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La pregunta a hacerse en este caso, es si efectivamente
Cataluña está en condiciones de ser un Estado independiente. Veamos algunos
datos. Dispone de alrededor de 32.000 kilómetros cuadrados, una extensión
respetable en Europa. En ese territorio
viven siete millones y medio de personas, una población que duplica a Uruguay y
muy parecida a la de Paraguay. Su desarrollo económico, la calidad de su
clase empresarial y su sistema institucional es del primer mundo. Con
todos estos atributos, Cataluña está en condiciones de ser un efectivo Estado
nacional. Es más, como la historia lo demuestra, y muy en particular en
Europa, con la mitad de esas virtudes se han fundado Estados que a pesar de
todo sobreviven. Cataluña hoy es una
sociedad pluralista, democrática y con fuertes tradiciones republicanas y
nacionales. En ese contexto, esta Nación no sólo que está en condiciones de
ser un Estado independiente, sino que además podría ejercer su nuevo status de manera eficaz, porque, de alguna manera, los
catalanes hace décadas que se vienen preparando para dar este paso.
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El Partido Popular que responde a Rajoy y defiende a rajatabla la unidad española, ganó un escaño, por lo que ahora contará con 19 representantes. Los defensores de la unidad de España no han avanzado, pero tampoco han retrocedido de manera significativa.
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Cataluña, la
sobrevivencia del nacionalismo en tiempos de globalización.
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Rogelio Alaniz.
El Litoral.com Martes 27 de noviembre del 2012.
Un politólogo
catalán, célebre por su moderación y su afán por quedar bien con todo el mundo,
declaró después de las elecciones del pasado domingo, que la independencia de
Cataluña debía realizarse atendiendo a dos principios: ni contra España ni
contra Europa. La consigna impresiona como agradable al primer golpe de vista,
pero no bien se presta atención al escenario, lo agradable se transforma en
difícil por no decir imposible, ya que por lo pronto el primer inconveniente
que provocaría la independencia sería la animosidad del gobierno de Rajoy y la
indiferencia y el hermetismo de la Unión Europea.
¿Será tan así? No lo
sabemos y creo que por el momento no hay modo de saberlo. Convengamos que la
independencia de Cataluña provocaría un impacto político y cultural
trascendente en Europa y Occidente, más allá de las amenazas de los poderes
establecidos. Por otra parte, a nadie se le escaparía que un paso de estas
dimensiones abriría la puerta para que los vascos y, por qué no, los gallegos,
apunten en la misma dirección, reduciendo a España -dicho como boutade- a un
territorio parecido al que disponían en tiempos de los reyes católico.
Nunca sabremos si el
presidente de Cataluña, Arturo Mas, quiere la independencia por razones
genuinas o apela a este recurso para distraer a la opinión pública con una
consigna simpática para la mayoría de los catalanes. En estos casos, los hechos
importan más que las intenciones. En principio, si Mas esperaba fortalecer su
liderazgo, los números no le fueron propicios. Su partido mantuvo la mayoría,
pero perdió doce escaños, mientras que su competidor más fuerte, Esquerra
Republicana de Cataluña (ERC), aumentaba de diez escaños a veintiuno.
Por su parte, los
opositores a la independencia no están del todo disconformes con los
resultados. Los socialistas tendrán veinte escaños, aunque con relación a las
elecciones anteriores perdieron nueve, por lo que en este caso no están muy
contentos que digamos. Por su parte, el Partido Popular que responde a Rajoy y
defiende a rajatabla la unidad española, ganó un escaño, por lo que ahora
contará con 19 representantes, mientras que el gran triunfador moral y político
de la jornada fue “Ciutadans de Cataluña”, que pasó de tres escaños a nueve,
manteniendo un perfil progresista y moderno.
Conclusión: los
defensores de la unidad de España no han avanzado, pero tampoco han retrocedido
de manera significativa. Los votos que perdieron los socialistas se fueron para
“Ciutadans...”. De todos modos, conviene recordar, una vez más, que el debate
acerca de independencia o unidad con España no puede entenderse desde la
polarización izquierda y derecha. El ejemplo más elocuente al respecto lo
brinda la CIU, intentando liderar la independencia, mientras el Partido Popular
se opone a ella.
Continuemos. La
ilusión de transformar a las elecciones en una suerte de referéndum a favor de
la independencia, se vio frustrada, o no se cumplió como sus promotores lo
pensaban. En el parlamento catalán hay 135 escaños de los cuales 87 están a
favor de la independencia, mientras que 48 se han manifestado en contra. La
mayoría independentista, por lo tanto, existe, pero el problema es que antes de
las elecciones era más amplia, por lo cual hay motivos para suponer que la
estrategia fracasó o las elecciones estuvieron de más, opinión esta última que
comparten varios analistas catalanes, quienes estiman que Mas cometió un error
en adelantar las elecciones, alentando la fantasía de que iba a incrementar su
poderío.
El análisis acerca
de los efectos de la coyuntura electoral, no debería hacernos perder de vista
un hecho que para quienes conocen Barcelona resulta casi obvio. Nos referimos
al fuerte sentimiento indepedentista de la región, un sentimiento que se
respira en el aire, se percibe en todos los niveles, atraviesa todas las clases
sociales y que en las ciudades y localidades del interior es mucho más fuerte,
como lo demuestra el hecho elocuente y aleccionador de que de 947 localidades
que integran la región, alrededor de 160 se han declarado en diferentes
momentos, pero con idéntico entusiasmo, como territorio libre y soberano.
O sea que hay buenos
motivos para deducir de que en algún momento ese sentimiento se hará realidad,
más allá de las sobreactuaciones de los dirigentes y de las previsibles
tensiones con España. Los catalanes hace rato que de manera conciente e
inconciente vienen trabajando en esa dirección. Nunca los conformó ser parte de
España, una realidad que aceptaron como una imposición o como una conveniencia
de la coyuntura. Es verdad que durante años los líderes catalanes mantuvieron
con el poder de Madrid un comportamiento utilitario y oportunista,
caracterizado por la tendencia a amenazar con la secesión o algo parecido para
reclamar más recurso o negarse a colaborar con el estado nacional, pero no es
menos cierto que desde siempre o desde casi siempre, vienen trabajando
cotidianamente para afirmar una identidad diferenciada con los españoles,
empezando por el lenguaje y extendiéndose a otras áreas del quehacer cultural.
La pregunta a
hacerse en este caso, es si efectivamente Cataluña está en condiciones de ser
un Estado independiente. Veamos algunos datos. Dispone de alrededor de 32.000
kilómetros cuadrados, una extensión respetable en Europa. En ese territorio
viven siete millones y medio de personas, una población que duplica a Uruguay y
muy parecida a la de Paraguay. Su desarrollo económico, la calidad de su clase
empresaria y su sistema institucional es del primer mundo. Con todos estos
atributos, Cataluña está en condiciones de ser un efectivo Estado nacional. Es
más, como la historia lo demuestra, y muy en particular en Europa, con la mitad
de esas virtudes se han fundado Estados que a pesar de todo sobreviven.
Cataluña hoy es una
sociedad pluralista, democrática y con fuertes tradiciones republicanas y
nacionales. En ese contexto, esta Nación no sólo que está en condiciones de ser
un Estado independiente, sino que además podría ejercer su nuevo status de
manera eficaz, porque, de alguna manera, los catalanes hace décadas que se
vienen preparando para dar este paso.
Habría que
preguntarse cómo rebotaría esta decisión en España, donde algunos dinosaurios
amenazaron hasta con la guerra civil para impedirlo, una amenaza que evoca a
los tiempos del Generalísimo Francisco Franco y el nacionalismo hispanizante y
católico de carlistas requetés y falangistas. Pero por sobre todas las cosas,
habría que indagar si la Unión Europea la reconocería como un nuevo Estado,
sobre todo cuando España ya adelantó que vetaría cualquier iniciativa en esa
dirección.
El otro tema teórico
digno de reflexión es acerca de la persistencia de los nacionalismos en el
actual mundo globalizado. En los tiempos que corren, existe un amplio consenso
en admitir que los Estados nacionales, tal como fueron concebidos a finales del
siglo XIX, están en crisis o en vías de disolución. La globalización económica
y financiera parecería que borró las identidades nacionales en nombre de un
cosmopolitismo uniformador. Así como en algún momento la expansión del
capitalismo y el despliegue de cierta visión triunfalista de la modernidad,
permitió habilitar la noción de la muerte de Dios, para confirmar a la vuelta
del camino que este señor gozaba de muy buena salud, ahora, con argumentos
parecidos se ha dicho que los nacionalismos están en vías de extinción, cuando
no, ya forman parte del pasado y merecen descansar el sueño eterno junto a sus
reliquias.
Pues bien, la
realidad demuestra que los hechos circulan por otros carriles. La globalizacion
existe como dato económico, pero está muy lejos de resolver satisfactoriamente
otros dilemas de la humanidad. Puede que la revolución en las comunicaciones
sea un fenómeno avasallante, pero parecería que no
alcanza a dar respuesta a las exigencias de identidad y permanencia de los
pueblos.
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