” Cabe apuntar que, con la pandemia y los confinamientos, en el país
azteca se suscitó un fenómeno de deserción escolar masiva por diferentes causas,
tras la experiencia del programa oficial “Aprende en
casa”, con el cual se intentó
finalizar –desde el mes de marzo– el ciclo escolar 2019-2020.
Funcionarios del gobierno federal indican que alrededor de 800 mil
adolescentes entre los 15 y los 17 años y que cursaban el tercer grado de su
formación secundaria, no podrán continuar su formación de bachillerato (https://bit.ly/2PVjHtf).
En ello incide el desinterés en su propia formación, pero también la necesidad
impuesta por la crisis económica de contribuir al ingreso familiar a través
de su trabajo. En el nivel de educación superior (licenciatura y posgrado)
se calcula una deserción de 593 mil jóvenes (de un total de 4
millones 538 mil matriculados). Para el nivel básico (pre-escolar y
primaria) y medio básico (secundaria), se calcula que 2.5 millones de niños y jóvenes (el 10% del total inscritos) abandonarán la escuela
definitivamente en medio de la pandemia (https://bit.ly/3avETiM). Cabe
mencionar también que en el ámbito de la educación privada –que atendía a 5.5
millones de estudiantes–, con la pandemia se vieron obligadas a cerrar 30% de las escuelas; al tiempo que se
proyecta una reducción del 35% en sus matriculas dentro de los niveles básico,
medio básico, y medio superior (https://bit.ly/311rHPL).
Esta
deserción escolar tendrá impactos en la desigualdad de género y en problemas de
salud pública como la nutrición y los embarazos no deseados. En
este último rubro, el Consejo Nacional de Población
proyecta que con la pandemia existirán
alrededor de 171 mil embarazos no deseados más entre mujeres de
15 y 34 años de edad; y de ese total, 35 mil 813 embarazos
corresponden a adolescentes en el rango de edad de los 15 a los 19 años
(https://bit.ly/2YajA1r),
y que se suman a los 390 mil 89 mujeres entre 9 y 19 años que fueron madres
en años previos. Es muy probable que exista una correlación entre este fenómeno
y la deserción escolar de los últimos meses.
Ante estos antecedentes mínimos, el pasado 3 de agosto la Secretaría
de Educación Pública (SEP) anunció el inicio del ciclo escolar en
los niveles básico, medio básico y medio superior
para el día 24 del mismo mes. Oficialmente, se apela a las posibilidades que abre la difusión de contenidos educativos a
través de la televisión y la radio. Al 15 de agosto se registraron en
México 511 269 casos de contagio por Covid-19 y 55 908 muertes a causa de esta
enfermedad; cifras aceleradas por la presencia de co-morbilidades como la
diabetes, la hipertensión y la obesidad. Y con una proyección, hacia noviembre
y diciembre, de entre 140 mil y 153 mil 189 muertes –respectivamente–
por el nuevo coronavirus, en caso de relajarse las medidas preventivas (https://bit.ly/2PDKzxJ),
son –en realidad– pocas las opciones reales con que cuenta el país para
continuar con el despliegue del proceso de
enseñanza/aprendizaje entre los grupos etarios en cuestión.
/////
EDUCACIÓN, NIÑOS Y JÓVENES COMO NÁUFRAGOS DE LA PANDEMIA.
*****
Isaac
Enríquez Pérez.
América
latina en Movimiento.
ALAI
miércoles 19 de agosto del 2020.
Entre
los principales náufragos de la pandemia destacan los niños y jóvenes (https://bit.ly/3ekj5qP) despojados
del espacio público que les brinda la escuela y de la educación como mecanismo
de socialización y construcción de ciudadanía.
Con
el confinamiento global,
la Organización de las Naciones Unidas (ONU) calcula que más de 1600
millones de estudiantes fueron afectados por la parálisis y cierre temporal de
las escuelas en más de 160 países (https://bit.ly/2Y6NymV).
40 millones de niños en edad preescolar son
privados, con la pandemia, de cursar su primer año en ese nivel
educativo (https://bit.ly/3g05zcW).
En tanto que, se calcula, como mínimo, alrededor de 24
millones de niños y jóvenes que podrían
abandonar definitivamente su enseñanza a raíz de los impactos de la crisis
económica que se cierne. Ante esta situación, António
Guterres, Secretario General de este
organismo internacional, acusa que con ello se perfila “una catástrofe
generacional que podría desperdiciar un potencial humano incalculable, minar
décadas de progreso y exacerbar las desigualdades arraigadas” (https://bit.ly/3iQ73Z7).
A
ello se suma el rezago –previo a la pandemia– de 250 millones de niños en edad escolar que vivían excluidos
de la alfabetización y de la escolarización. Lo cual, en sí, es una
crisis social de grandes magnitudes que se relaciona con los procesos de desigualdad extrema global y con los múltiples mecanismos de exclusión
social que se territorializan de manera diferenciada entre las naciones.
Con
la gran reclusión,
los niños y jóvenes no solo son privados de un espacio físico como la
escuela, sino del andamiaje institucional
y simbólico que les permite participar en el proceso de enseñanza/aprendizaje
y en la construcción de imaginarios y significaciones para representar el
mundo y la realidad que les circunda. Es la educación
–tras la familia– el principal mecanismo de socialización y de cultivo de las
relaciones cara a cara de infantes y adolescentes que hoy día son
relegados, sin alternativa, al ámbito de la privacidad y el anonimato. Imponiéndose
con ello la atomización, la resignación, el social-conformismo, y la postración
de la imaginación.
Ante
el riesgo pandémico, desde el mes de marzo
ganó terreno el proceso de formación en el Internet Way of Life. Pero este
sistema de educación a distancia obvia las necesidades materiales y
emocionales específicas de niños y jóvenes. A la ansiedad, estrés y
angustia que, por sí mismo, supone el inducido encierro de los últimos
meses, se suma la soledad y desconcierto de este grupo etario de cara al
proceso de enseñanza/aprendizaje mediado por las tecnologías de la
información y la comunicación. A ello se agrega también la mayor exposición
de estos niños y jóvenes a la televisión y a sus oleadas publicitarias y
propagandísticas que inundan con noticias falsas carentes de contenido
didáctico y que enfatizan en un entorno negativo y en la entronización de un
estilo de vida que estimula evasiones y adicciones como la junk food (comida basura o
comida chatarra) y que los expone al debilitamiento del sistema inmunitario y a
morbilidades como la obesidad y la diabetes.
Es
en las sociedades subdesarrolladas donde se expresan de manera
más radical los impactos de la pandemia y del confinamiento global.
Particularmente, la brecha digital exacerba los tradicionales mecanismos de
exclusión que prevalecen en los sistemas educativos nacionales, en lo que viene
a conformar una era de
la desconexión con 346 millones
de niños y jóvenes (29% del total)
sin acceso a las tecnologías de la información y la comunicación (dato
proporcionado por una UNICEF para el año 2017; https://bit.ly/2Y2J7te). La sociedad paradojal que
vivimos es inédita por la vorágine de innovaciones tecnológicas, pero también
por la creciente exclusión en torno al uso y disfrute de las mismas. Y ello
marcha a la par de la propia ignorancia
tecnologizada que supone, para aquellos ciudadanos que
tienen las posibilidades materiales, acceso a la era de la información, pero no
usar sus dispositivos para cultivar el proceso de enseñanza/aprendizaje y la
formación de la cultura ciudadana.
México no
está al margen de esos comportamientos y tendencias mundiales. Con un
sistema educativo preñado de variados rezagos, centralista y culturalmente
homogéneo por antonomasia, y capturado por múltiples intereses creados que
subordinan la formación a lo faccioso, no solo enfrenta la insuficiencia de
inversión pública (se destina 4.3% del PIB nacional y el 17% del presupuesto federal) en varios rubros como
la infraestructura (escuelas rurales sin
sanitarios y energía eléctrica; escuelas radicadas en regiones calurosas
sin aire acondicionado; escuelas urbanas y rurales aún dañadas por los efectos
de sismos de años pasados), el material educativo y la capacitación
de los docentes de niveles básicos, sino que persisten en él limitaciones
pedagógicas y didácticas que posicionan al país en los peldaños más bajos
de las evaluaciones entre países miembros de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Hacia el año 2018, según estudios del Centro de
Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP), alrededor del 85.6% del
gasto público destinado a educación es absorbido por el pago de nóminas;
pero, agregamos, ello desprotege la inversión en la llamada formación inicial
del docente y en el uso efectivo de tecnologías de la información y la
comunicación.
Cabe
apuntar que, con la pandemia y los confinamientos, en el país azteca se
suscitó un fenómeno de deserción escolar masiva por diferentes causas, tras la
experiencia del programa oficial “Aprende en casa”, con el cual se intentó finalizar –desde el mes de
marzo– el ciclo escolar 2019-2020. Funcionarios del gobierno federal
indican que alrededor de 800 mil adolescentes entre los 15 y los 17 años y
que cursaban el tercer grado de su formación secundaria, no podrán continuar su
formación de bachillerato (https://bit.ly/2PVjHtf).
En ello incide el desinterés en su propia formación, pero también la necesidad
impuesta por la crisis económica de contribuir al ingreso familiar a través
de su trabajo. En el nivel de educación superior (licenciatura y posgrado)
se calcula una deserción de 593 mil jóvenes (de un total de 4 millones 538 mil
matriculados). Para el nivel básico (pre-escolar y primaria) y medio básico
(secundaria), se calcula que 2.5 millones de
niños y jóvenes (el 10% del total
inscritos) abandonarán la escuela definitivamente en medio de la pandemia (https://bit.ly/3avETiM). Cabe
mencionar también que en el ámbito de la educación privada –que atendía a 5.5
millones de estudiantes–, con la pandemia se vieron obligadas a cerrar 30% de las escuelas; al tiempo que se
proyecta una reducción del 35% en sus matriculas dentro de los niveles básico,
medio básico, y medio superior (https://bit.ly/311rHPL).
Esta
deserción escolar tendrá impactos en la desigualdad de género y en problemas de
salud pública como la nutrición y los embarazos no deseados. En
este último rubro, el Consejo Nacional de Población proyecta que con la
pandemia existirán alrededor de 171 mil embarazos no deseados más entre mujeres
de 15 y 34 años de edad; y de ese total, 35 mil 813 embarazos
corresponden a adolescentes en el rango de edad de los 15 a los 19 años
(https://bit.ly/2YajA1r), y
que se suman a los 390 mil 89 mujeres entre 9 y 19 años que fueron madres en
años previos. Es muy probable que exista una correlación entre este fenómeno y
la deserción escolar de los últimos meses.
77s
Ante
estos antecedentes mínimos, el pasado 3 de agosto la Secretaría de Educación
Pública (SEP) anunció el inicio del ciclo escolar en los niveles básico, medio básico y medio superior para el día 24
del mismo mes. Oficialmente, se apela a las posibilidades que abre la difusión de contenidos educativos a
través de la televisión y la radio.
Al
15 de agosto se registraron en México 511 269 casos de contagio por Covid-19 y
55 908 muertes a causa de esta enfermedad;
cifras aceleradas por la presencia de co-morbilidades como la diabetes,
la hipertensión y la obesidad. Y con una proyección, hacia noviembre y
diciembre, de entre 140 mil y 153 mil 189 muertes –respectivamente– por
el nuevo coronavirus, en caso de relajarse las medidas preventivas (https://bit.ly/2PDKzxJ), son –en
realidad– pocas las opciones reales con que cuenta el país para continuar con
el despliegue del proceso de enseñanza/aprendizaje entre los grupos etarios en
cuestión.
Aunado
ello a la brecha digital ahondada con la pandemia, pensar en una comunicación sincrónica a través de la Internet entre
el sistema educativo, los docentes y los estudiantes, resultaría una opción
inviable y hasta imposible. Quienes padecen la pobreza
extrema, sea en el medio rural o en las urbes, no solo son víctimas de este flagelo
social, sino que están al margen del teletrabajo, la educación a distancia, el
comercio electrónico y del entretenimiento en línea. La Encuesta Nacional
sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la
Información en los Hogares (ENDUTIH)
2019, levantada por el INEGI, indica que solo 23.4% de los hogares rurales
cuenta con acceso al Internet; en tanto que en el medio urbano es el 65.5%
de los hogares los que cuenta con conexión a esta tecnología. A su vez, solo el
45% de la población que ocupa el estrato económico bajo es usuaria de
internet (en contraste con el 92% en los estratos económicos altos). Y aun
cuando la población pobre cuente con algún ordenador en sus hogares, no
accesan al Internet por carencia de ingresos y porque en su localidad no se
provee dicho servicio.
La
televisión y la radio cuentan con una cobertura e impacto masivos en el país
(32.2 millones de hogares poseen el primer aparato; algo así como el 92.9% del
total), y se presenta –mucho más que
la Internet– como una opción viable para hacer llegar contenidos
educativos a los estudiantes de primaria y secundaria. Sin embargo,
surgen varios inconvenientes, a saber:
a)
La televisión y la radio no son sustitutos del proceso de enseñanza/aprendizaje
que precisa de la relación cara a cara y de todo el proceso de socialización
que le circunda. No sustituyen al docente ni el ejercicio y
adopción de metodologías pedagógicas y didácticas porque, en esencia, se trata
de una comunicación unidireccional donde el estudiante es un simple receptor
pasivo de contenidos.
b)
Si no existe un encauzamiento dado por el docente y los padres de familia, se
corre el riesgo de que estos medios masivos cumplan más una función de
entretenimiento y –bajo el supuesto de que los niños y
jóvenes no pierden el tiempo– de falso confort, que de fuente de
aprendizaje real y de asimilación de nuevos conocimientos. Entonces se abriría
la posibilidad de que solo sean asumidos los contenidos como una opción para “tener
ocupados a los niños y jóvenes” mientras los padres de familia se descargan
de su responsabilidad en el proceso educativo.
c)
A primera vista, parece ser que no será aprovechado el potencial del magisterio
y la experiencia adquirida por este gremio entre marzo y julio del presente
año durante las distintas fases del programa “Aprende en casa”.
Entonces, será la televisión la que llevará la voz cantante en la transmisión
de contenidos educativos; y aunque ello garantiza un alcance y cobertura
masivos, no asegura en lo más mínimo –por sí misma– un aprendizaje sustancioso,
corriéndose el riesgo de nulificarse sus efectos. Entonces, se diluye
toda posibilidad de mediación pedagógica entre los conocimientos emitidos y el
sujeto que aprende, pero que es reducido a receptor pasivo de contenidos
unidireccionales.
d)
Se le otorga centralidad a la televisión en el proceso de enseñanza/aprendizaje
cuando su papel sería el de erigirse en un instrumento o herramienta de
cobertura masiva, en un vehículo que acerque a conocimientos
generales, pero que no reemplaza la relación humana que supone la formación
escolar, ni atiende las especificidades y necesidades de las comunidades
locales.
e)
Como no existirá proceso de enseñanza/aprendizaje en estos meses de educación a
través de las pantallas de televisión, el pensamiento crítico será lapidado y
desterrado de toda acción orientada a la formación escolar. Lo
que se presentará será un ejercicio de difusión unilateral de información que
no incentiva el ejercicio del razonamiento y de juicio fundamentado.
f)
Para adoptar este programa de educación a distancia y de transmisión de
contenidos escolares a través de la televisión, ese mismo día del anuncio se
firmó un Acuerdo Nacional por la Educación entre el gobierno federal y
cuatro emporios privados de la comunicación masiva (Televisa, Tv Azteca,
Imagen y Grupo Multimedios). Un acuerdo que les reportará –en un proceso de
transferencia de riqueza pública a manos privadas–
450 millones de pesos (alrededor de 22.5 millones de dólares); lo
cual no solo incrementa el precio de sus acciones en los mercados de valores (Televisa
tuvo, tras la firma del Acuerdo, un incremento bursátil del 15% y Tv Azteca del
18%; véase https://bit.ly/3126aGO),
sino que les posiciona –a través del ejercicio de su capitalismo filantrópico– como entidades protagónicas en la agenda
educativa nacional, y les brinda respiración artificial ante la retracción y
agonía –durante los últimos años– de este negocio privado (https://bit.ly/3g1k6oL) y la
emergencia de otras opciones de entretenimiento para la población. Con más
de 30 millones de estudiantes, un millón y medio de docentes, y varios millones
de padres de familia atentos al televisor, estos consorcios conformarán una
nueva audiencia cautiva para sus contenidos.
En
ello, los riesgos son evidentes: los propietarios de las concesiones de estos
medios no solo son los hombres más ricos del país, sino
que son los líderes de las campañas de desinformación y tergiversación semántica a que está sometida diariamente la población.
Entonces, la comunicación será directamente entre estos mass media privados y los
estudiantes reducidos a receptores pasivos, en el marco de prácticas verticales
y unidireccionales sin mínima mediación pedagógica y didáctica. En suma,
evidencia la claudicación del Estado en el esfuerzo de transmitir contenidos
educativos desde las concesiones públicas y los tiempos públicos oficiales, así
como la entronización de la racionalidad tecnocrática en la gestión de la
educación como bien público.
Como
lo analizamos en otro espacio (https://bit.ly/3fPmlfz), la universidad enfrenta serios desafíos con la pandemia,
y ello se extiende a los procesos de enseñanza/aprendizaje
suscitados en los niveles básicos de la formación escolar. Justo en
la educación primaria y secundaria se precisa del retorno a lo local para
evitar reproducir esquemas unilaterales, unidireccionales y centralizados de
gestión educativa. La escuela solo será rescatada
desde esa escala territorial y desde la participación activa de
autoridades educativas, docentes, padres de familia y estudiantes, si existe
una oposición a modelos pedagógicos verticales, uniformes y homogéneos creados
desde el escritorio y sin referencia a las necesidades específicas de los
niños, jóvenes y comunidades. México es un país culturalmente
megadiverso en sus regiones y sitiado por problemas públicos multifactoriales y
de distinta índole. Ello exige el despliegue de la imaginación creadora por parte de los docentes, más que su papel
de simples apéndices de la televisión y de vigilantes de las instrucciones
recibidas por los estudiantes a través de la pantalla.
Se
trata de ir a contracorriente de la verticalidad y unilateralidad, y apostar a
crear espacios y experiencias de comunidad a través de distintos medios y
dispositivos para restablecer el vínculo pedagógico. En
ello jugarían un papel central los consejos escolares y demás órganos
colegiados para que, desde cada escuela, colonia o pueblo, se elijan los
contenidos y didácticas acordes a las necesidades de los niños y jóvenes. En
suma, restarle protagonismo a la televisión en el proceso de formación, es un
asunto de imaginación y metodología, pero –sobre todo–
de voluntad política de todos y cada uno de los implicados en el sistema
educativo nacional.
-
ISAAC ENRÍQUEZ PÉREZ es académico en la Universidad Nacional Autónoma de
México.
Twitter:
@isaacepunam
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