AUN TENEMOS ESPERANZA, EN LA FUERZA SOCIAL Y CULTURAL DEL PUEBLO
PERUANO. No sabemos. Queda el consuelo
de repetir una frase de buena fe y buena voluntad: lo
único que no podemos perder es la esperanza.
La ilusión mayor pasa por sobrevivir
hasta que llegue la vacuna milagrosa y salvadora. Británicos, chinos,
rusos y norteamericanos, tienen en preparación las suyas. Tal vez en enero
esté disponible una de ellas. No sabemos cuánto costarán, cuándo
podrán llegar a cada país, y si será posible que nadie quede sin su vacuna.
Si
la batalla por derrotar al coronavirus parece perdida en Perú, queda otro
consuelo: que lleguemos a la fase del “rebaño”,
metáfora que describe la posibilidad de llegar a un punto en el que
aproximadamente el 70% de la población
del país haya sido contagiado y a partir de ahí comience el tan esperado
descenso de la curva- flecha que desde julio apunta en línea
vertical al apu Huascarán, el nevado
más alto de Perú. En otras palabras, que el virus detenga su marcha
solo, se agote, no dé más. Si así fuera, el costo sería
altísimo, tanto en cifras de fallecidos como de enfermos
sobrevivientes con graves secuelas, y de una catástrofe nunca antes
vista en la economía peruana. Según el Instituto Nacional de
Estadística e Informática, INEI, hasta hoy, 6’700,000 personas habrían perdido sus empleos –alrededor de un tercio de nuestra población económicamente
activa–, y la mitad de la población
habría perdido el 50% de sus ingresos.
Tal vez sea posible aún recurrir a cercos localizados del virus en
los barrios más infectados siempre y
cuando las pruebas moleculares desplacen a las llamadas pruebas rápidas.
Ojalá sea posible que el equipo de la Universidad Cayetano Heredia
consiga los fondos que necesita para producir una prueba molecular de bajo
costo que tanta falta hace para el éxito de esos cercos localizados
en sectores de mayor contagio en los barrios. La
última esperanza es cuidarnos. Que cada una y uno no bajemos
la guardia, con nuestras mascarillas, caretas, la prudente distancia de uno o
dos metros y el lavado constante de manos. Aprendamos a exigir que
los otros tengan los mismos cuidados que nosotros, por su propio
bien. No pidamos perdón ni disculpas por ejercer este derecho. En la
prehistoria de la democracia
peruana sigue vigente el hábito de no criticar,
y de quedarse en silencio frente al abuso que ocurre en nuestras narices.
/////
Este es el Perú Informal, el Perú NO legal, el Perú del 75% de la Población peruana, hasta antes de la pandemia del Covid-19. Ahora - agosto - el desastre es de mayor alcance y profundidad. Pero sigue la fantasía y el delirio de la derecha de "regresar a mejores tiempos".
***
PERÚ. PANDEMIA: LA ENORME DISTANCIA QUE
SEPARA AL GOBIERNO DEL PUEBLO.
*****
Rodrigo Montoya Rojas.
América Latina en Movimiento.
ALAI viernes 20 de agosto del 2020.
El
gráfico que muestra la evolución de promedios diarios de casos confirmados de
contagio del corona-virus en Perú hasta ayer, 18 de agosto, publicado por la
Universidad John Hopkins de Estados Unidos, muestra una línea
ascendente casi vertical suficientemente clara. Luego de una pequeña
meseta en julio el rebrote es muy fuerte. Con la información disponible en Perú
para ayer, el promedio móvil de contagios diarios subió a 7,828, (hace unos
días había pasado los 10,000) y el número oficial de fallecidos bajó a 177; se
mantiene la tendencia de aumento del número de contagios (549, 321) y de la
cifra oficial de fallecidos (26,658). Se calcula que el número total de
fallecidos sería de alrededor de 50,000 en espera de los “sinceramientos”
por venir. Cinco meses después del aterrizaje del COVID-19 en nuestro suelo, el
gobierno parece haber perdido el horizonte para detener a la pandemia porque su
estrategia de una larga y total cuarentena sirvió para muy poco, y nada hace
suponer que su última opción por una cuarentena dominical en agosto pueda ser
tan útil como supone. El virus va por donde lo llevan y reciben, contagia,
enferma y mata. Ya no sería posible un nuevo cerco epidemiológico y, tal
vez, apelar a cercos por barrios dentro de los distritos de Lima sea una de las
últimas opciones. Especialistas diversos en epidemiología, así como matemáticos
calculistas y expertos en proyecciones estadísticas, coinciden en decir que la
situación se agrava y si el ritmo de contagios sigue subiendo como hasta ahora,
a fines de octubre Perú bordearía el millón de contagiados. Supongo que, por
prudencia, no se atreven a adelantar una cifra probable de fallecidos. Entre
tanto, el colapso hospitalario es visible y el horizonte parece sombrío.
En
este artículo, examino brevemente cuatro puntos: el
regreso a la cuarentena de un gobierno que parece haber perdido el horizonte,
planteo y trato de responder la pregunta ¿cómo nos sentimos y vivimos las
peruanas y peruanos estas tres semanas que nos separan del discurso de
despedida del presidente?, la enorme distancia que existe entre el
gobierno y el pueblo y, finalmente, pregunto por dónde pasa la
esperanza.
Uno. Regreso a la cuarentena. Gobierno sin
horizonte
Antes
del discurso presidencial de 28 de julio, los ministros de Defensa y del
Interior anunciaron el fin de la cuarentena. Se produjo entonces una salida
masiva a las calles de millares de personas sin trabajo, sin ingresos, con
hambre y angustia para salir del encierro; reaparecieron millares de
ambulantes, recibidos por policías y soldados con palos y bombas lacrimógenas,
porque nadie les había dado permiso para atreverse a hacer lo que hicieron:
tratar de vender algo para poder comer. Volvió la histórica y limeña lucha
de todos los días por subir a buses, micros y colectivos, sin mascarillas, ni
prudentes distancias. Luego, los dueños de restaurantes tuvieron la
posibilidad de vender comida para llevar y ofrecerla a quienes la pidan desde
casa, gracias a ese ejército de veloces motociclistas, “los delivery”,
que se consolidan como nuevos actores del paisaje urbano. Parecía que el pasado
volvía con todos los autos, buses, camiones y micros en las calles, y con las
gaviotas de regreso a sus playas lejanas, en esa especie de exilio permanente
en el que viven desde que los homos sapiens van ocupando gran parte de la Costa.
Por su parte, la corrupción estructural del país
continuó y se multiplica, hasta ahora impunemente, acompañada por ladrones de
todo tamaño y calibre a las calles de Lima y por los violadores y asaltantes de
mujeres. Luego del largo encierro, miles de familias pudieron reunirse y
celebrar; algunos hasta con fuegos artificiales. Los contagios reaparecieron
sin medida ni clemencia; los hospitales y clínicas están llenos; el temido
colapso del sistema de salud parece haber llegado ya. Por esa vía, el número de
fallecidos se multiplica y nadie tiene en este momento la menor idea de cuándo
se detendrá. El gobierno se vio obligado a tocar la misma puerta por segunda
vez: una cuarentena total de los domingos en Lima y una cuarentena total en
varias de las regiones y provincias del Centro y del Sur. El nuevo golpe es
durísimo para millares de personas que trataron de reabrir sus restaurantes,
sus empresas de transporte y de turismo.
La
caída del primer ministro Pedro Cateriano en medio de la pandemia en su punto
más alto, trajo una renovación en el gobierno con una novedad
suficientemente visible desde el comienzo: las fuerzas armadas asumen una responsabilidad
mayor de cogobierno. Son generales retirados del ejército quienes ocupan
los puestos de primer ministro y de ministro de defensa y un general de la
aviación quien asume la cartera del interior. Me parece que estos cambios
son más importantes de lo que podría suponerse porque se produjeron como una
respuesta del Ejecutivo al Congreso que censuró al gabinete Cateriano.
Es verdad que se trata de generales en retiro, pero ellos asumen el control
político del país en tiempos de pandemia probablemente hasta julio del
2021, cuando el presidente Vizcarra termine su mandato. Los analistas
políticos, tertulianos del pensamiento único del capítulo económico de la
Constitución, prestaron más atención al acercamiento entre el ejecutivo y el
congreso para “limar sus asperezas”, y no dijeron palabra alguna sobre
este mayor peso militar en el gabinete. Es cierto que el presidente Vizcarra no tiene un grupo parlamentario elegido para
apoyarlo, pero con el olfato político que posee para defenderse, envió un
breve mensaje a la mayoría del congreso: “cuidado,
me apoyan los militares, veamos si son capaces de censurar a los ministros de
educación y economía”. Los
congresistas cambiaron sus votos en 3 o 4 días, aprobaron con 115 de 130
votos al nuevo primer ministro general Walter Martos, interpelaron al ministro
de educación y nadie presento un voto de censura contra él, luego de haber
anunciado que lo censurarían por haber apoyado el cierre de numerosas
universidades privadas, de esas universidad-chacra privada algunos de cuyos
dueños son congresistas. Lo mismo podría ocurrir con la ministra de economía;
le harán muchas preguntas, lo más probable es que no será censurada. Seguimos
con la tragedia peruana de elegir a un congreso que es cada vez peor que los
anteriores.
Es el Perú de los "mil oficios" y las "mil chambas".
***
Los
militares representan la opción de la mano dura, que cerca de cinco siglos
después, sigue siendo una eficaz receta para eso de vigilar y
castigar. Estamos ya advertidos: quienes violen el toque de queda en la
cuarentena serán multados, si no pagan las multan se les declarará en estado de
“muerte civil”; es
decir, se les requisará el DNI y no podrán
celebrar contrato alguno, ni cobrar un cheque, por ejemplo.
La
nueva cuarentena es considerada por los especialistas en epidemias y pandemias
como un nuevo error del gobierno. En cinco meses, el
gobierno no hizo prácticamente nada por reforzar la atención médica preventiva
en postas y servicios de salud y centró toda su atención en la respuesta únicamente
hospitalaria: más camas, más unidades de cuidados intensivos, más
respiradores mecánicos. Ahora, podríamos haber llegado a la estación del
colapso. No hay en Lima y en otras ciudades camas disponibles, ni ucis, ni
respiradores; alrededor de un tercio del personal médico y para médico que es
retirado de los servicios por el contagio, por su muerte y por su
vulnerabilidad después de 65 años de edad, no es reemplazado por falta de
profesionales de recambio. La falta de oxígeno sigue siendo una causal muy
importante de muerte. El sistema de salud no da
para más, nos toca sufrir las
consecuencias de la brutal política neoliberal de
querer reducir el estado a su más mínima expresión y
dejar a la salud pública con uno de los
presupuestos más bajos del continente.
Se
le reprocha al gobierno no ofrecer la información suficiente sobre cada uno de
los componentes importantes de la pandemia. Desde hace un par
de meses, la prensa extranjera comenzó a informar más sobre la diferencia
entre el número oficial de fallecidos por el COVID-19 y el número total de fallecidos
en el país, por ese virus y por otras enfermedades. La respuesta oficial inicial
fue su silencio sepulcral. Ni el presidente,
ni ninguno de sus funcionarios tuvieron el coraje de tomar el toro por las
pastas y explicar por qué las cifras no son las mismas. Hasta que el
gobierno no pudo más, aceptó la creciente diferencia y prometió “sincerar”
las cifras. Si se acepta sincerar las cifras, quiere decir que reconoce
haberlas ocultado. Es una especie de tardía confesión para detener la
avalancha de críticas. Por ese camino, la operación de sincerar las cifras
continuará. En dos oportunidades que registran ese sinceramiento, el número de
fallecidos subió en alrededor de siete mil.
Dos. ¿Cómo nos sentimos y vivimos las peruanas y
peruanos estas tres semanas que nos separan del discurso de despedida del
presidente?
La
respuesta depende de qué peruanos somos porque son muchos los Perúes y las Limas,
tanto en economía como en culturas y lenguas,
por ejemplo; del mismo modo que son muchos y diversos los
problemas importantes del país. Para intentar responder a la pregunta
estoy obligado a seguir un camino distinto al clásico que sobre los problemas
del país se tiene en la clase política y también en parte del mundo académico.
No me referiré principalmente al tercio
superior de los ingresos en el país, sino a los problemas
de los dos tercios de abajo. Con la pandemia,
una parte de la clase media descendió a la
llamada clase baja; en otras palabras, aumentó
el número de pobres en una proporción seguramente considerable. Con su orfandad teórica, los expertos en pobreza que sitúan a las clases sociales como
estamentos estadísticos de ingresos que se miden en soles, han
quedado en silencio. Su sueño de ver al Perú como parte de la OCDE quedó postergado, quien sabe para cuántos años más. (Era la estafa más
grande de todo el grupo de mafiosos que gobernaron el Perú en los últimos
tiempos)
Esta es la Educación, que hoy está aprobada por el Estado. Niños de una Comunidad del Perú profundo, que deben subir a los cerros donde si tienen suerte logran captar la señal de una Radio.
***
Por
lo menos el 60% de la población peruana vive
desde el 15 de marzo último dos problemas graves, que
en orden de aparición son la pérdida de sus empleos en
mil oficios del día a día, la pérdida de sus salarios
y puestos de trabajo en pequeñas y medianas empresas y luego, el grave
peligro de infectarse con el virus y morir por falta de oxígeno y atención médica. Desde el principio, el
gobierno trató de contener el virus y decretó la cuarentena, la emergencia
nacional y el toque de queda con los que obligó a quedarse en casa a
quienes no tenían trabajo ni viviendas donde vivir mínimamente
protegidos. Los funcionarios no previeron las consecuencias dramáticas
de esa cuarentena entre los pobres de todas las
ciudades y del campo y solo dos meses
después acordaron ofrecer varios tipos de bonos de 760 soles previstos
como ayuda para un mes. Antes, acordó una ayuda de 60,000 millones para
las empresas. Cerca de 700 mil
familias, de las primeras 6’200 mil no
han cobrado aun el primer bono y el gobierno acaba de prometer un nuevo
bono de 760.00 para un total de 8’200,000 familias
que serían entregados entre los meses de agosto y octubre. ¿Virus o hambre? La
propuesta del gobierno condujo al hambre
para controlar el virus y los pobres prefirieron
huir del hambre antes que aceptar
resignadamente quedarse en casa. Repito algo que ya dije en uno de mis
artículos anteriores: ¿Para qué sirven 7 o 5 soles por cada familia por
día en cuatro o cinco meses de cuarentena?
Sentimos
un enorme dolor por perder a decenas de millares de hermanas y hermanos en Perú,
por quedarnos sin empleo ni ingresos. Nos angustian los encierros, el temor de ser contagiados, saber
que podríamos no tener la suerte de ser recibidos en los hospitales,
saber poco o nada del virus, no tener una luz en el horizonte.
Tres. Enorme distancia entre el gobierno y el
pueblo. Representación ficticia e indiferencia
Hay
entre el gobierno (los gobiernos) y la sociedad peruana una distancia
extraordinaria. El pueblo elige, el presidente
elegido gobierna, los congresistas se representan a ellos y ellas
mismas. No existe instancia alguna para que el pueblo les exija cuentas.
Cada 28 de julio el presidente informa a los representantes del pueblo, no al pueblo mismo, sus cifras sobre obras,
promesas de futuros gastos y, sobre todo, el apoyo que ofrece a las empresas que son “el motor de la economía”. El
pueblo no tiene derecho a exigir
nada, para eso están sus representantes. Esta
es la ficción de la democracia peruana reducida a elegir, elegir,
elegir y nada más. Queda un consuelo conmovedor que es también solo
electoral: “elector, consumidor-usuario, no
vuelvas a elegir a malos gobernantes y pésimos congresistas, luego vendrán
otros, iguales o peores, tal vez mejores”. Luego, se cierra el círculo
para volverse a repetirse. Habrán notado ustedes, lectoras y lectores, que
al hablar de los votantes no los llamé ciudadanos.
El ideal de la ciudadanía brotó del gran
movimiento filosófico llamado La Ilustración y de la revolución francesa como
una necesidad para que la República en países como Inglaterra y
Francia, principalmente, creasen un nuevo modo de vida política dejando
en el pasado el antiguo régimen de señores feudales, reyes y príncipes,
con sus esclavos y siervos. Luego de cortarles las cabezas a muchos de
ellos con una guillotina, comenzó a construirse esa ciudadanía
que es una de las grandes virtudes de los países europeos.
Somos muy pocos los ciudadanos en Perú,
capaces de defender los derechos y deberes de todas las culturas y pueblos, de
todos los nacidos en nuestro suelo-patria, de todos los colores
biológicos y políticos. Nuestra república en
199 años no produjo ciudadanos y a los pocos ciudadanos
que brotamos y existimos por cuenta propia nos hace falta una república.
Después de 199 años, la promesa de la
república, saludada por el historiador Basadre
sigue siendo incumplida. Está fresca la disposición gubernamental de cerrar
el tablero del centro de Lima para que nadie del pueblo se atreva a
entrar. Soldados y policías inundan las calles. La fiesta del 28 de julio es
solo oficial, religiosa –únicamente católica–, de 130
congresistas que viven la ilusión de representar al pueblo, y claro,
militar, aunque este año no pudieron lucirse en su parada del 29 de
julio, por eso de la pandemia.
Hubiera
sido extraordinario que el presidente se dirija
al pueblo a través de sus segmentos, comenzando por los pueblos quechua, aymara,
amazónico, afrodescendiente, y por los descendientes de los pueblos costeños moche, chimú, Tallán; que a
renglón seguido, se dirija a los migrantes de esos pueblos en las ciudades
reunidos en asociaciones y en organizaciones urbanas de vecinos en lo
que se llama aun pueblos jóvenes, a los
obreros, maestros, artistas de la música, del
canto, del teatro, de la danza de tijeras y todas las danzas, comerciantes,
costureras, profesionales diversos, cocineras y cocineros, madres solteras,
carretilleros de comidas, cebiches, anticuchos y dulces; de los
taxistas y choferes de buses y microbuses; de los pintores mal
llamados de brocha gorda, albañiles y peones, gasfiteros, llaveros, jardineros,
guachimanes, peluqueros y peluqueras, de los hermanos venezolanos y
una lista mayor de mil oficios. Todas ellas y ellos son personas, sin ellos la
categoría pueblo carecería de sentido. No son solo cifras de votantes
o de cuadros estadísticos sobre la pobreza.
Pobreza Urbana.
Los Pueblos Jóvenes y/o barrios marginales y/o asentamientos humanos. LA POBREZA EXTREMA.
Esperábamos
que el presidente de la República en su discurso de despedida,
abordara el problema de la pandemia y
ofreciese por lo menos las líneas gruesas de su propuesta frente a ella.
Pidió un minuto de silencio por todos los fallecidos, gesto
correcto y saludado, pero no dijo una palabra más sobre el dolor y
el miedo en el país, ni les pidió perdón por no tomarlos en cuenta,
por olvidarlos, por dejarlos sin trabajo y sin qué comer,
por acordarse tarde de ellos y ellas con unos bonos de 760. Hasta
cuándo tendremos que soportar a los políticos
deshumanizados por la ceguera
afectiva en sus vidas, formación profesional, machismo y otras razones más.
Hasta hoy solo nos ofrecen una imagen lamentable de la política.
En
su discurso, el presidente Martin Vizcarra se mostró plenamente como ingeniero, prefirió hablar de los proyectos
para construir hospitales, carreteras, metros, viviendas, anunciando grandes
cifras para financiarlos con miles y miles de millones de soles que
suman algo más de 120 mil millones de soles. Al oírlo atentamente,
pensaba yo en la suerte de este ingeniero constructor para llegar
a ser presidente de la república y disponer de un tesoro público rico en
reservas disponibles para estos nuevos grandes gastos, cuyo anticipo fue la
Villa olímpica en Villa el Salvador para los juegos panamericanos.
Con todo ese fondo de dinero disponible los últimos
5 presidentes podrían haber invertido
en obras para los sectores de salud y educación,
pero prefirieron gastar poco, invertir menos y guardar las reservas
ganando intereses, sin riesgo alguno.
Un
modo clásico de hacer política en Perú es identificarla con obras y el deseo de
los jefes que esperan perennizar sus egos con nombres y rostros en las placas a las
que solo faltaría agregar su ADN y sus huellas
digitales. Su propuesta
comunicativa se limita a leer un larguísimo e insoportable discurso cada 28
de julio, cargado de cifras y promesas, a las conferencias de prensa
debidamente preparadas y amarradas con preguntas enviadas con anticipación
y escogidas, a declaraciones de prensa al paso, antes o después de un viaje,
y a entrevistas concedidas a periodistas, sobre todo aquéllos del pensamiento único. En
ningún caso el pueblo es interlocutor del
presidente. Él se dirige exclusivamente a los
representantes del pueblo y a los periodistas. Esta opción,
políticamente consciente, impide que el presidente pueda responder a lo que el pueblo
siente o quiere. El pueblo lo sabe muy bien y no tiene el hábito de
oír al presidente, porque se aburre, no entiende los códigos de esa comunicación
y es muy poco lo que podría aprender. Congresistas y periodistas deberían
ser los intermediarios entre el mundo político y el pueblo; pero esa intermediación sirve para muy poco porque los congresistas tienen una lectura política
interesada de la realidad en función de sus intereses individuales, de
grupo y de clase, marcadas profundamente por lo que tienen que hacer o no
para tratar de ser reelegidos. Por su lado, los periodistas tratan igualmente de llevar aguas
diversas a sus molinos. De ambas fuentes, las noticias y los
comentarios terminan en una especie de lo que popularmente se llama “teléfono malogrado”, en
el preciso sentido de deformar los hechos e ideas para que sean
entendidos en función de los intereses de los grupos políticos en juego.
De lo dicho hasta aquí sobre esta estrategia comunicativa desde el poder,
es inevitable una pregunta: ¿cuál es el
lugar atribuido a la democracia en este aparente diálogo entre el presidente y
el pueblo? Ninguno. La democracia
no cuenta, porque en la república peruana solo sirve para elegir
representantes y para nada más.
Presidente Vizcarra con el paso de los meses se le fue la conducción de la Crisis sanitaria. Nunca quiso decir la verdad, sobre el colapso - antes de la pandemia - del sistema de SALUD, la EDUCACIÓN, de la Pobreza, Hambre, Informalidad, Desempleo, Violencia, - todo concentró en la lucha contra la corrupción - pero más allá estaba presente la más vil, salvaje e inhumana DESIGUALDAD SOCIAL y la falta de políticas públicas en defensa del MEDIO AMBIENTE, destruido por la minería criminal, la Tala Ilegal y otros enemigos de la Madre Naturaleza. Al final de los 150 días de CUARENTENA explosionaron social y económicamente
***
Cuatro. ¿Por dónde pasa la esperanza?
No
sabemos. Queda el consuelo de repetir una frase de buena fe y
buena voluntad: lo único que no podemos perder es la
esperanza. La ilusión mayor pasa por sobrevivir hasta que llegue la vacuna milagrosa
y salvadora. Británicos, chinos, rusos y norteamericanos, tienen en preparación
las suyas. Tal vez en enero esté disponible una de ellas. No sabemos
cuánto costarán, cuándo podrán llegar a cada país, y si será
posible que nadie quede sin su vacuna.
Si
la batalla por derrotar al coronavirus parece perdida en Perú, queda otro
consuelo: que lleguemos a la fase del “rebaño”,
metáfora que describe la posibilidad de llegar a un punto en el que
aproximadamente el 70% de la población
del país haya sido contagiado y a partir de ahí comience el tan esperado
descenso de la curva- flecha que desde julio apunta en línea
vertical al apu Huascarán, el nevado
más alto de Perú. En otras palabras, que el virus detenga su marcha
solo, se agote, no dé más. Si así fuera, el costo sería
altísimo, tanto en cifras de fallecidos como de enfermos
sobrevivientes con graves secuelas, y de una catástrofe nunca antes
vista en la economía peruana. Según el Instituto Nacional de
Estadística e Informática, INEI, hasta hoy, 6’700,000 personas habrían perdido sus empleos –alrededor de un tercio de nuestra población económicamente
activa–, y la mitad de la población
habría perdido el 50% de sus ingresos.
Tal
vez sea posible aún recurrir a cercos localizados del virus en los barrios más
infectados siempre y cuando las pruebas moleculares desplacen
a las llamadas pruebas rápidas. Ojalá sea posible que el equipo de la
Universidad Cayetano Heredia consiga los fondos que necesita para producir
una prueba molecular de bajo costo que tanta falta hace para el éxito
de esos cercos localizados en sectores de mayor contagio en los barrios.
La última esperanza es cuidarnos. Que
cada una y uno no bajemos la guardia, con nuestras mascarillas, caretas,
la prudente distancia de uno o dos metros y el lavado constante de manos.
Aprendamos a exigir que los otros tengan los mismos cuidados que
nosotros, por su propio bien. No pidamos perdón ni disculpas por ejercer
este derecho. En
la prehistoria de la democracia
peruana sigue vigente el hábito de no criticar,
y de quedarse en silencio frente al abuso que ocurre en nuestras narices.
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