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“Sin
embargo, si abandonamos el dólar como moneda estándar en el comercio exterior, ¿qué
vamos a utilizar en su lugar? Bueno, la respuesta a esto no es tan simple de llevar a cabo como podría
parecer. Pero las alternativas pueden y
deben surgir de los debates que se llevarán a cabo en los diferentes países que sienten la
necesidad de resolver este problema.
Podemos imaginar que, en una primera etapa, surgirá una moneda contable derivada de una ponderación entre las diferentes monedas nacionales de los actuales países vinculados a los BRICS, por ejemplo. Sería una forma
de permitir que las transacciones
realizadas entre los miembros y
asociados de este bloque se guiaran
por esta ponderación contable
derivada de sus monedas nacionales.
A medida que avanza el proceso, las cosas deben ajustarse y corregirse, hasta que surja una alternativa que demuestre ser realmente la más apropiada y adecuada para convertirse en el nuevo
estándar efectivo del comercio
internacional. Lo que realmente no podemos aceptar es que no se cuestione el actual esquema de
parasitismo que prevalece debido al uso del dólar para
tal función.
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LA
REUNIÓN DE LOS BRICS Y LA TRAMPA DEL DÓLAR.
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Por Jair de Souza | 26/10/2024 | Economía
Fuente.
Revista Rebelión, sábado 26 de octubre del 2024.
En la XVI Cumbre de los BRICS celebrada recientemente en Kazán, Rusia, una de las principales
preocupaciones presentes en los debates y plasmada en la resolución final se
refiere a la necesidad de buscar alternativas que nos permitan salir de la
trampa mortal que representa la vinculación del comercio internacional al dólar estadounidense.
Para
que podamos
tener una mejor comprensión del significado real del vínculo actual entre las
transacciones transnacionales y la moneda estadounidense, nos sería oportuno
hacer un breve repaso histórico de cómo surgió y evolucionó a lo largo del
tiempo el modelo que nos aprisiona y nos causa tantos trastornos.
En
1944, poco antes de que se consumara la
ya prevista derrota definitiva de la
Alemania hitleriana en la Segunda Guerra Mundial, las potencias que lideraban el bando opuesto al Eje nazi organizaron
una reunión en la ciudad de Bretton
Woods, en los Estados Unidos,
para delinear las bases de lo que constituiría el nuevo orden internacional que iba a prevalecer en la nueva situación geopolítica que se estaba
consolidando.
Debido al enorme poderío militar y económico que ostentaban los Estados Unidos en ese momento, el dólar se ganó la categoría de moneda base para las transacciones internacionales. En consonancia con lo anterior, se estipuló que habría una convertibilidad entre el dólar y el oro. En otras palabras, la nación que tuviera una cierta cantidad de moneda estadounidense podría en cualquier momento exigir su conversión a su equivalente en oro. Fue bajo estas condiciones que el dólar pasó a desempeñar el papel de medio de pago de referencia para el comercio exterior.
Pero,
teniendo en cuenta su enorme hegemonía sobre todos los países
fuera del bloque socialista, en 1971, durante la administración de Richard Nixon, las autoridades financieras estadounidenses tomaron la decisión de poner fin a la convertibilidad de su moneda en oro. Así, desde entonces, el comercio internacional viene realizándose sobre la base de una moneda fiduciaria enteramente
subordinada a las determinaciones arbitrarias emanadas de los Estados Unidos.
Amparándose en este mecanismo totalmente desvinculado de factores económicos reales, la economía norteamericana ha adquirido una faceta de parasitismo como nunca antes en la historia se había visto. Al lograr mantener la continuidad del dólar como medio básico de pago sin verse obligado a respaldar sus emisiones monetarias con reservas reales de oro, los Estados Unidos ya no tendrían que preocuparse por el tema de su déficit presupuestario. Al final, los desequilibrios que se produjeran acabarían siendo compartidos o, de hecho, transferidos a todos los demás países del sistema internacional. Por lo tanto, bastaría con que los Estados Unidos emitieran más dólares para que sus cuentas se equilibraran, es decir, serían los otros países los que serían penalizados por los desbarajustes generados por las emisiones no respaldadas realizadas por los Estados Unidos.
No
cabe duda de que tan poderoso instrumento de manipulación financiera ha dotado a los
Estados Unidos de una capacidad de expansión y fortalecimiento de su poder sin parangón en todo nuestro planeta. Todo ello sin depender
de la fuerza de su economía productiva real. Así, los gigantescos costos de instalar y
mantener bases militares en los
puntos geopolíticamente más estratégicos del mundo podrían ser
absorbidos casi sin ningún sacrificio de su parte. Serían las demás naciones del mundo las que pagarían por los gastos en que incurrieran los Estados Unidos para imponer a todos su
incomparable fuerza militar de
intervención.
Como
sabemos, hay actualmente
alrededor de 900 bases militares estadounidenses desparramadas por todos
los continentes, listas para entrar
en acción en cuanto los líderes de esta
megapotencia imperialista evalúen
que sus intereses geopolíticos están
en riesgo. Por cierto, para evitar
que algún remoto punto del planeta
quede fuera del alcance de este gigantesco
aparato de dominación y muerte, el actual presidente nazi-fascista de Argentina, Javier Milei,
ya les ha ofrecido a sus tutores
estadounidenses la posibilidad de instalar otra de sus bases en la región antártica.
En
consecuencia, es
esta gigantesca estructura militar
la que sirve como el principal punto de apoyo para que el parasitario capital financiero estadounidense siga acumulando
enormes beneficios sin tener que emprender ninguna actividad económica de verdadera utilidad. Y para que este monstruoso mecanismo de intervención
pueda asegurarse su supervivencia,
es imperativo que el dólar continúe
desempeñando el papel de moneda de
aceptación común en el comercio
entre diferentes naciones. Esto se
debe a que, evidentemente, los Estados
Unidos no tienen ninguna posibilidad de asumir los gastos de todo este aparato a base de la producción efectiva de su ya
debilitada y obsoleta estructura económica.
Además, el sistema en vigor está totalmente sometido a los designios de los controladores financieros estadounidenses. Como resultado, las sanciones, los boicots, las confiscaciones y las expropiaciones (robos) pueden ocurrir en cualquier momento, dejando a los países menos poderosos completamente sujetos a la arbitrariedad de quienes dominan las instituciones reguladoras del dólar. Para que quede claro que no nos estamos refiriendo a una mera hipótesis, recordemos los recientes acontecimientos en los que varias naciones fueron literalmente despojadas de sus activos a través de acciones urdidas por estas instituciones subordinadas a los emisores de la moneda: son los casos ocurridos con Libia hace poco más de una década, con Irán y, más recientemente, con Venezuela y Rusia.
Entonces,
aunque a primera vista
esto pueda parecer de poca relevancia,
la persistencia del dólar como moneda
del sistema internacional de pagos es, de hecho, una condición indispensable
para que los Estados Unidos puedan
ejercer su hegemonía como gran potencia
en el escenario mundial. Por lo tanto, poner
fin a tal disparate equivale a asestar un violento golpe a las
aspiraciones de los Estados Unidos
de aferrarse en el mando geopolítico
del mundo, succionando los recursos
de otros países, en especial de aquellos
que conforman la periferia del
capitalismo. Parafraseando esto de manera más coloquial: «para que no sigan chupando la sangre de las
naciones periféricas».
Sin
embargo, si abandonamos
el dólar como moneda estándar en el
comercio exterior, ¿qué vamos a utilizar en su lugar? Bueno,
la respuesta a esto no es tan simple
de llevar a cabo como podría parecer. Pero las alternativas pueden y deben surgir de los debates que se llevarán a
cabo en los diferentes países que
sienten la necesidad de resolver este problema.
Podemos
imaginar que, en
una primera etapa, surgirá una moneda contable derivada de una ponderación entre las diferentes monedas nacionales de los actuales países vinculados a los BRICS, por ejemplo. Sería una forma
de permitir que las transacciones
realizadas entre los miembros y
asociados de este bloque se guiaran
por esta ponderación contable
derivada de sus monedas nacionales.
A medida que avanza el proceso, las cosas deben ajustarse y corregirse, hasta que surja una alternativa que demuestre ser realmente la más apropiada y adecuada para convertirse en el nuevo
estándar efectivo del comercio
internacional.
Lo
que realmente no podemos aceptar es que no se cuestione el actual
esquema de parasitismo que prevalece debido al uso del dólar para
tal función.
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