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Desde la
segunda mitad de los 80 y, sobre todo, en los 90, se basa en un modelo de
crecimiento parasitario; en la inflación y sobredimensionamiento de la
construcción a costa del crédito, y, a la vez, la expansión de este último al conjunto de la economía, incluidas las
familias. Otro elemento estructural lo constituiría el deterioro de las
rentas del trabajo. Los salarios reales
en 2012 son los mismos que en 1982, es decir, el mismo poder adquisitivo que
tras la salida de una larga dictadura. En paralelo, la riqueza de la
economía española se multiplicó casi por tres en las tres últimas décadas. Precisamente esta caída de los salarios
reales se compensó con el crecimiento del crédito. También es parasitario
porque, al entrar en el euro, la economía recibe capitales del resto del mundo,
que inflan los circuitos financieros especulativos españoles. Estos capitales llegan porque resulta muy
fácil especular en el sector inmobiliario y, además, buscando un “refugio”,
dado que el euro es una moneda fuerte.
Las salidas
habría que buscarlas cada vez más fuera del sistema. De entrada, romper con el
euro y las ataduras que implica el macro-estado europeo, que no es sino una
estrategia del capital para romper con las conquistas históricas de las clase
trabajadora en el marco del estado individual. Además, opino que habría que llamar a un proceso constituyente que
modifique las reglas del juego. Otros puntos para la estrategia de
transformación: la deuda no debería pagarse; los miles de millones ahorrados se destinarían a impulsar un programa
de inversiones estatales para “engrandecer” el sector público social;
acometer una profunda reforma fiscal para extraer los recursos que el capital
no está aportando; establecer una moneda
interna de pago a escala estatal, complementada con otras monedas sociales,
para las naciones del Reino de España que confluyan en el proyecto; una
profunda reforma laboral que democratice la gestión productiva; y la
nacionalización de la gran banca, los recursos energéticos y las industrias
estratégicas, entre otros.
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“Vivimos una crisis estructural del
capitalismo y no hay salida dentro de ese marco”.
Entrevista a Andrés Piqueras, Sociólogo y
miembro del Observatorio Internacional de la crisis.
*****
Enric Llopis.
Rebelión. Miércoles 7 de
noviembre del 2012.
A juicio del sociólogo
Andrés Piqueras, “vivimos una crisis civilizatoria, estructural del sistema capitalista,
que cada vez es menos reformable desde dentro porque ha dejado de aportar nada
a la humanidad; dentro de ese marco no hay salida”, explica. Piqueras es
profesor de Sociología en la Universitat Jaume I de Castelló, miembro del
Observatorio Internacional de la Crisis y militante de Socialismo 21. Además de
colaborar con artículos en Rebelión.org, es coautor de “El Colapso de la
civilización” (El Viejo Topo); coordinador de “Desarrollo y Cooperación.
Análisis crítico” (Tirant lo Blanch) y autor de “Movimientos sociales y
capitalismo. Historia de una mutua influencia” (Ed. Germania).
Partidarios de la austeridad y del keynesianismo
concentran el debate. ¿Te parece este un dilema válido? ¿Apunta al fondo de la
cuestión?
La crisis actual va mucho más allá. La austeridad y
los recortes tienden a reproducir las crisis cíclicas del sistema capitalista.
Y el problema del keynesianismo es que fracasó y no puede volverse a él. Hay
que tener en cuenta que la crisis del capitalismo es estructural. Cuando un
sistema o modo de producción no puede generar el desarrollo de las fuerzas
productivas –al contrario, despliega cada vez más su potencial destructivo-, y
ataca el nivel de vida de la población en general, en ese momento deja de
aportar nada a la humanidad. Y entonces se hace cada vez menos reformable desde
dentro. Es lo que ocurre actualmente con el sistema económico capitalista.
¿Dónde habría que buscar, entonces, las soluciones?
Las soluciones se hallan, sin duda, fuera del
sistema. Hay que tenerlo claro. No nos encontramos ante una crisis cíclica más,
sino ante una crisis, como te decía, estructural y civilizatoria, la de la
civilización que surge a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y en la
que estamos inmersos hoy. Esta crisis –económica, social, cultural y ecológica-
puede que no sea la final del capitalismo, pero es evidente que el sistema
capitalista que resulte de esta crisis será diferente del que conocemos hasta
ahora. Y hay otra cuestión básica: cuanto más dure la fase declinante del
capitalismo –que ya hemos comenzado-, más sufrimiento y más consecuencias
negativas generará.
Hablamos de una crisis estructural del sistema.
¿Son inherentes las crisis al capitalismo?
Las crisis cíclicas del capitalismo están
estudiadas desde sus orígenes. Hay que recordar la existencia de los ciclos
Jutglar (cada 10 años) o los Kondratieff (aproximadamente 25 años de alza y
otros 25 de caída). Lo importante es que estos ciclos son manifestaciones que
indican una enfermedad crónica del sistema. En el capitalismo se producen
periódicamente crisis de sobreacumulación, porque los procesos de producción
incorporan cada vez más capital (en forma de maquinaria y tecnología), en
detrimento del trabajo humano. En otras palabras, se acumula demasiado capital.
Y esto es, en sí, una fuente de obstaculización de la plusvalía. Por eso el
desarrollo tecnológico implica grandes contradicciones para el sistema.
¿En qué sentido?
Porque el desarrollo de la tecnología supone que
cada vez sea menos necesario el trabajo asalariado. De ahí que en los países
con mayor desarrollo tecnológico, se expulse fuerza de trabajo de los procesos
productivos. Es decir, aumenta el paro en los países centrales del sistema;
pero al mismo tiempo, el capitalista necesita del trabajo asalariado para
obtener la plusvalía, y ahí está la contradicción. ¿Qué hace entonces el
capital? Aumenta la explotación de la fuerza de trabajo y utiliza, para ello,
la fuerza de trabajo migrante; el ejército de reserva mundial, que ha aumentado
al incorporarse nuevos países –como la antigua URSS o China- a la órbita
capitalista y los procesos de deslocalización.
El despliegue de las nuevas tecnologías no suele
citarse como causa de la crisis estructural.
Pero es un factor decisivo. En la primera década de
2000, disminuye en un 7% el trabajo en el proceso productivo por la
incorporación de la tecnología; y ello a pesar de que el desarrollo tecnológico
lleva frenado deliberadamente desde los años 90 para no obstruir la obtención
de la plusvalía. También la tasa de innovación científica aplicada después como
tecnología se frena a partir de mediados de la década de los 90.
¿En qué punto nos hallamos de la crisis
estructural?
En esta cuestión hay un debate abierto. Algunos
estudiosos apuntan que no hemos salido de la quiebra del modelo de crecimiento
keynesiano (singularmente a partir de la quiebra económico-energética de 1973).
En ese momento se impulsó una trama de recetas neoliberales, que representaban,
más que una salida de la crisis, una huida hacia adelante. ¿Cómo? Aumentando la
explotación de la fuerza de trabajo; reduciendo los gastos y servicios
sociales; recortando la parte de contribución al conjunto social que aporta el
gran empresariado; reduciendo el capital destinado a la inversión productiva
para dedicarlo a la especulación financiera; y con la apropiación privada de
servicios e infraestructuras públicas, así como de la riqueza natural. Pero
otros autores apuntan que se salió de la crisis a finales de los 90, al
recuperarse parcialmente las tasas de ganancia gracias a los procesos citados. Pero
lo cierto es que nunca se recuperaron las tasas de ganancia ni el crecimiento
económico de las décadas de los 50-60 del siglo XX.
¿Es esto así a escala global, sin matices?
En los países centrales del sistema, las tasas de
crecimiento decaen bruscamente desde la crisis de 2007. Pero en otros lugares
del mundo se registra un crecimiento económico y de las tasas de ganancia (por
ejemplo, en los países emergentes, aunque no sólo). El conjunto de países
emergentes representan entre el 20 y el 30% del total de la economía mundial,
mientras que los tradicionales países centrales del sistema disponen entre un
50 y un 60% de esa riqueza. Con el escaso peso comparativo de las economías
emergentes, es difícil que puedan “tirar del carro” y revertir el proceso de
crisis.
Comentabas que nos hallamos ante una crisis de
sobre-acumulación. ¿Podría considerarse asimismo de subconsumo?
La crisis es fundamentalmente de sobre-acumulación.
Lo que ocurre es que la gestión de la crisis y las salidas que está imponiendo
el capital, provoca una crisis de subconsumo. A ello se le superpone una crisis
ecológica, que de momento no se ha hecho sentir de manera alarmante para las
poblaciones, pero que no se podrá obviar en las próximas décadas. En ese
sentido, nos hallamos en la curva descendente de recursos energéticos –como
petróleo o gas natural, entre otros- en los que se basa, hoy en día, el modo de
producción capitalista.
Por otra parte, ¿qué singularidades observas en el
caso español?
Desde la segunda mitad de los 80 y, sobre todo, en
los 90, se basa en un modelo de crecimiento parasitario; en la inflación y
sobredimensionamiento de la construcción a costa del crédito, y, a la vez, la
expansión de este último al conjunto de la economía, incluidas las familias.
Otro elemento estructural lo constituiría el deterioro de las rentas del
trabajo. Los salarios reales en 2012 son los mismos que en 1982, es decir, el
mismo poder adquisitivo que tras la salida de una larga dictadura. En paralelo,
la riqueza de la economía española se multiplicó casi por tres en las tres
últimas décadas. Precisamente esta caída de los salarios reales se compensó con
el crecimiento del crédito. También es parasitario porque, al entrar en el
euro, la economía recibe capitales del resto del mundo, que inflan los
circuitos financieros especulativos españoles. Estos capitales llegan porque
resulta muy fácil especular en el sector inmobiliario y, además, buscando un
“refugio”, dado que el euro es una moneda fuerte.
Realizado el diagnóstico, ¿Qué salidas de la crisis
debería, a tu juicio, plantear la izquierda?
Las salidas habría que buscarlas cada vez más fuera
del sistema. De entrada, romper con el euro y las ataduras que implica el macro-estado
europeo, que no es sino una estrategia del capital para romper con las
conquistas históricas de las clase trabajadora en el marco del estado
individual. Además, opino que habría que llamar a un proceso constituyente que
modifique las reglas del juego. Otros puntos para la estrategia de
transformación: la deuda no debería pagarse; los miles de millones ahorrados se
destinarían a impulsar un programa de inversiones estatales para “engrandecer”
el sector público social; acometer una profunda reforma fiscal para extraer los
recursos que el capital no está aportando; establecer una moneda interna de
pago a escala estatal, complementada con otras monedas sociales, para las
naciones del Reino de España que confluyan en el proyecto; una profunda reforma
laboral que democratice la gestión productiva; y la nacionalización de la gran
banca, los recursos energéticos y las industrias estratégicas, entre otros.
Eres miembro del Observatorio Internacional de la
Crisis; ¿Qué tendencias se apuntan en el horizonte?
La Gran Depresión del siglo XXI nos marca
una encrucijada histórica de la que dependerá el futuro de la humanidad. Si el
sistema capitalista pervive, ello irá en detrimento de las posibilidades de la
vida en la humanidad y también de la naturaleza; éste es el primer camino de la
encrucijada; la alternativa es que la humanidad reaccione y se dé a sí misma un
nuevo sistema histórico.
Por último, has apuntado en alguno de tus artículos
que nos encontramos ante “una guerra de clases declarada desde arriba
”.
Efectivamente, se trata de una guerra de clases
unilateralmente desatada por el capital, cuando el Trabajo más amodorradamente
integrado en el orden capitalista de consumo se encontraba; forzados por la
ofensiva del gran capital, entramos en una más que probable nueva era de
enfrentamientos de clase. La guerra de clases se desata con la
globalización capitalista y el neoliberalismo, con el fin de intentar evitar la
caída de ganancias de la época keynesiana. Nos hallamos ahora en ese punto.
Pero esta estrategia evidencia síntomas de agotamiento. Hoy, la cabezonería en aplicar las recetas
neoliberales contra la crisis llevan a que nos hundamos cada vez más en el pozo
de la misma.
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