“COMUNEROS
SIN COMUNIDADES. La lógica del modelo extractivo es implacable. Para
hacer posible la explotación de Las Bambas, las 450 familias de la comunidad Fuerabamba debieron ser
trasladadas, porque vivían justo encima de una fabulosa riqueza que supuso la
mayor inversión minera del mundo, con 11 mil millones de dólares para poner en
marcha la quinta mina del mundo. El nuevo asentamiento fue levantado con
viviendas “estilo suizo” y se
compensó a los comuneros con elevadas cifras, y en el nuevo asentamiento (a dos
quilómetros del original, a 3.800 metros de altitud) se construyeron un centro
de salud, instituciones educativas y hasta un cementerio, completamente
trasladado del sitio original. Pero ya no cultivan la tierra, se sienten “como
palomas encerradas” en la nueva localización y los ancianos no saben qué
hacer sin sus ovejas; deambulan sin norte entre las modernas viviendas en
hileras que parecen prisiones. Sin embargo, sobrellevan el dolor y el abandono
en silencio, porque en Perú uno de
los epítetos más difíciles de aceptar es el de “antiminero”.
“En la región minera, el 80 por ciento de la población es pobre y la
mitad de los menores de 5 años padece desnutrición crónica. La capital del distrito donde se
asienta Las Bambas, Challhuahuacho,
a dos quilómetros de la mina, creció de dos a 16 mil habitantes en pocos años,
un verdadero tsunami demográfico con hondas consecuencias sociales. Según Ruth Vera, de Derechos Humanos Sin
Fronteras, ahora, La mayoría de los varones prestan servicios a empresas
que operan para la mina y acceden a cantinas y bares, lo que trastoca la vida
familiar y comunitaria, en una sociedad profundamente patriarcal en la que la
violencia cuenta con amplia legitimidad social. El otro problema es la represión estatal. Según la Ong CooperAcción, las 50 mil personas que viven cerca de
la carretera “tienen suspendidos sus derechos a la libertad y seguridad personales,
la inviolabilidad de domicilio y la libertad de reunión y de tránsito en el
territorio”, por la aplicación del estado de emergencia cada vez que se
produce algún conflicto”.
“El corredor vial se ha convertido en pieza estratégica en Perú, ya que incluye cinco grandes unidades mineras en
explotación (entre ellas, Las Bambas)
y conecta no menos de cuatro proyectos exploratorios importantes. En ese marco,
la Policía Nacional firmó, en secreto, 31 convenios con empresas
mineras para la protección de sus negocios. Los policías se trasladan en
camionetas de las empresas y tienen bases en los campamentos de las mineras, lo
que los convierte en una guardia privada empresarial. Estos mecanismos permiten
hablar de un “gobierno minero” en la
región, en el que participan el Estado y las empresas. En el conflicto minero
en torno a Las Bambas, sobresalen
dos cuestiones. Por un lado, 500 comuneros tienen procesos abiertos por haber
participado en protestas contra la empresa minera. Tres campesinos purgarán más
tiempo de prisión por cortar la ruta que el ex presidente por robarse millones.
El mes pasado, los abogados asesores de
la comunidad fueron sentenciados a tres años de prisión preventiva tras ser
acusados mediante la figura legal de “organización
criminal” que “extorsionaba a la empresa minera”. Pero la represión es
apenas una cara del conflicto. Las
consecuencias más profundas de la presencia minera pueden resumirse en el desmembramiento de las comunidades por la desarticulación del
tejido comunitario que provocan los emprendimientos”.
/////
Protestas frente al proyecto minero
de Las Bambas en la región peruana de Apurímac, en setiembre de 2015 / Foto:
Afp, Observatorio de Conflictos Mineros en el Perú.
EN EL CORREDOR MINERO PERUANO. QUINUA DE
CIEN COLORES.
El Conflicto Social de Las Bambas.
*****
Raúl Zibechi.
Rebelión martes 21 de mayo del 2019.
Desde Cusco y Apurímac. - La luminosidad del Cusco lacera la vista. Pero también retiene la
atención, seduce la mirada que se va posando ingenua sobre las piedras incas,
primero, y tuerce hacia las montañas mágicas, poco después. Los suaves valles
cusqueños van dando paso, carretera arriba y abajo, a profundas gargantas
tapizadas de los más variados cultivos según los diferentes pisos ecológicos
que recorremos. Las tierras altas y
frías, a más de 3.500 metros, pobladas por pastores de alpacas, llamas y
ovejas, dialogan e intercambian con las tierras bajas y cálidas, productoras
agropecuarias y de frutos tropicales.
La despiadada geografía del Ande, en uno de sus
nudos centrales, permite contemplar, en una sola mirada, desde la profundidad
del valle hasta las cumbres nevadas. La
región de Apurímac es crucial por lo abrupta y extrema. La llegada a Andahuaylas, la ciudad más
poblada, con 100 mil habitantes,
implica bajar casi dos mil metros en apenas diez kilómetros de carretera. Una
caída vertical, con mil vericuetos, desde el páramo hasta un valle cálido y
húmedo a poco más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Por algo el geógrafo Antonio Raimondi
comparó la región con un papel arrugado.
Recorriendo el cañón del río Apurímac, que nace a 5
mil metros y se vierte en el Amazonas,
trepamos por laderas verticales pinceladas de parcelas verdes y amarillas,
aferradas a las pendientes, donde las
familias comuneras cultivan en condiciones sólo explicables por la
obstinación que exige la sobrevivencia. Allá arriba sólo papas y habas desafían el frío y las ventiscas; en la zona templada
intermedia, las espigas de trigo van
mudando del verde al ocre, anunciando la inminente cosecha; más abajo, en la
calidez de la hondonada, el maíz
generoso y la infinita variedad de frutas, mangos, granadillas, aguacates y
papayas.
En alguna vuelta del camino, en general cerca de las decenas de caseríos
que bordeamos, los pisonays majestuosos se yerguen frondosos,
ostentando un tapiz de flores coloradas. En pequeños grupos, emergiendo de improviso,
con cierta timidez, islotes de quinuas destacan por la multiplicidad de
colores, desde el verde marcial hasta un verdoso que chilla cuando lo ilumina
el sol en las alturas, pasando por morados brillantes, rojos frenéticos y ocres
amarillentos de múltiples variantes, tan bien retratados por el poeta nacido en
Andahuaylas: “Las cien flores de la
quinua que sembré en las cumbres hierven al sol en colores”.
Abuso
minero
El llamado “corredor minero” atraviesa tres
regiones: Cusco, Apurímac y Arequipa. Son
500 quilómetros desde la mina de cobre Las
Bambas, a 4 mil metros de altura, hasta el puerto de Matarani en el Pacífico, por donde se exporta el mineral
con destino al continente asiático. La carretera atraviesa 215 centros poblados
en los que viven 50 mil personas; está militarizada porque cualquier alteración
del transporte tiene costos millonarios para la empresa.
Apurímac es el corazón del corredor, la región más
pobre del país y la que cuenta con el mayor porcentaje de quechuahablantes. Campesinos
humildes de manos arrugadas y pies encallecidos, pero no tan pobres como
sus elites, que recién se avinieron a crear universidades, en la capital
Abancay y en Andahuaylas, hace poco más de una década para calmar a las mujeres
del mercado que reventaron las calles para demandar educación terciaria para
sus hijos.
Entre febrero y marzo de este año, la carretera estuvo
cortada durante 68 días por los comuneros de Fuerabamba, la comunidad más cercana a una de las mayores minas del
mundo, que produce 140 mil toneladas diarias de cobre. La mina está a 75
quilómetros al sur de Cusco y comenzó a operar en 2015, pero 00los primeros
pasos para su instalación se dieron una década atrás de la mano de la minera suiza Xstrata Copper, que en 2014 la
vendió a la estatal china Minerals and Metals Group (Mmg).
Cuando la minera china compró Las Bambas, decidió
modificar el proyecto que ya contaba con el permiso ambiental. Lo más grave fue
el abandono del mineroducto destinado
a transportar el cobre hasta Espinar,
Cusco, donde sería procesado por el traslado del mineral en camiones. Es el
principal motivo de conflicto, ya que todos los días pasan por las comunidades
y pueblos 600 camiones articulados que se desplazan en convoyes de 35 unidades,
levantando impertinentes nubes de polvo.
Los campesinos se quejan de que las chacras fueron
invadidas por el polvo, que ya no pueden sacar su ganado y que el ruido que
hace “el gusano de tráilers” les
impide conversar con los vecinos. Peor aún porque la carretera de la empresa
atraviesa sus tierras, sin la autorización de los comuneros. Además, pasan
decenas de cisternas con combustibles, por lo cual la carretera se convirtió en
un verdadero peligro.
El anterior presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, actualmente en prisión preventiva por lavado de activos, ocupó la
presidencia del directorio de Servosa,
una empresa que en la actualidad cuenta con 400 camiones y tiene el monopolio
del transporte del mineral de Las
Bambas. El economista, empresario y banquero presidente jugó fuerte a favor
del proyecto minero, escondiendo sus intereses en el transporte del mineral. En
2015, el congresista Justiniano Apaza denunció que Kuczynski recibía financiamiento de la minera y que su empresa
obtuvo “sin licitación el cien por ciento del transporte del mineral en varias
zonas del sur del país”. Al año siguiente, fue elegido presidente sin
que nadie investigara las denuncias.
Comuneros
sin comunidades
La lógica del modelo extractivo es implacable. Para
hacer posible la explotación de Las Bambas, las 450 familias de la comunidad Fuerabamba debieron ser
trasladadas, porque vivían justo encima de una fabulosa riqueza que supuso la
mayor inversión minera del mundo, con 11 mil millones de dólares para poner en
marcha la quinta mina del mundo. El nuevo asentamiento fue levantado con
viviendas “estilo suizo” y se
compensó a los comuneros con elevadas cifras, y en el nuevo asentamiento (a dos
quilómetros del original, a 3.800 metros de altitud) se construyeron un centro
de salud, instituciones educativas y hasta un cementerio, completamente
trasladado del sitio original.
Pero ya no cultivan la tierra, se sienten “como palomas encerradas” en la nueva
localización y los ancianos no saben qué hacer sin sus ovejas; deambulan sin
norte entre las modernas viviendas en hileras que parecen prisiones. Sin
embargo, sobrellevan el dolor y el abandono en silencio, porque en Perú uno de los epítetos más difíciles de
aceptar es el de “antiminero”.
En la región minera, el 80 por ciento de la población
es pobre y la mitad de los menores de 5 años padece desnutrición crónica. La
capital del distrito donde se asienta Las
Bambas, Challhuahuacho, a dos quilómetros de la mina, creció de dos a 16
mil habitantes en pocos años, un verdadero tsunami demográfico con hondas
consecuencias sociales. Según Ruth Vera,
de Derechos Humanos Sin Fronteras, ahora
La mayoría de los varones prestan servicios a empresas
que operan para la mina y acceden a cantinas y bares, lo que trastoca la vida
familiar y comunitaria, en una sociedad profundamente patriarcal en la que la
violencia cuenta con amplia legitimidad social.
El otro problema es la represión estatal. Según la Ong CooperAcción, las 50 mil
personas que viven cerca de la carretera “tienen suspendidos sus derechos a la
libertad y seguridad personales, la inviolabilidad de domicilio y la libertad
de reunión y de tránsito en el territorio”, por la aplicación del
estado de emergencia cada vez que se produce algún conflicto.
El corredor vial se ha convertido en pieza estratégica en Perú, ya que incluye cinco grandes unidades mineras en explotación (entre
ellas, Las Bambas) y conecta no
menos de cuatro proyectos exploratorios importantes. En ese marco, la Policía Nacional firmó, en secreto,
31 convenios con empresas mineras para la protección de sus negocios. Los
policías se trasladan en camionetas de las empresas y tienen bases en los
campamentos de las mineras, lo que los convierte en una guardia privada
empresarial. Estos mecanismos permiten hablar de un “gobierno minero” en la región, en el que participan el Estado y
las empresas.
En el conflicto minero en torno a Las Bambas, sobresalen dos cuestiones. Por un lado, 500 comuneros
tienen procesos abiertos por haber participado en protestas contra la empresa
minera. Tres campesinos purgarán más tiempo de prisión por cortar la ruta que
el ex presidente por robarse millones. El mes pasado, los abogados asesores de la comunidad fueron sentenciados a tres
años de prisión preventiva tras ser acusados mediante la figura legal de “organización criminal” que
“extorsionaba a la empresa minera”. Pero la represión es apenas una cara del
conflicto. Las consecuencias más profundas de la presencia minera pueden
resumirse en el desmembramiento de las comunidades por la desarticulación del
tejido comunitario que provocan los emprendimientos.
La
utopía de seguir siendo
Apurímac es la región donde nacieron Micaela Bastidas (esposa de Túpac
Amaru) y José María Arguedas, dos grandes de la lucha social y de
las letras de este continente. En casi todas las plazas de Abancay, la tierra
natal de Micaela, hay alguna estatua blanca que la recuerda, con sus trenzas
largas y una mano alzada al cielo. La tumba de Arguedas fue erigida en una
plaza en la que se reúnen, desde tiempos remotos, los campesinos que llegan al
mercado de Andahuaylas, donde nació un siglo atrás.
El martirio de Bastidas debería haber sido motivo de
alguna compasión por los herederos de la conquista. Fue llevada junto con sus
hijos, Hipólito, de 18 años, y Fernando, de 10, y su esposo, a la plaza de
armas de Cusco, luego de ser torturados, para ejecutarlos de uno en uno.
Micaela fue obligada a presenciar la muerte de su hijo mayor, al que primero le
cortaron la lengua por hablar mal de los españoles. La estrangularon en
público, le dieron garrote y la remataron a patadas.
Sería excesivo decir que el episodio es sólo historia,
a la luz de los relatos de la antropóloga quechua Gavina Córdova, nacida en
Ayacucho y residente en Andahuaylas. La minería a cielo abierto actualiza el
hecho colonial o, por mentar al más importante sociólogo latinoamericano,
Aníbal Quijano, refuerza la “colonialidad
del poder”, que permaneció intacta pese a la desaparición de la colonia. El
derecho de pernada sigue funcionando en la sierra, ya sea como abuso sexual, o
bien adaptado a las nuevas relaciones laborales, que permiten, por ejemplo, que
los patrones no paguen el salario durante los primeros meses de “prueba” de los nuevos trabajadores.
Pero el colonialismo tiene una cara más fétida aun: la
que muestran las propias organizaciones sociales y políticas que resisten a la
minería, pero también los partidos de izquierda.
El periodista Jaime Borda, presidente de Derechos Humanos Sin Fronteras, asegura que “desde 2006 hasta 2014 la mayoría
de los dirigentes comunales han terminado mal su mandato, con acusaciones de
aprovechamiento del cargo, de malos manejos económicos y de negociar sólo a
favor de sus familiares”. Las
empresas mineras operan con cuantiosos recursos para que las comunidades elijan
personas afines a sus intereses, lo que hace que los cargos de dirección sean
ferozmente disputados.
En muchos casos, asegura el periodista,
“la comunidad ya no reacciona como un grupo coherente, sino como una
suma de individuos que velan cada uno por sus propios intereses”. Por su parte,
Córdova destaca que los terrenos
comunales se están parcelando y se titulan como propiedad privada, porque para
la empresa minera es más fácil negociar con las familias que con la comunidad.
La simbiosis entre modernidad y minería, entre
desarrollo y colonialidad del poder está provocando mayores daños que los ya
cuantiosos enhebrados por la colonia y la república durante cinco siglos. Poco
más de medio siglo después de haber escrito “Llamado a algunos doctores”, un desgarrador poema de Arguedas en
el que denunciaba la discriminación de la cultura quechua, la “quinua de cien
colores” que amaba y celebraba se ha convertido en mercancía altamente estimada
en los restaurantes de los países centrales, pero se ha convertido en lujo
inalcanzable para las familias comuneras.
“Siembro quinua de cien colores, de cien clases, de semilla
poderosa.
Los cien colores son también mi alma, mis infaltables ojos”, versea el poeta. Arguedas
no vivió para ver la destrucción de sus sueños regeneradores, prefirió marcharse
por propia voluntad, antes que contemplar impotente la destrucción del mundo
que amaba.
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