“Otro de los escenarios que puede caracterizar la “nueva normalidad” será un aparente retorno a la
integración económica mundial, donde los grandes
triunfadores serán las multinacionales farmacéuticas que obtendrán
jugosos dividendos a costa de la necesidad de la cura. Y aunque la Organización
Mundial de la Salud ha insistido en la gratuidad del medicamento, no es
descabellado pensar que nuevamente todo estará orientado por la oferta y la
demanda. De hecho, al estilo de la carrera espacial en tiempos de la Guerra
Fría, el país que primero obtenga una cura efectiva tendrá enormes
ganancias en posicionamiento y prestigio, de ahí que Estados Unidos esté
en una situación tan compleja, pues de no encontrar la
vacuna, tendrá que entregar irremediablemente el estandarte de
primera potencia mundial. Esta lectura, menos apocalíptica, se basará en un
retorno paulatino a la integración económica global, aunque los Estados serán mucho más cautos a la hora de establecer
relaciones comerciales.
“De otro lado, es importante mencionar la perspectiva del filósofo
coreano-alemán Byuung-Chul Han,
quien en un texto revelador titulado “La emergencia viral y el mundo del
mañana”, propone su interpretación del por qué en el oriente
asiático parece haber una mejor gestión del
coronavirus. Según Han, Estados como Japón, Corea, China,
Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria derivada
de su tradición cultural (confucianismo), acompañada de sociedades menos
renuentes y más obedientes que, por ejemplo, en
Europa o América Latina. Otro de las ventajas, de acuerdo con el filósofo
es la vigilancia digital, con lo cual, el big data encierra un
potencial inimaginable para defenderse de la pandemia. En China, por ejemplo,
hay 200 millones de cámaras de vigilancia con técnicas muy eficientes de
reconocimiento facial, hecho que permitió controlar la propagación por medio de
un cerco epidemiológico, avisado a través de mensajes de texto. La reflexión de
fondo que orienta el artículo de Han es la consideración sobre el dilema entre democracia
(libertad) y autoritarismo (eficiencia). Por supuesto que el control de
la pandemia es mucho más efectivo en países cuyos índices de libertad están más
restringidos, hecho que según el pensador coreano llevará a replantearse en
occidente las formas de gobernar, razón por
la cual, la tentación a los gobiernos populistas autoritarios no es una
coincidencia”.
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Foto de Portada. La globalización encadena al mundo.
***
CORONAVIRUS Y GLOBALIZACIÓN.
*****
Orlando Bernardo Ortega | 26/06/2020 | Opinión.
Rebelión miércoles 26 de agosto del 2020.
La
gran paradoja que ha revelado la crisis del COVID-19 ha sido el hecho de que la
globalización trajo consigo el germen de su propia destrucción. En
efecto, la expansión de un virus que inició en las entrañas de China,
rápidamente se instaló en lugares insospechados a causa de la velocidad de
tránsito y comunicación. Para algunos analistas, la propagación de la
enfermedad desnudó las desigualdades estructurales en el mundo, pues
aquellos ciudadanos que pueden viajar libres -a causa de sus recursos
y capital- fueron los que trajeron la enfermedad a sitios llenos de pobreza
y sin margen de respuesta sanitaria u hospitalaria. En consecuencia, la “geografía
del virus” se ha distribuido más en aquellos sitios sin mayores controles o
herramientas de prevención. Esto sumado, por su puesto, a las respuestas llenas
de ignorancia de líderes mundiales como Donald Trump, Boris Jhonson y Jair
Bolsonaro que, en un primer momento, minimizaron la acción del virus y
luego, lo concibieron como algo inevitable, cuando ya los muertos se contaban
por miles.
Por
esa razón, la promesa de la globalización de un mundo interconectado y liberal,
luego de la caída del socialismo real a principios de los años noventa, se
convirtió en la aparente panacea mundial. Incluso algunos autores hablaron del «fin de la historia», hecho que marcaba
la victoria definitiva de los Estados Unidos y por extensión de su modelo
económico. Y todo apuntaba a que era cierto: los procesos de integración en
Europa, la conversión de China y el espacio post-soviético al modelo
capitalista, la conectividad asegurada a través de internet y la entronización
de los mercados bursátiles, por mencionar sólo algunos fenómenos. No obstante,
muchos ignoraban las señales contrarias y las atribuían a pesimistas o
resentidos, verbigracia, el aumento de los movimientos
nacionalistas/secesionistas, el resurgimiento de partidos de
ultraderecha con consignas xenófobas, los movimientos antiinmigración o
políticos con discursos proteccionistas, ejemplos todos de un mundo que nunca
se fue.
De
ahí que la globalización tenga que ser leída como una estrategia propia del neoliberalismo
que benefició a un segmento específico de la población:
aquellos que cuentan con los recursos de movilización, pues los millones
restantes son vistos con desconfianza y excluidos de los procesos de toma de
decisiones. Sin embargo, dejando de lado la discusión sobre la aporofobia, el
COVID-19 plantea una interesante reflexión sobre el futuro del fenómeno
globalizador que será atendido y desarrollado en las siguientes líneas. Lo
primero que hay que mencionar es la paradoja con la que inició este texto:
la propagación del virus es una consecuencia inmediata de la globalización.
Es decir que la promesa de un mundo unido e interconectado fue el caldo de
cultivo ideal para la propagación acelerada de la enfermedad.
***
Dicho
de otro modo, «el aumento de la movilidad de las personas que tantas
bondades ha supuesto a la sociedad y a la economía en las últimas décadas se ha
convertido en el mejor aliado del virus». La consecuencia
inmediata no ha sido otra que el aislamiento de las personas sospechosas de
contraer el virus, la cancelación de rutas comerciales y aéreas, el
confinamiento de millones de individuos y, como no, el cierre de fronteras.
Esto sin contar los innumerables problemas internos como la paranoia
colectiva, las enormes desigualdades y la búsqueda de chivos expiatorios
que se han centrado en los ciudadanos chinos e increíblemente, en los médicos.
Todo ello lleva a preguntarse, ¿el mundo post-pandemia supondrá el fin de la
globalización? La respuesta es compleja y requiere de múltiples aristas de
análisis. En efecto, por una parte, podría considerarse que los movimientos
antiglobalización tenían razón y que en aras de salvaguardar la humanidad
de futuros brotes infecciosos es necesario desarrollar estrategias autárquicas
y proteccionistas. Por otro lado, están los sectores reacios a perder la
unión económica global y por eso le apuestan a la integración solidaria (la
cual ha brillado por su ausencia) para superar este impase de la humanidad.
***
Aunque
suele decirse que las grandes catástrofes son las parteras de soluciones y
líderes de las mismas dimensiones, lo cierto es que la pandemia
del COVID-19 puede transformar al mundo tal y como lo conocemos. Enfermedades y pestes estuvieron en el telón de fondo
de la caida de grandes sociedades e imperios y que la debacle de los Estados
Unidos no será la excepción. En esta misma línea se encuentra la
opinión del filósofo político, John Gray, para quien “el apogeo de la globalización ha llegado a su fin”, éste estará caracterizado por la caída de gobiernos,
una ruralización generalizada, la restricción de viajes comerciales, la
desintegración de la Unión Europea al estilo del “Sacro Imperio Romano” y
el ascenso de la extrema derecha; en una palabra estamos asistiendo al desmoronamiento del «orden
mundial». Algunas voces han caracterizado este fenómeno como la “desglobalización”, un
proceso consecuente que puede derivar en peligrosas circunstancias como el auge
de nacionalismos xenófobos y el proteccionismo económico.
En
relación con lo anterior, no debe perderse de vista que el período de entreguerras
en Europa suscitó el desarrollo del fascismo y significó un
fuerte retroceso al comercio internacional. Y aunque la pandemia no
puede compararse con la carnicería de un conflicto bélico, sus consecuencias sí
han sido alarmantes, por ejemplo, en tan solo 18 días del coronavirus se perdieron la
misma cantidad de empleos que en el periodo posterior a la segunda guerra
mundial, con la diferencia que esto se produjo 799 días después.
Además, siguiendo a la teoría liberal en las Relaciones Internacionales, la
interdependencia compleja asegura que dos Estados no entran en conflicto
directo a causa de las consecuencias que se pueden derivar de esta decisión. En
pocas palabras, si se decidiera atacar a otro país, esto provocaría un gran
peligro, sería como una espada de Damocles. Por eso, de acuerdo con
estos teóricos la cooperación y el diálogo resultan mucho más eficientes que el
conflicto. No obstante, no debemos perder de vista que la globalización sólo
beneficia a un sector social, aquel que cuenta con los recursos necesarios para
viajar y negociar.
A
pesar de no ser una de las voces autorizadas en el tema -y
hasta en cierto sentido, uno de sus causantes-, el multimillonario Bill Gates trae a colación que el
coronavirus «nos enseña que todos somos iguales (…) nos
recuerda que las fronteras falsas que hemos puesto tienen poco valor ya que
este virus no necesita pasaporte”. Resulta hipócrita, sin embargo, que el
hombre más rico del mundo hable de “igualdad” cuando tiene asegurado el
acceso básico a alimentos y otros bienes, en contraste a millones de personas
que sobreviven en situaciones paupérrimas. Las
desigualdades estaban antes del
coronavirus y seguirán allí después de que pase la catástrofe. También debe
destacarse que el período neoliberal de los años ochenta es sólo una fase más
de la globalización, para algunos especialistas inició en el siglo XV
con el llamado “descubrimiento de América” y la expansión del comercio
mundial o incluso tiene sus orígenes en la Ruta de la Seda en la dinastía
Han.
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Otro
de los escenarios que puede caracterizar la “nueva
normalidad” será un aparente retorno
a la integración económica mundial, donde los grandes triunfadores serán las multinacionales
farmacéuticas que obtendrán jugosos dividendos a costa de la necesidad de
la cura. Y aunque la Organización Mundial de la Salud ha insistido en la
gratuidad del medicamento, no es descabellado pensar que nuevamente todo estará
orientado por la oferta y la demanda. De hecho, al estilo de la carrera
espacial en tiempos de la Guerra Fría, el país que primero obtenga una
cura efectiva tendrá enormes ganancias en posicionamiento y prestigio, de ahí
que Estados Unidos esté en una situación tan compleja, pues de no
encontrar la vacuna, tendrá que entregar irremediablemente el estandarte de
primera potencia mundial. Esta lectura, menos apocalíptica, se basará en un retorno
paulatino a la integración económica global, aunque los Estados serán mucho más
cautos a la hora de establecer relaciones comerciales.
De
otro lado, es importante mencionar la perspectiva del filósofo
coreano-alemán Byuung-Chul Han, quien en un texto revelador titulado “La
emergencia viral y el mundo del mañana”, propone su interpretación del por
qué en el oriente asiático parece haber una mejor gestión del coronavirus.
Según Han, Estados como Japón, Corea, China, Taiwán o Singapur tienen
una mentalidad autoritaria derivada de su tradición cultural
(confucianismo), acompañada de sociedades menos renuentes y más obedientes que,
por ejemplo, en Europa o América Latina. Otro de las ventajas, de acuerdo con
el filósofo es la vigilancia digital, con lo cual, el big data encierra
un potencial inimaginable para defenderse de la pandemia. En China, por ejemplo,
hay 200 millones de cámaras de vigilancia con técnicas muy eficientes de
reconocimiento facial, hecho que permitió controlar la propagación por medio de
un cerco epidemiológico, avisado a través de mensajes de texto. La reflexión de
fondo que orienta el artículo de Han es la consideración sobre el dilema entre democracia
(libertad) y autoritarismo (eficiencia). Por supuesto que el control de
la pandemia es mucho más efectivo en países cuyos índices de libertad están más
restringidos, hecho que según el pensador coreano llevará a replantearse en
occidente las formas de gobernar, razón por la cual, la tentación a los
gobiernos populistas autoritarios no es una coincidencia.
Tomando
en cuenta todos los elementos anteriormente mencionados, es posible concluir
que la pandemia del COVID-19 está empujando a una
reestructuración de las relaciones socioeconómicas mundiales. En el texto
intentamos abordar varias perspectivas: desde una visión de la “desglobalización”
caracterizada por el ascenso de gobiernos nacionalistas y de fronteras
cerradas, hasta una postura mucho más morigerada en donde la integración
económica seguirá siendo parte del panorama de países que le apostarán a
una reconstrucción colectiva. Si bien, no podemos anticiparnos a lo que
sucederá (y nadie, de hecho, puede hacerlo), lo cierto es que los cambios
provocados generarán que estemos asistiendo a una transformación en el
orden mundial donde se comience a explorar
alternativas al extremo individualismo y el culto de mercado tan característicos
en occidente y que tanto daño le han causado a millones de personas.
El culto del mercado libre. le ja causado mucho daño a millones de personas.
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