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Por consiguiente es tonto negar el hecho de la globalización, pero es poco veraz
derivar de este hecho el fin de los Estados-nación. De hecho, una globalización será
tanto más ordenada y democrática si se basa en Estados vivos; lo
contrario nos llevaría a una mundialización dominada por poderes oscuros, no
elegidos, alejados de la ciudadanía y en consecuencia, peligrosos. El rumbo del
mundo en manos de poderes invisibilizados
e irresponsables en términos democráticos es la peor de las alternativas. De
hecho, ya la globalización actual es
excluyente y sectaria: la quinta parte más
rica del mundo posee el 80% de los recursos del planeta.
Yo prefiero pensar que es factible proponer la
movilización contra la actual UE, dentro de la UE, para construir otra
UE. Hace
falta una unidad europea que recupere la centralidad de la política y que asuma
realmente la democracia. Una unidad que no esté al servicio del mercado
global, sino que defina sus parámetros tal como el estado-nación representó históricamente el marco social del mercado
nacional y no su mera área desregulada de desarrollo. Precisamente, la
pretensión de los ideólogos y de los poderes neoliberales es la de desmantelar
la política social estatal y su aparato con el fin de avanzar hacia
la utopía del "anarquismo" mercantil (su
famoso libre mercado) apoyado en Estados mínimos que ejerzan de guardianes.
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País Vasco-Euskadi.
Lo global y lo local (Euskadi en Europa).
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Iosu Perales.
Noticias de Gipuzkoa. Martes,
27 de Noviembre de 2012 -
La globalización
es un proceso histórico, no es el resultado de un acto como encender el motor
de un automóvil o la luz de una habitación. Podemos decir que en el año 2025 estaremos mucho más globalizados y en el 2050 aún más. Se trata de una
transformación permanente que no sabemos cuándo podrá llegar a completarse. Sin
embargo, la globalización no opera
de la misma manera en todo los campos de la actividad humana. Mientras desde el punto de vista de la
técnica, de las comunicaciones y de la economía puede decirse que es una
tendencia histórica natural, no es así
en la política. La pugna entre globalización
y soberanía de los Estados-nación no ha librado aún las batallas decisivas.
Por otro lado la pérdida de soberanía
nacional afecta muy desigualmente a los Estados. El discurso neoliberal esconde el hecho de que tras el "beneficio
general del poder del mercado" hay Estados ganadores.
Por consiguiente es tonto negar el
hecho de la globalización, pero es
poco veraz derivar de este hecho el fin de los Estados-nación. De
hecho, una globalización será tanto más ordenada y democrática si se basa en Estados
vivos; lo contrario nos llevaría a una mundialización dominada por
poderes oscuros, no elegidos, alejados de la ciudadanía y en consecuencia,
peligrosos. El rumbo del mundo en manos de poderes
invisibilizados e irresponsables en términos democráticos es la peor de las
alternativas. De hecho, ya la globalización
actual es excluyente y sectaria: la
quinta parte más rica del mundo posee el 80%
de los recursos del planeta.
De una población mundial de 7.000 millones, apenas 500 millones de personas viven
confortablemente. Por otra parte, está el dato de que 32 países viven hoy día
peor que hace 40 años, según datos de Naciones Unidas. De ahí lo absurdo de
permanecer deslumbrados ante una globalización
que sobre todo tiene que ver con el dominio del dinero. En contra del
optimismo neoliberal, la globalización no es en sí misma ni una buena ni mala
noticia.
La Unión Europea (UE) de nuestros días es parte de una globalización que hay
que criticar. Ha sido raptada por los lobbies financieros y sus decisiones no están
motivadas por los deseos de una ciudadanía debidamente consultada. Su déficit
democrático, tan estudiado y criticado, es actualmente insoportable, hasta el
punto de que las decisiones son tomadas por personas que casi nadie conoce: pruebe el lector o lectora a nombrar en voz
alta el nombre de dos miembros de la Comisión, que es el Ejecutivo comunitario.
Además, se han construido estructuras
laberínticas pobladas por una comitología que permanece indescifrable para
la gente e incluso para las organizaciones sociales y políticas de los 27
estados. La actual UE está muy
distanciada de la que quisieron sus fundadores.
Negar la globalización y la Unión
Europea no tiene sentido. Pero tampoco es de recibo pregonar que los pueblos y los
Estados debemos aceptar sí o sí el escenario que se nos presenta. A propósito
de la UE, se nos dice que es lo que
hay, como si no pudiera ser de otra manera. Hemos de aceptarla como es actualmente
y someternos a ella con la misma docilidad con que nos resignamos ante un
fenómeno meteorológico.
Yo prefiero pensar que es factible
proponer la movilización contra la actual UE, dentro de la UE, para construir
otra UE. Hace falta una unidad europea que recupere la centralidad de la
política y que asuma realmente la democracia. Una unidad que no esté al
servicio del mercado global, sino que defina sus parámetros tal como el
estado-nación representó históricamente el marco social del mercado nacional y
no su mera área desregulada de desarrollo. Precisamente, la pretensión de los
ideólogos y de los poderes neoliberales es la de desmantelar la política social
estatal y su aparato con el fin de avanzar hacia la utopía del "anarquismo"
mercantil (su famoso libre mercado) apoyado en Estados mínimos que
ejerzan de guardianes.
Hace falta una unidad europea que
recupere la centralidad de la política y asuma realmente la democracia.
Un Estado pequeño, con poderes
reconocidos y cercanos, puede ser mucho más higiénico y eficiente.
Esta unidad europea ni debe ni puede
pretender el fin de los Estados, pues la centralización de la soberanía y de la
toma decisiones en un ente supranacional, solo puede tener un componente que
amenaza a la democracia como el malo en las películas de James Bond. Además, aunque se lo propusiera, no lo lograría. No hay
más que ver qué pasa en ese espacio político mundial que es
Naciones Unidas: en él, países poderosos imponen su derecho a veto e impiden
que el interés general se imponga al particular. ¿No ocurre acaso que Alemania impone sus políticas en la
propia UE? Vuelvo a decirlo: acudir a la idea de lo global y de la UE para acallar reivindicaciones de
pueblos sin Estado e incluso de voces de Estados ya construidos que reclaman
más soberanía, es una estafa. La supuesta bondad del gobierno europeo
que actúa justamente no existe. Lo que sucede en la práctica es lo que se
oculta: la existencia de un servilismo a los grandes
poderes económicos, que son quienes realmente gobiernan.
Tampoco se trata de abrazarnos a viejas
certidumbres frente a lo nuevo. Es inevitable formar parte de una
realidad internacionalizada en todos los ámbitos. Ahora bien, ello
tiene sus riesgos pero el mayor de todos se revela cuando no hay sentido
crítico, cuando se abandona la lucha por alternativas globales y europeas
mejores. Precisamente la reconstrucción desde abajo es una alternativa. Y tal
vez por eso asistimos hoy a reacciones
locales que, sin dejar de pensar y actuar globalmente, afirman sus capacidades productivas y articulan su potencialidad social
y política, para posicionarse mejor en los distintos escenarios. No es
verdad que el tamaño determine el progreso de un país. Es tan solo una de las
muchas variables. Hay Estados pequeños
prósperos, socialmente avanzados y políticamente muy democráticos, y Estados
grandes sumidos en el atraso.
Quienes repiten una y otra vez que Catalunya y Euskadi no tienen futuro en
un mundo que avanza hacia espacios supranacionales, son mal intencionados
que buscan sembrar el miedo con un discurso para paletos. En realidad no
terminan de decir lo que están pensando: y
es que España vetaría el ingreso en
la UE de los dos nuevos estados. En esto justamente reside la pobreza
democrática de un Estado llamado España en el que el pasado medieval castellano
ha dejado huella en el alma de las grandes fuerzas políticas.
La globalización y la UE dentro de ella como espacio de integración tienen
aspectos positivos a los que ni debemos ni ya podemos renunciar. Pero en lo que
tiene que ver con la soberanía de los Estados sería un
suicidio sustituirla por un super-aparato supranacional imposible de controlar por la
ciudadanía. La contra-hegemonía encarnada en lo local tiene mucho que decir para la vida democrática de la
gente. Un Estado pequeño, con poderes
reconocidos y cercanos, puede ser mucho más higiénico y eficiente. Es
además el campo idóneo para la participación ciudadana y el buen uso de los recursos para el
cumplimiento de un programa social. Con ello no pretendo pontificar la idea
de que "lo local" es necesariamente lo bueno y "lo global" lo malo.
Ese sería un punto de partida erróneo. Todo depende de la composición, de los
materiales con que se construyan ambos espacios. Sin embargo, cabe un
criterio general: asignar a cada espacio
una misión, unos objetivos y unas actividades.
En esta división la soberanía de los Estados y la
existencia de estos mismos es fundamental, pues solo así la idea de
ciudadanos universales en un
mundo plural podrá ser verdad; lo contrario no sería más que ceder nuestra
soberanía a consejos financieros y de multinacionales que nos quieren hacer
creer que el Estado mundial legítimo es el que ellos representan, mientras
que nosotros, seres inocentes, sacamos pecho para lucir un falso logotipo de
"ciudadano universal", que en la realidad es tan solo de súbdito
planetario.
En resumen, nada sobre Europa y la
globalización es autoevidente; es preciso debatir no solo sobre el cómo,
sino también y fundamentalmente sobre qué tipo de Unión Europea y globalización queremos. En este
debate, las naciones que todavía no son Estado tienen mucho que decir.
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