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“Esa cárcel que también se erigió como acto de soberanía, en el límite
de la geografía, hizo crecer a Ushuaia,
y 90 años después, el 1 de junio de
1991, surgió la provincia más joven,
la Provincia de Tierra
del Fuego y le agregaron e “Islas del Atlántico Sur y Antártida”, una delimitación geopolítica con una enorme
responsabilidad, el conflicto eterno en
su historia y la única provincia
bicontinental. Esa cárcel fue el principal inversor, empleador y prestador de
servicios básicos de la aldea,
formada entonces por 20 casas y unas
pocas dependencias públicas. Proveyó
de energía a las lámparas del alumbrado público y al telégrafo y sirvió de taller de reparaciones, enfermería y panadería. La piedra inaugural de la impiadosa
Cárcel del Fin del Mundo se colocó en 1902, con un doble propósito: confinar
allí a los condenados por los delitos
más graves (y opositores políticos) y poblar Ushuaia para “asegurar
la soberanía”. Y fueron los mismos detenidos
los que levantaron con sus manos varios edificios
públicos. En 1947 cerró sus puertas por iniciativa de Perón, pero aun así siguió utilizándose como cárcel para opositores: en el golpe
del 55 se condujo a peronistas a ese
presidio. El plan Conintes sumó
unas 3500 detenciones; al menos 111 condenados en cárceles de todo el
país. Entre ellas, aunque parezca fábula,
se encontraba la cárcel del fin del
mundo.
“Imaginada por Roca, a finales
del siglo XIX, era diferente a cualquier cárcel pues ni siquiera necesitaba muro perimetral. Se cuenta que algunos reos se escapaban hasta como juego y esperaban se reapresados rápidamente antes del congelamiento. La desolación y el frío se multiplicaban al
infinito en celdas de concreto
de un metro y medio por un metro y medio, setenta y seis celdas unipersonales. Esos hombres con trajes a rayas no se
encontraban apresados sino metamorfoseados en ese clima que calaba hasta los huesos, ese invierno
que nunca terminaba de irse; trabajar era tan necesario para no volverse loco entre
esos vientos australes inhóspitos y desolados.
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POBREZA
Y CÁRCEL, UN PROYECTO DE PAÍS DE LAS DERECHAS ARGENTINAS.
“USHUAIA.
LA CARCEL DEL FIN DEL MUNDO”.
*****
Por Martín
Smud*
Fuente. Página /12. sábado 12 de octubre
del 2024.
Ushuaia es
para la Argentina el extremo, la radicalización, el final de la tierra
continental; sus condiciones geográficas dejan lugar para la belleza, el desamparo, la aventura, lo álgido, el fin del mundo. Eso es lo que se buscó al instalar la cárcel de Ushuaia en semejantes parajes más allá del desierto
árido y glaciar, y más acá del
estrecho que ningún navegante
salvo el buque Beagle se animó a surcarlo hasta 1830. El nombre de una embarcación que descubrió
ese canal recto de varios kilómetros salpicado
de espectrales islas y atolones. En
el segundo viaje del Beagle, bajo el
mando del capitán Fitz Roy, viajaba
a bordo el naturalista Charles Darwin, quien tuvo su primera vista en 1833, y escribió en su cuaderno: “Muchos glaciares
azul berilo, el más bello contraste con la nieve”. Un océano que se comunica con el otro, bisectrices de eternas disputas históricas por su trazado con
Chile hasta la mediación papal
en la década del ‘80.
La cárcel tiene tantos sinónimos para
cincelar el espíritu humano: calabozo,
celda, chirona, jaula, brete, reclusión, correccional, galera, gayola,
mazmorra, penal, penitenciaría, presidio, talego, trena, trullo, pero sólo uno en la historia carcelaria argentina: la CÁRCEL DE USHUAIA. La marcación de algo más allá de la reclusión, perder la condición de ser humano,
quizás analogable a la cárcel de Siberia o
las ergástulas romanas, prisiones donde no eran encerrados humanos sino despojos, esclavos, vaciados de todo derecho, desgraciados de todo fin, sin siquiera el objetivo de castigarlos sino mucho más que eso: corregir sus vidas en el límite mismo de
perderlas.
Esa cárcel que también se erigió como acto de soberanía, en el límite de la geografía, hizo crecer a Ushuaia, y 90 años después, el 1 de junio de 1991, surgió la provincia más joven, la Provincia de Tierra del Fuego y le agregaron e “Islas del Atlántico Sur y Antártida”, una delimitación geopolítica con una enorme responsabilidad, el conflicto eterno en su historia y la única provincia bicontinental.
Esa cárcel fue el principal
inversor, empleador y prestador de servicios básicos
de la aldea, formada entonces por 20 casas y unas pocas dependencias públicas. Proveyó de energía a las lámparas del alumbrado
público y al telégrafo y sirvió
de taller de reparaciones, enfermería y panadería. La piedra inaugural de la impiadosa
Cárcel del Fin del Mundo se colocó en 1902, con un doble propósito: confinar
allí a los condenados por los delitos
más graves (y opositores políticos) y poblar Ushuaia para “asegurar
la soberanía”. Y fueron los mismos detenidos
los que levantaron con sus manos varios edificios
públicos. En 1947 cerró sus puertas por iniciativa de Perón, pero aun así siguió utilizándose como cárcel para opositores: en el golpe
del 55 se condujo a peronistas a ese
presidio. El plan Conintes sumó
unas 3500 detenciones; al menos 111 condenados en cárceles de todo el
país. Entre ellas, aunque parezca fábula,
se encontraba la cárcel del fin del
mundo.
Imaginada por Roca, a finales del siglo XIX,
era diferente a cualquier cárcel pues ni
siquiera necesitaba muro perimetral.
Se cuenta que algunos reos se escapaban
hasta como juego y esperaban se reapresados rápidamente antes del congelamiento.
La desolación y el frío se multiplicaban
al infinito en celdas de
concreto de un metro y medio por un metro y medio, setenta y seis celdas unipersonales. Esos hombres con trajes a rayas no se
encontraban apresados sino metamorfoseados en ese clima que calaba hasta los huesos, ese invierno
que nunca terminaba de irse; trabajar era tan necesario para no volverse loco entre esos vientos australes inhóspitos y desolados.
A esa cárcel “siberiana” fue el lugar predilecto adonde “mandaron” a los anarquistas,
rusos, judíos de principio de siglo;
a esos que no fueron asesinados en
tantos episodios sangrientos de la historia argentina. Para nombrar
algunos, Simón Radowitzky, quién en Callao y Quintana le tiró una bomba casera al carruaje en el que
viajaba Ramón Falcón y su secretario: fue apresado y mandado
luego a esa cárcel tan lejana como
el punto más extremo. Luego del primer golpe
de Estado, muchos radicales fueron
perseguidos, apresados y mandados
a esa cárcel, uno de ellos, Ricardo Rojas, escribió hacia 1934:
"Toda Ushuaia es de por sí una cárcel natural. Más allá, en
efecto, no hay sino enemigos y mares helados".
No sólo estuvieron apresadas
personas confinadas por motivos políticos
sino también delincuentes peligrosos.
Uno de ellos es bien famoso y tiene
hoy día, en el museo, una celda a su
nombre, con su cara, con su lazo
con el que ahorcó chicos a comienzos
de siglo XX: el Petiso Orejudo,
considerado uno de los primeros asesinos
seriales de la Argentina.
Ese apresamiento radical era seguido por la mirada
de la ciencia (hoy considerada seudociencia) que relacionaba al aspecto exterior, las zonas de la cabeza, sus protuberancias y asimetrías con el destino de las acechanzas del mal. Era el cerebro y su mala conformación la que
anticipaba el desarrollo mórbido, la
degeneración de la conducta. La
“ciencia” tomaba medidas y actuaba con cortes,
circuncisiones, ablaciones de esas partes del no retorno.
Lombroso aplica el discurso
positivista al reconocimiento y caracterización del delincuente. Estudiaba los cráneos
y sus protuberancias, que consideraba como causa de la delincuencia, de la criminalidad
innata. “El criminal nace criminal”, decía y entonces intentaba
demostrar la diferencia con el sujeto "normal". Y en Ushuaia tuvo ecos, en esa tierra desaforada más allá de lo
inimaginable, en ese páramo: el Petiso
Orejudo fue sujeto de investigación.
En 1927, los médicos del penal
creían que en las orejas radicaba su
maldad, por lo que le practicaron una “cirugía”
para achicárselas.
Los incorregibles
morfológicos, ya sean opositores políticos o asesinos
seriales, van para Ushuaia, y a
sus teorías científicas a pesar de
lo “descabellado” son bien aceptadas
por el ala derecha porque conllevan
la idea de lo innato, justifican
ajustar las condenas a la existencia de esos mismos factores e implican la “defensa social”, entendida como neutralización del peligro para la sociedad representada por esos
individuos que no pueden “dominar”
sus tendencias criminales. A esa posición innatista no le causa ningún problema el tema de edad, de la inimputabilidad del sujeto: tenga la edad que tenga, en el tiempo apropiado matará, delinquirá. Entonces se deriva lógicamente de sus postulados que
todos y todas las criminales son
imputables y cuanto menor de edad
sea, mejor: mayor es la responsabilidad
social de su encierro. Igual que
en los debates actuales, en 2024,
acerca de la baja en la edad de la imputabilidad del gobierno de Milei, no importa la edad, esa persona no tendrá futuro y
cuanto antes se cercene su vida, se encarcele, se estigmatice, mejor.
La derecha cree en lo innato, un pobre siempre será
pobre, un delincuente siempre será
delincuente, un subversivo siempre será subversivo. Al pobre no tiene sentido ayudarlo, al
delincuente hay que mandarlo a la
cárcel lo antes posible, al subversivo
hay que apropiarse de sus hijos.
Se trata de la “historia
ambiental”, allí donde el ser humano
y el ambiente tienen una relación de
erosión mutua, una manera de invisibilizar los actos políticos que
ellos mismos llevaron a cabo para
que las cuestiones fueran así.
Para una parte de la
población, la baja
de la edad de imputabilidad no tiene
nada que ver con el empobrecimiento de la mayor
parte de la población, así la derecha
gobernante volverá a construir cárceles
siberianas, un lugar para mandar a
todo los que no coincida
finalmente con su manera de pensar.
La cárcel de Ushuaia fue una cárcel pensada por
la derecha de fines de siglo XX.
Mientras encarcelaba, hacía patria. Las
derechas del siglo XXI, las de Macri y Milei, mientras que encarcelan, empobrecen. Y lo peor, son
vendepatrias.
Martín Smud es psicoanalista
y escritor.
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