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El modelo de austeridad presenta tres
características básicas que invocan los principios ideológicos del
neoliberalismo: 1) busca afianzar su legitimidad social con el
discurso del miedo, de la inevitabilidad y la falta de alternativas. “No hay alternativa” fue la consigna
ideológica con la que Margaret Thatcher pretendía convencer de que sus
políticas neoliberales eran las únicas posibles. 2) Las medidas de austeridad se adoptan para satisfacer al mercado,
visto como solución radical para los problemas económicos y sociales. 3) Es un modelo que elude la
responsabilidad individual y promueve la socialización de la culpa y el
sacrifico, tal y como lo reflejan planteamientos
como “el Estado del bienestar es insostenible” (Aznar) o el manido discurso
de que los ciudadanos “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.
Cada vez es más evidente que la “cura” a
base de austeridad está profundizando la crisis en Europa sin resolver ninguno de los problemas que justificaron su
adopción. Sus consecuencias sociales se hacen sentir: precariedad, niveles
catastróficos de desempleo, aumento de la pobreza, debilitamiento del sector
público, degradación de la protección social y, como telón de fondo,
destrucción de la democracia keynesiana. El
neoliberalismo es a la democracia lo que la carcoma a la madera.
Las pretensiones del neoliberalismo pasan por convertir la democracia en una
plutocracia usurpadora, en una oligarquía de ricos capaz de imponer su voluntad
sobre una masa poblacional desprovista
de derechos económicos y sociales y con derechos civiles restringidos, como
los de manifestación y expresión. La
transformación del Estado del bienestar en curso va en este sentido. El neoliberalismo es hijo de una cultura política que
consagró antes el derecho a la propiedad privada que el derecho a la salud.
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Islandia. la Democracia Directa y Participativa, derrotó a la austeridad, a los ajustes, a los corruptos, a los banqueros, a los políticos mentirosos y farsantes y a todos conjuntamente los envió a la CÁRCEL.
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La austeridad se impone a la Democracia.
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Antoni Jesús Aguiló.
Diario de Mallorca. Sábado10 de noviembre del 2012.
La
perversión del lenguaje, la manipulación de las palabras y la apropiación
interesada de los conceptos se ha convertido en una de las principales formas
de corrupción de nuestro tiempo. ¿Se acuerdan del famoso pasaje de Alicia a
través del espejo en el que Humpty Dumpty impone de un plumazo su
autoritarismo lingüístico? “Cuando yo empleo una palabra significa exactamente
lo que yo quiero que signifique: ni más ni menos” [1]. La corrupción semántica
desfigura el sentido de las palabras para que signifiquen lo contrario de lo
que quieren decir y se ajusten a los intereses particulares de quien las
emplea. Se crean así eufemismos para suavizar la realidad. Es lo que está
ocurriendo con la apropiación que el neoliberalismo ha hecho de la palabra
“austeridad”.
La
austeridad nunca ha sido un principio inscrito en el ADN ideológico del
liberalismo (o del neoliberalismo actual). Se trata de un término que tiene una
notable presencia en la historia de la filosofía moral y de las tradiciones
religiosas, donde, en términos generales, forma parte de una opción de vida que
la orienta hacia la moderación, el autocontrol, la templanza y la simplicidad.
Este tipo de austeridad está cerca, por ejemplo, de la sabiduría epicúrea de
disfrutar de las pequeñas cosas (“el pan ordinario y el agua –escribe Epicuro–
dan una suavidad y deleite sumo cuando un necesitado llega a conseguirlos” [2])
y lejos de la codicia de Bernard Madoff o del suntuoso palacete de Jaume Matas.
Desde esta óptica, la austeridad es una práctica que no casa bien con los valores
individualistas, consumistas y competitivos de nuestras sociedades. Dado el
espíritu anticonsumista y antimercantilista de la austeridad, una persona
austera tendría que ser declarada poco menos que antisistema por la cultura
neoliberal dominante.
Gran parte
de Europa se está tragando la amarga medicina de la austeridad prescrita por la
misma ideología que causó la crisis. La élite gobernante de banqueros,
políticos, tecnócratas no elegidos y medios de comunicación al servicio del
neoliberalismo recurre al lenguaje de la austeridad como remedio necesario. “No
hay mejor protección contra la crisis de la eurozona que el éxito de las
reformas estructurales en el sur de Europa”, declaraba estos días a la prensa
alemana el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi.
Es
fundamental desenmascarar la apropiación neoliberal de este lenguaje. En el
contexto actual, los planes de ajuste y austeridad de la troika (FMI, BCE y CE)
y el Gobierno no son, como se pretende hacer creer a la opinión pública, una
política de racionalización, contención y moderación del gasto público para
luchar contra la crisis, sino una forma deliberada de expandir el
neoliberalismo. La eufemísticamente llamada austeridad es un componente central
de la actual estructura social de acumulación del capitalismo neoliberal, el
entramado político-institucional favorable al proceso de acumulación
capitalista; una acumulación que, como explica David Harvey [3], se basa en la
desposesión de derechos, rentas, recursos públicos y conquistas democráticas a
terceros (trabajadores, parados, funcionarios, estudiantes, pensionistas,
desahuciados, etc.).
El modelo de
austeridad presenta tres características básicas que invocan los principios
ideológicos del neoliberalismo: 1) busca afianzar su legitimidad social con el
discurso del miedo, de la inevitabilidad y la falta de alternativas. “No hay
alternativa” fue la consigna ideológica con la que Margaret Thatcher pretendía
convencer de que sus políticas neoliberales eran las únicas posibles. 2) Las medidas
de austeridad se adoptan para satisfacer al mercado, visto como solución
radical para los problemas económicos y sociales. 3) Es un modelo que elude la
responsabilidad individual y promueve la socialización de la culpa y el
sacrifico, tal y como lo reflejan planteamientos como “el Estado del bienestar
es insostenible” (Aznar) o el manido discurso de que los ciudadanos “hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades”.
Cada vez es
más evidente que la “cura” a base de austeridad está profundizando la crisis en
Europa sin resolver ninguno de los problemas que justificaron su adopción. Sus
consecuencias sociales se hacen sentir: precariedad, niveles catastróficos de
desempleo, aumento de la pobreza, debilitamiento del sector público,
degradación de la protección social y, como telón de fondo, destrucción de la
democracia keynesiana. El neoliberalismo es a la democracia lo que la carcoma a
la madera. Las pretensiones del neoliberalismo pasan por convertir la
democracia en una plutocracia usurpadora, en una oligarquía de ricos capaz de
imponer su voluntad sobre una masa poblacional desprovista de derechos
económicos y sociales y con derechos civiles restringidos, como los de
manifestación y expresión. La transformación del Estado del bienestar en curso
va en este sentido. El neoliberalismo es hijo de una cultura política que
consagró antes el derecho a la propiedad privada que el derecho a la salud.
Una
democracia sin contenido social no es democracia; es un régimen de ciertas
libertades políticas que por sí solas no garantizan la lucha contra la
desigualdad socioeconómica y la pobreza. Nuestra democracia formal permite que
en la práctica haya personas que vivan, sobrevivan (y a veces mueran) sin
derechos económicos y sociales. Hace aproximadamente un año, el por entonces
candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Newt Gingrich,
declaraba que las leyes laborales infantiles eran “estúpidas” y proponía que
los niños desfavorecidos mayores de 9 años pudieran trabajar a tiempo parcial.
Gingrich reivindicaba sin complejos el derecho a explotar. Los intentos de
conciliar democracia y neoliberalismo pueden llevar a la Europa de la
austeridad a toda costa al borde del genocidio social. ¿Habrá que volver a los
tiempos de Dickens para radicalizar la conciencia de la necesidad de un cambio
económico, social y político?
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*Antoni Jesús Aguiló es investigador en
filosofía política del Núcleo de Estudios sobre Democracia, Ciudadanía y
Derecho (DECIDe) del Centro de Estudos Sociais de la Universidad de Coímbra
(Portugal).
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