“Contraponiéndose a los intelectuales
progresistas que creen que la coyuntura trasunta una aplastante derrota del
liberalismo –cuya “legitimación” ha mermado considerablemente, por motivos como su
torpeza en el manejo de la COVID-19–, un punto de inflexión potencial,
la apertura de una nueva etapa para construir el socialismo o restaurar la
socialdemocracia desde el “cerrojo”, el ensayista
juzga que el Sistema se ha consolidado; que,
aprovechando el pánico desatado, se dirige a formas políticas más autoritarias.
Pero concluye sus reflexiones con una proposición optimista: “La
oportunidad histórica de confrontar las estructuras de poder del capitalismo
global, incluido el aparato militar de Estados Unidos y la Organización
del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), es lo
que hay que aprovechar a partir de este encierro”.
¿Discutible una que otra de las
aseveraciones sobre la pétrea clausura? Tal vez. Empero, remarquemos que, aun si se erige está en
imprescindible, siquiera por un breve lapso, en aras de un coto a la
trasmisión del SARS-CoV-2, diversos observadores ponen énfasis
precisamente en cuánto se granjearán con ella los explotadores. Patricia Lee Wynne (Sputnik) va más
allá, al afirmar con todas las letras que, transcurridos unos 50 años “de
expansión ininterrumpida del comercio mundial, los viajes y la interconexión,
la pandemia de coronavirus asesta un durísimo golpe
a la globalización”. Hogaño, coincide
con Chossudovsky, las circunstancias difieren sustancialmente. “El
mundo salió –a medias– de la crisis de 2008-2009, la más profunda desde 1929,
gracias a la infusión masiva de créditos y subsidios estatales a los bancos y a
la masiva inyección de dólares y euros para sostener el consumo. Pero lo
fundamental fue el crecimiento de China, que se convirtió en la locomotora
del planeta y se hizo cargo del 40% del crecimiento
mundial en esta última década”.
¿Estaría ahora el gigante asiático en
condiciones de reeditar su hazaña tras
una rápida recuperación, contenida la
galopante infección? Indiscutiblemente, ese modelo se agotó. Por primera
ocasión desde los setenta del siglo pasado, la economía del “dragón” decreció en el primer trimestre de 2020,
y para el año en curso se augura un incremento de apenas el uno o el dos
por ciento. “Esto
implicará que su clase media consumirá menos, que el país exportará
menos porque caerá el comercio mundial, y por lo tanto el país comprará menos
hierro, soja, carne, cobre, litio. [Lo cual, por ejemplo] golpeará de lleno a
Latinoamérica, en especial a los países que tienen a China como su principal cliente comercial, como Brasil, Perú o Chile”. A estas alturas, la entendida se pregunta: ¿nos
encaminamos a un capitalismo más humano, como hay quienes afirman? No, se
contesta, millones de negocios quebrarán, cientos de millones de personas
quedarán sin empleo, los salarios se despeñarán, se dispararán la concentración
monopólica, la miseria y la iniquidad. “Según la OIT,
la mitad de la fuerza laboral del mundo verá
destruido su modo de vida, es decir, 1.600 millones de
personas”. Por si no bastara, “los planes de salvataje son en su mayoría para salvar los bancos, las compañías de
aviación y grandes empresas”.
/////
NO ES TIEMPO DE CEREMONIAS.
La crisis actual, premisa del cambio
revolucionario, pero solo la lucha garantizará la victoria.
*****
Eduardo Montes de Oca. | 3/08/2020 | Opinión.
Fuentes: Rebelión lunes 3 de agosto del 2020.
Ya no supone exclusiva prefiguración de quienes
comparten el análisis marxista de la realidad. Lo constatan incluso aquellos
que no comulgan con el Prometeo de Tréveris en lo tocante a las causas,
la ineluctabilidad, la posible y necesaria salida del “entuerto”. El propio
Banco Mundial (BM), connotado alabardero del neoliberalismo, acaba de
anunciar una nueva concreción de las crisis cíclicas del capitalismo.
Solo que, no faltaba más, los directivos de cuello
impoluto y afelpadas manos se abstienen de contextualizar el crack con
toda objetividad. Si de historia
se trata, pues se ciñen a simples analogías, y evitan o niegan la trabazón, el
hilo conductor, la lógica de un fenómeno consustancial al Sistema, sembrado en
el ADN de este. Fenómeno que, aun olfateándolo, los mandamases se ven
imposibilitados de impedir, atados por la maximización de las ganancias, la
reproducción del capital como conditio sine qua non del régimen, y por
el presentismo con que la llamada conciencia cotidiana acusa recibo de
estas leyes descubiertas por el pensamiento crítico. Claro que los muchachos
del BM aluden a otras debacles –ocultarlas supondría pecado de leso
discernimiento–, pero quedan en la simple mención, en la mera taxonomía,
esgrimiendo en calidad de razón principal, si no de la única, el nuevo coronavirus. Nada
que imputar al modo de producción. Detonante convertido en fuente por
antonomasia.
El organismo vaticinó para 2020 una retracción
planetaria del 5,2 por ciento,
con una caída del PIB en Latinoamérica del 7,2.
“La pandemia representa el mayor golpe económico
que el mundo ha experimentado en décadas, provocando un colapso de la actividad
global”,
reveló el ente, citado por AFP. Y los datos se arraciman.
“La contracción de la economía mundial llevará a la
peor recesión en 80 años, pero la caída del producto bruto per cápita es la más
extendida desde 1870, debido al
número de países afectados. Esta crisis puede arrastrar a entre 70 y 100
millones de personas a la pobreza extrema, una cifra mayor a la estimación
previa del Banco, que proyectaba que 60 millones de personas estaban en
riesgo […] Para frenar el contagio y tratar de evitar un desborde de los
sistemas de salud, numerosos países
decretaron un confinamiento que tuvo efectos severos en la economía.
Según las previsiones del BM, China
registrará un crecimiento de 1%, en contraste con la contracción de 6,1% en Estados
Unidos, de 9,1% en la Zona Euro y de 6,1% en Japón. El Banco estimó
que este golpe va a ser más fuerte donde la pandemia ha sido más severa
y en los lugares que dependen más fuertemente del comercio global, el
turismo, las exportaciones y el financiamiento exterior”.
Aunque
“Estados Unidos cayó oficialmente en una recesión
en febrero, cuando el país comenzó a sentir los efectos de las medidas
impuestas para combatir el brote del nuevo coronavirus”,
consigna un informe de la Oficina Nacional de
Investigación Económica, ocurre que especialmente padecerá la “periferia”.
Algo que nos hace explicarnos la suspicacia de Michel Chossudovsky, de
acuerdo con quien, mientras el aislamiento estricto y general, inflexible
decretado en disímiles sitios se presenta como “único
medio para resolver una crisis mundial de salud pública”, se ignoran
“sus devastadores impactos económicos y sociales.
La verdad impronunciable es que el nuevo coronavirus constituye un pretexto
para poderosos intereses financieros y políticos corruptos, para llevar al
mundo entero a una espiral de desempleo, bancarrota,
pobreza extrema y desesperación”.
La hecatombe,
aprovechada como medio de destrucción de las fuerzas productivas, casi
en sus límites de expansión, para luego recomenzar a vigorizarlas, en una
espiral que algún día tendrá que terminar.
Pero continuemos con los enunciados del BM traídos a colación por la Agencia Francesa
de Prensa.
“En Brasil –el tercer país con más muertos
después de Estados Unidos y el Reino Unido [hoy ocupa el segundo
puesto]– el Banco Mundial espera una contracción de 8% del PIB,
mientras que para Argentina la entidad proyecta una retracción del PIB
de 7,3%, y de 7,5% para México. […] el impacto en América Latina es
más pronunciado que el desplome sufrido durante la recesión financiera
global de la década pasada o durante la crisis de la deuda de la década
de 1980. La abrupta desaceleración en Estados
Unidos y en China perturbó la cadena
de suministros para México y Brasil, y
provocó una aguda caída de las exportaciones en países como Chile y Perú
[…]. En Centroamérica, el choque llegó mediante la severa contracción
en Estados Unidos, que afectó el comercio y las remesas de migrantes. En México
y el Caribe el golpe también llegó por el hundimiento de la industria
del turismo”.
¿Qué se espera?
“Una contracción del PIB per cápita en un 90% de
los países emergentes [ojo con el “detalle”] y [se] teme que esto arrastre a millones de personas a la pobreza.
El informe advirtió que los mercados emergentes recibirán además el golpe de un
crecimiento más débil en China y de un
colapso de la demanda global de materias primas, especialmente del petróleo.
El promedio de los países en desarrollo es más vulnerable al estrés
financiero ahora que antes de la crisis global de 2007-2009”.
¿Quiénes pagan el pato?
Obvio: los de “abajo”. No en vano Manuel Ruiz Rico subrayaba, en Página 12, que en tanto en EE.UU.
se perdían 22 millones de empleos, a la altura de principios de mayo,
los más opulentos veían crecer su fortuna,
“inmunes a la crisis económica desatada por la
COVID–19. Según un informe del Institute for Policy Studies, una
organización progresista con sede en Washington DC, los milmillonarios
de Estados Unidos [la revista Forbes los cifra en 607] aumentaron
su riqueza en 282.000 millones de dólares en sólo 23 días, los que van
desde el 18 de marzo hasta el 10 de abril. No es un margen de fechas
cualquiera. Se trató del primer repunte pronunciado de la epidemia de
COVID-19 en el país”.
Chuck Collins, uno de los autores de la alerta acerca del ahondamiento de las desigualdades, “a menos que el Gobierno
intervenga con medidas audaces para gravar con impuestos” a los magnates, discurre que, “si se sigue
actuando como hasta ahora, sólo se acentuará la polarización económica”.
Polarización ya desalada en el año 2019, cuando los 2 153
multimillonarios que había en todas las latitudes detentaban más dinero que
el 60 por ciento de los habitantes del globo. Un documento del socorrido
Comité de Oxford para el Alivio de la Hambruna (Oxfam)
pormenorizaba que aquellos acumulaban más capital que los 4 600 millones de los más pobres juntos. Y que el
patrimonio de los cresos correspondía a “riqueza acumulada de los 6 900
millones de personas menos ricas, es decir, un 92 % de la población del
planeta”.
Lo cual impele, concordemos con Mirko C. Trudeau
(CLAE), a replantear a fondo el sistema económico que ha copado casi todo
el orbe, con diferentes ritmos y alcances, a lo largo de los últimos 40
años, porque la cabalgada del tenebroso coronavirus se asienta en la
absolutización del mercado; en la adquisición incesante de bienes y
servicios a costa de la privatización de la salud, la
educación; y en la precarización inhumana de las condiciones
laborales. Imprescindible, por tanto, escapar de la concepción y la
práctica neoliberales. Sí, urge desembarazarse de la estrategia que privilegia
a unos pocos no solo
“para recuperar las sociedades de la producción frente
a la vigente sociedad de consumo, sino para poder defender el medio ambiente
ante la amenaza del cambio climático, fortalecer las economías locales y las
lógicas de organización comunitarias, en un mundo que ya no será el mismo”.
¿Cómo será, entonces?
Distinto, proclaman los más de los meditadores. A guisa de botón de muestra, retomemos la postura
de Michel Chossudovsky, vertida en un texto traducido por Ariel
Noyola Rodríguez de Global Reserch y que encontramos en Insurgente.
“¿Hacia un nuevo orden mundial? Crisis global de la
deuda y privatización del Estado”.
Así titula el especialista el artículo donde, como apuntábamos arriba, sitúa en
entredicho el encerramiento a cal y canto –impuesto en detrimento de un
recogimiento inteligente, escalonado, flexible–, más que todo porque, en las
circunstancias de carencia, de negación de una política socialdemócrata de
bienestar, a millones de personas se les han difuminado sus empleos y
los ahorros de toda la vida. “En los
países en desarrollo prevalecen la pobreza y la desesperación”.
Y no únicamente en ellos: la carestía resulta ecuménica. En
simultaneidad con las hambrunas en el Tercer Mundo, miríadas de
estadounidenses, desesperados, conforman largas filas ante los bancos de
alimentos y las oficinas de desempleo –el pedido de subsidios
ascendía a alrededor de 40 millones al pergeñarse estos renglones, y se auguraba una
escalada del monto–. La pitanza desaparece lo mismo en la India que
en Italia, dos extremos que podrían estar dejando de serlo, si tenemos
en cuenta la “globalización de la pobreza”, la
“tercermundización de los llamados países desarrollados”.
Rememora, el pensador, que hasta el momento las
crisis han sido enfrentadas con la hegemonía del dólar, el abultamiento
de la deuda denominada en esta divisa; el levantamiento de los controles de
precios y la desregulación del mercado; una austeridad que acarreó el deterioro
de los salarios reales; la imposición de programas de privatización de los sistemas de salud pública inclusive ––“medidas económicas mortales”,
fondomonetaristas, “aplicadas en nombre de los acreedores”, que han
suscitado “siempre colapso económico, pobreza y desempleo masivo”–.
Un “ajuste estructural”.
Sin embargo, aduce,
“en la crisis económica de 2020 (que está vinculada a la lógica de la pandemia
de COVID-19), ya no es necesario que el FMI-Banco Mundial negocie un
préstamo de ajuste estructural con los gobiernos nacionales. Lo que ocurrió
bajo la crisis de COVID-19 es un ‘ajuste global’ en la estructura
de la economía mundial. De un solo golpe, este ‘ajuste global’
desencadena un proceso mundial de bancarrota, desempleo, pobreza y
desesperación absoluta […] El encierro se presenta a los gobiernos
nacionales como la única solución para resolver la pandemia COVID-19. De
esta manera, se convierte en un consenso político, independientemente de
sus devastadoras consecuencias económicas y sociales”.
Chossudovsky opina que el férreo enclaustramiento,
“con las restricciones al comercio, la inmigración
y el transporte, etc.”,
constituye “un acontecimiento sin precedentes en la historia mundial”,
que “afecta las líneas de producción y suministro de bienes y servicios,
actividades de inversión, exportaciones e importaciones, comercio mayorista
y minorista, gastos de consumo, actividades de escuelas, colegios y
universidades, institutos de investigación, etc.”. ¿El objetivo detrás
de esta reestructuración universal? ¿Cuáles son las consecuencias? ¿Quiénes ganan? A
estas interrogantes, se responde: “Concentración de la riqueza,
desestabilización de las pequeñas y medianas empresas en las principales áreas
de la actividad económica, incluida la economía de servicios, la agricultura
y la manufactura. Eliminación de los derechos de los trabajadores. Desestabilización
de los mercados laborales. Contracción de los salarios (y los
costos laborales) en los llamados ‘países desarrollados’ de altos
ingresos, así como en los países en desarrollo”.
He aquí el neoliberalismo a la enésima potencia. Mientras el mega contagio contribuye a arruinar a
una ingente porción de los terrícolas, el FMI y el Banco Mundial se
afilan los dientes, listos para “operaciones de
rescate”. Por eso sus cabecillas han
reconocido el estancamiento sin abordar sus razones primordiales. El comentador
no duda: se trata de “hacer que la deuda externa (denominada en dólares)
aumente bastante”. ¿A qué conducirá?
“Eventualmente, esta crisis precipitará la
privatización del Estado. Cada vez más, los gobiernos nacionales estarán
dominados por el Gran Dinero
(Big Money)”. Y “recordemos la histórica declaración de Kissinger de 1974:
‘La despoblación debería ser la máxima prioridad de la política exterior
de Estados Unidos hacia el Tercer Mundo’. (Memorándum del Consejo de
Seguridad Nacional de 1974)”.
Contraponiéndose a los intelectuales progresistas que creen que la coyuntura trasunta una aplastante
derrota del liberalismo –cuya “legitimación” ha mermado considerablemente, por motivos como su
torpeza en el manejo de la COVID-19–, un punto de inflexión potencial,
la apertura de una nueva etapa para construir el socialismo o restaurar la
socialdemocracia desde el “cerrojo”, el ensayista juzga que el Sistema se ha
consolidado; que, aprovechando el pánico desatado, se dirige a formas políticas
más autoritarias. Pero concluye sus reflexiones con una proposición optimista:
“La oportunidad histórica de confrontar las
estructuras de poder del capitalismo global, incluido el aparato militar de
Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), es
lo que hay que aprovechar a partir de este encierro”.
¿Discutible una que otra de las aseveraciones sobre
la pétrea clausura? Tal vez. Empero,
remarquemos que, aun si se erige está en imprescindible, siquiera por un breve
lapso, en aras de un coto a la trasmisión del SARS-CoV-2, diversos
observadores ponen énfasis precisamente en cuánto se granjearán con ella los
explotadores.
Patricia Lee Wynne (Sputnik) va más allá, al afirmar con todas las letras que,
transcurridos unos 50 años
“de expansión ininterrumpida del comercio
mundial, los viajes y la interconexión, la pandemia de coronavirus asesta
un durísimo golpe a la globalización”. Hogaño, coincide con Chossudovsky, las
circunstancias difieren sustancialmente.
“El mundo salió –a medias– de la crisis de
2008-2009, la más profunda desde 1929, gracias a la infusión masiva de créditos y subsidios estatales a los
bancos y a la masiva inyección de dólares y euros para sostener el consumo.
Pero lo fundamental fue el crecimiento de China, que se convirtió en la locomotora
del planeta y se hizo cargo del 40% del crecimiento mundial en esta última
década”.
¿Estaría ahora el gigante asiático en condiciones
de reeditar su hazaña tras una rápida recuperación, contenida la galopante infección?
Indiscutiblemente, ese modelo se agotó. Por primera ocasión desde los setenta
del siglo pasado, la economía del “dragón”
decreció en el primer trimestre de 2020, y para el año en curso se augura
un incremento de apenas el uno o el dos por ciento.
“Esto implicará que su clase media
consumirá menos, que el país exportará menos porque caerá el comercio mundial,
y por lo tanto el país comprará menos hierro, soja, carne, cobre, litio. [Lo
cual, por ejemplo] golpeará de lleno a Latinoamérica, en especial a los países
que tienen a China como su principal cliente
comercial, como Brasil, Perú o Chile”.
A estas alturas, la entendida se pregunta: ¿nos
encaminamos a un capitalismo más humano, como hay quienes afirman? No, se
contesta, millones de negocios quebrarán, cientos de millones de personas
quedarán sin empleo, los salarios se despeñarán, se dispararán la concentración
monopólica, la miseria y la iniquidad. “Según la OIT,
la mitad de la fuerza laboral del mundo verá
destruido su modo de vida, es decir, 1.600 millones de
personas”. Por si no bastara, “los planes de salvataje son en su
mayoría para salvar los bancos, las compañías de aviación y grandes empresas”.
En ese paisaje, más que agreste, salvaje, se
precisa, por elemental y racional mandato histórico, que nos organicemos y luchemos. La violenta
crisis, solo comparable con la Gran Depresión de los años treinta del pasado
siglo, propicia las condiciones objetivas para la
revolución. Restaría la plenitud de las subjetivas. Breguemos, pues.
*****
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