expertos realiza un estudio sobre la situación y propone
un texto en base a la carta de Vía
Campesina adaptando el lenguaje a los estándares de ONU.
Bolivia
garantizó un proceso transparente y participativo en el Consejo. En 6 años, 5 borradores se fueron modificando luego de
cada sesión, tomando los aportes de los Estados y de la sociedad civil que se
sumó con fuerza al proceso representada por organizaciones de campesinos,
pescadores artesanales, pastores, trabajadores agrícolas, pueblos indígenas y
de derechos humanos (DDHH) que
participaron activamente con propuestas.
Durante
los años 2013 y 2014, se llevó el debate a la Comisión Interamericana de DDHH, donde la CLOC LVC, junto con FIAN y
CELS presentaron informes sobre la relación entre la violación a los derechos
campesinos en la región y las corporaciones transnacionales.
El 28 de setiembre de 2018, el Consejo de DDHH
adoptó la Declaración con una holgada votación, y fue sin dudas un avance
sustancial del sistema de DDHH con
una perspectiva pluricultural y humanista. En el informe oficial de
presentación del texto definitivo, se destacó el llamado urgente de la Alta Comisionada Adjunta de Naciones Unidas
para los Derechos Humanos, Kate Gilmore, a finalizar la labor sobre el
proyecto de Declaración “a fin de responder a más de 1.000 millones
de personas que viven en las zonas rurales, quienes suministran una elevada
proporción de los alimentos”. El Informe también destacó el apoyo de la
FAO a la Declaración, tomando en
cuenta que la misma contribuirá en el objetivo de hambre cero y la Agenda 2030
para el desarrollo sostenible, ayudando a alcanzar el potencial que tienen y a
superar los desafíos que enfrentan en su vida cotidiana.
Este
proceso colocó varios debates al seno de Naciones
Unidas, en primer lugar, el reconocimiento del campesinado como una clase
mundial y significativa que sufre violaciones sistemáticas a sus derechos, en
segundo lugar, si en las legislaciones deben primar los derechos humanos o los
intereses corporativos de las transnacionales. En este sentido, el Consejo de DDHH fue contundente: deben
primar los Derechos Humanos, y esta
Declaración es un instrumento fundamental para poder establecer los estándares
y las políticas en el campo de forma de garantizar los derechos de las
campesinas y campesinos. También la perspectiva de los derechos colectivos como
parte de la cosmovisión pluricultural del sistema.
El
proceso desde un inicio contó con el apoyo del proceso de integración
latinoamericana, la propia CELAC dio su respaldo,
así como el GRULAC (grupo de países latinoamericanos en la ONU) al que
luego se sumaron el G77, abriendo
camino en Asia y África donde
también tuvo amplio respaldo. Como era de esperarse, los países más
subordinados a los intereses de las transnacionales y de carácter imperialista
y colonialista se opusieron desde el principio: así EEUU, Reino Unido, Israel, Japón y una buena parte de la Unión
Europea fueron permanentes en su negativa.
Sin
embargo, en diciembre de 2018, y por una amplia mayoría, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó
y adoptó la Declaración de los derechos de campesinos y de otras personas
que trabajan en áreas rurales.
Brasil y Argentina habían
apoyado todo el proceso, pero con la llegada al poder de Macri y Bolsonaro terminaron en abstención; a la inversa, México,
que había puesto reparos, ya con Andrés
Manuel López Obrador electo presidente, votó afirmativamente.
La adopción de esta Declaración termina con la idea
neoliberal del “fin del campesinado” y hace un
fuerte llamado a los Estados, no solo a reconocer la identidad campesina, sino
su rol, y a trabajar para terminar con las violaciones a sus derechos. Eso en
un contexto de grave violencia rural global, con situaciones extremas como la
colombiana, donde en 2018 fueron asesinados 105 líderes campesinos y 44 líderes
indígenas, o como Brasil donde en 2017 asesinaron a 71 campesinos por
conflictos de tierra o ambientales.
Según el Grupo ETC, la
agricultura campesina cuenta tan solo con ¼ de las tierras agrícolas, pero
alimenta a más del 75% de la población mundial, mientras que la agroindustria
subordinada al capital financiero, con ¾ de las tierras agrícolas, sólo llega
al 25% de la población.
Garantizar
la vida y modo de producción campesina es estratégico para el cumplimiento de
los Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS) de la ONU, y el proceso coincide con el lanzamiento del Decenio de la
Agricultura Familiar, ratificando la importancia del sujeto en ese contexto.
Derechos campesinos y obligaciones de los Estados
La Declaración, en su Preámbulo y sus 28 artículos,
consigna los derechos de los campesinos y obligaciones de los Estados; el texto
es un compendio fundamental para la planificación y renovación de la política
agraria mundial en todos sus niveles.
Algunos elementos para destacar:
El Artículo 15 resalta: “Los
campesinos tienen el derecho a definir sus propios sistemas agroalimentarios, reconocido
por muchos Estados y regiones como el derecho a la soberanía alimentaria”. De
esta manera, la ONU reconoce y reivindica la propuesta política que Vía
Campesina introdujo en 1996 en los debates del Consejo de Seguridad Alimentaria
de ONU respecto a cómo abordar la crisis alimentaria que afecta a más de 1000
millones de personas en todo el mundo.
El Artículo 16 establece: “Los
Estados adoptarán medidas apropiadas para reforzar y apoyar los mercados
locales, nacionales y regionales en formas que faciliten y garanticen que los
campesinos y otras personas que trabajan en las zonas rurales accedan a esos
mercados y participen en ellos de manera plena y en igualdad de condiciones
para vender sus productos a unos precios que les permitan, a ellos y a su familia,
alcanzar un nivel de vida adecuado”. Se destaca la importancia de la
intervención estatal para garantizar precios justos e ingresos adecuados. En la
Argentina, la diferencia de precio entre lo que se paga al campesino y lo que
paga el consumidor ronda entre el 500 y el 1600%, situación que sólo es posible
resolver con una política pública que intervenga en defensa de quienes producen
y del pueblo que consume.
El Artículo 17 señala: “Los
campesinos y otras personas que viven en zonas rurales tienen derecho a la
tierra, individual o colectivamente, (...) y en especial tienen derecho a
acceder a la tierra, las masas de agua, y los bosques, así como a utilizarlos y
gestionarlos de manera sostenible para alcanzar un nivel de vida adecuado,
tener un lugar en el que vivir con seguridad, paz y dignidad y desarrollar su
cultura” y recomienda a los Estados “la Reforma Agraria, para
facilitar el acceso equitativo a la Tierra y su función social evitando la
concentración”.
Este artículo es vital en el actual
contexto de concentración y acaparamiento de la tierra. En América Latina, el
1% de los propietarios concentra más de la mitad de las tierras agrícolas, y
tiene la distribución de tierras más desigual de todo el planeta: el
coeficiente de Gini –que mide la desigualdad, 0 para la igualdad y 1 para la
extrema desigualdad– aplicado a la distribución de la tierra en el continente
alcanza al 0,79, muy por encima de Europa (0,57), África (0,56) y Asia (0,55).
En Argentina, según OXFAM, el 83% de las Unidades Productivas
Agropecuarias detentan solo al 13,3% del total de tierras
productivas. Según otro estudio, la Agricultura Familiar representa a ⅔ de
los productores, pero sólo accede al
13,5% de la superficie de tierra agraria. En 2014, el gobierno argentino, realizó
un muestreo de casos de conflicto por la tierra campesina: el resultado arrojó
852 casos abarcando más de 9 millones de hectáreas en conflicto.
La
concentración de la tierra es una barrera estructural al desarrollo de una
nación y al disfrute pleno de los derechos de las campesinas y campesinos.
En el Artículo 19 sostiene: “Los
campesinos tienen derecho a las semillas (…) El derecho a proteger los
conocimientos tradicionales relativos a los recursos fitogenéticos para la
alimentación y la agricultura;(…) El derecho a participar en la toma de
decisiones sobre las cuestiones relativas a la conservación y el uso sostenible
de los recursos filogenéticos para la alimentación y la agricultura”. Frente
al permanente avance de las transnacionales en la apropiación de material
genético y de fuertes presiones por leyes de semillas que las avalen en el
ultraje, este artículo toma especial relevancia.
Otro
dato preocupante de la actualidad refiere a los agrotóxicos. La utilización
masiva de agroquímicos provoca la muerte por intoxicación de unas 200.000
personas al año en todo el mundo, según un Informe de la Relatora Especial
sobre el derecho a la alimentación. Para la Organización Panamericana de Salud,
en 12 países de América Latina y del Caribe, el envenenamiento por productos
agroquímicos causa el 15% de las enfermedades registradas.
En Argentina, informes del SENASA
detallan que el 63% de los controles realizados en frutas, verduras y
hortalizas en el mercado, entre 2011 y 2013, detectaron la presencia de
residuos de químicos. Estos datos destacan límites al derecho a la salud, al
ambiente y a la alimentación saludables, planteado en la Declaración.
La
adopción de la Declaración enriquece el sistema de derechos humanos, logrando
poner el debate democrático de los Estados por encima del lobby y los intereses
del capital, actualizando el sistema desde una perspectiva pluricultural y
respetando a los miles de millones de personas que conciben los derechos
colectivos como fundamentales para el disfrute de los derechos individuales.
Nuevos desafíos
Ahora
iniciamos una etapa de nuevos desafíos, en la cual esperamos que la Declaración
sea una herramienta para las luchas campesinas. Es por eso que debemos trabajar
para que las organizaciones campesinas puedan apropiarse de la misma,
articulando con académicos, sindicatos, legisladores y funcionarios para que la
misma pueda ser adoptada a nivel municipal, provincial y nacional, además de
convertirse en un instrumento de diálogo entre organizaciones y Estados para
avanzar en nuevas legislaciones que traduzcan las obligaciones de los Estados
en políticas agrarias adecuadas. También la Declaración será un importante
insumo para la dimensión jurídica de los conflictos agrarios.
Al
instalar la Declaración en todos los rincones del mundo, vamos a avanzar en
procesos de mayor incidencia global, pues se abren ahora horizontes para nuevos
mecanismos de promoción y seguimiento de ésta al interior de Naciones Unidas,
así como la posibilidad futura de construir una Convención Internacional de los
derechos de las campesinas y campesinos.
En
el actual contexto de crisis global del capitalismo, donde el imperialismo
norteamericano no se resigna a perder porciones de mercado y pretende
profundizar sus lazos coloniales con América Latina, los derechos campesinos
sólo serán posibles si logramos articular luchas permanentes y prolongadas. La
Declaración que conquistamos en Naciones Unidas es también una herramienta para
el trabajo de base, la agitación y la organización de las campesinas y
campesinos en todo el mundo. Además de servir de articulación para la unidad y
la formación política de los líderes y lideresas del campo.
Los
derechos campesinos, para ser efectivos, requieren Reformas Agrarias en todo el
mundo, que garanticen la Agricultura Campesina y Agroecológica para alcanzar la
Soberanía Alimentaria, fundamental para la justicia y la paz mundial; por eso,
podemos afirmar que esta Declaración, de fuerte contenido humanista, es un paso
adelante para la gobernanza global y los pueblos del mundo. Lejos de ser el “fin del campesinado”, podemos afirmar
que las campesinas y los campesinos son protagonistas de las luchas por justicia
social en todo el mundo y parte indiscutible de la solución a la crisis alimentaria y
de migración que provoca y agudiza el desarrollo del capital financiero y los
agronegocios.
- Diego Montón, Colectivo Internacional de
Derechos Campesinos, La Vía Campesina.
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