miércoles, 28 de noviembre de 2012

Lo global y lo local (Euskadi en Europa).

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Por consiguiente es tonto negar el hecho de la globalización, pero es poco veraz derivar de este hecho el fin de los Estados-nación. De hecho, una globalización será tanto más ordenada y democrática si se basa en Estados vivos; lo contrario nos llevaría a una mundialización dominada por poderes oscuros, no elegidos, alejados de la ciudadanía y en consecuencia, peligrosos. El rumbo del mundo en manos de poderes invisibilizados e irresponsables en términos democráticos es la peor de las alternativas. De hecho, ya la globalización actual es excluyente y sectaria: la quinta parte más rica del mundo posee el 80% de los recursos del planeta.

Yo prefiero pensar que es factible proponer la movilización contra la actual UE, dentro de la UE, para construir otra UE. Hace falta una unidad europea que recupere la centralidad de la política y que asuma realmente la democracia. Una unidad que no esté al servicio del mercado global, sino que defina sus parámetros tal como el estado-nación representó históricamente el marco social del mercado nacional y no su mera área desregulada de desarrollo. Precisamente, la pretensión de los ideólogos y de los poderes neoliberales es la de desmantelar la política social estatal y su aparato con el fin de avanzar hacia la utopía del "anarquismo" mercantil (su famoso libre mercado) apoyado en Estados mínimos que ejerzan de guardianes.
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País Vasco-Euskadi.

Lo global y lo local (Euskadi en Europa).

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 Iosu Perales.

Noticias de Gipuzkoa. Martes, 27 de Noviembre de 2012 -

La globalización es un proceso histórico, no es el resultado de un acto como encender el motor de un automóvil o la luz de una habitación. Podemos decir que en el año 2025 estaremos mucho más globalizados y en el 2050 aún más. Se trata de una transformación permanente que no sabemos cuándo podrá llegar a completarse. Sin embargo, la globalización no opera de la misma manera en todo los campos de la actividad humana. Mientras desde el punto de vista de la técnica, de las comunicaciones y de la economía puede decirse que es una tendencia histórica natural, no es así en la política. La pugna entre globalización y soberanía de los Estados-nación no ha librado aún las batallas decisivas. Por otro lado la pérdida de soberanía nacional afecta muy desigualmente a los Estados. El discurso neoliberal esconde el hecho de que tras el "beneficio general del poder del mercado" hay Estados ganadores.

Por consiguiente es tonto negar el hecho de la globalización, pero es poco veraz derivar de este hecho el fin de los Estados-nación. De hecho, una globalización será tanto más ordenada y democrática si se basa en Estados vivos; lo contrario nos llevaría a una mundialización dominada por poderes oscuros, no elegidos, alejados de la ciudadanía y en consecuencia, peligrosos. El rumbo del mundo en manos de poderes invisibilizados e irresponsables en términos democráticos es la peor de las alternativas. De hecho, ya la globalización actual es excluyente y sectaria: la quinta parte más rica del mundo posee el 80% de los recursos del planeta.

De una población mundial de 7.000 millones, apenas 500 millones de personas viven confortablemente. Por otra parte, está el dato de que 32 países viven hoy día peor que hace 40 años, según datos de Naciones Unidas. De ahí lo absurdo de permanecer deslumbrados ante una globalización que sobre todo tiene que ver con el dominio del dinero. En contra del optimismo neoliberal, la globalización no es en sí misma ni una buena ni mala noticia.

La Unión Europea (UE) de nuestros días es parte de una globalización que hay que criticar. Ha sido raptada por los lobbies financieros y sus decisiones no están motivadas por los deseos de una ciudadanía debidamente consultada. Su déficit democrático, tan estudiado y criticado, es actualmente insoportable, hasta el punto de que las decisiones son tomadas por personas que casi nadie conoce: pruebe el lector o lectora a nombrar en voz alta el nombre de dos miembros de la Comisión, que es el Ejecutivo comunitario. Además, se han construido estructuras laberínticas pobladas por una comitología que permanece indescifrable para la gente e incluso para las organizaciones sociales y políticas de los 27 estados. La actual UE está muy distanciada de la que quisieron sus fundadores.

Negar la globalización y la Unión Europea no tiene sentido. Pero tampoco es de recibo pregonar que los pueblos y los Estados debemos aceptar sí o sí el escenario que se nos presenta. A propósito de la UE, se nos dice que es lo que hay, como si no pudiera ser de otra manera. Hemos de aceptarla como es actualmente y someternos a ella con la misma docilidad con que nos resignamos ante un fenómeno meteorológico.

Yo prefiero pensar que es factible proponer la movilización contra la actual UE, dentro de la UE, para construir otra UE. Hace falta una unidad europea que recupere la centralidad de la política y que asuma realmente la democracia. Una unidad que no esté al servicio del mercado global, sino que defina sus parámetros tal como el estado-nación representó históricamente el marco social del mercado nacional y no su mera área desregulada de desarrollo. Precisamente, la pretensión de los ideólogos y de los poderes neoliberales es la de desmantelar la política social estatal y su aparato con el fin de avanzar hacia la utopía del "anarquismo" mercantil (su famoso libre mercado) apoyado en Estados mínimos que ejerzan de guardianes.

Hace falta una unidad europea que recupere la centralidad de la política y asuma realmente la democracia.
Un Estado pequeño, con poderes reconocidos y cercanos, puede ser mucho más higiénico y eficiente.

Esta unidad europea ni debe ni puede pretender el fin de los Estados, pues la centralización de la soberanía y de la toma decisiones en un ente supranacional, solo puede tener un componente que amenaza a la democracia como el malo en las películas de James Bond. Además, aunque se lo propusiera, no lo lograría. No hay más que ver qué pasa en ese espacio político mundial que es Naciones Unidas: en él, países poderosos imponen su derecho a veto e impiden que el interés general se imponga al particular. ¿No ocurre acaso que Alemania impone sus políticas en la propia UE? Vuelvo a decirlo: acudir a la idea de lo global y de la UE para acallar reivindicaciones de pueblos sin Estado e incluso de voces de Estados ya construidos que reclaman más soberanía, es una estafa. La supuesta bondad del gobierno europeo que actúa justamente no existe. Lo que sucede en la práctica es lo que se oculta: la existencia de un servilismo a los grandes poderes económicos, que son quienes realmente gobiernan.

Tampoco se trata de abrazarnos a viejas certidumbres frente a lo nuevo. Es inevitable formar parte de una realidad internacionalizada en todos los ámbitos. Ahora bien, ello tiene sus riesgos pero el mayor de todos se revela cuando no hay sentido crítico, cuando se abandona la lucha por alternativas globales y europeas mejores. Precisamente la reconstrucción desde abajo es una alternativa. Y tal vez por eso asistimos hoy a reacciones locales que, sin dejar de pensar y actuar globalmente, afirman sus capacidades productivas y articulan su potencialidad social y política, para posicionarse mejor en los distintos escenarios. No es verdad que el tamaño determine el progreso de un país. Es tan solo una de las muchas variables. Hay Estados pequeños prósperos, socialmente avanzados y políticamente muy democráticos, y Estados grandes sumidos en el atraso.

Quienes repiten una y otra vez que Catalunya y Euskadi no tienen futuro en un mundo que avanza hacia espacios supranacionales, son mal intencionados que buscan sembrar el miedo con un discurso para paletos. En realidad no terminan de decir lo que están pensando: y es que España vetaría el ingreso en la UE de los dos nuevos estados. En esto justamente reside la pobreza democrática de un Estado llamado España en el que el pasado medieval castellano ha dejado huella en el alma de las grandes fuerzas políticas.

La globalización y la UE dentro de ella como espacio de integración tienen aspectos positivos a los que ni debemos ni ya podemos renunciar. Pero en lo que tiene que ver con la soberanía de los Estados sería un suicidio sustituirla por un super-aparato supranacional imposible de controlar por la ciudadanía. La contra-hegemonía encarnada en lo local tiene mucho que decir para la vida democrática de la gente. Un Estado pequeño, con poderes reconocidos y cercanos, puede ser mucho más higiénico y eficiente. Es además el campo idóneo para la participación ciudadana y el buen uso de los recursos para el cumplimiento de un programa social. Con ello no pretendo pontificar la idea de que "lo local" es necesariamente lo bueno y "lo global" lo malo.

Ese sería un punto de partida erróneo. Todo depende de la composición, de los materiales con que se construyan ambos espacios. Sin embargo, cabe un criterio general: asignar a cada espacio una misión, unos objetivos y unas actividades.

En esta división la soberanía de los Estados y la existencia de estos mismos es fundamental, pues solo así la idea de ciudadanos universales en un mundo plural podrá ser verdad; lo contrario no sería más que ceder nuestra soberanía a consejos financieros y de multinacionales que nos quieren hacer creer que el Estado mundial legítimo es el que ellos representan, mientras que nosotros, seres inocentes, sacamos pecho para lucir un falso logotipo de "ciudadano universal", que en la realidad es tan solo de súbdito planetario.

En resumen, nada sobre Europa y la globalización es autoevidente; es preciso debatir no solo sobre el cómo, sino también y fundamentalmente sobre qué tipo de Unión Europea y globalización queremos. En este debate, las naciones que todavía no son Estado tienen mucho que decir.
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