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Por otra parte,
al adoptar una decisión de esa envergadura debería haberse ponderado la
probabilidad del estallido de algún
tipo de conflicto abierto, inédito hasta ahora en la historia de las relaciones
brasileño-estadounidenses pero no por eso imposible. Probabilidad sumamente
baja, por no decir inexistente, si de Rusia
o China se trata, pero cada vez mayor en el caso de Estados Unidos o algunos de sus “proxis” –tal vez “secuaces” sería
el término más apropiado- europeos embarcados en una cacería cada vez más
violenta a inescrupulosa de recursos naturales. Por lo tanto, las chances
de que, en el curso de los próximos diez o quince años, puede surgir un serio
enfrentamiento entre Brasilia y
Washington por la disputa de algunas de las enormes riquezas albergadas en la Amazonía
–agua, minerales estratégicos, biodiversidad, etcétera- o por la
eventual negativa de Brasil a secundar a Estados Unidos en una aventura
criminal como la que planea para Siria o
Irán, o la que llevara a cabo en Libia
e Irak, no es para nada marginal.
Alternativas geopolíticas de Brasil en América Latina hacia el 2014 sobre la Integración Continental, la protección y defensa de su amplia y rica Amazonía.
***
Es más, diríamos
que Estados Unidos, acosado por la desestabilización del orden neocolonial
impuesto en Medio Oriente con la colaboración de
aliados tan nefastos como Israel y
Arabia Saudita y sus crecientes dificultades en Asia ponen en cuestión el suministro del petróleo y las materias primas
y minerales estratégicos demandados por su insaciable voracidad de consumo.
Esta combinación de factores torna altamente probable que más pronto que tarde
se desencadene una clara confrontación entre Washington y Brasilia. Si tal eventualidad fuese un mero juego de
la imaginación y de bajísima –por no decir nula- probabilidad de concreción no
se comprenderían entonces las razones por las cuales Estados Unidos desplegó tal cantidad de bases cercando férreamente al
Brasil por tierra y por mar. Si Washington lo hizo no fue por descuido o
por casualidad, sino en anticipación a algún diferendo que sus estrategas
estiman será de difícil, o imposible, resolución por la vía diplomática. Si instalaron las bases es porque, ¡sin la
menor duda!, el Pentágono contempla en el horizonte una hipótesis de
conflicto con Brasil. De otro modo tal
costoso despliegue de esas unidades de combate sería ridículo y completamente
incomprensible.
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Desde el punto de vista geopolítico tenemos en perspectiva desde el 2014, el imperialismo brasileño y sus grandes intereses corporativos empresariales como Economía emergente, parte principal de las economías BRIChS y del Nuevo Orden Mundial Regional y Descentralizado.
***
BRASIL: UN
INCREÍBLE (Y ENORME) ERROR GEOPOLÍTICO.
*****
Por Atilio A. Boron.
rcci.net/globalización diciembre del 2013.
Una de las derivaciones más
inesperadas de la crisis en las relaciones entre Brasil y Estados Unidos, misma
que diera origen al duro discurso de la presidenta Dilma Rousseff ante la Asamblea General de la ONU y la cancelación de la “visita
de estado” a Washington -programada para Octubre de este año- repercutió
directamente sobre un tema que rondaba en los despachos oficiales de Brasilia desde 2005 y que hasta hace
pocos días permanecía irresuelto: la muy controvertida renovación de la flota de 36 aviones caza que Brasil necesita para controlar su
espacio aéreo y, principalmente, el de la enorme cuenca amazónica y
sub-amazónica.
En opinión de los expertos brasileños, la
flota que dispone actualmente Brasil es obsoleta o, en el mejor de los casos,
insuficiente y la necesidad de su urgente renovación no podía ser
demorada. Sin embargo, después de años de estudios, informes y pruebas no se
llegaba a un acuerdo entre los actores involucrados en la decisión. Las
propuestas consideradas por la licitación convocada en el 2001 por el gobierno
brasileño eran tres: el Boeing F/A-18 E/F Super
Hornet (originalmente fabricado por la firma norteamericana McDonnell
Douglas, posteriormente adquirida por la Boeing); los Dassault Rafale de Francia y el SAAB Gripen-NG sueco. Una
alternativa, descartada ab initio por razones nunca aclaradas pero indudablemente
políticas, fue el Sukhoi Su-35, de
fabricación rusa. Así las cosas en un primer momento una parte mayoritaria del
alto mando de la Fuerza Aérea Brasileña (FAB) y diversos sectores de la
burocracia política y diplomática de Brasilia se inclinaban por adquirir los
nuevos equipos en Estados Unidos, mientras otros favorecían los Rafale
franceses y un sector francamente minoritario a los Gripen-NG suecos. El
disenso condujo a la parálisis y Lula, pese a su indiscutible autoridad, tuvo
que resignarse a terminar su mandato sin poder resolver el impasse, aunque era
por todos conocidos que se inclinaba a favor de los Rafale. La indecisión
terminó hace un par de días, con una decisión muy desafortunada -la menos mala
pero muy lejos de ser la mejor- como se verá más adelante: adquirir los
Gripen-NG suecos.
Grietas en una
relación muy especial.
La sorpresiva revelación del espionaje
realizado por Washington sobre el
gobierno y la dirigencia del Brasil
–es decir, sobre un país que supo ser uno de sus más incondicionales aliados en
las Américas- estaba llamada a inclinar el fiel de la balanza en contra de los
F-18. Incondicionalidad en el vínculo de sucesivos gobiernos brasileños con los
Estados Unidos, decíamos, que era archisabida pero que saltó irrefutablemente a
la luz pública con la desclasificación, en Agosto del 2009, de un memorándum de
la CIA en el cual se daba cuenta del “constructivo” intercambio de ideas
sostenido en 1971 entre los presidentes Emilio
Garrastazú Medici y Richard Nixon con el propósito de explorar modalidades
idóneas para desestabilizar a los gobiernos de izquierda en Cuba y Chile. Lo anterior es
uno de los muchos ejemplos de “colaboración” entre Brasilia y Washington. Basta
con recordar la participación de Brasil en la Segunda Guerra Mundial,
batallando codo a codo con la U. S. Army, a lo que podríamos agregar uno
más: en Febrero de 1976 Henry Kissinger
viajó a Brasil para formalizar lo que pretendía ser una sólida y duradera
alianza entre el gigante sudamericano y los Estados Unidos. La humillante
derrota sufrida en Vietnam exigía el
pronto fortalecimiento de las relaciones con América Latina, que tal como Fidel y el Che repitieran hasta el
cansancio, es la retaguardia estratégica del imperio.
Nada mejor que comenzar por Brasil, en cuya capital Kissinger fue recibido como una
celebridad mundial y firmó un histórico acuerdo con el dictador brasileño Ernesto Geisel. Según el mismo los dos
mayores poderes del Hemisferio Occidental (para usar un lenguaje de aquella
época) se comprometían a mantener consultas regulares y al más alto nivel sobre
asuntos de política exterior. Subyacía a este acuerdo el conocido axioma de Kissinger que decía que “hacia
donde se incline Brasil se inclinará América Latina.”
Acuerdo que, murió al nacer porque como lo
recuerda permanentemente Noam Chomsky,
Washington no admite restricción alguna a sus decisiones, tanto si brotan
de un tratado bilateral como de cualquier otra fuente del derecho
internacional. Si la Casa Blanca
quiere consultar lo hace, pero no se siente obligada a ello y mucho menos a
someterse a los términos de un tratado o una convención. En todo caso lo
anterior revela la intención de ambas capitales de coordinar sus políticas. En
ese contexto histórico la coordinación se produjo en el terreno de las
actividades represivas a desarrollarse en el Cono Sur, como lo demuestra
sobradamente el siniestro Plan Cóndor.
En fechas más cercanas, en el 2007, Lula
y George W. Bush firmaron un acuerdo para compartir tecnología con el
propósito de fomentar la producción de agro-combustibles –buen negocio para
Estados Unidos, depredación ecológica para Brasil- reforzando nuevamente los
tradicionales “lazos de amistad y cooperación” entre Washington y Brasilia.
Ahora bien: la ilegal –además de ilegítima- interdicción
de los cables, mensajes y telefonemas de la presidenta brasileña (así como de
muchos gobernantes y funcionarios de otros países del área) tuvo, en el
caso de Brasil, un agravante de
mucho peso porque Washington también
incurrió en otro grosero acto de delincuencia común: el espionaje industrial,
practicado en contra de la empresa Petrobras. No era aventurado, por lo tanto,
pronosticar que este cúmulo de circunstancias casi con seguridad precipitarían
el desenlace de la prolongada indecisión en relación al re-equipamiento de la
FAB. Luego de lo ocurrido sería una insensatez que Brasil decidiera
renovar su material aéreo con aviones estadounidenses. Pero entonces,
¿cuáles serían las alternativas? ¿Con qué reemplazar a lo que, a todas luces,
era el avión predilecto de la FAB?
Alternativas de
re-equipamiento.
Un informe secreto de la propia FAB, de Enero del 2010, (pero que
alguien se encargó de filtrarlo a la prensa) y que fuera enviado al Ministerio
de Defensa evaluando a los tres candidatos principales para renovar la flota de
aviones caza clasificaba al Gripen-NG claramente por detrás del francés Rafale y el F-18 Super Hornet. Según
ese informe, sus capacidades técnicas y militares eran inferiores a las de sus
homólogos francés y estadounidense. Es cierto que también era inferior su
precio, estimado en unos 70 millones de dólares, mientras que la cotización del
F-18 rondaba en torno a los 100 millones de dólares y el Rafale, mucho más
caro, se empinaba casi hasta los 140 millones. Una vez filtrado el
informe el entonces Ministro de Defensa Nelson Jobim se apresuró en aclarar dos
cosas: primero, que la decisión final sobre la adquisición de los aviones
sería tomada por el Gobierno nacional y no por la FAB; segundo, descartó
en línea con lo que declarara Lula que el precio de las aeronaves pudiese
llegar a ser un factor determinante de la decisión. La posibilidad insinuada en
su momento por Nicolás Sarkozy de que Brasil pudiese recibir la tecnología y
fabricar los Rafale en sus propias instalaciones industriales y luego venderlos
–si bien exclusivamente en América Latina- fue lo que inclinó el fiel de la
balanza de Lula a favor del Rafale.
Pero su decisión no convenció a la cúpula de
la FAB y a otros sectores de su
gobierno, férreamente favorables a cerrar el acuerdo con la Boeing. Claro que, a diferencia de los
franceses, la constructora de los Super
Hornet no parecía muy dispuesta a hablar de transferencias de tecnología, a
lo que se agregó el hecho de que la historia reciente registraba un antecedente
inquietante: el “régimen de Washington” acostumbraba prohibir la venta de
partes y repuestos de aviones estadounidenses a países clasificados por el
Departamento de Estado como “hostiles a los Estados Unidos” o como “no
cooperativos” en la nebulosa y vaguísima guerra contra el narcotráfico y el
terrorismo internacional. O sea, a países que tuviesen la osadía de adoptar una
política no alineada con la de los Estados Unidos. Y esto era un riesgo que no
podía ser subestimado por los compradores.
En otras palabras, aunque los Super Hornet parecían más atractivos,
tanto en términos económicos como por lo avanzado de su tecnología y por la
continuidad que ofrecían con parte de la dotación actual de la FAB, lo cierto
es que el incidente diplomático del espionaje unido al peligro de que, en caso
de un conflicto entre Brasilia y
Washington, éste hiciera con Brasil lo que, por ejemplo, hizo hace poco más
de diez años con la Venezuela Chavista
contribuyó a debilitar al frente “pro-estadounidense”. Como se recordará,
en esa ocasión el Presidente George W.
Bush impuso un embargo a la venta de partes y repuestos y, lo que es más
importante, al envío de los sistemas computarizados de navegación y combate
que, como los software de las computadoras, se renuevan cada pocos meses y sin
cuya última versión el “hardware”, en este caso los aviones, dejan de prestar
los servicios que se espera de ellos. Bastaría con que en el caso de un
diferendo la Casa Blanca decidiera embargar, aunque sea temporariamente, el suministros
de las nuevas versiones de esos sistemas para que esos aviones quedaran
prácticamente inutilizados y la Amazonía desprotegida. Si lo hizo con Chávez,
¿por qué no habría de reincidir en esa conducta en el caso de un conflicto de
intereses con Brasil?
Brasil necesita con urgencia en el área geopolítica de Estado, la renovación
de la flota de 36 aviones caza, para controlar su espacio aéreo, y
principalmente la enorme cuenca amazónica y sub-amazónica.
***
Lamentable
ausencia de una reflexión geopolítica.
La parálisis que bloqueó por tanto tiempo la
renovación del material aéreo de la FAB
se habría destrabado fácilmente si los involucrados en la toma de decisión se
hubiesen formulado esta simple pregunta: ¿cuántas bases militares tienen en la
región cada uno de los países que nos ofertan sus aviones para vigilar nuestro
territorio? Si lo hubieran hecho la respuesta habría sido la siguiente: Suecia no tiene ninguna; Francia
tiene una base aeroespacial en la Guayana
francesa, administrada conjuntamente con la OTAN y con presencia de
personal militar estadounidense; y Estados Unidos tiene, en cambio, 77 bases
militares en la región (último recuento, a Diciembre del 2013), un puñado de
ellas alquiladas a -o co-administradas con- terceros países como el Reino Unido, Francia y Holanda.
Algún burócrata de Itamaraty o algún militar
brasileño entrenado en West Point podría aducir que esas se encuentran en
países lejanos, que están en el Caribe y que tienen como misión vigilar a la Venezuela bolivariana. Pero se
equivocan: la dura realidad es que mientras ésta es acechada por 13 bases
estadounidenses instaladas en sus países limítrofes, Brasil se encuentra
literalmente rodeado por 24, que se convierten en 26 si sumamos las dos bases
británicas de ultramar con que cuenta Estados Unidos –vía la OTAN- en el Atlántico ecuatorial y
meridional, en las Islas Ascensión y
Malvinas respectivamente y en el medio de cuya línea imaginaria se
encuentra nada menos que el gran yacimiento petrolífero del Pre Sal. Es obvio
que comprar armamento a quien amenaza con tan formidable presencia militar no
parecería ser un ejemplo de sensatez y astucia en el sofisticado arte de la
guerra.
Por otra parte, al adoptar una decisión de
esa envergadura debería haberse ponderado la probabilidad del estallido de
algún tipo de conflicto abierto, inédito hasta ahora en la historia de las
relaciones brasileño-estadounidenses pero no por eso imposible. Probabilidad
sumamente baja, por no decir inexistente, si de Rusia o China se trata, pero cada vez mayor en el caso de Estados
Unidos o algunos de sus “proxis” –tal vez “secuaces” sería el término más
apropiado- europeos embarcados en una cacería cada vez más violenta a
inescrupulosa de recursos naturales. Por lo tanto, las chances de que, en
el curso de los próximos diez o quince años, puede surgir un serio
enfrentamiento entre Brasilia y
Washington por la disputa de algunas de las enormes riquezas albergadas en la Amazonía
–agua, minerales estratégicos, biodiversidad, etcétera- o por la
eventual negativa de Brasil a secundar a Estados Unidos en una aventura
criminal como la que planea para Siria o Irán, o la que llevara a cabo en Libia
e Irak, no es para nada marginal.
Es más, diríamos que Estados Unidos, acosado por la desestabilización del orden
neocolonial impuesto en Medio Oriente con la colaboración de aliados tan
nefastos como Israel y Arabia Saudita y sus crecientes dificultades en
Asia ponen en cuestión el suministro del petróleo y las materias primas y
minerales estratégicos demandados por su insaciable voracidad de consumo. Esta
combinación de factores torna altamente probable que más pronto que tarde se
desencadene una clara confrontación entre Washington
y Brasilia. Si tal eventualidad fuese un mero juego de la imaginación y de
bajísima –por no decir nula- probabilidad de concreción no se comprenderían
entonces las razones por las cuales Estados Unidos desplegó tal cantidad de
bases cercando férreamente al Brasil por tierra y por mar. Si Washington lo
hizo no fue por descuido o por casualidad, sino en anticipación a algún
diferendo que sus estrategos estiman será de difícil, o imposible, resolución
por la vía diplomática. Si instalaron las bases es porque, ¡sin la menor duda!,
el Pentágono contempla en el horizonte una hipótesis de conflicto con
Brasil. De otro modo tal costoso despliegue de esas unidades de combate
sería ridículo y completamente incomprensible.
¿Es posible la forja y construcción del eje geopolítico en América Latina de Brasil, Argentina y Estados Unidos?. Si es posible mientras gobierne en el mundo de la globalización el dios mercado, sus bancos, bolsas, corporaciones transnacionales.
***
El chantaje
estadounidense sobre los aviones europeos.
Ante esta inocultable realidad una parte
creciente de los actores de este proceso decisional comenzaron a inclinarse por
los Rafale franceses hasta que … ¡el presidente François Hollande arrojó por la borda toda la tradición gaullista
al declarar que su gobierno estaba dispuesto a secundar nada menos que el plan
criminal de Barack Obama de
bombardear Siria! Este anuncio fue hecho después que el Parlamento británico se
rehusara acompañar tan siniestra iniciativa, con lo cual surgió de inmediato la
siguiente pregunta: ¿qué garantías podría tener Brasil de que, ante un
diferendo con Estados Unidos, París no se inclinaría solícita ante un pedido de
la Casa Blanca de bloquear el envío de partes y software para los Rafales
adquiridos por Brasil? Si hace apenas unos pocos meses Hollande demostró su incondicional complicidad con un plan criminal
como el bombardeo indiscriminado de Siria, ¿por qué pensar que actuaría de modo
diferente en caso de un conflicto abierto entre Brasilia y Washington?
En tal eventualidad la Casa Blanca recurriría
al manual conteniendo sus “procedimientos estandardizados de operación” (SOP,
por su sigla en inglés) y rápidamente denunciaría que Brasilia “no colabora” en la lucha contra el terrorismo y el
narcotráfico con lo cual se convierte en una amenaza a la “seguridad nacional”
de Estados Unidos y, escudándose en una ley del Congreso, embargaría el envío
de partes y software al país sudamericano a la vez que solicitaría que hagan lo
mismo sus aliados europeos. ¿Podría confiarse en que Francia, o llegado el caso
Suecia, no se plegarían a la exigencia norteamericana? ¡De ninguna manera!
Veamos el registro histórico: en la actualidad países como Corea del Norte, Cuba, Irán, Siria, Sudán
y, para ciertos productos, la República
Popular China, son víctimas de diversos tipos de embargos, y en todos los
casos Washington cuenta con la solidaridad de sus compinches europeos.
En el caso cubano, el más radical de todos,
lo que hay más que un embargo para cierto tipo de productos es un bloqueo
integral ¡cuyo costo para los cubanos
equivale a dos Planes Marshall
en contra! En relación a los aviones franceses y suecos los decisores
brasileños tendrían que haber conocido qué proporción de partes y tecnología
estadounidenses contenían los Rafale y
los Gripen-NG. Porque si llegaban a tener más de un 10 por ciento -no de
todo el avión sino de cada una de sus principales partes: aviónica, fuselaje,
sistemas electrónicos, informática, etcétera- bastaría para que, en caso
de conflicto con Brasil, Washington exigiera la aplicación de un embargo sin
que los gobiernos actuales (y los previsibles) de Francia o Suecia pudiesen negarse a obedecerlo so pena de
transgredir una legislación concebida nada menos que para garantizar la
seguridad nacional de Estados Unidos.
Tómese nota de lo siguiente: el motor que propulsa al Gripen-NG es un
desarrollo de una turbina fabricada por la empresa estadounidense General
Electric. Sólo con eso es suficiente para que ante una controversia entre Washington y Brasilia Suecia pueda
verse obligada a interrumpir el suministro de partes y software para los
aviones vendidos al Brasil, a menos
que esté dispuesta a enfrentar los costos de un serio conflicto con Estados
Unidos.
El Sukhoi: la
carta rusa.
Así las cosas, lo único que podría haber
garantizado la independencia militar del Brasil
habría sido adquirir sus aviones en países que, por su poderío, por razones de
su propia inserción en el sistema internacional y por su estrategia
diplomática, estuvieran exentos del riesgo de convertirse en obedientes
ejecutores de los mandatos de la Casa
Blanca. Hay sólo dos países que detentan esas características y
que, a la vez, cuentan con la capacidad tecnológica para construir
aviones caza de última generación: Rusia y China, fabricantes del Sukhoi y el Chengdu J-10 respectivamente.
En consecuencia, el debate sobre quién
suministraría los nuevos aviones que Brasil -¡y los países con los que comparte
la cuenca amazónica!- necesitan llegó abruptamente a un punto completamente
inesperado: descartados los F-18 y los Rafale, la opción más razonable
habría sido llamar a una nueva licitación y permitir la inscripción de los
aviones rusos y chinos. Infelizmente no fue ese el camino elegido por
Brasilia. Alguien podría preguntarse qué tienen de malo los Gripen-NG suecos. No sólo lo que indica
el informe secreto filtrado a la prensa y detallado más arriba sino que,
además, desde el punto de vista político no hay garantía alguna de que
Estocolmo –es decir la Suecia de hoy, no la que existía en los tiempos de Olof Palme, que por algo fue asesinado-
vaya a comportarse de manera distinta ante una requisitoria de Washington de
embargar el envío de partes y software a los Gripen-NG de la FAB. Por eso el 18
de Diciembre del 2013 el Ministro de Defensa de Brasil, Celso Amorím, anunció el resultado de
la licitación con la adjudicación de los mismos a la empresa sueca SAAB,
fabricante de Gripen-NG. “La elección se basó en los criterios de
desempeño, transferencia de tecnología y costo”, dijo en la rueda de prensa
convocada a tal efecto.
Desgraciadamente la elección no tuvo en
cuenta el criterio más importante para la toma de decisiones en asuntos que
hacen a la autodeterminación y la defensa nacional: la geopolítica. ¿Cómo se
pudo ignorar que un informe oficial del Parlamento Europeo del 14 de
Febrero del 2007 estableció que con posterioridad a los atentados del 11-S -entre 2001 y 2005- la CIA operó
1.245 vuelos ilegales en el espacio aéreo europeo, trasladando “detenidos
fantasmas” (“ghost detainees”) hacia centros de detención y tortura en
Europa (especialmente Rumania y Polonia) y Oriente Medio? Entre los
gobiernos que se prestaron a tan siniestro tráfico se encuentra el país
donde se fabricarán los aviones encargados de vigilar el espacio aéreo
brasileño, Suecia, que si bien en el citado informe no es acusado de haber
admitido “interrogatorios” en su territorio pero sí de haber permitido que esos
“vuelos de la muerte” estadounidenses se reabastecieran y encontraran apoyo
logístico en sus aeropuertos. Siendo esto así, ¿cómo confiar que un país
que se prestó a una maniobra tan atrozmente violatoria de los derechos humanos
podría rehusarse a “colaborar” con Washington en caso de que éste le solicitara
interrumpir el envío de suministros, partes y software para los Gripen-NG de la
FAB?
En el
escenario global del Nuevo Orden Mundial, la geopolítica en los próximos años,
seguirá los lineamientos políticos impuestos por las corporaciones
transnacionales (el Foro Económico Mundial. Davos). En ese contexto es posible el surgimiento de un serio
enfrentamiento entre Brasilia y Washington por la disputa de algunas de las
enormes riquezas territoriales albergadas en la Amazonía – agua, minerales
estratégicos, gas, petróleo, biodiversidad, etc.
***
Conclusión.
Por eso decíamos antes y lo ratificamos con más fuerza ahora que la única
opción realmente autónoma que tenía la presidenta Dilma Rousseff era la de adquirir los Sukhoi rusos, aún al costo de
tener que soportar virulentas críticas dentro y fuera del Brasil. Dentro,
porque a nadie se le escapa que hay sectores internos que proponen olvidarse de
Latinoamérica y militan a favor de una incondicional alianza con los Estados
Unidos y Europa, y en los cuales prevalece la mentalidad de la Guerra Fría que
Estados Unidos se ha esmerado en mantener viva a lo largo de todos estos años,
si bien con algunos maquillajes. Por ejemplo, no se habla ya del “peligro
soviético” pero sí de la “amenaza terrorista”; y Rusia, al dar asilo y
protección al ex agente de la National Security Agency (NSA) Edward Snowden, confirma que no se
encuentra del lado de la libertad y la democracia sino precisamente en la
vereda de enfrente. Y críticas fuera del Brasil, porque Estados Unidos no sólo
habría presionado para abortar una posible decisión a favor de los Sukhoi sino
que, en caso de concretarse la adquisición, hostigaría a Brasilia con condenas
y sanciones de todo tipo.
La desorbitada ambición del imperialismo y
sus sistemáticos atropellos a la legalidad internacional y a la soberanía
nacional brasileña no le dejaban a la presidenta Rousseff ninguna otra alternativa. Su única escapatoria para
garantizar el control de la cuenca amazónica, más por necesidad que por
convicción, eran los Sukhoi. Cualquier otra opción ponía seriamente en
riesgo la autodeterminación nacional. Lamentablemente estas
consideraciones geopolíticas no fueron tenidas en cuenta y se tomó una mala
decisión -la menos mala porque peor aún hubiera sido adquirir los F-18-
pero mala al fin porque es antagónica al interés nacional brasileño y, por
extensión, a las aspiraciones de autodeterminación de Sudamérica. Con
esta decisión Brasil podrá vigilar y preservar la integridad de la amenazada
Amazonía mientras no exista un diferendo con Estados Unidos o alguno de sus
compinches; pero si un conflicto llegara a desatarse Brasil quedaría
prácticamente desarmado, rehén de los chantajes y la prepotencia de
Washington.
El problema no era tan sólo con los aviones
de la Boeing sino también con los de cualquier otro país que previsiblemente se
inclinara solícito ante las requisitorias de Washington, como todos los
europeos. Comprarle los aviones caza al aliado de quien espía a las
autoridades y las empresas brasileñas y aliado también de quien acecha al país
con veintiséis bases militares es un gesto de increíble insensatez política y
que revela un imperdonable amateurismo en el arte de la guerra, errores estos
que le van a costar muy caro al Brasil y, por extensión, a toda
Sudamérica. Con la adquisición de los Gripen-NG se ha desperdiciado una
magnífica oportunidad de avanzar hacia la autodeterminación militar,
prerrequisito de la independencia económica y política. No sólo Brasil tomó una
pésima decisión que perjudica su soberanía; también perdió la UNASUR porque con ella se obstaculiza
la clara percepción de quién es el verdadero enemigo que nos amenaza con su
infernal maquinaria militar. Por eso hoy es un día muy triste para
Nuestra América. Como se dice en la jerga de los videojuegos de guerra, “game
over”, ¡y desgraciadamente ganaron los villanos! Ojalá que los movimientos sociales y las
fuerzas políticas patrióticas y antiimperialistas de Brasil tengan la capacidad
de revertir tan desafortunada decisión.
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