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“Tiene razón la cancillería
bolivariana cuando calificó al veto como “un gesto
hostil, que se suma a la política criminal de sanciones que han sido impuestas
a un pueblo valiente y revolucionario”. Decir que “se suma”, en un cuidado
lenguaje diplomático, equivale a decir que Brasil actuó como un diligente peón
de Washington, convalidando las más de 900 medidas coercitivas unilaterales que
afectan a ese país hermano y haciendo gala de una penosa falta de
solidaridad. ¿No se enteró Lula que, durante la pandemia, durante el gobierno del impresentable Jair Bolsonaro, la gente
moría en los hospitales de Manaos por falta de oxígeno y el presidente Nicolás
Maduro ordenó el envío de 107 médicos y seis cisternas con un total de
136.000 litros de oxígeno para atender la dramática situación de los hospitales
de esa ciudad? ¿Es este el pago de Brasil ante aquel gesto
solidario? Veto lamentable e
imperdonable. El presidente Lula tendrá una ardua labor por delante si quiere que
su país recupere su credibilidad y
su gravitación, no sólo en el orden regional latinoamericano y caribeño,
sino también ante los principales socios
del BRICS+, fundamentalmente China, Rusia y la India. Seguramente no habrá
de pasar mucho tiempo antes de que
ese fatídico veto sea revertido, y
el presidente
brasileño tenga que soportar un amargo desaire.
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BRASIL:
UN VETO SUICIDA.
*****
Por
Atilio A. Boron.
Fuente.
Página/ 12 martes 29 de octubre del 2024.
El
imperdonable veto del gobierno brasileño al ingreso de Venezuela al BRICS+ no
constituye sorpresa alguna. Hay raíces muy profundas que enfrentan los
proyectos regionales e internacionales de Itamaraty y los del gobierno bolivariano. Este
conflicto, latente a veces, manifiesto en otras, se produjo con independencia
de lo que Lula pensara durante sus primeros ocho años de
gobierno. Luego de muchas fricciones diplomáticas lo cierto es que las
relaciones entre Brasilia y Caracas recién se normalizarían después de la derrota
del ALCA en noviembre del 2005.
Pero los resquemores entre
ambos gobiernos, y muy especialmente de sus respectivas cancillerías, eran como
esas brasas cubiertas de ceniza,
aparentemente apagadas, pero que
bastaba una brisa para revivir al fuego.
Y el viento sopló con fuerza en las estepas
de Kazan.
Para los diplomáticos del subimperialismo brasileño -apelo a esta caracterización de Ruy Mauro Marinii (1)- la postura internacional de Chávez, su incansable hiperactivismo y el tono fuertemente antiimperialista de su discurso y de su práctica concreta (como la creación de Petrocaribe, por ejemplo), provocaron desde el mismo principio una mal disimulada repulsa en los cuadros dirigentes de Itamaraty.
Hay que tener en cuenta que, a diferencia de la gran
mayoría de los países, la “autonomía
relativa” que goza la cancillería
dentro del aparato estatal brasileño
hace que sus definiciones y propuestas en no pocas ocasiones prevalezcan por
encima de las que pudiera adoptar el presidente
de turno, especialmente cuando éste es un civil. Esa poderosa burocracia subimperial rige su conducta por un axioma: la coincidencia, el acompañamiento
(o por lo menos la no confrontación) con la política exterior de Estados Unidos.
El objetivo de ese tácito
alineamiento con Washington es preservar la estabilidad del orden
neocolonial en Sudamérica y, en la medida en que sea posible, evitar el surgimiento de gobiernos antiimperialistas o, cuando
ello sea imposible, actuar como factor de moderación.
En retribución la Casa Blanca otorga
su bendición al liderazgo de Brasil en la región y hasta le abre las puertas
para ubicar a sus representantes en
ciertas áreas del entramado
institucional de posguerra, como la Organización
Mundial del Comercio, por ejemplo.
Fue por esto que el creciente protagonismo internacional de Hugo Chávez sometió al pacto sellado entre Brasilia y Washington a fuertes tensiones. Durante buena parte del primer mandato de Lula (2003-2007) las colisiones entre Caracas y Brasilia fueron inocultables. La administración republicana solicitó una y otra vez que Brasilia intercediera para apaciguar las aguas que estaba revolviendo el líder bolivariano, y que poco después adquiriría renovados bríos con el avance del primer ciclo progresista y las elecciones que catapultaron a la presidencia a figuras como Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Fernández, Fernando Lugo, Tabaré Vázquez y “Mel” Zelaya y posteriormente con la creación de la UNASUR (2) Washington llegó tan lejos en sus empeños para lograr que Lula “calmase” a Chávez como para enviar a Condoleezza Rice a Brasil para que aquél intercediese ante el líder bolivariano para que Caracas no desahuciara el acuerdo de cooperación militar entre Estados Unidos y Venezuela firmado hacía unos treinta años y, además, averiguar las “razones por las cuales Chávez había comprado 70.000 fusiles a España”. Por supuesto que esa mediación no surtió ningún efecto.
Los desacuerdos entre Brasilia y Caracas
continuaron por un buen tiempo. Enumerarlos sería tan largo como tedioso. Recordemos apenas
dos: el rechazo del gobierno de Lula a la implementación práctica
del Banco del
Sur, solemnemente fundado en diciembre
del 2007 pero paralizado desde su
nacimiento sobre todo por las reticencias
brasileñas; o la pertinaz negativa
de Brasil para admitir a Venezuela
en el Mercosur. Dados estos antecedentes
la conducta de la delegación brasileña
en Kazan se inscribía dentro de lo previsible.
La ausencia de Lula debido a un extraño
“accidente doméstico” permanecerá como una de las grandes incógnitas de la Cumbre
de Kazan. Tal vez en algo haya
influido el desafortunado voto
de Brasil en la ONU condenando la “invasión rusa” en Ucrania.
Pero lo cierto es que con el
veto al ingreso de Venezuela
como miembro asociado a los BRICS+, categoría en la cual entraron Bolivia y Cuba, el prestigio internacional de Brasil y la necesaria solidaridad
entre los países latinoamericanos quedaron gravemente dañados. El gobierno de Lula cedió a la presión conservadora de su propia coalición de gobierno y a la de Estados Unidos, para quien mantener aislada a Venezuela es fundamental para proseguir con impunidad su criminal bloqueo en contra de ese país. No es lo mismo atacarlo en soledad que hacerlo cuando ya es miembro del BRICS+.
Lo acontecido desprestigia a
Brasil y hace aparecer a su gobierno como un dócil
socio de Washington operando en Latinoamérica, favoreciendo la desconexión, para no decir la “desintegración”, entre
los países del área todo lo cual fomenta la suspicacia sobre las futuras
intenciones de Itamaraty en el terreno
internacional. Por eso la movida
de Lula en Kazan es un “veto suicida” porque debilita
la gravitación internacional de Brasil
no sólo en Latinoamérica sino a nivel mundial. El analista brasileño José Luis Fiori lo dijo con todas las letras:
“una Sudamérica dividida viene perdiendo relevancia geopolítica y
geoeconómica y sus pequeñas unidades ‘primario-exportadoras’, en su
aislamiento, son completamente irrelevantes en el tablero geopolítico mundial.”
La alternativa sería construir un eje entre Brasil, Argentina y Venezuela, pero
eso es lo que ha sido roto este año con el rechazo de Milei a la incorporación
de Argentina a los BRICS+ y el veto brasileño el ingreso de
Venezuela a esa organización.
Dr. Atilio A. Boron. Sociólogo. Dr. en Ciencias Sociales.
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Con su veto el gobierno
brasileño privó al BRICS+ de la
enorme ventaja que le otorgaría a este
nucleamiento incorporar a sus filas al
país que cuenta con la mayor reserva
comprobada de petróleo del mundo. Objetivamente: debilitó al BRICS+, para
beneplácito de Washington. Por eso creo que este veto no tendrá larga vida
y que Lula terminará desairado,
porque pocos yerros pueden ser más graves en el mundo de hoy que dejar esa
enorme reserva petrolera a merced del manotazo que pudiera dar Estados Unidos, algo que ni China, Rusia e inclusive la India verían con buenos ojos. Lo que ocurre es que
Itamaraty no cree que el tablero
internacional ya se haya transformado
en un sistema
multipolar y de ahí su errónea decisión de vetar el ingreso de Venezuela al BRICS+. Sigue apostando a la declinante hegemonía estadounidense y a un putrefacto
“orden mundial basado en reglas” con el cual Estados Unidos defiende sus intereses nacionales.
Tiene razón la cancillería
bolivariana cuando calificó al veto como
“un gesto hostil, que se suma a la política criminal de sanciones
que han sido impuestas a un pueblo valiente y revolucionario”. Decir que “se
suma”, en un cuidado lenguaje diplomático, equivale a decir que Brasil actuó
como un diligente peón de Washington, convalidando las más de 900 medidas
coercitivas unilaterales que afectan a ese país hermano y haciendo gala de una
penosa falta de solidaridad.
¿No se enteró Lula que, durante la pandemia, durante el gobierno
del impresentable Jair Bolsonaro, la gente moría en los hospitales de Manaos
por falta de oxígeno y el presidente Nicolás Maduro ordenó el envío de 107
médicos y seis cisternas con un total de 136.000 litros de oxígeno para atender
la dramática situación de los hospitales de esa ciudad?
¿Es este el pago de Brasil ante aquel gesto solidario?
Veto lamentable e
imperdonable. El presidente Lula tendrá una ardua
labor por delante si quiere que su país
recupere su credibilidad y su gravitación,
no
sólo en el orden regional
latinoamericano y caribeño, sino también ante los principales socios del BRICS+, fundamentalmente
China, Rusia y la
India. Seguramente
no habrá de pasar mucho tiempo
antes de que ese fatídico veto sea
revertido, y el presidente brasileño tenga que soportar un amargo desaire.
(1) Ver Adrián Sotelo
Valencia, Subimperialismo y
dependencia en América Latina (CLACSO, 2021)
(2) Sobre ese primer
ciclo ver Klachko, Paula y Katu Arkonada, Desde
Abajo. Desde Arriba. (Buenos Aires, Prometeo:
2016, disponible en Internet) y sobre el segundo
ciclo progresista consultar Atilio
A. Boron y Paula Klachko, Segundo Turno. El
resurgimiento del ciclo progresista en América Latina y el Caribe (Buenos Aires: ediciones
varias, 2023).
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