“En los últimos años, a medida que el poder hegemónico de Estados
Unidos retrocedía, las
distintas administraciones han blindado a sus presidentes, sus secretarios
de Estado, sus soldados… Ciertamente el
poder y la impunidad suelen ir de la
mano (muchos en nuestro país conocen de esa alianza en relación a los crímenes
del franquismo). Se da la impunidad
cuando se controlan las instituciones, cuando se maneja el Derecho
internacional a discreción y cuando el silencio convierte en cómplices a sociedades enteras. En el caso de Estados Unidos, no es sólo
una forma de actuación internacional. Una mentalidad guiada por la
providencia y ebria de desmesura, sólo parece tener freno ante un poder
equivalente, en general, otros Estados con bombas atómicas o con una
determinación tal que desequilibre la cuenta de resultados.
Durante años, mantener la hegemonía norteamericana ha significado
controlar las organizaciones internacionales,
bien mediante el chantaje de su financiación, bien colocando en su dirección a
personajes afines. Pero en los últimos años, a medida que han
ido extendiendo la guerra por todo el planeta, esto ha sido
insuficiente. Por tanto, el siguiente paso ha sido tergiversar las
resoluciones, desconocer a las propias instituciones, rechazar la firma
de tratados etc. En esa dirección es el secretario de Estado
norteamericano, Michael Pompeo, en marzo del año pasado prohibió
los visados al personal de la Corte Penal Internacional (CPI) que participara
en investigaciones de ciudadanos estadounidenses en cualesquiera de los
territorios en los que se extiende la jurisdicción de la CPI. “Pero
nada de esto es novedoso, recordemos que Estados Unidos ha sido el único
país condenado por la Corte Internacional de Justicia de la Haya por cometer terrorismo internacional —técnicamente,
por el uso ilegal de la fuerza— contra Nicaragua, y que, cuando se le ordenó
pagar reparaciones no sólo rechazó el fallo de la Corte, sino que rechazó su
jurisdicción.
Pero
la impunidad de un Estado criminal también se da
al interior de EEUU ya que, como decíamos al principio, no
es una cuestión de una u otra administración. En este país los
policías no gozan de
legitimidad sino del poder de saberse impunes. Policías blancos
que asesinan a afroamericanos, empresas que contaminan el agua,
el aire…. El movimiento “Blacks Lives Matter” (las vidas negras importan) surgió a consecuencia
de la absolución del policía que asesinó al adolescente afroamericano Trayvon
Martin (2013) Así pues, conmemorar el 9 de agosto como el día internacional
de los crímenes estadounidenses contra la humanidad, no sólo implica
evidenciar la naturaleza de un Estado criminal –sus cualidades de constitución- sino apostar por
romper la impunidad que tiende a perpetuar su dominio. Porque en el
fondo, no es posible convencer a un fundamentalista religioso de que está
equivocado. Solo tiene sentido hacer justicia:
impedir que el crimen quede sin castigo.
/////
Dra. Ángeles Diez Rodríguez, autora del presente Artículo. Extraordinario en su Investigación, análisis e interpretación.
***
CLAVES DE UN ESTADO CRIMINAL: DIOS,
PATRIA Y CAPITAL.
*****
Por Ángeles Diez Rodríguez |9/08/2020 |EE.UU.
Rebelión jueves 13 de agosto del 2020.
9 de
agosto día internacional de los crímenes estadounidenses contra la humanidad.
“Los fundadores de la Nueva Inglaterra eran a la
vez ardientes sectarios y renovadores exaltados. Unidos por los lazos más
estrechos de ciertas creencias religiosas, se sintieron libres de todo
prejuicio político” (A. Tocqueville)
Empecemos
por Obama. Porque ni Donald Trump es un desquiciado ignorante ni Obama fue un
inteligente progresista. En contra de la imagen hábilmente
construida por su maquinaria de relaciones públicas, Obama (con su fiel escudera Hillary
Clinton), sembró el planeta de guerra
y reemplazó la captura de presuntos terroristas de la Administración Bush por
el asesinato –así lo describe el periodista de investigación Jeremy
Scahill.
No
fue Trump quien autorizó el bombardeo de Yemen (2009), ni
quien invadió el espacio aéreo de Paquistán para ajusticiar a Bin Laden (2011),
ni fue él quien asesinó a ciudadanos estadounidenses en Yemen (2011).
Tampoco fue Trump quien declaró a Venezuela una “amenaza inusual y extraordinaria” en dos ocasiones (2015 y 2017), ni quien incrementó
las operaciones encubiertas en todo el mundo. Tampoco fue él sino Obama
quien nombró director de la CIA a John Brennan -defensor de las
“técnicas mejoradas de interrogatorios” (tortura) y artífice de los ataques
con drones- (2013).
Cuando
analizamos la política internacional imperialista de EE.UU. y
reducimos nuestro análisis a factores de orden geopolítico, estratégico o
económico no conseguimos explicarnos actuaciones aparentemente irracionales
que van incluso en contra de sus intereses nacionales a medio o largo plazo.
Acabamos asignando a sus presidentes un marchamo de maldad y crueldad
irracional que nos sitúa mal a la hora de desarrollar estrategias de
resistencia y confrontación con el imperialismo. Más allá de las
diferencias evidentes entre Obama y Trump,
o entre Clinton y Bush, o entre Carter y Reagan, existe un hilo conductor que une las distintas administraciones,
ya sean demócratas o republicanas, una lógica común que se sitúa en un espacio
ideológico o, más bien, teológico-político.
De modo
que, no hablemos de un presidente, ni de una determinada administración. Hablemos de un Estado, hablemos de la génesis de un Estado que desde
el mismo momento en que se constituyó como tal emprendió una cruzada
expansionista hacia el Oeste con la biblia en una mano y el fusil en la otra.
Saqueadores
de tierra y exterminadores de indígenas. Porque la expansión del nuevo
Estado no fue simplemente una guerra por la supervivencia contra Inglaterra,
decía Howard Zinn, sino una guerra para el desarrollo de la economía
capitalista en donde la tierra era fundamental para los
especuladores ricos (incluido George Washington).
Una república fuerte y grande, argumentaban los padres fundadores, necesaria
para proteger mejor los intereses de la comunidad frente a las “fracciones”
internas y los enemigos externos. Una patria, en fin, con un
sistema y una organización política diseñada contra las mayorías, por y para
las élites económicas. Los principios de liberalismo –libertades civiles, imperio de la ley y libre mercado- al
servicio de La riqueza de las naciones (Adam Smith, 1776) formaron parte del ADN
del nuevo Estado y se mantienen hasta hoy en que la hegemonía
estadounidense declina irremediablemente.
Estado moderno, guiado por una racionalidad
técnica capitalista y una religiosidad
fundamentalista de corte racista, ambos factores se han
retroalimentado a lo largo de los años y han marcado el rumbo tanto de su política
exterior como de su política doméstica.
***
Estados
Unidos vino al mundo como un Estado capitalista, sin el lastre feudal de la vieja
Europa, dispuesto a materializar
un proyecto bíblico no sujeto a más principio moral que la
acumulación de riqueza. Así, la guerra de Estados Unidos contra el mundo es una guerra sin
fronteras y sin límites, como tampoco puede tenerlos el
Capital.
No
es que los Estados europeos del XIX, en plena expansión
territorial repartiéndose África y Oriente, fueran menos crueles,
piénsese en el Congo –que antes de ser belga fue del sanguinario
Leopoldo II-, o en la India británica. Pero ocurre que cuando EE.UU.
toma el relevo de la hegemonía mundial después de la Segunda Guerra
Mundial la profecía del Destino
manifiesto, sobre
la que se construyó el nuevo Estado, ya iba de la mano de un desarrollo técnico
sin precedentes. Por eso, la advertencia de Eisenhower
sobre el peligro que supondría la influencia del complejo industrial militar
caería en saco roto, y por eso, las distintas formas de guerra con las
que siembran el mundo son una consecuencia lógica de un sistema y una
ideología imparables desde el ámbito de la razón o desde los principios
morales.
Estados
Unidos emprendió el dominio del mundo inspirado en una religión civil de base
puritana y calvinista que fue el fundamento de su visión de pueblo elegido cuya
misión sería guiar al resto de las
naciones. Con esta
base ideológica se han convertido en el Estado criminal
más mortífero de la historia. ¿Por qué el más cruel
de los Estados? Porque hablamos de un Estado moderno, guiado por una racionalidad
técnica capitalista y una religiosidad
fundamentalista de corte racista, ambos factores se han
retroalimentado a lo largo de los años y han marcado el rumbo tanto de su política
exterior como de su política doméstica.
Si
hiciéramos una genealogía del poder estadounidense siguiendo las enseñanzas de Foucault hallaríamos un Estado
cuya expansión y dominio imperialista forma parte de su naturaleza y
su identidad. Encontraríamos unos principios y un desarrollo
técnico capaces de aniquilar el planeta, circunstancia ésta que no se había dado
anteriormente en la historia. El lanzamiento de las dos bombas
nucleares en Hiroshima y Nagasaki (6 y 9 de agosto de 1945) cuando ya
se había ganado la guerra son el ejemplo paradigmático.
Fuentes: Rebelión
-Foto: Bomba nuclear lanzada por EE.UU. sobre Hiroshima -AP/ US Army/ Hiroshima
Peace Memorial Museum. 9 de agosto de 1945. 75 años-
***
De ahí que conmemorar
el 9 de agosto como Día internacional
de los crímenes estadounidenses contra la humanidad, tiene todo el sentido.
El patriotismo, el racismo, el fundamentalismo religioso y el
culto al dinero, son las claves que necesitamos explorar
para desarrollar estrategias eficaces de lucha antiimperialista porque,
desde mi punto de vista, son las claves que explican la estructura del Estado
norteamericano y permiten anticipar sus movimientos más allá de las
coyunturas. Ya José Martí en su artículo
sobre La verdad de Estados Unidos
en 1894 anunciaba la necesidad de publicar, no el crimen o la falta
accidental que pueden ocurrir en todos los pueblos sino
“aquellas
calidades de constitución que, por su constancia y autoridad, demuestran las
dos verdades útiles a nuestra América: –el carácter
crudo, desigual y decadente de los Estados Unidos– y la existencia, en ellos continua, de todas las violencias, discordias, inmoralidades y desórdenes de
que se culpa a los pueblos hispanoamericanos”.
Dentro
de estas cualidades de constitución
de las que hablaba el prócer cubano encontramos, desde mediados del
siglo XIX, la doctrina del Destino
Manifiesto. Ésta será la bandera
que enarbolará EEUU para justificar su derecho a la expansión
territorial como parte de un designio providencial. A su vez, la imposición de
una forma particular de ver la “democracia” (coincidente con sus
intereses económicos) se convertiría en su práctica habitual para establecer
relaciones con otros Estados.
Marcos
Reguera, en su tesis de doctorado sobre el Imperio de la democracia en América,
nos dirá que el término Destino manifiesto se
convirtió en una pieza clave de la identidad estadounidense durante el siglo
XIX y nos ayuda a entender
“cómo
el sistema democrático americano fue adoptando un carácter imperialista que
será central tanto para su proceso de construcción nacional como en su propia
autopercepción”
“Aquellas
calidades de constitución que, por su constancia y autoridad, demuestran las
dos verdades útiles a nuestra América: –el carácter
crudo, desigual y decadente de los Estados Unidos– y la existencia, en ellos continua, de todas las violencias, discordias, inmoralidades y desórdenes de
que se culpa a los pueblos hispanoamericanos”.
***
La
concepción de la patria a modo de destino divino vinculada
al desarrollo material capitalista es un tándem identitario que
será difícil limitar ni desde principios morales universales, ni desde
el Derecho internacional ni siquiera desde una racionalidad económica
liberal.
Porque
la patria para el monstruo norteño, en
cuyas entrañas vivió Martí, no es
equivalente al nacionalismo en el sentido europeo ni latinoamericano.
Más bien se inscribe dentro de un imaginario mítico que
conjuga el aislacionismo
(no existe nada distinto a Estados unidos que merezca la pena) y la providencia (pueblo elegido y guiado por Dios). Así
vemos que, para la mayor parte del pueblo norteamericano, Dios gobierna a
través de sus presidentes y todos ellos juran sobre la biblia; la suya particular, la de los que
les precedieron o aquella que incorpora un particular capital simbólico. El
expresidente Obama es miembro de la Iglesia Unida de Cristo y
realizó su juramento de toma de posesión utilizando dos biblias,
la tradicional de Abraham Lincoln y la de Martin
Luther King. También Trump utilizó
dos biblias, la de Lincoln y la que le regaló su madre; lo simbólico
universal y lo particular individual se amalgaman uniendo
la suma de individualidades en un
universo simbólico común: La nación predestinada.
Casi
todos los discursos de los presidentes americanos terminan con una frase que es
el final de un ritual que se repite: «Dios bendiga América»,
y en todos los dólares nos encontramos con otra frase: «In God We
Trust» (Confiamos en Dios). Jim
Dotson nos dice que la frase “En Dios confiamos” refleja lo que
significa ser estadounidense. Dios es el equivalente simbólico del dinero
y se inscribe en la tradición blanca protestante fundadora
de las 13 colonias de las que surgiría el nuevo país. Cuando vemos
en las películas estadounidenses esas escenas en la que en cada hotel
de carretera hay una biblia en la mesilla de noche, o en las que asesinos
en serie siguen patrones del texto sagrado, sin duda estamos viendo
algo que va más allá de un recurso dramático.
Según
datos recientes, 73% de los estadounidenses se
declaran cristianos y
solo el 20% no se identifica con ninguna religión (2019). Tampoco
resulta casual el fenómeno, tan norteamericano, de los telepredicadores;
ni que las iglesias evangélicas se hayan convertido es uno de los
instrumentos de injerencia, incluidos golpes de Estado y financiación
del terrorismo (muy al estilo yihadista) en toda América latina. El
reciente golpe de Estado en Bolivia muestra la clara influencia de estas
iglesias y del despliegue de telepredicadores por toda la región con
vínculos estrechos con sus matrices estadounidenses.
La
guerra Mundo de EE.UU. se plantea a menudo como una cruzada
evangélica: “llevar la democracia”, “defender el mundo
libre”, “acabar con el mal” Tradicionalmente
las corporaciones mediáticas han servido a este propósito religioso
elaborando imágenes que se han adaptado a los discursos proféticos, por
ejemplo, presentando las invasiones, los asesinatos, las extorsiones, los
saqueos, etc. como cruzadas salvadoras contra enemigos
terroríficos y demoníacos, generalmente personificados en los gobernantes
de los países a los que atacar (Milosevich, Sadam, Gadafi,
Chávez, Maduro,….)
Sorprendentemente,
el melting pot de culturas que
han arribado a EE.UU. durante siglos no han conseguido dotar a ese Estado
de una impronta identitaria distinta de esa idea de Patria
omnipresente y todo poderosa con un destino providencial. Por el contrario,
para muchos de los grupos de emigrantes la imagen de tierra
prometida, de continente vacío, o de tierra desierta a la
espera de ser cultivada, que los padres fundadores llevaron al
continente ha sido su carta de integración. Tal vez eso cambie en poco
tiempo como resultado de la crisis mundial de la COVID-19, o tal vez el conservadurismo
político consiga asignar a la providencia divina, como muchas otras
veces, el castigo por no ser fieles seguidores de su destino.
La
expansión territorial de EE.UU. no sólo se fundamentará en “la excepcionalidad de sus instituciones políticas” –nos
dice Marcos-, sino en el
particularismo racial de la población. El concepto político
de Destino manifiesto con su impronta
maltusiana que justificaba la expansión racial
anglosajona dejará de usarse tras la Segunda
Guerra Mundial y dará paso a otros conceptos como la excepcionalidad americana
(American Exceptionalism), El mundo libre (Free
World) o El siglo
americano (American
Century) que conformarán una filosofía racista que
“desde
el darwinismo social propugnaba el predominio de Estados Unidos sobre otras
naciones como parte de la ley de la supervivencia de la nación más apta”
Sociólogo. Dr.Max Weber, encontró una conexión estrecha entre la Ética Protestante y el enriquecimiento personal.
***
Dentro
de la tradición puritana y calvinista, el sociólogo Max Weber, encontró una conexión
estrecha entre esa ética protestante y el enriquecimiento personal.
La riqueza se convertía en un pasaporte al reino de los cielos.
La forma de enriquecerse en
el capitalismo pasa inevitablemente por el imperialismo
y por tanto por la guerra. El
general del cuerpo de marines Smedley Butler (1881-1940), siendo uno
de los militares más condecorados de la historia de EEUU, tras retirarse en
1934 escribió “La guerra es una estafa” en donde describe cómo su país hacía la guerra
con el único objetivo real de incrementar sus ganancias. Llegó a
decir:
«Fui
premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro hacia atrás,
considero que podría haber dado algunas sugerencias a Al Capone. Él, como gánster, operó
en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, actué en tres
continentes. El problema es que cuando el dólar estadounidense gana
apenas el seis por ciento, aquí se ponen impacientes y van al
extranjero para ganarse el ciento por ciento. La
bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera.
Un
elemento no menos importante que permea el Estado junto con el conservadurismo
político de corte religioso es el antiintelectualismo.
Se trata de una corriente ideológica que, desde mi punto de vista, ha
permitido la continuidad y reproducción de esa teología política dotándola de
un soporte popular que ha legitimado las actuaciones criminales del Estado
norteamericano y lo continúa haciendo. Presidentes como Trump, Bush o Reagan,
que desprecian a los “expertos” y se vanaglorian de su ignorancia entran
dentro de una tradición antielitista y autoritaria fuertemente arraigada en el
pueblo norteamericano. En un artículo para la revista Newsweek,
Isaac Asimov describía lo que él llamaba el culto a la ignorancia en Estados Unidos, de la
siguiente forma:
“En Estados Unidos hay un culto a la
ignorancia, y siempre lo ha habido. El antiintelectualismo ha sido esa
constante que ha ido permeando nuestra vida política y cultural, amparado por
la falsa premisa de que democracia quiere decir que «mi ignorancia vale tanto
como tu saber».
La combinación del desprecio de cultura, el
culto al dinero y la exaltación de las emociones encontrará su máxima expresión
en el desarrollo del consumo a partir de los años 50. A
diferencia de lo que ocurre en otros países y también muy alejado del
ascetismo fundacional, EEUU se convertirá tras la II Guerra Mundial,
con el desarrollo de la producción en masa en el lugar de la desmesura,
del exceso, en el comer y, por qué no, en el matar.
Estas
claves ideológicas ayudan a explicar, que no a justificar
en absoluto, la expansión imperialista estadounidense,
incluida esas cualidades constitutivas de las que hablara Martí, pero no son suficientes para entender
magnitud de las atrocidades cometidas a lo largo de los últimos decenios.
Los crímenes contra
la humanidad se
sitúan en una escala superior que sólo se puede sostener en el tiempo gracias a
la impunidad.
En
los últimos años, a medida que el poder hegemónico de Estados Unidos retrocedía,
las distintas administraciones han blindado a sus presidentes, sus secretarios
de Estado, sus soldados… Ciertamente el
poder y la impunidad suelen ir de la
mano (muchos en nuestro país conocen de esa alianza en relación a los crímenes
del franquismo). Se da la impunidad
cuando se controlan las instituciones, cuando se maneja el Derecho
internacional a discreción y cuando el silencio convierte en cómplices a sociedades enteras. En el caso de Estados Unidos, no es sólo
una forma de actuación internacional. Una mentalidad guiada por la
providencia y ebria de desmesura, sólo parece tener freno ante un poder
equivalente, en general, otros Estados con bombas atómicas o con una
determinación tal que desequilibre la cuenta de resultados.
Durante
años, mantener la hegemonía norteamericana ha significado controlar las
organizaciones internacionales, bien mediante el chantaje
de su financiación, bien colocando en su dirección a personajes afines.
Pero en los últimos años, a medida que han ido extendiendo la guerra por
todo el planeta, esto ha sido insuficiente. Por tanto, el siguiente paso ha
sido tergiversar las resoluciones, desconocer a las propias
instituciones, rechazar la firma de tratados etc. En esa dirección
es el secretario de Estado norteamericano, Michael Pompeo, en marzo del
año pasado prohibió los visados al personal de la Corte Penal
Internacional (CPI) que participara en investigaciones de ciudadanos
estadounidenses en cualesquiera de los territorios en los que se extiende
la jurisdicción de la CPI.
“Pero
nada de esto es novedoso, recordemos que Estados Unidos ha sido el único
país condenado por la Corte Internacional de Justicia de la Haya por cometer terrorismo internacional —técnicamente,
por el uso ilegal de la fuerza— contra Nicaragua, y que, cuando se le ordenó
pagar reparaciones no sólo rechazó el fallo de la Corte, sino que rechazó su
jurisdicción.
El movimiento “Blacks Lives Matter” (las vidas negras importan) surgió a consecuencia
de la absolución del policía que asesinó al adolescente afroamericano Trayvon
Martin (2013). Hoy libran una "gran batalla" en el centro de la más grande crisis Sanitaria de todos los tiempos contra las políticas RACISTAS del presidente TRUMP, después del asesinato público del GEORGE FLOYD. Protesta hoy mundializada.
***
Pero
la impunidad de un Estado criminal también se da
al interior de EEUU ya que, como decíamos al principio, no
es una cuestión de una u otra administración. En este país los
policías no gozan de
legitimidad sino del poder de saberse impunes. Policías blancos
que asesinan a afroamericanos, empresas que contaminan el agua,
el aire…. El movimiento “Blacks Lives Matter” (las vidas negras importan) surgió a consecuencia
de la absolución del policía que asesinó al adolescente afroamericano Trayvon
Martin (2013)
Así
pues, conmemorar el 9 de agosto como el día internacional de los crímenes
estadounidenses contra la humanidad, no sólo implica evidenciar
la naturaleza de un Estado criminal –sus cualidades de constitución- sino apostar por
romper la impunidad que tiende a perpetuar su dominio. Porque en el
fondo, no es posible convencer a un fundamentalista religioso de que está
equivocado. Solo tiene sentido hacer justicia:
impedir que el crimen quede sin castigo.
ÁNGELES
DIEZ RODRÍGUEZ: Dra. en CC Políticas y Sociología, miembro de la Red de
Intelectuales artistas y movimientos sociales en defensa de la Humanidad y del
Frente Antiimperialista Internacionalista.
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