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Tiempos de un giro histórico envidiable para los argentinos,
habitantes de ese otro y extraño mundo de "vivir con lo nuestro", mencionados
aquí no mucho más que para desearles
suerte a los que padecen de persecución minuciosa por exponer ideas y estilos
en disidencia con los que dominan. O mencionados, apenas, por el curioso hecho
de que desde 2008 los países de la región han fortalecido sus reservas, salvo la Argentina y Venezuela. Si China, después de Mao y de la perversa
"revolución cultural" de la Banda de los Cuatro, fue capaz de
penetrar en una era de transformaciones que la han convertido en la segunda
economía mundial, siempre habrá esperanzas de que en algún momento llegará la redención de una sociedad, por
extraviada que se encuentre. ¿Quién hubiera imaginado que en los primeros
borradores de la agenda del Foro para el
próximo año una voz autorizada plantearía por qué no estudiar las vías por
las que Cuba acceda a un nuevo
horizonte, a la luz de la hipótesis de que se transfigure en un Singapur en
América? ¿Acaso habían acertado quienes
creyeron que Vietnam, al cabo de la larga guerra con los Estados Unidos, expandiría los rasgos del modelo de comunismo
nacionalista en vez de abrirse a las inversiones y el comercio internacional?.
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Cómo
gobernar en un mundo globalizado.
“Gran
desconfianza planetaria en la política”.
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Por José Claudio
Escribano | La Nación. Domingo 4 de noviembre del
2012.
CARTAGENA DE INDIAS.- La
desconfianza planetaria en la política, la insuficiente regulación del casino
en que estalló la crisis financiera internacional de 2008, que aún perdura, y
la recomposición del mapa de influencias mundiales por el enorme beneficio en
la globalización de los países emergentes fueron tres ejes en los debates del
Foro Iberoamérica, que conduce Ricardo Lagos, ex presidente de Chile.
Hasta ayer, no más, habría sido inverosímil que los
europeos fueran indagados por América latina sobre cuándo comenzarán a vender
activos a fin de abrir un recorrido inverso al de un pasado de siglos y Europa
asuma así con más realismo las dificultades del presente. Eso se ventiló en
Cartagena por boca, entre otros, del mexicano Carlos Slim, con el peso de los
73.000 millones de dólares de sus bolsillos.
Tiempos de un giro histórico envidiable para los
argentinos, habitantes de ese otro y extraño mundo de "vivir con lo
nuestro", mencionados aquí no mucho más que para desearles suerte a los
que padecen de persecución minuciosa por exponer ideas y estilos en disidencia
con los que dominan. O mencionados, apenas, por el curioso hecho de que desde
2008 los países de la región han fortalecido sus reservas, salvo la Argentina y
Venezuela.
Si China, después de Mao y de la perversa
"revolución cultural" de la Banda de los Cuatro, fue capaz de
penetrar en una era de transformaciones que la han convertido en la segunda
economía mundial, siempre habrá esperanzas de que en algún momento llegará la
redención de una sociedad, por extraviada que se encuentre. ¿Quién hubiera
imaginado que en los primeros borradores de la agenda del Foro para el próximo
año una voz autorizada plantearía por qué no estudiar las vías por las que Cuba
acceda a un nuevo horizonte, a la luz de la hipótesis de que se transfigure en
un Singapur en América? ¿Acaso habían acertado quienes creyeron que Vietnam, al
cabo de la larga guerra con los Estados Unidos, expandiría los rasgos del
modelo de comunismo nacionalista en vez de abrirse a las inversiones y el
comercio internacional?
Notables coincidencias
las de Cuba y Singapur. Para estas islas la contemporaneidad comenzó en 1959.
Una, con Fidel Castro; la otra, con Lee Kwan Yew. Ambas han sido por más de
medio siglo escenario de ensayos brutales en política, economía, cultura. Lee
no apostó menos que Castro a la utopía del "hombre nuevo", pero los
resultados difirieron de modo abismal: Singapur, condecorado con los máximos
galardones en las competencias en que se evalúa la educación pública, ha entrado
en el siglo XXI como el país más eficiente del mundo capitalista, a condición
de que se acepte que la libertad de expresión quede fuera de la categoría de
derecho humano fundamental y de que se abstraiga del concepto de buena
gobernanza; Cuba ha subsistido, con más pena que gloria y libertades anuladas
todavía, por la protección soviética, primero, y de Venezuela, después.
Lee se retiró hace
muchos años del poder formal. Ahora ejerce el mando su hijo, Lee Hsien Loong.
Fidel Castro ha dado por igual un paso al costado, pero la jefatura heredada
por su hermano Raúl es una manifestación del nepotismo común a estos países que
desde hace años se han prometido encontrar campos de acción conjunta.
El gran tema de estos
días es, pues, el de la exploración de nuevas modalidades de gobierno que
calmen a sociedades insatisfechas, interconectadas al instante entre sí por
redes globales en las que expresan rebeldía por gobiernos que cumplen tarde y
mal su cometido. Sociedades que otras veces, observa Ricardo Lagos, por tener más,
demandan más.
La democracia
representativa ha venido así a ser cuestionada por la democracia participativa,
que reclama, por un lado, libertades insostenibles en el tiempo, y por el otro,
hasta origina monstruos que invitan, en incomprensible contrasentido, a
deslegitimar la libertad de prensa. California, caso patético de los resultados
de la democracia participativa, ha sido señalada por Felipe González como el
Estado fallido más rico del mundo. Es la novena economía mundial y asiento, en
Silicon Valley, de la mayor concentración de talentos cibernéticos. Sin
embargo, está fundida, con la educación pública degradada y gravísimos déficits
de infraestructura.
California es el modelo
de cómo los procesos insostenibles de democratización, con iniciativas y
referendos constitucionales para enmendar e invalidar leyes y hasta destituir
funcionarios, pueden derivar en que un Estado con todo para ganar, pierda.
Por eso, uno de los
hechos enriquecedores de este Foro fue la exposición de Nicolás Berggruen,
filántropo germano norteamericano, y Nathan Gadels, periodista y académico,
autores del libro Una gobernanza inteligente para el siglo XXI: a medio camino
entre Occidente y Oriente (Taurus).
Berggruen y Gadels
conjeturan que tal vez algo de lo más grave de nuestro tiempo sea la
mitificación de la ética cultural de la gratificación inmediata. O sea, que con
excesiva frecuencia "la política gira más alrededor de las próximas
elecciones que de las próximas generaciones". Algunos señalamientos del
libro:
- La demanda de gratificación inmediata es
propia de la cultura consumista, que paradójicamente -agrego- condena en
teoría el populismo
- A veces, la democracia es votar por el
pasado, porque es votar por los intereses creados del presente
- Los padres fundadores de los Estados
Unidos renunciaron a la experiencia de la democracia directa porque no
estaba filtrada por las instituciones deliberativas, preparadas en
principio para atender los intereses sociales de largo plazo
- Sólo con libertad de expresión hay una
democracia vigilante
- La globalización significa, por encima
de todo, interdependencia de identidades y no un modelo único, pues el
poder económico tiende a engendrar autoafirmación cultural y política
La clave del libro
concierne a la indagación de si es posible o no en la contemporaneidad abrir
una vía intermedia entre las concepciones de Oriente y de Occidente como
respuesta al descontento generalizado con la política. Cómo hallar una vía que
articule las esencias de la democracia con las de la meritocracia, la libertad
con la autoridad, el sueño individual con el sueño colectivo. No nos hallamos
en todo sentido en el hemisferio más preparado para una empresa como ésa: en la
mente de Occidente, previenen los autores, los territorios y las ideologías se
ganan o se pierden; en cambio, para la mente oriental -subrayan- la tendencia
es a equilibrar constantemente los aspectos complementarios de un todo. Hay
márgenes de elasticidad para aproximar criterios, pues "las verdaderas
fronteras -como dice el lingüista peruano Julio Ortega- no están en la
geografía; están en la historia", que se halla en permanente gestación.
Observemos, entonces,
mejor a China y procuremos que China ponga más atención en los logros
democráticos de Occidente, en particular los de los Estados Unidos, según la
propuesta de Berggruen y Gardels. Anotan que la estatua de Confucio de nueve
metros de alto que se levantó tiempo atrás en China frente a una imagen de Mao
es la misma de quien predicó cinco siglos antes de Cristo sobre la conveniencia
de que gobernaran los mejores, como respuesta a las pasiones populares y al
emperador en su arbitraria soledad.
Con economía regulada de
mercado y en un régimen de partido único, China ha entrado en la prosperidad
sin aflojar todavía las riendas que sujetan la libre expresión de los
individuos o se avance en la rendición social de cuentas. Pero nadie accede a
lo más alto del poder -a la Comisión Permanente del Politburó- sin una eficaz carrera
previa en más bajas estructuras gubernamentales, según lo impone la tradición
milenaria. Por eso, nuestros saltos desde la nada al gran espacio de la
política resultan asombrosos para los chinos.
En un mundo
superpoblado, en el que no menos de seis ciudades -desde Tokio y Shanghai hasta
México y San Pablo- oscilan en alrededor de 20 millones de habitantes, el viejo
concepto de Estado-nación, desnaturalizado ya por la globalización, comienza a
convivir con la idea renacentista de la ciudad-Estado y la fragmentación de las
sociedades preexistentes. Es un nuevo capítulo para cargar sobre los hombres
públicos -políticos, académicos-, junto con los fenómenos crecientes de
desigualdad social y de pobreza, de educación pública y salud.
La amenaza permanente de
las cuatro "t" atraviesa sin solución de continuidad el planeta: el
terrorismo y los tráficos de armas, de drogas y de personas. Si al menos en
esto hubiera una mayor cooperación mundial para el desafío, seguramente el
mundo sería mejor. En estos debates ardió la conciencia de todos cuando el
general colombiano Oscar Naranjo, que condujo las operaciones que acabaron con Pablo Escobar
Gaviria, informó que por una niña "puesta" en el mercado de Tokio se
paga el doble que por un kilo de cocaína: 100.000 dólares.
¿Es éste el mundo en que queremos vivir?.
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