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“Es ahora,
cuando asoman las costuras de un
entramado demasiado frágil para tanta gente, y la
ultrarriqueza deviene ofensiva ante nuestras urgencias
económicas, cuando un compromiso político y de justicia
social como es garantizar lo mínimo a todas y todos, cobra
particularmente sentido. Tener lo básico para poder pensar en cómo organizamos la escasez. Disponer de lo suficiente, y que otros no tengan demasiado.
Garantizar un mínimo imprescindible para que no
nos veamos arrastrados a competir por migajas. Rebajar,
en definitiva, el odio hacia los ricos, no
haciendo un ejercicio de autocontención y buen rollo, si no quitándonos razones
para odiarles. Porque nadie quiere comerse a los ricos,
lo que queremos es saber con seguridad que tendremos lo necesario. Quizás, con una renta básica universal se nos
quitarían un poco las ganas de comernos a los ricos.
No solo porque tendríamos asegurada nuestra existencia,
lo cual quieta bastante tensión. Sino también porque repartiendo
la riqueza entre todos, erradicando la pobreza y
recortando la desigualdad, sería mucho más difícil ser asquerosamente rico, lo que es una
buena noticia para todos.
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Los millones de los ricos.
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¿HAY
QUE COMERSE A LOS RICOS?
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Por Sarah Babiker | 24/10/2022 | Economía
Fuente.
Rebelión lunes 24 de octubre del 2022.
Últimamente en las redes
sociales, en
las animadas conversaciones que van de internet
a las sobremesas y de las charlas de amigos a
las tertulias televisivas, noto crecer la rabia, un crepitar inmoderado, una indignación largamente macerada hacia esos grupos de gente que vive desgajada de los límites y de
las intemperies, llevando una existencia injustificable,
insostenible y a todas luces insultante lejos
del democrático miedo a no llegar a fin de mes,
a no tener acceso si quiera a lo imprescindible después de haber peleado tanto.
Es en los tiempos en los que la precariedad se hace más evidente e insoslayable,
cuando el aliento real de la escasez se siente sobre la nuca, ante la caja del supermercado, en la perspectiva de pasar frío en invierno, o no llegar a cubrir las necesidades de los tuyos, cuando se activa con más
lucidez ese desasosiego interno. Sucede cada vez que ves a alguien con mucho dinero y poca vergüenza
pidiendo que se cuide a las rentas más altas,
cuestionando los impuestos, diciendo gilipolleces a miles de años luz de las preocupaciones
del prójimo. En
este marco, cuando los derroches de los otros se
vuelven insoportables, y ya no hay quien tolere
sus pretensiones de salir indemnes de la escasez que afecta a tantas.
Los cubiertos de oro de los ricos.
***
Ese cabreo proletario, el queme de los de abajo, es la gasolina necesaria para que se mueva el motor de la historia hacia un reparto de lo existente más justo, más humano. Es la pócima mágica de Astérix, que debemos ingerir para ser más fuertes que
la mierda neoliberal que se ha extendido por los
discursos y subjetividades para instalarnos la cantinela
de que hay para quien se merece, y quien no tiene es que no se lo gana,
que debemos aspirar a acumular, aislados de los
otros, im preocupados por la miseria que nos rodea.
Es patente que hay ganas de reírse de los ricos, personalizar la venganza en una cara que aparece repetitivamente en las pantallas, en forma de it girl aristocrática, de Cayetana desmesurada, o de pijo militante. Hay mucha risa, mucha guasa con la gente de un rico caricaturesco. Es gratis y reconfortante, como actividad colectiva, encarnizarse con cualquier mindundi intoxicado con su propia abundancia hasta el punto de vivir totalmente desconectado de este mundo. A ratos no conseguimos trascender los crueles señalamientos personales, cuando el problema trasciende lo personal, es estructural y no hay meme que lo desactive.
No sirve de nada comerse a los ricos, pero sí asumir que se tiene derecho a comerse una parte de lo suyo, que hay que comerse lo de los ricos cuando hay gente con hambre, que hay que obligarles a ser menos ricos. ¿Odiamos a los ricos? Lo que odiamos es tener que escuchar cómo justifican sus privilegios con los argumentos más perezosos, que si se suben los impuestos llegará el paro y el averno, que hay que cuidar a los empresarios porque entonces quién levantará el país. No es solo legítimo, sino de ser sentido común, odiar a quien hace apología del egoísmo como si eso fuera lucidez, odiar a quienes se benefician del empobrecimiento ajeno. ¿Cómo no nos van a dar ganas de comernos a los ricos?
El privilegio de los ricos.
Quizás podríamos aprovechar la mala leche política que nos asalta para invalidar la broma esta de tener que aguantar que nos
pontifique gente apestosa de riqueza mientras
alrededor, en la calle, en todas partes, vemos tantos náufragos.
Que nuestras ganas de comer ricos no sean
caprichosas y coyunturales, sino que sirvan para alimentar
cambios estructurales que se basen en hacerles decrecer para que nos
alejemos todos de la intemperie.
Es ahora, cuando asoman las costuras de un entramado demasiado frágil para tanta
gente, y la ultrarriqueza deviene ofensiva ante
nuestras urgencias económicas, cuando un
compromiso político y de justicia social como es
garantizar lo mínimo a todas y todos, cobra particularmente sentido. Tener lo
básico para poder pensar en cómo organizamos la escasez.
Disponer de lo suficiente, y que otros no tengan
demasiado. Garantizar un mínimo imprescindible para
que no nos veamos arrastrados a competir por migajas.
Rebajar, en definitiva, el odio hacia los ricos,
no haciendo un ejercicio de autocontención y buen rollo, si no quitándonos
razones para odiarles. Porque nadie quiere comerse a
los ricos, lo que queremos es saber con seguridad que tendremos lo
necesario.
Quizás, con una renta básica
universal se
nos quitarían un poco las ganas de comernos a los ricos.
No solo porque tendríamos asegurada nuestra existencia,
lo cual quieta bastante tensión. Sino también porque repartiendo
la riqueza entre todos, erradicando la pobreza y
recortando la desigualdad, sería mucho más difícil ser asquerosamente rico, lo que es una
buena noticia para todos.
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