viernes, 23 de noviembre de 2012

LA CHINA QUE VIENE: Cambio en el Poder, continuidad en el modelo y externalización de las contradicciones.

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Como es bien conocido, en apenas tres décadas China ha pasado de ser una economía con un comercio exterior de apenas unos pocos millones de dólares, a pesar de su población y el propio tamaño del país, a convertirse en lo que mediáticamente se ha llamado “la fábrica del mundo”. Este proceso ha ido paralelo a una profunda transformación interna del país, que de ser -al finalizar el periodo maoísta- una sociedad con un alto igualitarismo en la distribución de la renta, se ha convertido en una más desigual que Estados Unidos. De esta manera, según algunas encuestas extraoficiales de ingresos de los hogares, China ha alcanzado niveles de desigualdad social cercanos a los de Brasil o Sudáfrica. Ambos procesos, el externo y el interno, tienen un mismo origen: las medidas tomadas por el Gobierno del PCCh, quien ha acompañado el proceso de apertura externa y mercantilización general de la economía, con una depresión de las condiciones de vida rurales, origen de una migración de más de 250 millones de personas hacia las ciudades.
La mayoría de análisis tratan de explicar ese proceso a partir de tendencias únicamente demográficas, como si fuese un proceso natural. Sin embargo, ha sido la intervención gubernamental en el mercado de granos, limitando las subidas de los precios agrícolas, así como la pérdida del acceso a servicios públicos básicos, consecuencia del desmantelamiento de las comunas rurales, las que han provocado esa migración masiva desde el campo hacia las fábricas de la costa del país. Gracias a la presión a la baja sobre el crecimiento de los salarios industriales que esa migración ha generado, las empresas chinas han ganado el juego de la competencia en el mercado mundial, al mismo tiempo que han logrado sustanciales beneficios. Con ellos, han financiado las elevadas tasas de acumulación de capital que explican el espectacular crecimiento de la economía (con incrementos de casi el 10% de media anual durante tres décadas), al mismo tiempo que la burguesía china se enriquecía de manera exponencial (pasando a acaparar el 10% de las familias más ricas de China más del 25% del ingreso nacional anual).
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Xi Jinping, es elegido nuevo Presidente de China. Será a partir de marzo del 2013.
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LA CHINA QUE VIENE: Cambio en el Poder, continuidad en el modelo y externalización de las contradicciones.
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Colectivo Novecento.

Rebelión viernes 23 de noviembre del 2012.

Hace justo una semana finalizaba el XVIII Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh). En él se producía el traspaso del poder a una nueva generación de líderes, encabezada por Xi Jinping (nuevo secretario general del Partido, que será proclamado nuevo presidente chino cuando se celebre la reunión anual de la asamblea nacional el próximo marzo) y Li Keqiang (próximo primer ministro). En principio, ambos dirigirán los designios del país durante los próximos diez años hasta que se produzca un nuevo traspaso de poder durante el XX Congreso del Partido, a celebrarse en 2022, momento en el que se habrán cumplido ciento un años desde la fundación del PCCh y setenta y tres de la proclamación de la República Popular China. Junto con ellos se eligieron también a los otros cinco miembros del nuevo Comité Permanente del Politburó del Partido, el máximo órgano de poder en China. Sin embargo, dada su edad y las reglas informales que rigen el traspaso de poder dentro del PCCh, estos cinco nuevos miembros serán probablemente relevados en el próximo Congreso, en 2017.

En ojos occidentales se hace difícil comprender lo que ocurrió la semana pasada y, en general, el mismo funcionamiento del sistema político chino (al final del artículo se incluye una selección de fuentes al respecto de esa y otras cuestiones). Desde fuera parecería que no se trataba de otra cosa que de aplicar la máxima de “cambiar todo, para que no cambie nada”. Lejos de ello, el resultado de la lucha de poder que se ha producido entre las dos principales facciones del PCCh va, muy probablemente, a tener importantes implicaciones no sólo para la propia economía y sociedad chinas, sino también para el resto de la economía mundial.

Como es bien conocido, en apenas tres décadas China ha pasado de ser una economía con un comercio exterior de apenas unos pocos millones de dólares, a pesar de su población y el propio tamaño del país, a convertirse en lo que mediáticamente se ha llamado “la fábrica del mundo”. Este proceso ha ido paralelo a una profunda transformación interna del país, que de ser -al finalizar el periodo maoísta- una sociedad con un alto igualitarismo en la distribución de la renta, se ha convertido en una más desigual que Estados Unidos. De esta manera, según algunas encuestas extraoficiales de ingresos de los hogares, China ha alcanzado niveles de desigualdad social cercanos a los de Brasil o Sudáfrica. Ambos procesos, el externo y el interno, tienen un mismo origen: las medidas tomadas por el Gobierno del PCCh, quien ha acompañado el proceso de apertura externa y mercantilización general de la economía, con una depresión de las condiciones de vida rurales, origen de una migración de más de 250 millones de personas hacia las ciudades.

La mayoría de análisis tratan de explicar ese proceso a partir de tendencias únicamente demográficas, como si fuese un proceso natural. Sin embargo, ha sido la intervención gubernamental en el mercado de granos, limitando las subidas de los precios agrícolas, así como la pérdida del acceso a servicios públicos básicos, consecuencia del desmantelamiento de las comunas rurales, las que han provocado esa migración masiva desde el campo hacia las fábricas de la costa del país. Gracias a la presión a la baja sobre el crecimiento de los salarios industriales que esa migración ha generado, las empresas chinas han ganado el juego de la competencia en el mercado mundial, al mismo tiempo que han logrado sustanciales beneficios. Con ellos, han financiado las elevadas tasas de acumulación de capital que explican el espectacular crecimiento de la economía (con incrementos de casi el 10% de media anual durante tres décadas), al mismo tiempo que la burguesía china se enriquecía de manera exponencial (pasando a acaparar el 10% de las familias más ricas de China más del 25% del ingreso nacional anual).
Sin embargo, este modelo se encuentra ahora con al menos dos límites, hasta cierto punto, aún potenciales (si bien existen indicios de ellos): uno, una posible crisis de sobreproducción derivada de la recesión en la que se encuentran los principales mercados exteriores de China; dos, un posible estallido social provocado por el nivel que alcanzan las desigualdades al interior del país. Éstas, lejos de ser un conflicto campo-ciudad, como la mayoría de análisis afirma, enfrentan a campesinos y trabajadores urbanos con la renacida burguesía china. En el primer caso, a los problemas de la falta de demanda para mantener la actividad productiva, se unen los evidentes límites ecológicos a los que está llegando esta última. En el segundo caso, a las profundas diferencias de nivel de renta se une una corrupción generalizada, no sólo en forma de tráfico de influencias, sino también de expropiaciones forzosas de tierras a campesinos y de la anterior apropiación de las empresas públicas por parte de miembros del Partido y la administración municipal, provincial o estatal.

Durante las últimas décadas, la legitimidad social del poder del PCCh se ha basado, en buena medida, en el citado crecimiento económico. Sin embargo, ahora parece que ni sus altas tasas resultan sostenibles, ni, de serlo, serían suficientes para que el Partido Comunista se pueda mantener en el poder. Conscientes de ello, la anterior generación de líderes, encabezada por Hu Jintao y Wen Jiabao (miembros de la denominada “Facción de la Liga”, vinculada a la Liga de Jóvenes Comunistas), puso de guía a su labor de gobierno dos principios complementarios: el impulso a un “desarrollo científico” (
科学发展: ke xue fa zhan) para el logro de una “sociedad armoniosa” (谐社会: he xie she hui). Para ello, comenzó a promover el desarrollo tecnológico, tratando de hacer avanzar a la industria hacia ramas de mayor valor añadido y transformar la estructura productiva de la economía. Por otro lado, tomó, antes incluso del estallido de la actual crisis internacional, medidas de carácter distributivo, como la abolición, en 2005, de un impuesto sobre la producción agrícola que tenía dos mil años de existencia; la aprobación, en 2008, de una nueva ley del trabajo más protectora de los derechos de los trabajadores; y la puesta en marcha, en 2009, de una reforma sanitaria con la que se trata de asegurar una cobertura sanitaria básica para la mayoría de la población rural. Todo ello se ha visto acompañado, además, del incremento de los salarios mínimos a nivel provincial y de la intervención gubernamental en el mercado de granos para incrementar los precios agrícolas.

Wen Jiabao, Preimer Ministro chino, afirmó que las dificultades económicas de su país, podrían durar algún tiempo. Dijo que su gobierno debería enfocarse en el empleo.

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Estas medidas alarmaron a la burguesía exportadora que comenzó a denunciar la supuesta falta de fuerza de trabajo en las fábricas chinas que eso habría ocasionado durante los últimos años, cuando, una vez terminadas las festividades del año nuevo chino, muchos de los migrantes se han quedado en sus poblaciones de origen. Basándose en ello, dicha burguesía ha tratado de resistirse (en especial en lo que tiene que ver con la aplicación de la nueva ley del trabajo) al avance de unas medidas redistributivas necesarias para reorientar el crecimiento hacia el mercado interno. Esta resistencia muestra a las claras las contradicciones que ha generado el proceso de reforma económica y mantenimiento del poder político promovido hace treinta años por Deng Xiaoping. Es muy difícil conocer lo que ha ocurrido en el interior del Partido en estos últimos meses de luchas para dirimir la composición del nuevo Politburó. Sin embargo, varios indicios parecen indicar que las posiciones conservadoras detentadas por la burguesía china se han visto reforzadas en el Congreso gracias al mayor poder con el que ha salido de él la denominada “Facción de Shanghái”, vinculada a sus intereses.

En primer lugar, Jiang Zemin, presidente de China antes que Hu, principal cabeza visible de dicha Facción e impulsor del proceso de privatización de empresas de finales de los noventa, así como de la entrada del país asiático en la Organización Mundial del Comercio en 2001, ha tenido una gran influencia (ilustrada por la visibilidad dada a su figura en el Congreso) a la hora de elegir a los miembros del Comité Permanente del Politburó del Comité Central del Partido. En dicho Comité Permanente, en el que no hay ni una sola mujer, Xi, principal candidato de su Facción (que se encuentra compuesta en gran medida por los llamados “príncipes rojos”, hijos de históricos dirigentes revolucionarios del PCCh) se ha confirmado como nuevo secretario general. Junto a él otros cuatro de los siete puestos del Comité han pasado a manos de miembros de ella (Zhang Dejiang, Yu Zhengsheng, Wang Qishan y Zhang Gaoli), dejando a Li y a Liu Yunshan como únicos representantes de la Facción de la Liga y, a pesar de ello, incluso Liu se encuentra cercano a Jiang. Además Xi ha pasado a dirigir de inmediato la Comisión Militar Central (máximo órgano de control del ejército), cosa que en el caso de Hu no ocurrió hasta pasados dos años de ser nombrado secretario general del Partido.
Ambas facciones comparten un interés común de conservar el statu quo en lo político. Así lo demuestran la no elección para dicho Comité de Wang Yang (secretario general del Partido en la sureña provincia de Guangdong y promotor de medidas de reforma política) y de Bo Xilai (anterior secretario  del Partido en la municipalidad central de Chongqing y alentador de tendencias neomaoístas, quien fue defenestrado antes del Congreso por su supuesta colaboración con el asesinato de un empresario inglés en la ciudad, por el cual su mujer fue condenada). Sin embargo, las dos facciones -también denominadas “populista” en el caso de la de la Liga, y “elitista” en el caso de la de Shanghai- mantienen posiciones diversas en lo económico. Y ha sido la partidaria de una mayor liberalización (entre otras cuestiones de los mercados financieros, como promueve Wang Qishan), quien se ha hecho con mayores cuotas de poder. Esto se habría plasmado en el hecho de que de los dos conceptos promovidos por Hu durante su mandato, el de “desarrollo científico” ha sido el único incluido como principio de acción en los Estatutos del PCCh (junto con el marxismo-leninismo, el pensamiento de Mao, la teoría de Deng y la de las tres representaciones de  Jiang), quedándose el de “sociedad armoniosa” fuera.
Aunque esto pueda parecer una cuestión puramente ideológica, vinculada a la escolástica del Partido, en realidad dice mucho de las líneas de acción que puede tomar éste en los próximos años. No en vano, lo primero que ha hecho el nuevo secretario general ha sido mandar a los funcionarios y miembros del mismo a estudiar los citados Estatutos. En términos prácticos, lo que va posiblemente a implicar es que, a pesar de la retórica de la generación de líderes que ahora deja el poder acerca de la necesidad de reorientar el modelo de crecimiento hacia el interior, en realidad se le vaya a dar continuidad a su anterior orientación externa, aunque esta vez basada en la promoción de industrias de mayor contenido tecnológico a través de la atracción de inversión extranjera en sectores seleccionados (tal y como ha hecho Zhang Gaoli en la municipalidad costera de Tianjin, cercana a Pekín). Dado que, en realidad, el concepto de desarrollo científico también se vincula al logro de la estabilidad social, lo más probable es que varias de las medidas redistributivas puestas en marcha se mantengan. Sin embargo, esto dependerá, finalmente, de lo que se generalicen las movilizaciones de los obreros luchando por mejorar las condiciones laborales en las fábricas, así como las de los campesinos contra las expropiaciones de tierras y las de ciudadanos organizados contra proyectos destructivos ecológicamente que se quieren instalar cerca de las poblaciones que habitan, movilizaciones con las que unos y otros han logrado diversas victorias durante los últimos años.
En el mejor de los casos, sin embargo, los nuevos líderes se verán tentados a tratar de externalizar su conflicto distributivo interno con el objetivo de dar respuesta a las demandas populares sin perjudicar los intereses de la burguesía. Esto implicaría tres procesos. Uno, de deslocalización de sus fábricas de bajos costes laborales hacia otros países del sudeste de Asia o (como ya está ocurriendo) hacia las provincias del centro y oeste de la propia China. Dos, un incremento de la presión a la baja sobre los precios de las materias primas ejercida sobre los países de África y América Latina desde los que China las importa (en uno de sus últimos viajes oficiales, Wen ya propuso a los países del Mercosur la creación de una zona de libre comercio). Y tres, una mayor competencia con otros países industrializados, como los de Asia oriental, los europeos o Estados Unidos en las ramas industriales de mayor valor añadido. A pesar de la repetición del discurso chino del “ascenso pacífico”, en ese contexto, la posibilidad de estallido de conflictos geopolíticos ahora mismo latentes se encontraría, desgraciadamente, más cerca que antes.
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