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"El informe más reciente de la DEA señala que el consumo de
cocaína en Estados Unidos se mantiene constante y que «las muertes por
intoxicación de drogas relacionadas con la cocaína han aumentado cada año desde
2013». La política antidroga de Estados Unidos se
centra en la aplicación de la ley,
con el único objetivo de reducir la
disponibilidad nacional de cocaína. Washington gastará el 45%
de su presupuesto para las drogas en la aplicación de la ley,
el 49% en el tratamiento de personas
drogadictas y un
mero 6% en la prevención. La falta de énfasis en la prevención es
reveladora. En lugar de abordar la
crisis de las drogas como un problema del
lado de la demanda, EE.UU. y otros gobiernos
occidentales pretenden que es un problema del lado de la oferta que puede
ser tratado mediante el uso de la fuerza
militar contra pequeños traficantes de drogas y campesinos que cultivan la planta de coca. El mensaje de Petro desde el corazón en las
Naciones Unidas intentó llamar la atención sobre las causas fundamentales de la
crisis de las drogas:
"Según el poder
irracional del mundo la culpa no es del mercado que recorta la
existencia, la culpa es de la selva y de quienes
la habitan. Las cuentas
bancarias se han vuelto ilimitadas, los dineros
guardados de los más poderosos de la tierra ya no podrán siquiera
gastarse en el tiempo de los siglos. La tristeza de la existencia que produce esa
artificial convocatoria a la competencia, la llenan con ruido y con drogas. La adicción al dinero y al tener
tiene otra cara:
la adicción a las drogas en las
personas que pierden la competencia, en
los perdedores de la carrera artificial en que han transformado a la humanidad. La enfermedad de la soledad no se curará
con el glifosato sobre las selvas. No es la selva la culpable. La culpable es
su sociedad educada en el consumo sin fin, en la confusión estúpida entre
consumo y felicidad que permite, eso sí, que los
bolsillos del poder se llenen de dinero.
"La Guerra contra
las drogas, dijo Petro, es una guerra contra el campesinado
colombiano y una guerra contra las personas pobres y precarias de los países occidentales.
No necesitamos esta guerra, dijo; en su
lugar, tenemos que luchar por
construir una
sociedad pacífica que no le quite el sentido a las personas que son
tratadas como un excedente para la lógica de la
sociedad.
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DESDE
LATINOAMÉRICA HERIDA SE PIDE PONER FIN A LA IRRACIONAL GUERRA CONTRA LAS
DROGAS.
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Por Vijay Prashad | 05/10/2022 | América Latina y Caribe
Rebelión miércoles 5 de octubre del
2022.
Fuentes: Instituto Tricontinental de Investigación Social
[Imagen: Óscar Muñoz (Colombia), Línea del destino, 2006]
Cada
año, en las últimas semanas de septiembre, las y
los líderes mundiales se reúnen en Nueva York para
hablar en el podio de la Asamblea General de las
Naciones Unidas. Los discursos suelen ser
previsibles con mucha antelación, ya sean declaraciones cansinas sobre valores
que no se ponen en práctica o voces beligerantes que amenazan con la guerra en
una institución construida para evitarla.
Sin embargo,
de vez en cuando, un discurso brilla,
una voz emana de la cámara y resuena en
todo el mundo por su claridad y sinceridad. Este año, esa voz pertenece al recién asumido presidente
de Colombia,
Gustavo Petro, cuyas breves palabras
destilaron con precisión poética los
problemas de nuestro mundo y la seguidilla de crisis del malestar
social, la adicción al dinero y al poder, la catástrofe climática
y la destrucción del medio ambiente.
“Es hora de la paz”, dijo el presidente Petro. “Estamos en guerra, también, con el planeta. Sin paz con el planeta, no habrá paz entre las naciones. Sin justicia social, no hay paz social”.
Heriberto
Cogollo (Colombia), Carnaval Los Cabildos de Cartagena, 1999.
***
Colombia ha
sido presa de la violencia desde que se independizó de España en 1810. Esta
violencia proviene de las élites colombianas,
cuyo insaciable deseo de riqueza ha
supuesto el empobrecimiento absoluto
del pueblo y el fracaso del país
en el desarrollo de algo que se parezca al liberalismo. Décadas de
acción política para construir la confianza de las masas en
Colombia culminaron
en un ciclo de
protestas a partir de 2019 que llevó
a la victoria electoral de Petro. El
nuevo gobierno de centroizquierda se ha
comprometido a construir instituciones
socialdemócratas y a desterrar la cultura de la violencia en
el país. Aunque el ejército colombiano,
al igual que las fuerzas armadas de
todo el mundo, se prepara para la
guerra, el presidente Petro les dijo en agosto de 2022 que ahora deben “prepararse para la
paz” y deben convertirse en “un ejército de
paz”.
Cuando se piensa en la violencia en un país como Colombia, existe la tentación de centrarse en las drogas, la cocaína en particular. A menudo se sugiere que la violencia es una consecuencia del tráfico ilícito de cocaína. Pero esta es una evaluación ahistórica. Colombia experimentó un terrible derramamiento de sangre mucho antes de que la cocaína altamente procesada se hiciera cada vez más popular a partir de la década de 1960. La élite del país ha utilizado la fuerza asesina para impedir cualquier atenuación de su poder, incluido el asesinato en 1948 de Jorge Gaitán, antiguo alcalde de la capital, Bogotá, que dio lugar a un periodo conocido como La Violencia. Políticos liberales y militantes comunistas se enfrentaron al acero del ejército y la policía colombianos en nombre de este bloque de poder de granito respaldado por Estados Unidos, que ha utilizado a Colombia para extender su poder en Sudamérica. Se utilizaron hojas de higuera de diversos tipos para encubrir las ambiciones de la élite colombiana y sus benefactores en Washington. En la década de 1990, una de esas tapaderas fue la Guerra contra las drogas.
Según todos los indicios —ya sea de
la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga
y el Delito o
de la Administración de Control de Drogas (DEA) del gobierno estadounidense—
los mayores consumidores de narcóticos ilegales (cannabis, opioides
y cocaína) se encuentran en Norteamérica
y Europa Occidental. Un reciente estudio de la ONU
muestra que
“el consumo de cocaína en
Estados Unidos ha fluctuado y aumentado después de 2013, observándose una
tendencia más estable en 2019”.
La estrategia de la Guerra contra las
drogas, iniciada por Estados
Unidos y los países occidentales, ha tenido un doble enfoque de la crisis de las drogas: en primer lugar, criminalizar a
los minoristas de los países occidentales y, en segundo lugar, ir a la guerra
contra los campesinos que producen la
materia prima de estas drogas en países como Colombia.
En Estados Unidos, por ejemplo, casi dos millones de
personas -desproporcionadamente negras y latinas- están atrapadas en el complejo industrial penitenciario, y 400.000 de ellas están encarceladas
o en libertad condicional por delitos de drogas
no violentos (en su mayoría como pequeños traficantes en
un imperio de la droga enormemente
rentable). El colapso de las
oportunidades de empleo para los jóvenes en
las zonas de clase trabajadora y el
atractivo de los salarios de la economía de la droga siguen atrayendo a los empleados
de bajo nivel de la cadena mundial
de mercancías de la droga, a pesar de los peligros de esta profesión.
La Guerra contra
las drogas ha tenido un impacto insignificante en esta cadena,
por lo que muchos países han comenzado
a despenalizar la posesión y
el consumo de
drogas (especialmente el cannabis).
La obstinación de la élite colombiana —respaldada por el gobierno de Estados Unidos— para impedir que se abriera cualquier
espacio democrático en el país llevó a la izquierda a tomar la lucha armada en 1964 y luego a volver a las armas cuando la élite
cerró la promesa de la vía democrática en
la década de 1990. En nombre
de la guerra contra la izquierda armada, así como de la Guerra contra las
drogas, el ejército y la
policía colombianos han aplastado cualquier disidencia en el país. A pesar
de la evidencia de
los vínculos financieros y políticos
entre la élite colombiana, los
narcoparamilitares y los cárteles de
la droga, el gobierno de Estados
Unidos inició el Plan Colombia en 1999 para canalizar 12.000 millones de dólares a los militares
colombianos con el fin de
profundizar esta guerra (en 2006,
cuando era senador,
Petro reveló el
nexo entre estas fuerzas diabólicas, por
lo que su familia fue amenazada con
violencia).
Como parte de esta guerra, las fuerzas armadas colombianas
lanzaron sobre el campesinado la terrible arma
química glifosato (en 2015, la Organización
Mundial de la Salud dijo que
este producto
químico es “probablemente cancerígeno para los seres humanos” y, en 2017, la Corte Constitucional colombiana dictaminó que
su uso debe ser restringido). En 2020, la Harvard International Review ofreció
la siguiente evaluación:
“En lugar de reducir la producción de cocaína, el Plan Colombia ha hecho que la producción y el transporte de cocaína se desplacen a otras zonas. Además, la militarización de la Guerra contra las drogas ha provocado un aumento de la violencia en el país”. Esto es precisamente lo que el presidente Petro dijo al mundo en las Naciones Unidas.
El informe más reciente de la DEA señala que el consumo de
cocaína en Estados Unidos se mantiene constante y que «las muertes por
intoxicación de drogas relacionadas con la cocaína han aumentado cada año desde
2013». La política antidroga de Estados Unidos se
centra en la aplicación de la ley,
con el único objetivo de reducir la
disponibilidad nacional de cocaína. Washington gastará el 45%
de su presupuesto para las drogas en la aplicación de la ley,
el 49% en el tratamiento de personas
drogadictas y un
mero 6% en la prevención. La falta de énfasis en la prevención es
reveladora. En lugar de abordar la
crisis de las drogas como un problema del
lado de la demanda, EE.UU. y otros gobiernos
occidentales pretenden que es un problema del lado de la oferta que puede
ser tratado mediante el uso de la fuerza
militar contra pequeños traficantes de drogas y campesinos que cultivan la planta de coca. El mensaje de Petro desde el corazón en las
Naciones Unidas intentó llamar la atención sobre las causas fundamentales de la
crisis de las drogas:
Según el poder
irracional del mundo la culpa no es del mercado que recorta la
existencia, la culpa es de la selva y de quienes
la habitan. Las cuentas
bancarias se han vuelto ilimitadas, los dineros
guardados de los más poderosos de la tierra ya no podrán siquiera
gastarse en el tiempo de los siglos. La tristeza de la existencia que produce esa
artificial convocatoria a la competencia, la llenan con ruido y con drogas. La adicción al dinero y al tener
tiene otra cara:
la adicción a las drogas en las
personas que pierden la competencia, en
los perdedores de la carrera artificial en que han transformado a la humanidad. La enfermedad de la soledad no se curará
con el glifosato sobre las selvas. No es la selva la culpable. La culpable es
su sociedad educada en el consumo sin fin, en la confusión estúpida entre
consumo y felicidad que permite, eso sí, que los
bolsillos del poder se llenen de dinero.
La Guerra contra las drogas, dijo Petro, es una guerra contra el campesinado colombiano y una guerra contra las personas pobres y precarias de los países occidentales. No necesitamos esta guerra, dijo; en su lugar, tenemos que luchar por construir una sociedad pacífica que no le quite el sentido a las personas que son tratadas como un excedente para la lógica de la sociedad.
***
En su juventud, Petro formó parte del movimiento guerrillero M-19, una
de las organizaciones que intentó romper
el control que las élites colombianas ejercían sobre la democracia del
país. Una de sus compañeras fue la
poetisa María Mercedes Carranza (1945-2003),
que escribió con crudeza sobre la
violencia ejercida sobre su país en su libro Hola, Soledad (1987), plasmando la
desolación en su poema “La Patria”:
Todo
es ruina en esta casa
están en ruina el abrazo y la música
el destino, cada mañana, la risa son ruina,
las lágrimas, el silencio, los sueños.
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo.
En esta casa todos estamos enterrados vivos.
Carranza se quitó la vida cuando el fuego del infierno arrasó
Colombia.
Un acuerdo de paz en 2016, un ciclo de protestas
a partir de 2019, y ahora la elección de Petro y
Francia Márquez en 2022 han borrado la ceniza de la cara del pueblo colombiano y le han dado la oportunidad de intentar reconstruir su casa. El fin de
la Guerra contra las drogas, es decir, de la guerra contra el campesinado colombiano, no hará más
que hacer avanzar la frágil lucha de Colombia hacia la
paz y la democracia.
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