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“En cuanto a los ortodoxos, aceptan el sufrimiento humano como
un subproducto —quizá
desafortunado—de una economía
eficiente. En los círculos académicos
nunca se reconoce así, pero la tesis
es que, en la visión dominante del mundo,
la verdadera meta de una economía eficiente es proteger la riqueza y el poder de los ricos. Bajo este disfraz se presenta la austeridad
como una política económica que
busca reducir el déficit fiscal y la
deuda pública de un país, asumiendo que estas medidas pueden ser dolorosas a corto plazo, pero necesarias para lograr un bienestar
sostenible a largo plazo que nunca llega —al menos no para el pueblo, aunque sí, y a corto plazo, para los poderosos.
Es importante señalar que la efectividad de la austeridad era un tema controvertido; sus resultados demuestran que
ya no lo es. Algunos economistas argumentan que, en tiempos
de recesión,
estas políticas pueden agravar la situación económica al reducir la
demanda agregada. La lucha será eterna
entre el pueblo y los poderosos.
Lo lamentable es que el pueblo se ponga
de parte de los poderosos. Peor aún
es creer que para manejar la economía
se necesitan «los
que saben». Debe tenerse en cuenta que, si estás peor, entonces no saben
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EL
JUEGO DE LA ECONOMÍA: ENTRE CLASES Y PODER.
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Por Alejandro Marcó del Pont | 01/10/2024
| Economía
Fuentes.
Revista Rebelión martes 1 de octubre del 2024.
Fuentes: El
tábano economista
El
mundo se divide, sobre todo, entre indignos e indignados, y ya sabrá cada quien
de qué lado quiere o puede estar…, Eduardo Galeano.
El poder real
en el mundo, a través de sus
muchas conquistas en la batalla cultural,
ha relegado la filosofía y la economía
a esferas incomprensibles para la mayoría
de la sociedad, limitando así su impacto en la vida cotidiana. Esto no es un asunto menor, ya que
afecta tanto al pensamiento como al
bolsillo. En un contexto donde las personas buscan respuestas rápidas y
prácticas, la
filosofía —antes clave para
cuestionar el mundo y entender nuestro
lugar en él — se ha convertido en algo
abstracto y distante, percibida como innecesaria
o demasiado compleja. No es casualidad: aquellos que ostentan el poder han creado un entorno donde el pensamiento profundo ya no tiene cabida, desalentando la reflexión crítica que
podría desafiar su control.
Por otro lado, la economía, que impacta directamente en el bolsillo de las familias, también ha sido
monopolizada por «los que saben «convirtiéndola
en una materia ininteligible. Nos
hacen creer que es un terreno tan
complicado que solo expertos con
conocimientos técnicos pueden manejarlo.
Así, las decisiones económicas que
influyen en la calidad de vida de
millones son tomadas en despachos alejados de las preocupaciones reales de la gente y, por lo general,
por expertos al servicio de quienes ostentan
el poder. La brecha entre la teoría económica y la vida diaria se ensancha, y el ciudadano común se encuentra sin
herramientas ni capacidad para cuestionar esas decisiones, asumiendo que «así son las cosas».
El resultado es claro: una sociedad que no comprende ni cuestiona los cimientos de su propia realidad, mientras una élite global continúa, sin oposición, dictando el rumbo hacia una mayor concentración del ingreso. La economía desempeña, por lo tanto, en la sociedad una función paralela y complementaria a la de las leyes, actuando específicamente como baluarte de una estructura de clases. Esto implica que tanto el sistema económico como el legal trabajan conjuntamente para mantener y perpetuar las divisiones y jerarquías existentes.
En La economía desenmascarada, sus autores, De Max-Neef Smith y Philip B. Smith,
presentan una reseña sobre la función
de la economía en la sociedad que
nos gustaría compartir, con el fin de atraer a las personas hacia ideas que afectan su bienestar diario, decisiones que no pueden ser manejadas por
quienes sirven a los dueños del poder.
La estructura
de clases de la sociedad siempre ha estado sustentada y estabilizada por el
sistema legal existente. Esta es una
razón fundamental detrás de todos
los códigos de leyes. Por ejemplo,
el Código de Hammurabi, uno de los más antiguos códigos ancestrales, que
data de 1792 a.C.,
representa un desarrollado concepto
de igualdad entre los habitantes de Mesopotamia.
Se basa en la aplicación de la ley del
talión (principio jurídico que busca reciprocidad
de acuerdo al crimen cometido),
siendo también uno de los primeros
ejemplos del principio de presunción de inocencia, pues sugiere que tanto el acusado como el acusador tienen la oportunidad de aportar pruebas.
Sin embargo, la parte que suele obviarse — y que es central en
la relación de poder— es el designio
de los dioses que imponían reyes
sobre los seres comunes. El código
está redactado en primera persona y
describe cómo los dioses eligen a Hammurabi
para iluminar al país y asegurar el bienestar
de la gente, pero este conjunto de privilegios no estaba disponible para todos. Las penas se aplicaban según el estatus
social, y solo había dos: hombres libres y esclavos; estos últimos no tenían esos derechos. El código fue
formulado explícitamente para apuntalar la estructura de clases.
La idea era que las costumbres
prevalecieran de manera universal y fueran percibidas como naturales, evitando así su cuestionamiento. En la ley feudal, regía la estructura de clases y era todo lo
necesario para definir completamente las relaciones
sociales. Estas relaciones eran percibidas
y aceptadas por todos, incluso por los desposeídos
y oprimidos, como establecidas por Dios. A medida que creció el poder y la riqueza de la clase comerciante —es decir, la burguesía, que provocaría el fin de la época feudal— el conflicto real entre los que tenían
y los que no, salió a la superficie
como un rasgo permanente de la sociedad.
Maquiavelo fue el primero
en describir esta dicotomía básica,
utilizando un ejemplo de su propia
ciudad, Florencia. En el
capítulo IX de El príncipe
distingue en cada ciudad dos «disposiciones»:
el pueblo y el poderoso.
«El
pueblo en todas partes está ansioso por no verse dominado u oprimido por el
poderoso, mientras que el poderoso intenta dominar y oprimir al pueblo». Unas
pocas líneas después resultan claro hacia qué bando se inclinan las simpatías
de Maquiavelo cuando escribe: «El pueblo es
más honesto en sus intenciones que el poderoso, porque este busca oprimir al
pueblo, mientras que la gente del pueblo solo busca no ser oprimida».
Este
conflicto básico ha sido un
determinante esencial en los acontecimientos históricos del siglo XX. Ha estado detrás de todas las revoluciones, alzamientos y revueltas
que la civilización occidental ha
experimentado. En la historia filosófica
y ética, los partidarios de
variadas utopías han soñado con un
mundo en el que este conflicto se
haya resuelto, pero la historia ha
demostrado que es imposible.
Con el ascenso de la burguesía surgió la necesidad de una nueva disciplina que pudiera justificar su poder financiero. La «naturalidad» de las grandes fortunas y el poder político que estas otorgaban a sus poseedores ya no era evidente, pues ya no resultaba creíble que ese orden social fuese de origen divino. La forma en que los ricos se hacían ricos y poderosos era visible para cualquiera, mientras que en la época feudal los poderosos nacían poderosos y los sin poder nacían sin poder, y así había sido desde tiempos inmemoriales.
Aunque
físicamente los poderosos podían disponer como
quisieran de la riqueza creada por el
pueblo, sus derechos de acceso a
dicha riqueza carecían de la bendición divina, por lo que se
precisaba otro fundamento intelectual. Esto era necesario debido a las
tendencias igualitarias que habían comenzado a manifestarse a partir del
Renacimiento. Se necesitaban argumentos que demostraran que el hambre de los pobres es natural y que
tratar de aliviarlo iría contra la naturaleza y perturbaría el orden
establecido. Para proporcionar tales
argumentos, además de la ley, era
necesaria otra institución que
mantuviera el orden social. Esta
institución no solo debía formular la justificación
teórica del nuevo orden, sino también aportar
instrumentos para proteger a los propietarios
de fortunas acumuladas de leyes y
regulaciones que amenazaran su derecho a
tal posesión.
Para cubrir esta necesidad surgió la disciplina económica. El nacimiento de la economía y su reinvención, desde sus inicios, fundamentó esta nueva
economía, en la cual la dicotomía
social no se centraba solo en cómo
eran las cosas, sino en cómo debían
ser: la economía positiva. Fue mi primera discusión con los neoliberales en la facultad. Por «nueva economía» se hace referencia
a esa escuela de pensamiento que
escogió justificar el statu quo, pues la economía no ha sido siempre igual.
Aristóteles, en el capítulo inicial de su Política, hace una clara distinción entre lo que él denomina
oikonomía (el arte de
la gestión del hogar) y irematistiké (el arte
de la adquisición):
La oikonomia de Aristóteles incluía el estudio de y la práctica en diversas esferas vinculadas a la (re)producción de valores de uso como la
agricultura, las artesanías, la caza y la recolección,
la minería y hasta los conflictos bélicos. También incluía la discusión sobre el valor, de la ética y de
la estética, como parte integral de su “arte de vivir y de vivir bien”.
Implicaba un enfoque nómico centrado
en el valor de
uso. La crematística
(iremastiké) tenía asignado un papel
secundario. Dentro de ella Aristóteles
introdujo una distinción con “el arte de
hacer dinero” —acumulación de
valores de
cambio mediante el comercio—. Para Aristóteles, el objetivo de la vida
no debe ser la riqueza en sí,
sino la felicidad y el bienestar, lo cual se logra mediante la
correcta administración (oikonomía) de
los recursos.
La economía
aristotélica, centrada en el
arte de vivir y de vivir bien, válida para todos los ciudadanos, no permitía ser invocada
como justificación del mantenimiento del statu
quo. Sin embargo, una lamentable bifurcación,
la crematística —si se la convertía en prioritaria—
podía resolver el inconveniente. Para justificar
la adquisición de riqueza y poder,
surgió la disciplina de la nueva economía. Según esta, se suponía que la pobreza estaba determinada por la ley natural, y mediante
tal razonamiento —con una obvia laguna lógica— se asumía que cuando el
poderoso acumula riqueza todo el mundo se beneficia.
Hacia finales
del siglo XIX comenzó el proceso de vestir a la economía con el atuendo de las matemáticas para darle la apariencia de
poder encontrar leyes y verdades eternas. Pero ni siquiera esto logró que la economía alcanzara el estatus necesario
para convertir a los economistas en
académicos que manejan la verdad objetiva. Posteriormente, otorgarles el título
de predictores terminó por arruinarnos;
quizás el último clavo en nuestro ataúd
como ciencia distinta a las sociales fue no haber predicho la crisis de 2008 o, quizás peor, haber sido cómplices.
En cuanto a los ortodoxos,
aceptan el sufrimiento humano como
un subproducto —quizá
desafortunado—de una economía
eficiente. En los círculos académicos
nunca se reconoce así, pero la tesis
es que, en la visión dominante del mundo,
la verdadera meta de una economía eficiente es proteger la riqueza y el poder de los ricos.
Bajo este
disfraz se presenta la austeridad como una política económica que busca reducir el déficit fiscal y la deuda
pública de un país, asumiendo que estas medidas pueden ser dolorosas a
corto plazo, pero necesarias para lograr un
bienestar sostenible a largo plazo que nunca llega —al menos no para el pueblo, aunque sí, y a corto
plazo, para los poderosos. Es
importante señalar que la efectividad de la austeridad era un tema controvertido; sus resultados demuestran que
ya no lo es. Algunos economistas argumentan que, en tiempos
de recesión, estas políticas pueden agravar la situación económica al reducir la
demanda agregada.
La lucha será
eterna entre el pueblo y los poderosos. Lo lamentable es que el pueblo se ponga de parte de los poderosos. Peor aún es creer que para manejar la economía se necesitan «los que saben». Debe tenerse
en cuenta que, si estás peor, entonces
no saben
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