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Andrés Rábago García. Sociólogo, Pintor, que da
vida a El Roto.- Está lejos de tener una teoría completa sobre la sociedad, ni en las entrevistas radiofónicas donde le hemos
escuchado. Como los clásicos de la
sociología, va dando pinceladas de fenómenos cotidianos hasta completar la
visión. Unas veces, se interna en lo que está pasando. Otras, golpea los
cimientos de nuestra plurisecular obediencia. A base de impresiones va completando el gran cuadro del mundo. Pero
no es ni un impresionista que pinte bailarinas ni un acuarelista que apunte
marinas. Su tono sombrío es inquietante y su visión resulta radical. Parece un
maestro del humorismo kafkiano. No mantiene componendas con la “realidad”. Pero,
además, Andrés Rábago García, que da vida a El Roto, es una personalidad cívica muy serena. Un
personaje muy tranquilo, casi místico, se desmanda cada mañana con el lápiz y
el pincel para no dejar títere con cabeza. Los
empresarios, los políticos, la corte aduladora, los medios de
comunicación, el sacerdocio ultra, el mismísimo respetable son contemplados
implacablemente. Pero su estoica inteligencia, le impide ser alguien colérico. Y lejos de ser un
marginal, explota, todos los días, en el centro de donde se cuece todo.
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El País. Viñeta. El roto. 25 de noviembre del 2013.
EL ROTO, SOCIÓLOGO Y PINTOR.
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Julián
Sauquillo.
Cuarto Poder
jueves 23 de enero del 2014.
Cada mañana,
sin falta, El Roto, ojo avizor, desgarra la realidad. Vapulea
fríamente esa sustancia que se nos presenta, desde la política y la economía,
como inevitable. La golpea hasta dejarla en un cuento que nos habíamos creído.
Lo hace como un pintor sobrio adaptado al cuadrilátero de El País donde
busca el KO a la injusticia social. Pero también como un sociólogo buen
fajador. Alfonso Ortí, entre los mejores sociólogos de España, dice
que El Roto es el mejor sociólogo existente. Y no es para menos. Pero la sociología
de El Roto es, incluso, una anti-sociología. Este gremio cuantifica, mide y
sopesa la “realidad” para explicarla con leyes rigurosas que sirvan para
predecirla. Los sociólogos celebran su repetición orquestada. Mientras que El
Roto busca el talón de Aquiles de esta losa social que nos sepulta. Pretende
que no se vuelva a producir. Nos advierte de que sólo un descreído puede
sacudirse la realidad de encima. La sociedad no responde a unas leyes
universales, parece indicar. El magma que nos rodea, a sus ojos, aparece
versátil, cambiante, voluble. Puede adquirir muchas formas. Depende de nuestra
rabia, advierte cada mañana, que venga todo dado o que lo construyamos nosotros
de forma diferente. Para quebrar la lápida con que nos intentan sepultar, se inventa
una imagen todos los días. Así desmantela la vigilancia espía, la corte servil,
el consumo masivo o la frustración popular. De esta manera, limpia nuestros
ojos para apreciar, diáfano, lo que está pasando.
Interpreta y le
da la vuelta a todo para darnos una versión nueva, más crítica.
Está lejos de
tener una teoría completa sobre la sociedad, ni en las entrevistas radiofónicas
donde le hemos escuchado. Como los clásicos de la sociología, va dando
pinceladas de fenómenos cotidianos hasta completar la visión. Unas veces, se
interna en lo que está pasando. Otras, golpea los cimientos de nuestra
plurisecular obediencia. A base de impresiones va completando el gran cuadro
del mundo. Pero no es ni un impresionista que pinte bailarinas ni un
acuarelista que apunte marinas. Su tono sombrío es inquietante y su visión
resulta radical. Parece un maestro del humorismo kafkiano.
No mantiene
componendas con la “realidad”. Pero, además, Andrés Rábago García,
que da vida a El Roto, es una personalidad cívica muy serena. Un personaje muy
tranquilo, casi místico, se desmanda cada mañana con el lápiz y el pincel para
no dejar títere con cabeza. Los empresarios, los políticos, la corte
aduladora, los medios de comunicación, el sacerdocio ultra, el mismísimo
respetable son contemplados implacablemente. Pero su estoica inteligencia, le
impide ser alguien colérico. Y lejos de ser un marginal, explota, todos los
días, en el centro de donde se cuece todo.
Tantas viñetas
matutinas han acabado dándonos una visión patética, de nuestra existencia. Pero
nunca tira la toalla. Aconseja siempre no bajar la guardia para que los
magnates de la economía, los gobernantes y los aduladores del poder no
nos cuelen nuestra sufridora vida como necesaria y merecida. Los sacrificios
económicos que padecemos no son el escarmiento de nuestra glotonería. Son la
consecuencia, en su visión, del derroche y la corrupción públicos no atajados
por unas instituciones políticas mal gobernadas.
El epicentro de
su terremoto es el eje de la vida pública. Ahora, expone
en la galería La Caja Negra, hasta el dieciocho de enero, su
reflexión sobre el esnobismo del arte en los galeristas, los creadores y el
público. La serie “Oh la, l´Art” presenta un “arte” al servicio del mejor
postor. A fin de cuentas, todos los implicados en la creación desde el
espectador, al expositor, pasando por el crítico, coinciden en un circuito
cerrado para convertir cualquier brote original, por dificultoso que sea, en un
producto de consumo “pret a porter”. Del infernal mundo del arte no se escapa
nadie. Sus dos últimas publicaciones –Camarón que se duerme (se lo lleva la
corriente de opinión) (2012) y A cada uno lo suyo (2013)
(ambos en Random House Mondadori, Barcelona)- son una excelente presentación de
su estilo diario, que puede completarse con el catalogo de la exposición, Oh
la, l´Art (Libros del Zorro Rojo, Barcelona, 2013).
Como pintor, El
Roto recuerda al Constantine Guys que pintaba infatigablemente
apenas apuntes para captar a tiempo el trepidar de la vida cotidiana diaria.
Lejos de ahuyentar a la presa, Andrés Rábago García la acecha hasta que cae en
su mirilla. Parece mentira que no desfallezca su imaginación, a viñeta diaria y
libro anual. Da la vuelta del revés a todos los tópicos sociales y políticos
que obstruyen a nuestra inteligencia de las cosas constantemente. La
manipulación de masas y la santificación de la pobreza son dos lugares comunes
fundamentales de nuestro vejatorio mundo, desmantelado por El Roto. La pobreza
y la humillación del débil son, en su visión, el correlato de la opulencia del
rico. El Roto pinta, en negro y con escasos colores, un universo cada vez más
explosivo: adolescentes que piden material inflamable a los Reyes Magos, un
orden dictado a golpe de genitales y porras, un trabajo explotado sosteniendo
la ostentación del lujo o unas instituciones caducas para evitar la miseria más
obscena.
El Roto va
desgranando la fragilidad del mundo salvaje en que vivimos: “los escombros
sostienen la fachada”. Nuestro sólido mundo, a la vista marxista de El Roto, se
desvanece en el aire. Por sus dibujos, desfila el repertorio de los peores
vicios y desafueros sociales: el desprecio a la educación, la codicia, los
intereses oscuros de los dirigentes, el desamparo ante los tiburones
económicos, el imperio global de la economía por agencias enmascaradas, la
impiedad con los jóvenes parados, el orden sostenido en la mera fuerza, el
ventajismo del pudiente, el autoritarismo, la manipulación mental (religiosa
fundamentalmente) y la ceguera política a las reivindicaciones sociales. ¡Ah,
sí, George Grosz levantara la cabeza!… Le encantaría El Roto.
Comparten el rechazo de un mundo obsolescente y humillante que está socavando
lo que queda de democracia.
Y sin embargo,
nada más lejos de El Roto que desear anestesiarnos. Con un bisturí sujeto a un
excelente pulso, disecciona constantemente una realidad que no puede ser más
flagelante para la mayoría. Destripa el tan vejatorio como frágil caos diario. Así lo vemos
claro y de frente. Por lo menos, hasta pasar la página.
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